El cautivo del humilladero de Auñón
Un traslado de cautivo aún más prodigioso fue el que tuvo como destino el humilladero de la Virgen del Madroñal, en Auñón, Guadalajara. No se ha conservado el nombre de este cautivo, aunque se sabe que era burgalés y soldado. Tampoco se sabe mucho de su amo, que al parecer era un poderoso sultán.
Por intentar fugarse, el cautivo, encadenado, fue recluido en una mazmorra. En aquella mazmorra permanecía prisionero, desde hacía muchos años, un monje de la orden de Calatrava, devotísimo de la Virgen del Madroñal, de la que conservaba una estampa que le había reconfortado a lo largo de su amargo cautiverio. El soldado y el monje, que tenía la salud muy debilitada, compartieron durante mucho tiempo la prisión, y el segundo transmitió al primero el fervor hacia Nuestra Señora del Madroñal, que tanto le había ayudado a sobrevivir.
Llegó la última hora del monje y, en el momento de expirar, tuvo la voluntad de que el soldado cautivo se hiciese cargo de aquella imagen de la Virgen que él había conservado como la mejor de sus riquezas. Fue lanzar el monje el aliento final y tomar el soldado la imagen en sus manos, cuando se encontró fuera de la tenebrosa mazmorra, en un lugar totalmente desconocido para él, pero que tenía trazas de ser cristiano, a juzgar por una ermita muy próxima al punto de su aparición, que resultó ser la de la Virgen del Madroñal.
Debe añadirse que las cadenas del cautivo estuvieron muchos años colgadas de un muro de la ermita, como prueba del milagro, y que, cuando en 1702 se descolgaron para hacer unas obras en el templo, se descubrió con asombro que no eran de hierro, sino de oro puro, y se resolvió guardarlas en un cofre bajo tres llaves, que quedaron en poder de distintas autoridades de la localidad. Pasado cierto tiempo, el cura solicitó que el oro de aquellas cadenas fuese aprovechado para hacer unos cálices y otros objetos litúrgicos, pero cuando se juntaron las tres llaves y se abrió el cofre, las cadenas habían desaparecido, lo que se juzgó un nuevo milagro de la Virgen, que mostraría así su desacuerdo con que aquellas cadenas del cautivo hubiesen sido descolgadas de las paredes de la ermita.