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NERÓN Y BERTA
Berta era una pobre mujer que se pasaba el día hilando, porque era una hilandera muy habilidosa. Una vez, en la calle, se encontró con Nerón, emperador romano, y le dijo:
—¡Dios te dé salud para que vivas mil años!
Nerón, que era tan déspota que nadie lo podía ver, se quedó tieso al oír que alguien le deseaba que viviera mil años y repuso:
—¿Y por qué me dices eso, buena mujer?
—Porque después de uno malo siempre viene uno peor.
Nerón le dijo entonces:
—Bien, todo lo que hiles desde ahora hasta mañana por la mañana, llévamelo a mi palacio.
Y se marchó.
Berta, hilando, pensaba: «¿Qué querrá hacer con el lino que estoy hilando? ¡Mientras que mañana, cuando se lo lleve, no lo use como cuerda para colgarme! De ese tirano se puede esperar cualquier cosa».
Por la mañana se presenta puntualmente en el palacio de Nerón. El la hace entrar, recibe todo el lino que había hilado, y le dice:
—Sujeta un extremo del ovillo en la puerta del palacio y camina hasta que se termine el hilo —luego llamó al Mayordomo de Palacio y le dijo—: en toda la longitud del hilo, el espacio de uno y otro lado del camino pertenece a esta mujer.
Berta le dio las gracias y se fue muy contenta. A partir de entonces ya no tuvo necesidad de hilar, pues se había convertido en una señora.
Cuando la noticia se difundió en Roma, todas las mujeres que comían una vez al día se presentaron a Nerón con la esperanza de recibir un regalo como el que había recibido Berta.
Pero Nerón respondía:
—Ya pasaron los tiempos en que Berta hilaba[1].
(Roma)