La cuélebre de Celón y la de Oviedo
La cuélebre de Celón, Asturias, que más bien era un dragón, pues al parecer poseía alas y echaba fuego por los hocicos, se alimentaba de cadáveres humanos y tenía aterrorizada a toda la región. No pudieron acabar con ella los muchos caballeros que lo intentaron. Tuvo que ser un oscuro peregrino quien la venciese, tras prepararse con largo ayuno y mucha oración, y hacer con sus propias manos una lanza con la rama de un roble, aguzando la punta al fuego e impregnándola de agua bendita. El peregrino, tras larga pelea, consiguió hundir la lanza en la boca de la bestia, que murió enseguida. Ciertos narradores dicen que el peregrino innominado era el propio arcángel san Miguel, pero el autor de aquella hazaña, fuese celestial o mortal, sin duda era de carácter modesto, pues desapareció sin dejar rastro tras la derrota de la cuélebre o dragón.
Otra cuélebre famosa fue la que llegó a la huerta del convento de los dominicos de Oviedo a través de una gruta disimulada por la vegetación. Cada día se comía a uno de los frailes que cultivaban el huerto, sin que el resto de la comunidad pudiera imaginarse la causa de aquellas sucesivas desapariciones. Un meticuloso registro del convento y de sus dependencias les hizo descubrir la gruta y, por fin, al cuélebre, que el cocinero del convento logró exterminar cociendo un bizcocho con flor de harina, azúcar y muchos huevos, pero relleno de cientos de alfileres. Este pastel, puesto como cebo, fue engullido sin miramientos por la bestia, que encontró la muerte entre horribles dolores.