Línea Chiyoda

Tren A725K

Se asignó a dos hombres para atentar en la línea Chiyoda: Ikuo Hayashi y Tomomitsu Niimi. Hayashi fue el autor material, Niimi su conductor y cómplice.

La razón por la que Hayashi, un reputado doctor con un expediente de «primera línea» y con un cargo en el llamado ministerio de ciencia y tecnología de la secta Aum, fue elegido para perpetrar el ataque sigue sin estar clara, pero él mismo conjetura que lo hicieron para sellar sus labios. Al implicarle en el atentado eliminaban cualquier posibilidad de que huyese. Llegado a ese punto, Hayashi ya sabía demasiado. Era un devoto seguidor del líder de Aum, Shoko Asahara, pero, según parece, éste no confiaba demasiado en él. Cuando Asahara le ordenó: «Libera el sarín», Hayashi reconoce que se le encogió el corazón. «Sentía cómo me golpeaba contra el pecho, pero claro, ¿dónde sino iba a estar?»

A las 7:48 de la mañana, Hayashi se subió al primer vagón del tren de la línea Chiyoda procedente de Kita-senju en dirección sudoeste con destino Yoyogi-uehara. En la estación de Shin-ochanomizu, en pleno distrito financiero, perforó las bolsas de plástico que contenían el gas sarín. Nada más hacerlo salió del tren. En la calle le esperaba Niimi al volante de un coche. Regresaron al ajid, el piso franco de Aum en Shibuya. Habían cumplido su misión. Hayashi fue incapaz de negarse a hacerlo: «No es más que la ascesis de Mahamudra», se repetía a sí mismo. Mahamudra era una disciplina crucial en el culto de Aum para alcanzar el grado de «Maestro Verdadero Iluminado».

Cuando el equipo de abogados que defendía a Asahara le preguntó a Hayashi durante el juicio si podría haberse negado voluntariamente a cumplir la misión, respondió: «Si eso hubiera sido posible, la cadena de atentados en el metro de Tokio nunca habría tenido lugar».

Nacido en 1947, Hayashi era el segundo hijo de un médico tokiota instalado en el barrio de Shinagawa. Se formó en la escuela secundaria y en el instituto adscritos a la Universidad de Keio, una de las universidades privadas más prestigiosas de la capital. En cuanto se graduó le contrataron como cardiólogo en el Hospital de Keio. Más tarde, asumió la dirección del departamento de medicina circulatoria del Hospital Nacional de Tokaimura, en Ibaragi, al norte de Tokio. Era miembro de lo que los japoneses llaman la «superélite». Tenía un aspecto impecable, irradiaba esa confianza en uno mismo característica de ciertos profesionales. Para él, probablemente la medicina fue una salida natural. Su cabello empezaba a ralear por la parte de la coronilla, pero como la mayor parte de los líderes de Aum, mantenía una postura impecable, con los ojos fijos en algún punto indeterminado frente a él. Su discurso, sin embargo, resultaba monótono, un tanto forzado. Después de escuchar su testimonio ante el tribunal, tuve la nítida impresión de que se esforzaba por impedir que sus emociones fluyeran con libertad.

A partir de cierto momento en su vida comenzó a albergar serias dudas respecto a su carrera de médico. Fue cuando buscaba respuestas más allá de la ciencia ortodoxa, cuando le sedujeron las enseñanzas del carismático Shoko Asahara. Poco tiempo después se unió a Aum. En 1990 dejó su trabajo para empezar junto a su familia una nueva vida de entrega al culto. Le habían prometido una educación especial para sus dos hijos. Sus colegas del hospital se resistieron a perder a un profesional de su prestigio, trataron de persuadirle por todos los medios para que no se marchase, pero ya había tomado una decisión. Sentía que la profesión de médico ya no le aportaba nada. Una vez iniciado en el culto, se convirtió en uno de los favoritos de Asahara. Fue nombrado ministro de sanación.

Después de comunicarle la orden de perpetrar el atentado, lo llevaron al cuartel general de Aum, Satyam número 7, situado en la pequeña localidad de Kamikuishiki, próxima al monte Fuji. Fue el 20 de marzo a las tres de la madrugada. Una vez allí, junto a los otros cuatro elegidos, puso en práctica todos los movimientos que tendría que realizar durante el atentado. Perforaron unas bolsas de plástico llenas de agua similares a las que llevarían en su interior el gas sarín. Para ello se sirvieron de unos paraguas a los que previamente les habían afilado la punta. El ensayo fue supervisado por Hideo Muari, miembro de la dirección de Aum. Por los comentarios que hicieron durante el ensayo, quedó claro que disfrutaban con aquello. Hayashi, sin embargo, participó con una fría reserva. De hecho, no llegó a perforar ninguna bolsa. A un médico de cuarenta y ocho años, y con su formación, todo aquello debía de parecerle un juego de niños. «No necesitaba practicar», aseguró Hayashi en el juicio. «Sabía lo que tenía que hacer aunque mi corazón no estuviera de acuerdo con ello.»

Una vez concluidos los preparativos, los cinco regresaron en coche al ajid de Shibuya. Hayashi les repartió inyecciones hipodérmicas con sulfato de atropina. Les explicó cómo hacer uso de ellas al mínimo síntoma de envenenamiento por sarín.

De camino a la estación, Hayashi se detuvo en una tienda abierta las veinticuatro horas para comprar unos guantes, un cúter, cinta adhesiva y unas sandalias. Niimi, el conductor, compró un par de periódicos para envolver las bolsas que contenían el gas. Era prensa sectaria, el Bandera Roja (Akahata), del Partido Comunista Japonés, y el Noticias de las Enseñanzas Sagradas (Seikyo Shimbun). Eligió precisamente ésos porque, según explicó en un tono jocoso, «eran más interesantes pues no se encontraban en todas partes». Hayashi escogió el Bandera Roja. Una publicación de una secta rival podría haber resultado demasiado obvia, contraproducente.

Antes de entrar en el metro, Hayashi se colocó una mascarilla como la que usa la gente en invierno cuando está acatarrada. El número del tren era el A725K. Al ver a una mujer junto a su hijo en el vagón, Hayashi titubeó: «Si libero ahora el sarín, morirán. Espero que se bajen pronto». Pero ya había llegado hasta allí. No había vuelta atrás. Era una guerra santa. No podía permitir que le venciera la debilidad de su corazón.

Cuando el convoy se aproximaba a la estación de Shin-ochanomizu, dejó las bolsas con el gas en el suelo, junto a su pie derecho, templó los nervios y perforó una con la punta del paraguas. Era resistente. Cuando al fin logró atravesarla, soltó «un ligero borbotón», según sus propias palabras. La perforó unas cuantas veces más, no recordaba exactamente cuántas. Al final, sólo perforó una. La otra quedó intacta.

A pesar de su fallo, el gas sarín se dispersó rápidamente y provocó graves daños. Dos empleados del metro murieron en la misma estación de Kasumigaseki cuando, en cumplimiento de su deber, sacaron las bolsas del vagón. El tren A725K se detuvo en la siguiente estación, en Kokkai-gijidomae, la parada de la Asamblea Nacional de Japón. Se evacuó a los pasajeros para limpiar a fondo todos los vagones.

Tan sólo en el ataque perpetrado por Hayashi, murieron dos personas. Doscientas treinta resultaron gravemente heridas.

Underground
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