Giacomo

Ya tengo listo el mix. No ha sido fácil escoger las canciones y he tardado muchos días, también porque he pensado que no podían ser muchas y, sobre todo, que no podía arriesgarme a que alguna no le gustara. Vamos, que tenía que ir sobre seguro.

Al final, me he decidido por seis canciones, estas: «Time is on My Side» de los Rolling Stones, «Everybody Hurts» de los R.E.M., «Tunnel of Love» de Dire Straits, «Don't Stop Me Now» de Queen, «With or Without You» de U2 y «Stairway to Heaven» de Led Zeppelin, que es mi canción preferida porque me recuerda algo muy bonito, aunque no recuerdo qué.

Había pensado también en ponerle un título a la recopilación pero no me convence ninguno de los que se me han ocurrido, mejor dicho, son un asco. Cosas de este tipo: Songs for Ginevra o Giacomo's Selection u otras cosas tan empalagosas que me daría vergüenza hasta escribirlas en este diario.

Al final, he renunciado a lo del título, he metido la memoria USB en la mochila y he estado trasladándola de casa al colegio y del colegio a casa durante una semana, sin encontrar nunca el momento o el valor para dársela. Luego ella ha dejado de venir al colegio, hace ya dos días que falta a clase. He pensado en llamarla por teléfono, pero no tengo el número de su móvil y, aunque lo tuviera, no está dicho que fuese a tener valor para hacerlo.

Ayer por la tarde, después de una hora pensándomelo, le he pedido que me acepte como amigo en Facebook. A ver qué pasa.

* * *

He tenido una pesadilla, algo que no me ocurría desde hacía mucho.

Estaba sentado en mi cama y me parecía que estaba totalmente despierto cuando he oído un batir de alas. Estaba ya a punto de encender la luz cuando he visto, en la penumbra, una paloma que me estaba mirando, posada sobre la lámpara.

He descubierto enseguida que por el suelo, siempre cerca de mi cama, había otras dos. No, no eran dos, eran más. Cinco, o puede que seis, siete, o puede que diez. O puede que veinte. Ahora estaban por todas partes, en la cómoda, en la mesa, en la silla, hasta en la cama. La habitación estaba llena de palomas y, a partir de un momento, no sabría decir cuál, empezaron a llegar más, sin parar. Estaban en el armario, en la lámpara del techo, encima del balón. Y ahora me miraban todas. Todas eran grises, todas parecían negras en la oscuridad, todas tenían esa misma mirada estúpida y hostil y malvada que tienen las palomas.

Pero ninguna se movía.

Estaban demasiado quietas e, intentando sobreponerme al asco, he alargado la mano hacia una de las que estaban sobre la cómoda. La he tocado con un dedo, pero no se ha inmutado. He tocado otra y tampoco se ha movido.

En vista de eso, he tocado una tercera con más energía. La paloma se ha caído al suelo, haciendo un ruido parecido al de una pelota de papel o un trozo de cartón. Le he dado un empujón a otra y también esa se ha caído, sin dar señales de vida. Entonces, aunque me diera mucho asco, he cogido una. La he cogido con mucha cautela, con la punta del índice y del pulgar, y en ese momento lo he entendido.

No estaba viva.

Estaba disecada.

Estaban todas disecadas y mientras sostenía entre los dedos la que había cogido he escuchado un sonido que se esparcía por la habitación. No procedía de ningún sitio en concreto.

Las palomas han empezado a caerse, una tras otra, casi a ráfagas. Una lluvia continua de palomas disecadas. Algo realmente asqueroso.

Me he protegido la cabeza con las manos, esforzándome en no dar un grito, y he permanecido en esa postura todo el tiempo que ha durado. Luego, cuando la lluvia ha cesado, he mirado alrededor, he registrado el suelo, la cama.

No había nada porque ya me había despertado.