17
Aquella noche, las cuarenta gotas de novalgina no habían funcionado. El dolor de cabeza se había atenuado, pero permanecería aquella sombra sorda y opresora sobre el ojo y la sien. Aquella sensación bien conocida que, de un momento a otro, podía transformarse en un dolor palpitante e insoportable.
—Señor teniente, ¿puedo entrar?
—Adelante, Cardinale. —Le indicó que se sentara, cogió la cajetilla de cigarrillos, pensando en ese mismo momento que no habría debido fumar con la amenaza del dolor de cabeza, y le ofreció uno. Aquél rehusó con educación.
—No, gracias, señor teniente. Lo he dejado.
—Ah, sí, ya me lo había dicho. ¿De qué quería hablarme?
—Releí los expedientes de todos los casos del... maníaco que estamos buscando.
Chiti se sacó el cigarrillo de los labios sin haberlo encendido. Se inclinó imperceptiblemente hacia el suboficial.
—¿Sí?
—Señor teniente, creo que lo más importante no es dónde ocurrieron los hechos, es decir, las agresiones. Según mi parecer lo más importante es de dónde venían las víctimas.
—¿Qué quiere decir?
—Las jóvenes volvían todas de locales nocturnos, cafés, discotecas. Dos de ellas trabajaban en esos lugares como camareras; cuatro, incluida la de hace dos días, eran clientas habituales.
—¿Cómo sabe que volvían de locales nocturnos?
—Está escrito en los expedientes.
Claro. Estaba escrito en los expedientes y él no se había dado cuenta. Los había leído y releído buscando puntos de semejanza en el modus operandi, en las imprecisas y prácticamente inexistentes descripciones del agresor. No había hecho caso a lo ocurrido antes. Sintió una punzada de envidia por el otro, que había sido más astuto que él.
—Siga.
—Creo que el violador frecuenta estos locales. Mira alrededor, elige la víctima, tal vez entre las jóvenes que no tienen acompañante (se ven esos grupos de mujeres solas), luego cuando sale la sigue y... en fin, hace sus cosas.
—¿Y las jóvenes que trabajan en los locales?
—Es lo mismo, señor teniente. Va al bar, tal vez tarde, mira a la camarera o a la que atiende la barra. Se sienta, bebe, espera. Cuando llega la hora de cerrar, sale. Sigue a la joven si ella no tiene alguno que la acompañe o que vaya a buscarla...
—...y podría también ser que haya ido varias veces al local para elegir la presa, estudiar sus costumbres. Claro. Claro.
En ese momento prendió el cigarrillo, desafiando el dolor de cabeza. Permaneció algunos instantes rumiando aquella idea, oscilando entre la admiración por Cardinale, la envidia por no haberla tenido él y el esfuerzo de sacar a la luz todos los puntos de partida posibles. La ligera y creciente excitación que proporcionaba una pista, o por lo menos una hipótesis válida que por fin aparecía en el horizonte plomizo de aquella investigación.
—¿Las chicas dijeron de qué locales volvían?
—Algunas sí, otras no. Habría que volver a preguntarles a todas. Para ver si notaron a alguien la noche del hecho, o las noches precedentes. Un hombre solo, por ejemplo.
—Claro. Les preguntaremos, incluso empezaremos por la última y sus amigas. Anteayer dijo que eran cuatro. Vamos a buscarlas enseguida. Son las que tienen el recuerdo más fresco.
Apagó el cigarrillo, fumado sólo hasta la mitad.
—¡Excelente, Cardinale! ¡Excelente! Convoquémoslas hoy mismo. Primero Caterina como-se-llame y después de ella preguntamos a sus amigas. Excelente.
Coño, excelente, repitió para sí encendiendo otro cigarrillo cuando el suboficial ya había salido.
El dolor de cabeza había pasado.