32.

Miraba el sobre que Palo acababa de entregarle. En su habitación, en Lyon, en casa de sus padres, sostenía el sobre y lo miraba fijamente, sin saber qué hacer.

Se habían visto la víspera. Como en cada ocasión, se había puesto guapa, con la esperanza de gustar al joven agente. Como cada vez, Palo la había llevado a comer. Le gustaba encontrarse a solas con él. Esta vez habían comido en una terraza, a la sombra; se había puesto su ropa de verano más coqueta, se había maquillado, había sacado sus pendientes más bonitos, los de las grandes ocasiones. Durante la comida, había jugado con sus manos demasiado adelantadas sobre la mesa, demasiado cerca de él, para que él las tocara y las cogiese. Pero nada. Peor aún: había alejado las suyas. Después del café, habían paseado un rato juntos. Y habían procedido al ritual: mientras hacía como que la besaba, él le había deslizado discretamente en el bolso el sobre y le había susurrado: «En el lugar de siempre». Ella le había sonreído, tiernamente, y se había abrazado a él para que la besase de verdad, pero una vez más Palo había permanecido impasible. ¿Por qué no la besaba? Ese día se había sentido furiosa. Siempre el mismo circo, pero besos ¡nunca! Se había llevado la carta a regañadientes. Pero se había jurado que, la próxima vez, no lo haría gratuitamente, ni siquiera por la hermosa Francia. Él tendría que tocarla un poco, o prometerle más progresos. ¡No era mucho pedir por el riesgo que corría! A pesar de todo había cogido la carta, dócil como una sierva, no se había rebelado y, cuando él se había marchado, se había odiado a sí misma; se había encontrado fea, fea como un cardo. Había rumiado su rencor durante toda la noche. Había dudado en si abrir el sobre, pero no se había atrevido: lo había pegado a una lámpara, pero no había visto transparentarse nada. Y cuanto más pensaba en Palo, más le odiaba por haberla ignorado. Estaba enamorada. Él no tenía derecho a tratarla así, era un cabrón.

Sentada en su cama, dibujó la sonrisa de la venganza. Al final, esa carta no la entregaría. No haría más entregas. Mientras él no le hiciese caso.