6.
En París, el padre se marchitaba de pena, tan solo sin su hijo.
Era finales de noviembre, hacía dos meses y medio que Paul-Émile se había marchado. ¿Habría llegado a su destino? Claro… Pero ¿qué diablos podría estar haciendo ahora?
A menudo, entraba a observar la habitación de su hijo, miraba sus cosas. Se preguntaba por qué no había metido tal ropa, tal libro o esa bonita fotografía en su bolsa. En ocasiones se maldecía.
Un domingo, bajó del desván los juguetes de niño de Palo. Instaló en el salón el gran tren eléctrico, sacó los túneles de cartón piedra y las figuritas de plomo. Más tarde compró incluso nuevos decorados.
Pensaba en su hijo y hacía silbar el viejo tren de hierro. Era eso o morirse de pena.