5.
Y empezó la cuarta y última semana en Wanborough Manor. Los primeros fríos envolvieron lentamente Inglaterra, y Stanislas, que conocía su país, predijo que pronto llegarían grandes heladas. Los aspirantes pasaron varias de sus últimas noches entrenándose en recorridos nocturnos, poniendo a prueba a la vez las capacidades físicas y teóricas que les habían inculcado. Pero, llegados al final de su curso en Surrey, y a pesar de todos los ejercicios que hubiesen podido practicar, seguían sin saber nada del SOE ni de sus métodos de acción. Sin embargo, habían cambiado bastante: sus cuerpos se habían hecho más musculosos, más resistentes, habían aprendido lucha cuerpo a cuerpo, boxeo, algo de tiro, morse, algunos modos operativos simples, y sobre todo empezaban a adquirir una inmensa confianza en sí mismos, pues sus progresos habían sido asombrosos para quienes, en su mayoría, no sabían nada de la guerra clandestina al llegar allí. Se sentían preparados.
En esos últimos días, puestos al límite, algunos se hundieron, agotados: Gran Didier fue eliminado de la selección, sus piernas ya no aguantaban, y Palo se dio cuenta en las duchas de que Rana estaba apagándose. Una tarde, un instructor condujo al grupo para realizar una carrera por el bosque. El ritmo era terrible, y en varias ocasiones tuvieron que vadear un arroyo. El grupo fue estirándose poco a poco, y cuando Palo, más bien en la parte más retrasada de la tropa, penetró por tercera vez en el agua glacial, escuchó un grito de niño que desgarró el silencio: al volverse, vio a Rana tendido en la orilla, gimiendo, agotado.
El resto del grupo estaba ya lejos, detrás de los árboles. Palo aún pudo distinguir a Slaz y Faron; los llamó, pero Faron, que corría cargado con dos gruesas piedras en las manos para endurecerse aún más, gritó: «¡No nos paramos por los gilipollas, ya los cogerán los alemanes!». Y desaparecieron por el sendero de barro. Entonces Palo, chapoteando con el agua hasta la cintura, dio marcha atrás. El arroyo le pareció más frío en ese sentido, la corriente más fuerte.
—¡No te detengas! —gritó Rana viéndolo—. ¡No te detengas por mí!
Palo no hizo caso, llegó a la orilla.
—Rana, debes continuar.
—Me llamo André.
—André, debes continuar.
—No puedo más.
—André, debes continuar. Te echarán si abandonas.
—¡Entonces abandono! —gimió—. Quiero volver a mi casa, quiero volver a ver a mi familia.
Se puso las manos en el vientre y encogió las piernas.
—¡Me duele! ¡Me duele!
—¿Dónde te duele?
—En todas partes.
Estaba desesperado.
—Tengo ganas de morirme —suspiró.
—No digas eso.
—¡Tengo ganas de morirme!
Palo le rodeó con sus brazos nudosos e intentó consolarle con sus palabras.
—Abandono —repitió Rana—. Abandono y me vuelvo a Francia.
—Si abandonas, no te dejarán volver —dijo Palo. Y juzgando que se trataba de un caso de fuerza mayor, rompió la promesa hecha a Key y reveló el insoportable secreto—: Irás a prisión. Si abandonas, irás a prisión.
Rana se echó a llorar. Palo sintió sus lágrimas correr por sus brazos, lágrimas de miedo, de rabia y de vergüenza. Y se llevó a Rana con él para unirse a los demás.
La escuela preliminar terminó al mismo tiempo que el mes de noviembre, después de un ejercicio final de rara intensidad que tuvo lugar en la noche glacial. Max, débil desde hacía varios días, quedó eliminado durante el recorrido. Al final de esa última prueba, reunieron al resto de los aspirantes en la sala para una pequeña celebración, y el teniente Peter les anunció que habían terminado su estancia en Surrey. Se felicitaron mutuamente en aquella habitación que ahora parecía tan desierta: tres semanas antes, eran el doble, la selección había sido implacable. Y fueron todos a fumar por última vez sobre la colina.
Esa noche, Palo decidió no ir a su dormitorio, donde sus camaradas ya estaban durmiendo. Atravesó el pasillo y llamó a la puerta de la habitación de Laura. Ella abrió y sonrió. Puso un dedo sobre su boca para que no hiciese ruido y le hizo una seña para que entrase. Sentados sobre una de las camas, permanecieron un instante contemplándose, orgullosos del trabajo realizado pero física y moralmente exhaustos. Después se tumbaron juntos, Palo la abrazó, y ella posó las manos sobre las de él, y las estrecharon.