BEATI IMMACULATI…

Presentarme ante juez y confesar:

«He cometido un delito. Aquella pobre criatura no estaría muerta si yo no la hubiera asesinado. Yo, Tullio Hermil, yo mismo la he matado. Premedité el asesinato en mi casa. Lo ejecuté con una perfecta lucidez de conciencia, de un modo preciso, con absoluta seguridad. Tras ello continué viviendo en mi casa con mi secreto, durante un año entero, hasta hoy. Hoy se cumple el aniversario. Heme aquí en sus manos. Escúcheme. Júzgueme».

¿Puedo acudir al juez?, ¿puedo hablarle así?

Ni puedo ni quiero. La justicia de los hombres no me alcanza. No hay tribunal en la tierra que pueda juzgarme.

Y sin embargo, preciso es que me acuse, que me confiese. Debo revelar mi secreto a alguien.

¿A QUIÉN?