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Mas tarde el amante de Laura invita a Urbano V a trasladarse a Roma: «¿Qué responderéis a San Pedro, exclama elocuentemente, cuando os diga, qué hay en Roma? ¿En qué estado se halla mi templo, mi tumba y mi pueblo? ¿No respondéis nada? ¿De dónde venís? ¿Habéis habitado las orillas del Ródano? Allí nacisteis, decís; y yo ¿no he nacido en Galilea?»
Siglo fecundo, joven, sensible, cuya admiración conmueve; siglo que obedece a la lira de un gran poeta, como a la ley de un legislador! A Petrarca es a quien debemos la vuelta del soberano pontífice al Vaticano; es su voz la que ha hecho nacer a Rafael y salir de la tierra la cúpula de Miguel Ángel.
De vuelta a Aviñón, busqué el palacio de los papas y me enseñaron la Nevera: la revolución se apoderó de los lugares célebres; los recuerdos del pasado se vieron obligados a mudar de forma y a reverdecer sobre osamentas. ¡Ay! los gemidos de las víctimas mueren inmediatamente después de ellas; apenas un eco débil les hace sobrevivir un momento, cuando se apaga la voz con que exhalan el postrer suspiro. Pero mientras que el grito del dolor espiraba en las márgenes del Ródano, se oían en lontananza los sonidos del laúd del Petrarca; una canzone solitaria escapada de la tumba continuaba encantando a Vauclusa con una melancolía inmortal unas veces y otras con amorosas quejas.
Alaino Charlien vino de Bayeux para hacerse enterrar en Aviñón, en la iglesia de San Antonio. Había escrito la Belle Dame Sans Mercy, y el beso de Margarita de Escocia fe hizo vivir.
De Aviñón pasé a Marsella. ¡Qué puede desear una ciudad a quien Cicerón dirige estas palabras, cuyo giro oratorio imitó Bossuet «Yo no te olvidaré, Marsella, ciudad tan eminentemente virtuosa que la mayor parte de las naciones deben rendirte homenaje, y hasta la Grecia misma no debe compararse contigo. (Pro L. Flacco.) Tácito en la Vida de Agrícola, alaba también a Marsella por unir la cortesanía griega o la economía de las provincias latinas. Hija de la Helenia, maestra de la Gaula, celebrada por Cicerón, tomada por César, ¿no reunía bastante gloria? Me apresuré a subir a Nuestra Señora de la Guarda para admirar el mar que bordean con sus ruinas las risueñas costas de todos los países famosos de la antigüedad.
El mar que no avanza es el origen de la mitología, como el Océano que tiene dos oscilaciones cada día es el abismo a quien ha dicho Jehová «No pasarás más adelante.»
Este mismo año de 1838 he vuelto a subir a esa cima, he vuelto a ver ese mar tan conocido hoy para mí y a cuyo extremo se elevaron la cruz y la tumba victoriosas. El mistral soplaba con fuerza, entré en el fuerte edificado por Francisco l, donde ya no velaba un veterano del ejército de Egipto, pero donde en su lugar había un conscripto destinado a Argel, perdido bajo aquellas oscuras bóvedas. Reinaba el silencio en la capilla restaurada, mientras que el viento silbaba en lo exterior. El cántico de los marineros a Nuestra Señora del Buen Socorro se me venía a la imaginación: ya sabéis como y cuando os he citado esta súplica de mis primeros días en el Océano:
Je met ma confiance
Vierge, en votre secour; etc.