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CRIQUE, CROQUE Y MANGO DE GARFIO
Una vez había tres rateros: Crique, Croque y Mango de Garfio.
Hicieron una apuesta a ver quién era el ratero más hábil. Se pusieron en marcha; Crique iba delante y vio una garza empollando en su nido en la copa de un árbol.
—¿Queréis ver —dijo— cómo le quito los huevos a esa garza sin que se dé cuenta?
—A ver, hazlo.
Crique subió al árbol para robar los huevos, y mientras los estaba robando, Croque le cortaba las suelas de los zapatos y se las escondía en el sombrero. Pero antes de que volviera a calarse el sombrero Mango de Garfio ya se las había robado a él. Crique bajó del árbol y dijo:
—El ratero más hábil soy yo, porque le robé los huevos a la garza. Y Croque:
—El más hábil soy yo, porque te corté las suelas de los zapatos sin que te dieras cuenta.
Y se quitó el sombrero para mostrarle las suelas, pero no las encontró.
—El más hábil soy yo —dijo entonces Mango de Garfio— porque te robé las suelas del sombrero. Y como soy el más hábil me abro, porque con vosotros salgo perdiendo.
Se fue por su cuenta y le fue tan bien que se hizo rico. Se mudó de ciudad, se casó y abrió una chacinería. En sus correrías los otros dos llegaron a esa ciudad y vieron la tienda de Mango de Garfio.
—Entremos —se dijeron—, a lo mejor podemos hacernos con algo. Entraron y sólo estaba la mujer.
—Señora, ¿nos daría algo de comer?
—¿Qué deseáis?
—Una loncha de queso provolone.
Mientras ella cortaba el queso, los dos echaban una ojeada para ver qué podían pillar. Vieron un cerdo descuartizado colgando y se hicieron señas de que por la noche volverían a buscarlo. La mujer de Mango de Garfio notó que se hacían señas, pero no dijo una palabra y cuando llegó su marido se lo contó todo. El marido, como el gran ratero que era, no tardó en comprender.
—¡Éstos deben de ser Crique y Croque! ¡Muy bien! ¡Ya me encargaré de ellos!
Descolgó el cerdo y lo puso en el horno. En cuanto oscureció se fue a acostar. Bien entrada la noche, Crique y Croque vinieron a robar el cerdo, buscaron por todas partes y no lo encontraron. Entonces, ¿qué se le ocurre a Croque? Se acerca sigilosamente a la cama por el lado donde estaba acurrucada la mujer de Mango de Garfio.
—Oye —le dijo—, no encuentro el cerdo. ¿Dónde lo has puesto?
La mujer creyó que se trataba de su marido, y le respondió:
—¡Déjame dormir! ¿No te acuerdas de que lo guardaste en el horno?
Y volvió a dormirse.
Los dos rateros fueron al horno, se llevaron el cerdo y salieron. Primero salió Croque, y lo siguió Crique con el cerdo al hombro. Cuando atravesaban el huerto de la chacinería, Crique vio que había verduras para la sopa; alcanzó a Croque y le dijo:
—Vuelve al huerto de Mango de Garfio y recoge un poco de verdura, así la cocinamos con un muslo de cerdo cuando volvamos a casa.
Croque volvió a casa y Crique siguió su camino.
Entre tanto Mango de Garfio se despertó, fue a examinar el horno y no encontró el cerdo. Miró el huerto y vio a Croque recogiendo verdura. «¡Ahora verás!», pensó. Cogió un buen manojo de verduras que tenía en casa y salió a la carrera sin que Croque se diera cuenta.
Alcanzó a Crique, que caminaba encorvado bajo el peso del cerdo, se le acercó y le hizo señas de que quería el cerdo. Crique pensó que era Croque que volvía con la verdura, tomó el manojo que le ofrecía el otro y le pasó el cerdo. Mango de Garfio se lo echó al hombro, se volvió y regresó a la carrera.
Al cabo, Croque alcanzó a Crique con la verdura en la mano.
—¿Y el cerdo, dónde lo has dejado? —le preguntó.
—¡Lo tienes tú!
—¿Yo? ¡Yo no tengo nada!
—¡Pero si hace un rato me has pedido que te lo diera!
—¿Cuándo? ¡Si me mandaste a buscar verdura!
Al fin comprendieron que había sido Mango de Garfio, y que era él el ratero más hábil de todos.
(Irpinia)