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MAESTRO FRANCISCO COME-Y-DUERME
Se cuenta y se recuenta que una vez había un zapatero remendón que se llamaba Maestro Francisco, y como era un haragán todos lo llamaban Maestro Francisco Come-y-duerme. El tal Maestro Francisco tenía cinco hijas, cada una más bonita que la otra, y despiertas como el sol. Pero con ese padre que trabajaba poco y ganaba menos, no sabían qué hacer para salir de apuros. Se levantaba tarde, se vestía y se iba a la taberna, y todo lo que ganaban las hijas se lo echaba en el garguero.
Finalmente las hijas le dijeron que tenía que ponerse a trabajar por las buenas o por las malas. El coge la mesita, las hormas y el martillo, se echa todo al hombro y empieza a recorrer la región gritando: «¡Se arreglan zapatos!». ¡Pero quién iba a llamarlo, si todos lo conocían como el vago y el borracho número uno de la aldea! Cuando vio que en su aldea iba a terminar comiendo moscas, fue a una que estaba a tres millas de distancia. Y también allí:
—¡Se arreglan zapatos! ¡Se arreglan zapatos! ¡Quién tiene zapatos rotos para arreglar!
Ya le faltaba la voz y nadie lo había llamado todavía, y el estómago le daba unas punzadas que le cortaban la respiración.
Llegaba la noche cuando una Señora lo llamó desde un gran palacio. El entra y la encuentra en la cama.
—Arréglame este zapato que se desfondó.
Maestro Francisco se lo arregló como mejor pudo y la Señora le dio una tarja y le dijo:
—Sé que tienes cinco hermosas hijas. Yo estoy enferma y necesito que me sirvan bien. ¿Quieres darme una de tus hijas como camarera?
—Sí, Señora —dijo Maestro Francisco—. Mañana os la mando.
Cuando volvió a casa les contó lo sucedido a sus hijas y le dijo a la mayor:
—Mañana vas tú.
Por la mañana, la hija se presentó en casa de la Señora.
—¡Ah, has venido, hija mía! —dijo la Señora—. Siéntate aquí, dame un beso. Conmigo vivirás feliz, con todas las diversiones y lujos que prefieras. Como ves, yo no puedo levantarme, de modo que eres tú quien manda. Ve, hija mía, ahora barre la casa, haz la limpieza, después limpiate y vístete tú también, para que cuando regrese mi marido lo encuentre todo en orden.
La muchacha se puso a barrer. Levantó las colchas que tocaban el suelo para barrer ahí debajo ¿y qué vio? Una cola larga y peluda que salía de debajo de las sábanas y terminaba debajo de la cama.
«¡Pobre de mí ¡Dónde vine a caer!», se dijo la muchacha. «¡Es Mamá-Dragona, y no Señora!». Y poquito a poco retrocedió.
—¡Óyeme bien! —le dijo la Señora, y ya le había cambiado la voz—. Barre por todas partes, pero no debajo de la cama, ¿entendido?
La muchacha fingió que iba a otra habitación y sigilosamente se escabulló y volvió a casa.
—Cómo, ¿has vuelto? —dijo el padre cuando la vio.
—Padre, es Mamá-Dragona, no Señora: debajo de la cama tiene una cola así de larga, negra y peluda. Di lo que quieras, pero yo a esa casa no vuelvo.
—Quédate en casa, entonces —dijo Maestro Francisco—, y mandemos a la segunda.
A la segunda hija la Señora le hizo las mismas caricias y le dijo las mismas palabras, pero también ella vio la cola y huyó.
Maestro Francisco estaba muy contento con el buen salario que pagaba la Señora, pues podía comer y vestirse sin mover un dedo. De modo que mandó a la siguiente hija, y después a la otra, y finalmente a la más pequeña, y todas volvieron corriendo a casa, espantadas por esa cola negra y peluda.
—Mejor quedarnos aquí —decían—, en casa, trabajando noche y día, ganándonos el pan sudando sangre, con nuestros viejos harapos, que en casa de la Dragona, comiendo y vistiendo bien con poco esfuerzo, para terminar comidas por ella. Padre, si tanto te gusta, ve tú a casa de la Dragona.
El padre no se lo podía quitar de la cabeza, y decidió ir él mismo a servir a la Señora. Trabajaba poco y podía comer y vestir como un príncipe.
Y de hecho la Señora lo trató como un príncipe: hermosos vestidos, buena comida, anillos de oro, lujos y diversiones. Todo su trabajo era hacer las compras, limpiar la habitación, después se sentaba con una pierna aquí y la otra allá y estaba a sus anchas todo el día. Así pasó el tiempo y Come-y-duerme engordaba, engordaba. Cuando estuvo bien gordo, la Señora lo llamó. Él se acercó a la cama.
—¿Qué necesita la Señora?
La Mamá-Dragona lanzó una risotada, le agarró de un brazo clavándole las uñas y dijo:
—Duerme-y-come, Come-y-duerme,
¿Por la cabeza o los pies,
Por dónde empiezo a comerte?
Temblando como una hoja, con un hilo de voz, Maestro Francisco respondió:
—Al que en sus hijas no cree
Cómanselo por los pies.
Entonces la Mamá-Dragona lo agarró por los pies, se relamió los labios y lo engulló de un bocado, sin dejar siquiera los huesos.
Las hijas vivieron felices y contentas
y Francisco murió como una bestia.
Y quien la dijo y la hizo repetir
De su muerte nunca debe morir
(Región interior de Palermo)