68

El domingo por la mañana, Usman abrió el portátil y sacó el móvil de tercera generación para navegar un poco por la red. Era su forma de enterarse de lo que pasaba y de entretenerse en su casa. No le gustaban los medios infieles, ni se fiaba de ellos, y solía evitarlos. Las dos únicas excepciones eran el fútbol y Factor X, que había descubierto mientras cuidaba de Fatima y Mohammed un sábado por la noche. Fatima conocía el programa por sus amigas y se puso a repetir que lo veía todo el mundo. El tío Usman tenía poca experiencia con niños y no se dio cuenta de que la pequeña lo estaba manipulando. Así que la primera vez que vio el programa fue en la tele que había al lado del mostrador de la tienda; Mohammed dormía arriba y Fatima estaba sentada en el suelo, con la barbilla apoyada en el puño, totalmente extasiada. Era basura total, cómo no, pero había habido otro par de sábados por la noche en que había estado cerca de una tele, no había encontrado nada más y había acabado por verlo, no concentrado, obviamente, pero sí con algún interés, para estar al corriente de lo que distraía a las masas... Ya se sabe, conocer al enemigo...

En cuanto al fútbol, a Usman le encantaba que Freddy Kamo viviera unas cuantas casas más allá —bueno, cien metros más allá—, en la misma calle. La primera vez que había oído hablar de Freddy se había sentido muy emocionado y por más de un motivo, porque Freddy era un hermano musulmán, y había algo genial en eso, aunque nunca había visto este detalle comentado en la prensa, ni una sola vez. Nadie sabía a qué mezquita iba Freddy. Sería la mar de chulo ir a la misma mezquita, rezar a su lado las plegarias del viernes, quizá ponerse a charlar los dos después, descubrir la coincidencia de Pepys Road, quizá incluso hacerse buenos amigos... Freddy era el futbolista preferido de Usman y había visto docenas de veces los clips suyos que habían colgado en YouTube, ¿docenas?, cientos de veces. Le encantaba su aspecto, parecía una mierda pero de pronto te dabas cuenta de que era brillante. También le encantaba que fuera tan joven. Como benjamín de su propia familia, Usman siempre se ponía de parte de las personas o entidades más jóvenes. Entre las grandes religiones del mundo, el islam era la más joven y la única que decía la verdad..., ¿eh?

Estaba muy triste por lo que le había sucedido a Freddy. Habían televisado el encuentro y Usman lo había visto en casa de un amigo; un antiguo compañero de colegio cuyo estilo de vida era antiislámico, porque consumía alcohol, pero se conocían desde hacía tanto tiempo que el amigo, en su cabeza al menos, estaba exento de aquellas obligaciones. Además, tenía Sky Sports. La entrada que había roto la pierna de Freddy se había pasado, al modo normal, unas diez veces, y había sido tan salvaje que uno se ponía enfermo al verla. Freddy había parecido siempre un chico frágil; era parte de su encanto, que pareciese frágil pero que nunca resultara tocado o lesionado. Ahora todo era diferente.

No le habría importado repasar algunos clips de Freddy, de sus partidos más antiguos, pero aquella forma de navegar por la red era demasiado lenta. Tenía banda ancha, naturalmente, pero había ciertas cosas que preferiría no hacer, dada su particular conexión. Usman era, siempre había sido, muy precavido con aquellos asuntos. Un vecino había tenido hasta hacía poco una conexión inalámbrica sin contraseña que utilizaba para navegar y cuando hacía algo que no quería que dejara rastro, pero el vecino —no sabía quién era, pero suponía que era el del sótanohabía espabilado y hacía unos tres meses había puesto una contraseña de Acceso Wi-Fi Protegido. Así que Usman tenía que utilizar un móvil de prepago que había comprado al contado, era por lo tanto ilocalizable y lo tenía anclado al portátil. Preparó el navegador con todos los requisitos que volvían anónimo el servicio. Un programa de espionaje no tendría forma de saber quién era.

