30.
En el calor de Niza de mediados de agosto, Palo se había reunido con Rear en su hotel. Volvía de Lyon, donde se había encontrado con Marie para entregarle un nuevo sobre. En la pequeña habitación, que le recordaba a la de Berna, contemplaba, divertido, a Rear, empapado de sudor, que jugaba con una cámara de fotos en miniatura, un invento de los laboratorios experimentales del SOE. Palo sonrió; nada había cambiado.
Los dos hombres se habían cruzado por casualidad durante una operación que asociaba a dos redes, y se habían citado en Niza por el placer de volver a verse.
—He oído hablar de ti —dijo Rear sin abandonar su tarea—. Las redes están impresionadas con tu trabajo.
—Bah. Se hace lo que se puede.
—También he conocido a uno de tus compañeros de piso…, uno alto y pelirrojo.
El rostro de Palo se iluminó.
—¿Key? ¡El bueno de Key! ¿Cómo está?
—Bien. También es un buen agente. ¡Extremadamente eficaz!
Palo asintió, contento de escuchar las buenas noticias. Lo más duro era no saber nada de nadie, y a veces creía que Stanislas tenía razón. No deberían haberse cogido tanto cariño. Intentaba no pensar demasiado. Pensar era malo.
—¿Tienes noticias de Adolf? —preguntó.
—¿De Doff? No le va mal. Ahora está en Austria, creo.
—¿Es un schleu[3]?
—Más o menos.
No pudieron reprimir la risa. «Heil Hitler, mein Lieber!», murmuró alegremente Palo, blandiendo el brazo en discretos saludos nazis mientras Rear seguía ocupado en colocar el minúsculo objetivo que había conseguido desmontar con un gesto torpe. Pero fue imposible: lo había roto. Para consolarse, cogió una pequeña botella de licor que había puesto a refrescar en el lavabo. Tomó un vaso para enjuagarse, llenó una tercera parte, se lo ofreció a Palo y bebió directamente de la botella.
—¿Estás al corriente de lo de anoche? —preguntó Rear tras dos tragos.
—¿Anoche? No…
—Es un secreto de Estado…
—¡Un secreto de Estado! —exclamó Palo haciendo el gesto de coserse los labios.
Rear encogió los hombros como para proteger sus palabras, su voz se hizo apenas audible y Palo tuvo que acercarse para oírlo.
—Anoche se ejecutó la Operación Hydra. Los boches están furiosos, de hecho lo intentarán todo para que nadie hable de ello.
—¿La Operación Hydra?
—Un follón de los buenos…
Rear sonrió.
—¡Cuenta!
—Sabíamos dónde se encontraba la base de desarrollo de misiles del ejército alemán. Tecnología punta, con la que ganar la guerra, quizás.
—¿Y?
—La noche pasada, centenares de bombarderos que despegaron del sur de Inglaterra arrasaron la base. Centenares de aviones, ¿te imaginas? Creo que ya no habrá más misiles.
Palo estaba entusiasmado.
—¡Pero bueno! ¡Joder! ¡Bien hecho!
Miró fijamente a Rear.
—¿Y tú estabas al corriente?
Rear sonrió con picardía.
—Quizás…
—¿Y cómo?
—Por Doff. Tenía algo que ver. Una noche que había bebido, me contó toda la operación. Cuando Doff bebe, habla. Créeme, si los boches le atrapan, no tendrán más que darle un buen vino y hará caer a todo el Servicio.
Los dos agentes se rieron. Una risa forzada. Aquello era grave. Pero se trataba de Doff. Rear prosiguió:
—Esta mañana he recibido la confirmación de que la operación fue un éxito.
—¿Cómo?
—No te preocupes de eso. Ni siquiera debería haberte dicho el nombre de esa operación. Mantendrás la boca cerrada, ¿verdad?
—Lo juro.
A Rear le divertía el poder que aún tenía sobre ese joven, que no tardaría en convertirse en un agente mucho mejor de lo que él lo sería nunca. No le importaba ofrecerle alguna información confidencial, Hydra ya había tenido lugar. Brindaron de nuevo, por el cercano final de la guerra.
—¿Cuál es el siguiente paso de tu misión? —preguntó Rear.
Palo sonrió, porque su misión había terminado.
—Me han llamado a Londres para recibir nuevas consignas. Mis redes aquí están armadas y entrenadas. Un permiso me sentará bien…
—Septiembre en Londres… La mejor época —dijo Rear, nostálgico.
Se felicitaron. La guerra iba bien. Tenían confianza. Rear se secó el sudor de su frente y salieron a cenar.