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MARZO Y EL PASTOR
Había un pastor que tenía más ovejas y carneros que granos de arena hay en la orilla del mar. Pese a todo, siempre andaba preocupado por el temor de que se le muriese alguno. El invierno era largo, y el pastor no hacía más que suplicar a los Meses:
—¡Diciembre, sé propicio! ¡Enero, no me mates las bestias con la helada! ¡Febrero, si te portas bien conmigo siempre te rendiré honores!
Los Meses oían los ruegos del pastor y, sensibles como son a todo acto de homenaje, los escucharon. No mandaron lluvia ni granizo, ni enfermedades del ganado, y las ovejas y los carneros continuaron pastando todo el invierno y ni siquiera pescaron un resfriado.
Pasó también Marzo, que es el mes de carácter más difícil; y anduvo bien. Se llegó al último día del mes, y el pastor ya no tenía miedo de nada; ahora vendría Abril, la primavera, y el rebaño estaba a salvo. Dejó su tono suplicante y empezó a burlarse y a fanfarronear.
—¡Oh Marzo! ¡Oh Marzo! Tú que eres el terror de los rebaños, ¿a quién crees que asustas? ¿A los corderitos? ¡Vamos, Marzo, yo ya no tengo miedo! ¡Estamos en primavera, ya no puedes causarme daño! ¡Marzo tonto, puedes irte directamente adónde ya sabes!
Al oír las palabras de ese ingrato, Marzo perdió los estribos. Corrió hecho una furia a casa de su hermano Abril y le dijo:
—Oh Abril, querido hermano,
Si me prestaras tres días
Ese pastorcito ingrato
Pronto se arrepentiría.
Abril, que le tenía cariño a su hermano Marzo, le prestó los tres días. Lo primero que hizo Marzo fue recorrer el mundo: recogió los vientos, las tempestades y las pestes que andaban sueltos y después los descargó sobre el rebaño del pastor. El primer día murieron todos los carneros y las ovejas que no estaban muy fuertes. El segundo día les tocó a los corderos. El tercer día no quedó un animal vivo en todo el rebaño, y al pastor sólo le quedaron los ojos para llorar.
(Córcega)