¡ESO NO PUEDE SEGUIR ASÍ!

El sufrido lector de esta narración confusa y alambicada tiene perfecta razón en plantearse una serie de preguntas sobre sus silencios, ambigüedades y escamoteos y, según nos tememos, se las está planteando ya.

La mujer del antihéroe, por citar un solo ejemplo, sigue recluida en sus aposentos como una odalisca otomana sin que en ningún momento se le haya visto el pelo a lo largo de sus prolijas aventuras y extravagantes andanzas. El lector no sabe siquiera si es rubia o morena, gruesa o delgada, si viste con descuido o, al contrario, rebuscada elegancia: carece simplemente de cuerpo y el odioso personaje con quien comparte de algún modo la vida y con el que comunica mediante notas breves y apresuradas, no se ha tomado tan sólo la molestia de hacerle una fotografía. Él, que puede pasar horas enteras absorto en la bobalicona contemplación de Agnès o las gemelitas, que exhibe a los cuatro vientos su pasión infantil por las modelos ingenuas del Reverendo, corre un negrísimo velo sobre los vínculos que realmente le unen a su invisible cónyuge, mantiene a ésta en un régimen de total aislamiento y secreto y, por contera, recurre al espionaje electrónico para averiguar sus sentimientos y estados de ánimo.

Antaño, cuando el lamentable sujeto no rehuía todavía el trato con sus locuaces y vocingleros paisanos —empeñados en enderezar desde el exilio el histórico entuerto de una injusta pero abrumadora denota—, excusaba ya con toda clase de pretextos la asistencia de ella a esa reuniones en las que sus aseverativos compañeros de militancia —escoltados por sus rígidas y envaradas esposas— discurrían durante horas sobre temas tan varios como el golpe de Sanjurjo, la batalla del Ebro, la fórmula infalible del buen puchero o las excelencias del chorizo de Cantimpalo, alegando compromisos ineludibles, perentorias obligaciones familiares e incluso eufemísticas indisposiciones, convencido en realidad, con razón, de que ella no soportaría ni un minuto su presencia en aquella tertulia de personajes de zarzuela, encastillados en sus modales, lenguaje y recuerdos de hacía treinta años.

Pero lo que en otros tiempos podía justificarse, se ha convertido a la postre en una actitud de absurdo y anacrónico ocultamiento. En este último cuarto de siglo, caracterizado precisamente por el irresistible proceso de liberación del segundo sexo, la suerte desdichada de su consorte no puede dejar indiferente a nadie: mientras un feminismo vindicador barre el mundo civilizado, semejante conducta machista merece nuestra viva repulsa y condenación.

¡El lector reclama el derecho de verla de una vez, de conocer su versión de los hechos arteramente solapados, de meter su curiosa nariz en el arcano de una vida escondida y remota en la que, a pesar del misterio en que él la encierra, intuye y adivina la existencia de un auténtico toro enchiquerado!

Paisajes después de la batalla
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