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LOS COMPADRES MULEROS

Se cuenta que una vez había dos compadres muleros. Uno estaba con Dios y el otro con el Diablo. Un día, viajando, uno le dijo al otro:

—Compadre, es el Diablo el que nos ayuda.

—No —repuso el otro—, a quien va con Dios, es Dios quien lo ayuda. Y uno que sí y el otro que no.

—Compadre —dijo el que estaba con el Diablo—, apostémonos un mulo.

En eso pasó un caballero vestido de negro (era el Diablo disfrazado) y le preguntaron quién tenía razón.

—Tienes razón tú —respondió el caballero—, quien ayuda es el Diablo.

—¿Has visto? —dijo el compadre, y se quedó con el mulo.

Pero el otro no estaba convencido y apostaron de nuevo. Esta vez le preguntaron a un caballero vestido de blanco (era siempre el Diablo, con otro disfraz). Y así, apostando un mulo tras otro y encontrándose siempre con el Diablo disfrazado, el que estaba con Dios perdió todos sus mulos.

—Y sin embargo estoy convencido de que tengo razón —dijo—. Apostaría hasta los ojos.

—Bueno, apostemos una vez más —dijo el otro—. Si ganas te devuelvo tus mulos, si gano yo me das los ojos.

Encontraron un caballero vestido de verde y le preguntaron quién tenía razón.

—Es sencillo —dijo el caballero—, quien ayuda es el Diablo. —Y picó espuelas.

Entonces el que estaba con el Diablo le arrancó los ojos al que estaba con Dios y lo dejó ciego y desesperado en medio del campo.

El pobrecito avanzó unos pasos, encontró a tientas la abertura de una caverna y se metió en ella para pasar allí la noche. La caverna estaba llena de arbustos, y el compadre se acurrucó en medio de los arbustos. De pronto oyó que entraba mucha gente. Resulta que en esa caverna se reunían todos los Diablos del mundo, y el Diablo grande los interrogaba uno por uno acerca de lo que habían hecho. Uno contó que se había disfrazado de caballero y una vez tras otra le había hecho perder una apuesta a un pobre hombre que finalmente se había quedado sin sus ojos.

—Bien —dijo el Diablo grande—, los ojos nunca los recobrará, a menos que en las cuencas se meta dos hojas de la hierba que crece a la entrada de esta caverna.

—¡Ja, ja! —rieron los Diablos—. ¡Puede esperar sentado a descubrir el secreto de la hierba!

El pobre mulero, que temblaba a escondidas, estaba exultante de felicidad, pero tenía el corazón en la garganta y no veía la hora de que los Diablos se marchasen para recoger la hierba y recuperar sus ojos.

Pero los Diablos continuaban contando sus historias.

—Yo —decía otro— dejé una espina de pescado clavada en la garganta de la hija del Rey de Rusia, y ningún médico atina a sacársela, pese a que el Rey prometió qüe enriquecería a quien lo lograra. Y nadie puede lograrlo porque nadie sabe que bastan tres granos de la uva agraz de la pérgola de su balcón.

—Habla en voz baja —le dijo el Diablo grande—, pues las piedras tienen ojos y los arbustos tienen orejas.

Antes del alba los Diablos se marcharon y el mulero pudo salir de entre los arbustos. Buscó a tientas la hierba que devolvía los ojos y así recobró la vista. Sin pérdida de tiempo se dirigió a Rusia.

En Rusia todos los médicos estaban reunidos en la habitación de la Princesa y celebraban consejo. Al ver llegar a ese mulero andrajoso y sucio del polvo del camino se echaron a reír. Pero estaba presente el Rey, que dijo:

—Ya que lo han probado tantos, que lo intente él también.

E hizo despejar el cuarto para que lo dejaran a solas con la Princesa. El mulero fue al balcón, cogió tres granos de uva agraz y los introdujo uno por uno en la garganta de la hija del Rey. La Princesa, que antes estaba más muerta que viva, se puso más viva que muerta y después viva del todo.

Figuraos la alegría del padre. Nada le parecía suficiente para recompensar al mulero: lo cargó de oro, lo hizo acompañar hasta la casa por su séquito. La mujer, que lo creía muerto, al verlo llegar pensó que era un fantasma.

El marido se lo contó todo y le enseñó sus riquezas. Empezaron a construirse un gran palacio. Pasó el compadre y al ver que había recobrado los ojos y era rico a manos llenas, le preguntó:

—Compadre, ¿cómo lo has hecho?

—¿No te decía que Dios ayuda a quien está con él? —le contestó, y le contó su historia.

El compadre pensó: «Esta noche voy a esa caverna a ver si también me hago rico».

Se reunieron los Diablos y el Diablo de la vez anterior contó acerca del compadre que había oído sus secretos y había recuperado la vista y salvado a la hija del Rey de Rusia.

—¿No os decía —dijo el Diablo grande— que las piedras tienen ojos y los arbustos tienen orejas? Pronto, prendamos fuego a todas estas malezas.

Quemaron los arbustos y el compadre, que estaba allí escondido, fue reducido a cenizas. Así aprendió cuál es la ayuda que da el Diablo.

(Provincia de Ragusa)

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