16.
Me fue preciso al fin separarme de mi huésped no sin desear al poeta los jardines de Horacio. Hubiera preferido que se inspirase a orillas de la cascada de Tibur a verle recoger el trigo pulverizado por la rueda sobre aquella cascada. Verdad es que Sófocles era quizá un herrero en Atenas, y que Plauto en Roma anunciaba a Revoul en Nimes.
Entre Nimes y Montpellier dejé, a mi izquierda a Aigues Mortes, que visité en 1838. Esta ciudad que se conserva aun entera, se parece a un navío de alto bordo encallado en la arena donde le dejaron San Luis, el tiempo y la mar. El Santo Rey concedió usos y estatutos particulares a la ciudad de Aigues Mortes: «Quiere el rey que la cárcel sea de tal modo, que sirva no para el exterminio de la persona sino para su custodia; que no se haga ninguna información por palabras injuriosas; que no se trate de «indagar delitos de adulterio sino en ciertos casos, y que el violador de una virgen, volente vel nolente, no pierda la vida ni ninguno de sus miembros, sed alio modo puniatur.»
En Montpellier volví a ver el mar a quien de buena gana hubiera escrito lo que el rey cristianísimo a la confederación suiza: Mi fiel aliada y grande amiga. Escaligero hubiera deseado hacer de Montpellier el nido de su vejez. Esta ciudad tomó su nombre de dos santas vírgenes, Mors puellarum: de aquí la belleza de sus mujeres. Montpellier cayendo ante el cardenal de Richelieu, vio morir la constitución aristocrática de la Francia.
Durante el camino de Montpellier a Narbona tuve un momento en que volví a verme asaltado de ilusiones. Hubiera olvidado esto sino lo hubiese consignado en un pequeño diario el día de mi crisis, la única nota que yo he encontrado de aquel tiempo para ayudar mi memoria. Por esta vez fue un terreno árido, cubierto de vegetales, lo que me hizo olvidar el resto del mundo; mi vista se deslizaba en aquel mar de tallos purpúreos, y solo era detenido a lo lejos por la azulada cordillera de Cantal. En la naturaleza, exceptuando el cielo, el Océano y el sol, no son por lo regular tan grandes cosas las que me ilusionan más: estas me producen únicamente una sensación de grandeza que pone mi pequeñez abismada y no consolada a los pies de Dios. Pero una flor cogida al acaso, una corriente de agua que se desliza por entre juncos; un pájaro que va volando y que se detiene delante de mí, me llevan insensiblemente a toda clase de ilusiones. ¿No vale más enternecerse sin saber por qué, que buscar en la vida sensaciones emboladas y entibiadas por su repetición y por su número? Hoy todo se ha gastado, sin exceptuar el dolor.
En Narbona vi el canal de los Dos-Mares. Corneille, preconizando esta obra, acumula su grandeza a la de Luis XIV:
La Garonne et le Tarn, en leurs grottes profondes,
Soupiraient de longtemps pour marier leurs ondes,
Et faire ainsi couler par un heureux penchant
Le trésors de laurore aux rives du couchant.
Mais á des vaeux si doux á de flammes si belles,
La nature, attachée a des lois eternelles,
Pour obstacle invencible opposait fierement
Des monts et de rochers l‘affreux euchainement.
France, son grand Roi parle, et ces rochers se fendent,
La terre ouvre son sein, les plus hauts monts descenden. Tout céde...