Era difícil comprender algunas páginas de las Confesiones, una vez conocido el objeto de los desvaríos de Rousseau: había conservado Mme. de Houdetot las cartas que Juan Jacobo le escribía, y que al decir de éste eran más ardientes que las de la Nueva Eloísa. Créese que se había sacrificado a Saint-Lambert.
Después de ochenta años, Mme. de Houdetot exclamaba aun en agradables versos:
Et l’amour me consolé!
Rien he pourra me consoler de lui