Epílogo

ALDO y Lucila tuvieron un hijo al que pusieron Gregorio. Vivieron muchos años en las tierras que se extendían al sur de los Pirineos, donde el pintor dejó muestras de su buen hacer, aunque ninguna de sus obras fue comparable al Pantocrátor de Taüll. La tensión y las especiales circunstancias del momento fueron determinantes para que el artista sacase lo mejor que llevaba dentro. Para él fue un sosiego desprenderse del pergamino y la carta que Baldassare y su madre le regalaron al despedirse en el istmo de Corinto. Lucila y él decidieron que el Pantocrátor se convertiría en su custodio hasta que la Divina Providencia determinase otra cosa.

Helena Calgopopas encontró a su esposo y Baldassare a su padre. Estaba en Patrás. Lograron su manumisión y se establecieron en un pueblo de la Calcídica, cerca del Monte Athos, aunque fuera de su demarcación. El rigorismo de los monjes no permitía la presencia en sus dominios de hembras de ninguna especie. A su taller de pergaminos acudían clientes de todas partes, algunos con ofertas tentadoras para que dejasen aquel pueblo. Siempre las rechazaron todas porque ninguno de los tres estaba dispuesto a embarcar de nuevo.

Arnulfo el cantero jamás trabajó como lo hizo en Taüll para que Benito pudiese cumplir el plazo establecido para concluir San Clemente. El maestro le ofreció un nuevo tajo en la iglesia que iban a levantar en Erill-castell, pero rechazó el ofrecimiento. Tenía algo más importante que hacer. Volvió en busca de María, la viuda con la que había compartido una hermosa noche; le propuso matrimonio y se casó con ella. Se estableció como cantero en la zona, donde vivió muchos años, viendo hasta la cuarta generación. Cuando iba a Martinet, jamás dejaba de visitar la hospedería.

Josep Puig i Cadafalch y mosén Gudiol vieron cómo su sueño se convertía en realidad. Franco Steffanoni y sus ayudantes trasladaron las pinturas de San Clemente y Santa María de Taüll a Barcelona, donde constituyeron el núcleo principal del museo de Arte Románico, hoy Museo Nacional de Arte de Cataluña, allí son admiradas por cientos de miles de visitantes.

Margherita Steffanoni sigue viviendo en su casa de la Torre del Gallo, en Florencia, porque los compradores nunca dieron señales de vida. Tiene una sustanciosa cuenta en el banco que un día, al igual que la casa, irá a parar a su sobrina Julia. Hasta el momento presente, no conoce los verdaderos entresijos de toda aquella tramoya. De vez en cuando, le dice a su sobrina que los compradores eran gente muy rara.

Paola Nanni sigue trabajando como archivera y baraja, cada vez más seriamente, la posibilidad de escribir una novela donde cuente la extraordinaria historia que vivieron en Jerusalén y Florencia. Angelo Fallacci es ya profesor titular de Física cuántica de la Universidad de Florencia. Lorenzo Togliatti ha subido algunos peldaños en la división de informática de la Banca Nazionale del Lavoro. Sale con Paola cada vez con más frecuencia. Angelo sostiene que hay boda a la vista.

Julia Strozzi continúa trabajando en la sección jurídica de los grandes almacenes Quanto più migliore, pero se plantea seriamente dejarlo. Se ve con Paola una vez a la semana y la anima a que escriba la novela. Está segura de que con la experiencia vivida en Jerusalén y todo lo que sabe del Arca de la Alianza, combinado con la historia de su bisabuelo puede conseguir un best seller. A veces, tiene remordimientos por no contarle a tía Margherita la verdad de lo acaecido en el verano de 2007. Sigue preguntándose quién sería la mujer que escapó al incendio de Sigillum y alberga dudas sobre lo ocurrido con el pergamino que contenía el mapa de La Ruta de los Sacerdotes y la carta que lo acompañaba. Mantiene en secreto que posee una fotografía del mapa y de la carta, aunque no son de muy buena calidad. Las hizo en el servicio de señoras del Boccadama, poco antes de ir a ver a Marsilio Fossatto.

Moshe Natán continúa su trabajo como comisario del distrito cuarto de Jerusalén. Desde el verano de 2007 ha resuelto media docena de casos, pero muchas noches se despierta sobresaltado. En el caso de Julia Strozzi, oficialmente cerrado, hay algunas preguntas para las que no tiene respuesta. Aunque se lo imagina, no sabe quién es Joseph Barlow. También se imagina el paradero del pergamino al que aludía el bisabuelo de Julia Strozzi, pero no podría afirmarlo. Miriam Lajos le dice, de vez en cuando, que si le contase algunas de las situaciones que ha vivido, no le daría crédito.

Miriam Lajos sigue trabajando en la agencia de detectives y se ve frecuentemente con el comisario Natán. A veces desaparece de la circulación algunos días, sin dar explicaciones. Cuando Moshe le plantea cuestiones sobre las que no le apetece hablar, siempre suelta la misma cantinela, la misma que cuando le pregunta qué hacía en Florencia en julio de 2007.

—Para qué voy a decírtelo si no te lo ibas a creer.