EL TEMPLO DE LAS MUSAS
¿Por qué en el secreto e intimidad del wc nos sentimos poetas? ¿Por qué quienes no osan escribir ni manifestarse en otra parte lo hacen precisamente aquí? ¿Por qué hago también como los demás y trazo este absurdo mensaje para los que dentro de unos minutos, modestamente acuclillados como yo, ocuparán mi lugar?
A menudo, cuando la inspiración le falla, nuestro amanuense abandona sus fantasías erótico-apocalípticas, deja el papel, el bolígrafo y las tijeras sobre su mesa de trabajo, contempla la perspectiva de tejados, chimeneas y antenas de televisión que se divisa desde su buhardilla, se incorpora a cortarse las uñas y orinar en el lavabo, se pone el impermeable y sombrero y, ya en la calle, en vez de seguir uno de sus consabidos trayectos, camina diligentemente en dirección a las bocas de metro de Strasbourg-Saint Denis, baja la escalera que lleva a los aseos y, después de abonar el precio de la ficha, introduce ésta en la ranura del dispositivo de abertura, acciona la manija y, dueño y señor del exiguo pero coqueto lugar, cómodamente instalado en el habitáculo, lee los mensajes garabateados en las paredes —en la mayoría de los cuales un experto grafólogo reconocería inmediatamente los rasgos de su propia escritura— con morosa delectación: KATIE, TE AMO. Un corazón sangrante atravesado por una flecha y los nombres enlazados de Charles y Magdalen. EL REVERENDO OS ESPERA EN EL JARDÍN. Un poema en acróstico dedicado a las gemelitas.
El silencio del local, interrumpido sólo por gemidos, espasmos, ventosidades y presumibles suspiros de satisfacción ante la obra ya hecha, tiene la sublime facultad de estimular la efusividad de las almas líricas, delicadamente recoletas hasta el punto de que nuestro escribano está convencido de que el emplazamiento ideal de los talleres de Creative Writing profusamente establecidos en las universidades estadounidenses debería ser justamente una larga hilera de estas sugestivas casillas sin techo en las que el candidato a escritor, ya libre de cuitas, siente el impulso irresistible y asimismo visceral de comunicar a los demás sus ideas y sentimientos secretos. ¿Para qué pagar en efecto una costosa matrícula de más de mil dólares cuando por el módico precio de un franco desvalorizado cualquier individuo agazapado puede convertirse en creador? ¿Qué mejor ubicación, para el pueblo, que ese espacio único, privilegiado en el que el ser humano libera sus energías físicas y mentales sin ninguna clase de inhibición?
Encogido, con los bajos de la gabardina prudentemente doblados, pero sin quitarse el sombrero ni en tan apurado trance, el polifacético memorialista y redactor del Sentier reproducirá una vez más, mientras puja, su obsesivo y amenazador Manifiesto:
Después de varios siglos de cómplice y cobarde silencio sobre el genocidio del pueblo oteka, exterminado por las hordas tártaras, con la connivencia del Celeste Imperio y otras potencias asiáticas, hemos decidido pasar a la acción…