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Días después de haber visitado a Shahid Kamal en la comisaría de Paddington Green, el inspector Mill llegó a una conclusión acerca de las investigaciones que había hecho sobre la campaña de acoso a los vecinos de Pepys Road. La había comentado con el inspector que había trabajado con él y habían coincidido: en Queremos Lo Que Usted Tiene había dos series de hechos, causadas por dos personas o grupos diferentes. Durante los primeros meses habían aparecido las postales, la página web y los deuvedés, que eran obra de una persona o personas, con intereses circunscritos al barrio, pero sin la menor animosidad contra nadie en concreto. Había algo abstracto en aquella primera operación: no salían vecinos en las fotos, no había insultos, no se habían producido daños criminales. Esa persona, fuera quien fuese, estaba relacionada de alguna manera con Shahid Kamal; en el más inocente de los casos, la persona en cuestión había pirateado su acceso a Internet; lo más probable era que fuese alguien que él conociera. Durante un tiempo la campaña permaneció inactiva. Luego se reanudó, promovida por otra persona, que no estaba relacionada con el señor Kamal; o si lo estaba, quería ocultar la relación por el motivo que fuese. Esta persona estaba mucho más irritada con los vecinos de Pepys Road. Él o ella tenían una sensibilidad más siniestra. Empezó con pintadas e insultos y pasó a actos de vandalismo, a cometer daños criminales contra la propiedad y a utilizar animales muertos. Esta persona o personas parecían empeñadas en una campaña de ritmo ascendente. El responsable o responsables de la primera tanda de actos no habían infringido la ley; si fueran detenidas, probablemente bastaría con aplicarles una Orden de Conducta Antisocial a cambio de la promesa de no volver a hacerlo. El responsable o responsables de la segunda tanda habían infringido varias leyes, sin duda suficientes para ser detenidas. Pero el blog estaba camuflado tras varias identidades desconocidas y no había huellas dactilares por ninguna parte. Desde las agresiones contra los coches, había más coches patrulla rondando por Pepys Road y aquellas actividades habían cesado. El blog había desaparecido. Y Mill estaba más cerca de saber a quién andaba buscando sin saber exactamente quién era.
No estaba preocupado, aunque sí convencido de que ocurrirían más cosas. Casi todos los casos policiales se resolvían gracias al trabajo rutinario o por un golpe de suerte; en esta segunda categoría entraban los errores tontos que cometían los autores. La experiencia le había enseñado que en este caso tendría que esperar un golpe de suerte. Hasta que se produjera, aparcó mentalmente el caso y se puso a trabajar en otro. La intuición le decía que no tendría que esperar mucho; y estaba en lo cierto. La ocasión llegó de la manera más inesperada dos meses después de que Shahid Kamal fuera puesto en libertad. El inspector ayudante se acercó a su mesa con los ojos aureolados por las arrugas de la sonrisa; sin hacerle ningún comentario le entregó un ejemplar del Evening Standard, abierto por la página tres. El titular decía:
Sus obras son polémicas, sus trucos, infames. Sus provocadoras pintadas han pasado de las paredes del metro a prestigiosas galerías de arte. Crea piezas de coleccionista que vende por millones. Pero nadie sabe quién es. Se llama Smitty, pero su identidad es uno de los secretos mejor guardados del mundo del arte. Hasta hoy, en que una investigación del Evening Standard revela que el verdadero nombre de Smitty es Graham Leatherby, de 28 años, antiguo licenciado por Goldsmiths que vive en Shoreditch; es hijo de Alan y Mary Leatherby, cuya casa de Maldon, Essex, está valorada en 750.000 libras.
El periódico traía una foto grande de Smitty en la que se lo veía con tejanos y un anorak con la capucha echada hacia atrás.
—Dios mío —dijo Mill.
—Eso digo yo —dijo el inspector ayudante.
—Los Leatherby eran propietarios de la casa del número 42. La madre murió y la heredaron. Debe de tener alguna relación con esto —dijo Mill—. Es demasiada coincidencia. Conozco la obra de este tipo. Janie tiene un libro suyo y me obligó a ver un documental. Siempre hace estas cosas, ya me entiendes, montajes artísticos, instalaciones, travesuras, bromas. Es el trabajo que mejor hace. Hay que ir a verlo y tener una charla con él. Es imposible que sea una casualidad.
La luz roja del teléfono de Mill parpadeaba: significaba que la centralita preguntaba si podía ponerse al aparato. Descolgó.
—Aquí la centralita. Hay una persona al otro lado del hilo que quiere hablar con usted. Dice que tiene información importante para cierta investigación. No ha querido dar su nombre completo, pero ha dicho que le diga que es el artista conocido hasta ayer mismo por el nombre de Smitty.
Mill y el inspector ayudante se miraron con perplejidad.