¡NO ESTAMOS DE ACUERDO!
El estrafalario vecino de la Rue Poissonniére vino al mundo hace medio siglo un día cinco de enero a última hora de la tarde: es, por consiguiente, un capricornio. Los nacidos bajo este signo tienen justamente fama de obstinados, secretos y taciturnos: no en vano, el bigotudo padrecito de los pueblos fue uno de ellos. Pero el año que corre —como apunta certeramente la especialista del periódico con quien se asesora— reúne una serie de rasgos y características propios.
El veintiuno de diciembre, el sol ha entrado en la fracción de la eclíptica comprendida entre 270° y 300°, recorriendo el signo capricornio hasta el veinte de enero a las diez y treinta y dos minutos, hora en que pasará a Acuario. En contra de lo que suele creerse, los nativos de este signo zodiacal no son sólo los caballeros de la Triste Figura que describen los astrólogos a causa de su dependencia del tenebroso Saturno. Pertenecen también, con frecuencia, al rebaño de los obsesos del sexo. Tras su exterior glacial, queman como la nieve. Les vemos subir y bajar la escala social, pero mantienen la pupila atenta a la realidad cotidiana. Estos extranjeros que vienen del frío nacen viejos. Su existencia es un proceso de decantación permanente para escapar a los automatismos. Su vida sentimental constituye a menudo un fracaso, pues no saben conservar largo tiempo las ilusiones. Su corazón es un lúgubre alcor solitario. Son jefes o solterones innatos y cuando se sienten mejor es en la tercera edad: guardando silencio para captar el misterio del que han nacido y al que orgullosamente volverán en su postrimería helada.
Nuestro saturnino amanuense recorta y copia amorosamente el dictamen de la enigmática «Krista»: ¡por primera vez desde que nos ocupamos en él ve reconocidas, al fin, las para nosotros muy dudosas cualidades de grandeza y sufrimiento de un alma supuestamente romántica!