Giacomo
He estado una semana en la cama, con gripe. No me importa estar malo porque así no voy al colegio y puedo leer todo el tiempo que quiera, sin preocuparme por los deberes.
Leer es, probablemente, lo que más me gusta hacer en el mundo y, si no tengo más remedio que contestar cuando me preguntan qué quiero ser de mayor, digo que quiero ser escritor. Es más, la verdad es que me gustaría ser escritor antes de hacerme mayor. Mi modelo es Christopher Paolini, él empezó a escribir su primera novela —Eragon, que me he leído dos veces— a los quince años.
Pero bueno, estaba contando que he estado en casa, enfermo. No me acuerdo de lo que he soñado esa semana pero lo que es seguro es que no he estado en el parque y eso me ha preocupado un poco.
Al volver a clase, sin embargo, me esperaba una sorpresa: Ginevra se ha dado cuenta de mi ausencia. Cuando nos hemos encontrado, en el aula, antes de la primera clase, me ha dicho: «Ah, por fin has vuelto». Yo he buscado una respuesta ingeniosa, pero lo mejor que se me ha ocurrido ha sido esto: «He tenido gripe, pero ya estoy curado del todo».
Me he puesto un poco nervioso por eso, pero estaba muy contento porque ella, repito, se había dado cuenta de mi ausencia y había sido también la primera que me había dirigido la palabra. Inmediatamente después, sin embargo, Cantoni también me ha dado la bienvenida, a su manera, claro, dándome una colleja.
Cantoni es un imbécil que mide un metro setenta y es cinturón marrón de judo. Me gustaría reaccionar ante sus actos de prepotencia, pero yo mido un metro cincuenta y cinco y, como mucho, podría derrotarle jugando al ping— pong, que se me da bastante bien.
* * *
Esta noche he regresado al parque. He aparecido allí de una forma distinta a la de las otras veces. Estaba echando un sueñe— cito tumbado sobre la hierba, a la sombra de un árbol, cuando Scott se acercó a despertarme.
Sé que suena raro decir que estaba echando un sueñecito mientras soñaba, pero fue así, y no hay mucho más que añadir.
En marcha, jefe, nos están esperando.
Se ha ido muy deprisa y he tenido que correr para alcanzarlo.
—Eh, Scott, espera. Ve más despacio, ¿dónde vamos?
El no me ha contestado y ha seguido trotando.
—¿Quién nos está esperando?
Silencio de nuevo. Estaba empezando a enfadarme y he acelerado el paso para alcanzar a Scott, detenerlo y obligarle a que me diese una respuesta —a fin de cuentas, allí el jefe era yo, ¿no?— cuando he visto un banco en medio del prado. En el banco estaba sentada Ginevra. Scott se ha detenido a unos veinte metros y se ha tumbado en la hierba.
Acércate, jefe, te está esperando.
Me he acercado al banco y Ginevra me ha hecho un gesto para que me sentara a su lado.
—Cantoni es un perfecto imbécil —ha dicho ella.
—No es ningún problema —he dicho yo, como dando a entender que, si quisiera, sabría cómo reaccionar y aniquilar a Cantoni y que, si no lo hago, es solo porque estoy en contra de cualquier tipo de violencia.
—Sabes que tengo novio, ¿verdad?
He asentido con la cabeza.
—¿Y tú? ¿Tienes novia?
—Bueno, he tenido unas cuantas pero ahora prefiero estar solo —he mentido, adoptando el tono de quien no le da mayor importancia al asunto.
—Sí, yo también creo que no voy a durar demasiado con mi novio. Hay otro que me gusta mucho más —ha dicho mirándome directamente a los ojos. He tragado saliva, incapaz de encontrar una sola palabra con que responderle—. ¿A ti te gusta alguna?
—Bueno, sí, hay una chica que me gusta un poco...
—¿Es guapa?
He pensado que tenía que dejarme ya de tonterías y confesarle la verdad, que estaba enamorado de ella y que no teníamos ni un minuto que perder.
Cuando mi madre me ha despertado me ha dicho que no dejaba de repetir en sueños esa frase: no tenemos ni un minuto que perder.
Me ha preguntado qué quería decir con eso. ¿Para qué no teníamos ni un minuto que perder? Me he levantado, he bostezado y le he dicho que estaba soñando con algo, pero que ya se me había olvidado.