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EL BECERRO DE LOS CUERNOS DE ORO
Se cuenta que había un matrimonio que tenía dos hijos, un varón y una mujer. Murió la esposa, y el marido se casó de nuevo; y la segunda mujer tenía una hija ciega de un ojo.
El marido era campesino y fue a trabajar a un feudo. La mujer a los hijastros no los podía ver; horneó el pan y los mandó a que se lo llevaran al marido; pero para que se perdieran los mandó a un feudo que quedaba en la dirección contraria. Los niños llegaron a una montaña y se pusieron a llamar al padre:
—¡Papá! ¡Papá!
Pero sólo les respondía el eco.
Se perdieron y caminaron al azar por el campo, y al varoncito le entró sed. Encontraron una fuente y él quería beber; pero la hermanita, que tenía un hechizo y conocía las virtudes de las fuentes, preguntó:
—Fuentecita fuentecita,
Quien bebiera de tu agüita
¿En qué se transformaría?
Y la fuente respondió:
—Quien de mi agüita bebiera
En asno se convirtiera.
El hermanito se aguantó la sed y siguieron adelante. Encontraron otra fuente y el hermanito quería ponerse a beber. Pero la hermanita preguntó:
—Fuentecita fuentecita,
Quien bebiera de tu agüita
¿En qué se transformaría?
Y la fuente respondió:
—Quien de mi agüita bebiera
En lobo se convirtiera.
El hermanito no bebió y siguieron adelante. Encontraron otra fuente más, y la hermanita:
—Fuentecita fuentecita,
Quien bebiera de tu agüita
¿En qué se transformaría?
Y la fuente respondió:
—Quien de mi agüita tomara
En becerro se mudara.
La hermana no quería dejarlo beber, pero el hermanito tenía tanta sed que dijo:
—Entre morir de sed y convertirme en becerro, prefiero convertirme en becerro. —Y se puso a beber. En menos de lo que tardó en decirlo se convirtió en un becerro con cuernos de oro.
Y la hermanita reanudó el viaje con el hermano transformado en becerro de cuernos de oro. Así llegaron a la playa del mar. En la playa del mar había una casita, que era la residencia de verano del hijo del Rey. El hijo del Rey estaba asomado a la ventana y vio a esta bella muchacha que caminaba por la playa con el becerro, y dijo:
—Sube aquí conmigo.
—Subo —dijo ella—, si dejas venir conmigo al becerro.
—¿Por qué le tienes tanto apego? —preguntó el hijo del Rey.
—Le tengo tanto apego porque lo crié con mis manos y no lo quiero dejar siquiera un minuto.
El Príncipe se enamoró de esta muchacha y se casó con ella, y así vivían, con el becerro de los cuernos de oro junto a ellos.
Mientras tanto el padre, que había vuelto a casa y no había encontrado a sus hijos, vivía muy afligido. Lin día, para distraerse de esta aflicción, se fue a recoger hinojos. Llegó a la playa del mar y vio la casita del Príncipe. En la ventana estaba su hija: ella lo reconoció y él no.
—Sube, buen hombre —dijo ella, y el padre subió—. ¿No me reconoces?
—A decir verdad, tu cara no me parece desconocida.
—¡Soy tu hija!
Se echaron uno en brazos del otro; ella le dijo que el hermano se había convertido en becerro pero que ella se había casado con el hijo del Rey, y el padre se sintió muy satisfecho de que la hija que creía perdida hubiera celebrado un matrimonio tan conveniente y de que su hijo siguiera con vida, aunque transformado.
—Ahora, padre mío, vacía esta bolsa de hinojos que te la lleno de dinero.
—¡Oh, qué contenta se va a poner tu madrastra! —dijo el padre.
—¿Por qué no le dices que venga a vivir aquí, con su hija ciega de un ojo? —dijo la hija.
El padre dijo que sí y regresó a su casa.
—¿Quién te ha dado estas monedas? —le preguntó la mujer, perpleja, cuando él abrió la bolsa.
—¡Mujer! He encontrado a mi hija y está casada con un Príncipe y nos quiere a todos en su casa, a mí, a ti y a tu hija ciega de un ojo.
Al enterarse de que la hijastra seguía con vida la mujer creyó que se moría de rabia, pero dijo:
—¡Oh, qué buena noticia! ¡No veo la hora de verla!
Así, mientras el marido se quedaba para poner todos sus asuntos al día, la mujer y la hija ciega de un ojo llegaron a la casita del Príncipe. El Príncipe no estaba, y la madrastra, apenas se encontró a solas con la hijastra, la cogió y la arrojó por la ventana que daba al mar. Luego vistió a la hija ciega de un ojo con las ropas de la hermanastra y dijo:
—Cuando vuelva el Príncipe, ponte a llorar y dile: «El becerro de los cuernos de oro me ha cegado un ojo y me he quedado tuerta». —Y tras hacerle esa recomendación se volvió a casa y la dejó sola.
Volvió el Príncipe y la encontró acostada y llorando.
—¿Por qué lloras? —le preguntó, pensando que era su mujer.
—¡El becerro me ha dado una cornada y me ha dejado ciega de un ojo! ¡Ay, ay!
—¡Qué llamen al carnicero —gritó el Príncipe— para que mate al becerro!
El becerro, al oír esas palabras, huyó a la carrera, se asomó a la ventana que daba al mar y dijo:
—¡Hermanita, ay hermanita,
Que ya afilan la cuchilla
Y traen un recipiente
Para mi sangre caliente!
Y desde el mar se oyó una voz que decía:
—¡Tus lágrimas vanas son,
Pues me tragó un tiburón!
El carnicero, al oírlos, no tuvo coraje de sacrificar el becerro y fue a decir al Príncipe:
—Majestad, oíd lo que dice este becerro.
El Príncipe se acercó y oyó:
—¡Hermanita, ay hermanita,
Que ya afilan la cuchilla
Y traen un recipiente
Para mi sangre caliente!
Y desde el mar le respondió esa voz:
—¡Tus lágrimas vanas son,
Pues me tragó un tiburón!
El Príncipe llamó inmediatamente a dos marineros y salieron en busca del tiburón. Lo pescaron, le abrieron la boca y la mujer salió sana y salva.
La madrastra y la hermanastra ciega de un ojo fueron a prisión. Para el becerro llamaron a un Hada que lo transformó en un lindo muchachito, porque mientras tanto había crecido.
(Provincia de Agrigento)