Usman no hacía nada contra la ley en Internet, nada exactamente ilegal. Consultar o descargarse manuales de entrenamiento de Al Qaeda, por ejemplo, era un delito. Usman no tenía intención de llegar tan lejos, ni siquiera en la intimidad de su cabeza. En cuanto a si la gente que llegaba tan lejos obraba mal, bueno, en otro tiempo habría dicho que si no tenías otra forma de que el mundo conociera las injusticias que sufrías, puede que fuera lamentable, pero había veces que no había otro medio que la violencia. En aquellos momentos, sin haber adoptado totalmente otra postura, había recorrido ya un camino demasiado largo para pensar en abandonarlo. Las bombas del 7 de julio habían sido, en gran medida, responsables de aquello. Vista de cerca en la ciudad donde vivía, la violencia era demasiado estúpida y demasiado aleatoria para ser un método viable. El ingeniero que llevaba dentro se rebelaba ante la vista de algo tan desagradable, tan antieconómico y —en su corazón podía admitirlo— tan equivocado.

Pese a todo, tenía sed de conversación. Pese a todo, sentía deseos de saber lo que la gente indignada decía. Ya no creía en una conspiración internacional para destruir el islam, pero que había una tendencia básica antimusulmana en las actitudes del mundo desarrollado era, según Usman, una verdad innegable. Y, claro, si alguien podía hacernos cambiar de idea era precisamente la gente que desahogaba su cólera en ciertas páginas. Usman se había introducido en algunas varias veces, pero aunque oculto tras un seudónimo y aunque utilizaba una técnica para acceder a la red de manera anónima, se ponía nervioso. Demasiado nervioso para seguir haciéndolo. Un tema común relacionado con aquellas páginas, en realidad una obsesión común, era hasta qué punto se infiltraban en ellas los espías, los provocadores y los informadores. Seguro que mucho. Intervenir en los foros, entre individuos que querían saber quién eras, meterte en líos, tenderte trampas para que dijeras o revelaras cosas: aquello daba miedo. Y además estaba el hecho de que las moderadas y razonables (según los criterios locales) polémicas que planteaba él generaban inmediatamente guerras incendiarias en que la gente lo acusaba de todo, desde ser un títere o falso musulmán hasta ser él mismo espía/provocador/informador, y aquello era demasiado. Usman dejó de poner mensajes. Ahora se limitaba a acechar.

Aquel día no había mucho que leer. Irak, Afganistán, la conspiración internacional y todo lo de costumbre. Una larga perorata sobre que Al Yazira era un instrumento de la opresión occidental y que los cataríes que la habían fundado no eran auténticos musulmanes. La conexión con el móvil era lenta aquel día y Usman llegó a la conclusión de que no le apetecían aquellas polémicas. Salió de la página que estaba leyendo y volvió a la página de inicio en Google. Movido por un impulso, en honor de los viejos tiempos, tecleó «Queremos Lo Que Usted Tiene» y dijo a Google que iba a tener suerte. Se quedó atónito al ver el blog en otro sitio web, pero con todo lo que había contenido anteriormente y un montón de material nuevo. Se quedó tan sorprendido como si alguien hubiera saltado de la pantalla y hubiera gritado ¡Bu! Pinchó los enlaces y revisó las páginas que aparecían. Más imágenes, algunas ahora con grafitos virtuales. Casi todo cochinadas. Se habían añadido insultos a casi todas las casas de la calle. Incluso —¡sacrilegio!— a la casa donde vivía Freddy Kamo. La imagen de la tienda del número 68, la imagen que había estado en el blog anterior, se había desfigurado con la palabra «Capullo».

Usman sonrió. Su hermano era sin duda un poco capullo. Pero lo que había ocurrido en aquella página era extraño y turbador, y Usman no acababa de entenderlo.

Capital
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