12

Chiti estaba sentado en el sillón de costumbre. El del insomnio y el dolor de cabeza. El del despertar de los sueños, o de las pesadillas, del peso fláccido de otro día que estaba a punto de comenzar. Aquel en que la angustia de la locura gruñía con los ojos enrojecidos y aterradores del mastín de los Baskerville, visto tantos años antes, de niño, en una película.

Esa mañana era diferente.

Reinaba una sensación extraña y desconocida de ingravidez mientras las notas de la polonesa N.° 6, la Heroica, se deslizaban casi líquidas en el silencio de la casa desierta. No a bajo volumen, esta vez. Las habitaciones austeras, iguales a aquellos cuartos atemorizantes y vacíos de su infancia, eran inundadas por la música y parecían cobrar vida. Como si fantasmas benévolos se hubieran despertado y se hubieran levantado para descubrir qué pasaba.

Los fotogramas dispersos de aquella noche que estaba a punto de terminar pasaban ante sus ojos como algo que hubiera sucedido a otros. Remoto y extraño.

Sacó del bolsillo el dibujo manoseado y sucio que había conservado durante todos aquellos meses. El espectro al que había perseguido todo aquel tiempo.

Lo miró sin reconocerlo, y pensó que, qué extraño, no le hacía ningún efecto. En él ya no veía nada. Sólo líneas que se enlazaban y se separaban, se condensaban, se cruzaban, se perdían en aquel dibujo ahora carente de vida; en aquella cara ausente y desconocida.

Rompió la hoja, una, dos, tres, cuatro veces hasta que el montoncito de trocitos cortados fue tan pequeño y denso que ya no pudo romperlo más.

Los tiró a la papelera.

Volvió al sillón y pensó por un momento que lo sentía por aquel muchacho. Había recibido una buena paliza y no tenía nada que ver. Al contrario.

Después, incluso ese pensamiento se esfumó. Remoto y extraño.

Pensó que no estaba cansado, que no le dolía la cabeza. Que estaba bien, como no le había ocurrido nunca en la vida, aparte tal vez en la infancia más lejana, cuyas imágenes, sonidos, consistencias, olores están formados por partes iguales con la materia de los recuerdos y la de las fantasías y los sueños.

Luego le invadió un pensamiento doloroso, lancinante y hermosísimo.

Con una sensación de puro vértigo pensó que ahora era libre. Libre de hacer tantas cosas. Libre de irse. Si quisiera.

O también de quedarse. Si quisiera.

Libre.

Fuera, exactamente sobre el mar, frente al cuartel, comenzaba a nacer el día.