Prólogo

Cuando escribí Underground me hice el propósito de no leer nada sobre Aum. Me puse en la misma situación en la que estaban las víctimas del ataque aquel día: pillados completamente desprevenidos por una fuerza mortal desconocida.

Por eso descarté adoptar cualquier punto de vista de Aum. Mi único temor era que el libro careciera de foco. Lo que quería era evitar ese tipo de planteamientos vagos que quieren presentar el punto de vista de las dos partes.

Por esta razón, algunos criticaron el libro de unilateral. Bueno, era lo que quería: colocar la cámara en un punto fijo. Mi intención era escribir un libro que nos acercara a las personas entrevistadas (lo que, por cierto, no siempre significa que uno esté de parte de esas personas). Quería un libro que nos hiciera sentir lo que esas personas sentían, pensar lo que ellas pensaban. Esto no quiere decir que ignorara por completo la significación social de Aum Shinrikyo.

Después de publicado el libro, y de que la situación se normalizara, se abrió paso en mi interior una pregunta: ¿qué era Aum Shinrikyo? Al fin y al cabo, Underground era un intento de restablecer cierto equilibrio en lo que a mí me parecía una información tendenciosa. Una vez hecho el trabajo, debía preguntarme si estábamos recibiendo noticias fidedignas sobre la otra parte de la historia: Aum.

En Underground, Aum Shinrikyo era una amenaza sin identificar —un «paquete anónimo», por así decirlo— que, de pronto, sin saber de dónde venía, trastornaba la vida diaria. Ahora quería abrir ese paquete y ver lo que contenía. Comparando el contenido con los puntos de vista expuestos en el libro esperaba alcanzar una comprensión más profunda del fenómeno.

Otra cosa que me motivaba era la vehemente sospecha de que seguíamos sin abordar, y no digamos resolver, ninguna de las cuestiones que planteaba el atentado con gas. En concreto, para mucha gente que está fuera del sistema social japonés (los jóvenes sobre todo) sigue sin haber una alternativa ni protección real. Mientras exista ese vacío crucial en nuestra sociedad, semejante a un agujero negro, de poco servirá que suprimamos Aum, pues volverán a aparecer otros campos de fuerza magnéticos —otros grupos como Aum— y volverán a producirse sucesos parecidos.

Empecé a trabajar en El lugar que nos prometieron con un sentimiento de desasosiego; ahora que he acabado, mi desasosiego es incluso mayor. No siempre era fácil encontrar a víctimas del ataque que quisieran ser entrevistadas, como tampoco lo era encontrar a adeptos de la secta, o a exadeptos, a quienes entrevistar. ¿Qué criterio podía emplear para elegir a los entrevistados? ¿Cómo elegirlos para que fueran representativos y cómo saber que lo eran? Pero aunque encontrara a las personas adecuadas, también me preocupaba que lo que dijeran no fuera más que simple propaganda religiosa. ¿Cómo comunicarnos con ellos de una manera que tuviera sentido?

Los editores de la revista Bungei Shunju, en la que se publicaron las entrevistas por primera vez, me encontraron a los miembros o exmiembros de la secta. En general, las entrevistas fueron del mismo estilo y formato que las de Underground. Decidí dejar a los entrevistados toda la libertad y el tiempo que necesitaran para responder. Las entrevistas duraron unas tres o cuatro horas. Se transcribieron las grabaciones y se permitió a los entrevistados que revisaran las transcripciones para que, después de reflexionar, omitieran partes que no querían que se publicaran o añadieran cosas que creyeran importantes y hubieran olvidado decir en la entrevista. Sólo cuando tenía su visto bueno, publicaba las entrevistas. Yo quería usar sus nombres reales en la medida de lo posible, aunque muchas veces ponían como condición para la entrevista que no se diera indicación alguna si se usaba un seudónimo.

