17.
En Tolosa contemplé desde el puente del Garona la extensa línea de los Pirineos: debía atravesarlo cuatro años después: los horizontes se suceden lo mismo que nuestros días. Me propusieron si quería ver el cuerpo momificado de la bella Paula, que se guarda en una bóveda: ¡felices los que creen sin ver! Montmorency había sido decapitado en el patio de la casa de ayuntamiento: esta cabeza cortada era demasiado importante, puesto que aun se habla de ella después que tantas otras han sido cortadas posteriormente. No sé si en la historia de los procesos criminales existe un testimonio que haya hecho conocer mejor la identidad de un hombre: «El fuego y el humo de que estaba cubierto, dice Guitaut, me impidieron reconocerle al pronto; pero viendo a un hombre que después de haber roto seis de nuestras filas destrozaba aun los soldados de la séptima, juzgué que no podía ser otro que Montmorency, y me aseguré de ello cuando le vi tendido sobre su caballo muerto.
La iglesia abandonada de Saint-Sernin me admiró por su arquitectura. Esta iglesia es un monumento de la historia de los albigenses, que hace resucitar el poema, tan bien traducido por Mr. Fauziel.
«El valiente joven conde, la luz y el heredero de su padre, la cruz y el acero, entran juntos por una de las puertas. No quedó dentro de las casas una sola joven. Los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, miraban todos al conde como la flor del rosal.»
De la época de Simón de Monfort data la pérdida de la lengua de Oc: «Simón, viéndose señor de tantas tierras, las repartió entre los caballeros franceses y extraños, atque loci leges dedimus:» dicen los ocho obispos y arzobispos signatarios.
Hubiera deseado haber tenido tanto tiempo para tomar noticias en Tolosa de una de las personas que más he admirado; de Cujas, escritor que trabajaba tendido boca abajo y rodeado de sus libros. —No sé si se ha conservado el recuerdo de Susana, su hija, casada dos veces. La constancia no era seguramente su prenda más apreciada, y hacia de ella muy poco caso; y ello es que alimentó a uno de sus maridos con las infidelidades de que murió el otro. Cujas fue protegido por la hija de Francisco I, Pibrac por la hija de Enrique II, dos Margaritas de la sangre de los Valois, favoritas de las musas. Pibrac es célebre por sus cuartetas, traducidas en persa. (Hallábame tal vez alojado en la casa del presidente, su padre), «¡Este buen Mr. de Pibrac, dice Montaigne, tenía un talento tan agudo, sus ideas eran tan sanas, sus costumbres tan pacíficas, su alma estaba en tal desproporción con nuestra corrupción y nuestros disturbios!» y Pibrac hizo la apología de la Saint-Barthelemy. Corría yo sin poderme detener; la suerte me hacía retroceder a 1838 para admirar detalladamente la ciudad de Raimundo de Saint-Gilles, y para hablar de los nuevos conocimientos que he hecho; Mr. de Lavergne, hombre de talento, de genio y de raciocinio, Madlle. Honorina Gasc, futura Malibran. Esta en mi nueva calidad de servidor de Isaura, me recordaba los versos que Chapelle y Bachaument escribían en la isla de Ambijoux, cerca de Tolosa.
Helas! que l'on serait heureux
Dans ce beau lieu digne d‘envie,
Si, toujours aimé de Sylvie,
On povait, toujours amoureux,
Avec elle passer su vie!