El fantasma del palacio del emperador
Carlos I, el emperador, fascinado por la Alhambra pero encontrándola muy incómoda de habitar, quiso tener allí un alojamiento adecuado, y el arquitecto Pedro Machuca, para construirlo, no pudo evitar el derribo de algunas salas que se encontraban frente al pórtico del sur del Patio de los Arrayanes. Al fin los muros del edificio renacentista se incrustaron en el conjunto arquitectónico árabe.
Se asegura que, como consecuencia de una maldición, el palacio del emperador nunca llegó a terminarse y quedó a falta de las techumbres de la segunda planta y de la bóveda que debía rematar el conjunto. Además, un fantasma deambula siempre alrededor de él.
La maldición fue la de todo el pueblo de Granada, despojado de sus bienes y viviendas por los conquistadores que, tras profanar los lugares sagrados y quemar las bibliotecas, ordenaron despóticamente la vida cotidiana, hasta el punto de prohibir que se vistiese de acuerdo con la costumbre ancestral. El fantasma es el de un vecino principal de Granada llamado Abul Aswad.
La prohibición de vestir las ropas tradicionales llenó tanto de vergüenza a los árabes que decidieron ofrecer al emperador las joyas y los tesoros que habían escondido en el momento de la caída de la ciudad en manos cristianas, a cambio de que mandase revocar aquella ley. El comisionado para exponer al emperador la oferta fue Abul Aswad, que estaba a punto de casar a su hija Haraxa con el notable caballero Abd el Melek.
Abul Aswad señalaría que las negociaciones habían tenido buen resultado si se asomaba a la Torre de la Vela manteniendo el turbante sobre la cabeza. Claro que el éxito de su misión supondría la ruina de todos, y quedarían condenados a la pobreza, pero se librarían de una humillación insoportable.
Por aquel tiempo, el emperador Carlos I empezaba a estudiar las trazas de su proyectado palacio y le pareció bien la propuesta, que le permitiría pagar los gastos de la construcción del edificio. Así, Abul Aswad pudo asomarse a la torre con el turbante sobre su cabeza, pero cuando llegó a la ciudad supo que, desesperado por la miseria a la que se veía condenado, el novio de su hija se había quitado la vida, y que Haraxa sufría un ataque de demencia del que nunca se repuso.
A pesar de las riquezas de los árabes de Granada, no hubo fondos suficientes para terminar el palacio. Y por allí ronda, bajo la apariencia de un anciano andrajoso, el fantasma de Abul Aswad.