No nos preocupamos mucho de comprobar si las afirmaciones de los entrevistados se correspondían con la realidad, salvo en el caso de que dichas afirmaciones contradijeran los hechos de manera palmaria. Esto podrá parecer objetable, pero mi labor era escuchar a la gente y registrar lo que decía lo más claramente posible. Aunque haya detalles que no se correspondan con la realidad, el relato colectivo de las historias personales tiene en sí mismo una fuerte dosis de realidad. Esto es algo que los novelistas saben muy bien, y por eso este trabajo me parece perfectamente apropiado para un novelista.

Debo decir, sin embargo, que el formato de entrevista del presente libro difiere algo del de Underground. Esta vez intercalo mis opiniones, expreso dudas e incluso debato algunos puntos. En Underground procuré mantenerme siempre en un segundo plano, pero en este libro he decidido participar más activamente. En ocasiones, por ejemplo, la conversación se desviaba demasiado hacia cuestiones de dogma religioso, algo que no me parecía oportuno.

No soy ningún experto en religión ni ningún sociólogo, sino simplemente un novelista, y no muy bueno. (Esto no es falsa modestia, mucha gente puede dar fe de ello.) Mis conocimientos de religión no superan en mucho los de cualquier aficionado, y por eso llevaría las de perder si me pusiera a debatir cuestiones doctrinales con un creyente devoto.

Esto me preocupaba cuando empecé a hacer las entrevistas, pero no me arredré. Cuando no entendía algo, exponía sin reparos mi ignorancia; cuando consideraba que la mayoría de la gente no aceptaría un determinado punto de vista, lo rebatía. «Podrá tener cierta lógica», decía, «pero la gente normal no se lo creerá.» No digo esto para defenderme ni para presumir de enérgico. Quería que los términos y las ideas quedaran claras antes de seguir; decir: «Un momento, ¿eso qué significa?», en lugar de asentir y dejar que un montón de términos técnicos pasaran sin aclaración.

Creo que, a efectos de sentido común, logramos entendernos y yo pude comprender las ideas básicas que los entrevistados querían transmitir. (Otra cosa es que esté o no de acuerdo con ellas.) Esto era más que suficiente para el tipo de entrevista que yo estaba realizando. Analizar detalladamente el estado mental de los entrevistados, evaluar las justificaciones éticas y lógicas de sus posturas, etcétera, no eran los objetivos que me fijé para este proyecto. Dejo para los expertos el estudio en profundidad de las cuestiones religiosas y su significado social. Lo que yo he querido exponer es la manera como estos adeptos de Aum se presentan en una conversación normal cara a cara.

Con todo, hablar con ellos tan confidencialmente me hizo ver hasta qué punto la inquietud religiosa que los mueve y el proceso de escribir novelas se parecen, aunque no sean idénticos. Esto excitaba mi curiosidad mientras los entrevistaba, y también es la razón por la que a veces sentía algo parecido a la irritación.

Siento una rabia permanente contra los miembros de Aum Shinrikyo implicados en el atentado, contra los acusados y contra todos los que tuvieron algo que ver. He conocido a algunas de las víctimas, muchas de las cuales siguen sufriendo, y he visto en persona a aquellos que perdieron a sus seres queridos. Es algo que recordaré mientras viva. Sean cuales sean los motivos o circunstancias que haya detrás, un crimen como éste no puede tolerarse bajo ningún concepto.

Dicho esto, no está claro en qué medida fue todo el grupo responsable del atentado. Que el lector juzgue por sí mismo. No entrevisté a adeptos o exadeptos de la secta con la idea de criticarlos o denunciarlos, ni tampoco para que la gente los viera con mejores ojos. Lo que quiero proporcionar con este libro es lo mismo que esperaba transmitir con Underground: no un punto de vista claro, sino material de carne y hueso con el que construir múltiples puntos de vista, que es lo mismo que me propongo cuando escribo novelas.

Como novelista, pasaré por el tamiz lo que haya quedado dentro de mí, investigaré, pondré en orden todo el material, siguiendo el largo proceso de darle forma narrativa; lo cual, en este caso, no es tarea fácil.

Las entrevistas se publicaron por entregas mensuales en la revista Bungei Shunju desde abril a octubre de 1997, bajo el título de Post-Underground.

Underground
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