Despoblados
A lo largo de las tierras españolas hay topónimos que recuerdan lugares donde vivió la gente, pero que por algunas circunstancias adversas o dramáticas quedaron un día despoblados. A veces se dice que fue una plaga de insectos la causante de la huida de los habitantes.
Cerca de Sahagún, León, frente a Saelices del Río, hay un lugar llamado La Torre de Barriales en que un día existió un pueblo que sus habitantes se vieron obligados a abandonar por una terrible invasión de termitas que destruyó las vigas que sostenían las casas y hasta los carros y aperos de labranza.
Una invencible plaga de hormigas rojas, que pululaban en todos los lugares, en las calles, las casas, las cuadras y las huertas, ocasionó la desaparición de Ordoyo, una localidad próxima a la riojana Quel. También en La Rioja, la aldea de Garranzo tuvo un emplazamiento anterior al actual, que ya nadie recuerda, y que debió ser abandonado por una invasión de carcoma.
En otras ocasiones los propios habitantes han desaparecido como consecuencia de un funesto accidente causado por algún ser tóxico.
En Soria existió un pueblo denominado Mortero, poseedor de muchos prados comunales, cuyos habitantes perecieron en el banquete de una boda vecinal porque las aguas que bebieron estaban envenenadas, al haber ido a vivir en el pozo una salamandra acuática. Al parecer, solamente se salvó una anciana a la que habían encomendado cuidar del ganado del pueblo mientras celebraban la fiesta nupcial. La vieja, que como único superviviente del pueblo heredó todo su patrimonio, no quiso seguir viviendo en un lugar tan desdichado y se trasladó a la vecina localidad de Arévalo, a cuyos habitantes donó a su muerte las dehesas y ganados que un día habían pertenecido a los habitantes del desaparecido Mortero.
Una especie de salamanquesa, la sacabera, causó la muerte de todo el pueblo de Cospedal, en la comarca leonesa de Babia. Al parecer, el venenosísimo animal había caído en la rueda del molino y había vertido su ponzoña en la harina que debía utilizarse para confeccionar el pan del santo, en la fiesta del pueblo. Así fue como, mientras celebraban a san Mamés, su celestial patrono, y consumían su pan en el banquete, todos los habitantes del pueblo se envenenaron, y todos fallecieron, sin excepción alguna, originando un dramático despoblado que todavía se recuerda.
Un envenenamiento colectivo y mortal, aunque en este caso no se conocieron nunca sus causas, trajo la muerte a todos los varones de la localidad de Venturiel, en la riojana Jubera, después de que, en el banquete anual de su cofradía en casa del correspondiente mayordomo, consumiesen una abundante caldereta de cordero. Las viudas, con sus hijos huérfanos, abandonaron el lugar maldito, que quedó despoblado.