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Antonia me cuenta que es psiquiatra. Trabaja en un centro especializado en la asistencia a víctimas de la violencia.
Se me ocurre que cada uno conjura a sus fantasmas como puede. Algunos lo consiguen mejor que otros.
Me dice que muchas veces ha pensado en buscarme. Explica que no me ha dado las gracias.
Gracias. La palabra se me aparece escrita en la cabeza. Es extraño. Hacía tanto que no me ocurría.
Gracias no sólo por haberla salvado de la violación aquella noche.
Gracias por la dignidad.
Tengo la cabeza baja y pienso que no es verdad. Quiero decirle que era un cobarde. Soy un cobarde. Pienso que siempre he tenido miedo. Que lo tendré siempre.
Luego la miro a la cara y me estremezco profundamente. Y comprendo que en cambio, en cierto modo extraño, ella tiene razón.
Entonces no digo nada. Y también ella permanece en silencio. Pero no se va. Pienso que yo también quisiera darle las gracias, pero no soy capaz.
Y así nos quedamos sentados en el bar.
En un silencio incómodo, mientras fuera hace frío.