32

 

 

 

 

Tras una audiencia en la Corte Suprema de la ciudad de Nueva York, Damien se encontraba conversando en los pasillos con algunos miembros de su equipo en la fiscalía cuando la vio ir hacia él. A pesar de su negativa para que volviesen a estar juntos, cosa que no había sucedido tras las fotos aparecidas en la prensa, Jane no desistía de su acoso y buscaba cualquier oportunidad para acercársele, pero él, constantemente, se encargaba de rechazarla.

Jane Hart los saludó a todos y luego, con un tono desinteresado, le preguntó a Lake:

—Damien, ¿ya te vas?

—Sí, justo estaba haciéndolo.

—Qué suerte que te encuentro, entonces. Iba a coger un taxi porque estoy sin el coche, ¿serías tan amable de llevarme hasta la oficina del comisionado?

—Claro, cómo no.

Los demás se despidieron y ellos continuaron caminando en dirección a la salida.

Damien sonrió con beneplácito; había accedido por puro compromiso, puesto que el trayecto no era muy largo y no tendría que soportarla demasiado.

—Gracias por hacerme el favor. Más allá de lo que tuvimos, he pensado que tal vez...

«Nunca tuvimos nada —pensó él—, sólo nos revolcábamos, pero por suerte eso se acabó.»

Jane continuaba hablando mientras se metían en el automóvil y luego Lake lo ponía en marcha.

—... sería bueno que, al menos, intentásemos ser amigos; tal vez salir a cenar o a tomar algo después del trabajo...

—Jane —Damien ladeó la cabeza y la miró hastiado—: sabes que no tengo amigas y, además, en la última salida, la prensa se encargó de insinuar que tú y yo teníamos algo que no era cierto. Soy un caballero y no ensuciaré tu nombre ni el de tu padre con habladurías.

—Un tigre jamás pierde el sueño por la opinión de las ovejas. ¿Desde cuándo te has vuelto tan remilgado?

—Desde que tú te encargaste de llamar a un fotógrafo para retratar algo que no era. Dejémonos de tanto disimulo, que efectivamente sabes que no es mi estilo.

—No sé de dónde sacas eso. Me ofendes, jamás revelaría a la prensa datos que pusieran en tela de juicio la reputación del juzgado de mi padre.

Él emitió una risa muda y socarrona mientras agitaba la cabeza.

—¿Salimos a cenar?

—Lo siento, no puedo.

—Sólo estoy proponiéndote un poco de diversión, pero te niegas sistemáticamente a que volvamos a salir. Prometo comportarme y no acosarte en público. —Ella rio insolente.

—Lo cierto es que salgo muy poco; ando bastante liado con el trabajo, ya sabes, ahora con el nombramiento en la fiscalía tengo más responsabilidades, y tampoco puedo desatender el bufete. El tiempo de las vacas gordas no dura para siempre y, cuando llega, hay que saber aprovecharlo. Últimamente no hay diferencia entre mis días laborables y los de descanso; mis semanas no tienen principio ni final.

—No es bueno trabajar tanto. Se dice por ahí que te has vuelto aburrido; deberías poner remedio a eso, todos comentan que estás fuera de las ligas mayores, Damien.

—Me tiene sin cuidado lo que diga la gente. —Se encogió de hombros—. Además, según tu consejo, acabas de decirme que no debería importarme el qué dirán.

—Eres exasperante. Vamos. D, siempre tuviste una muy buena reputación entre las mujeres. ¿Qué te está pasando? —le preguntó mientras acariciaba su entrepierna de forma sugestiva.

—Estoy harto de esa vida, estoy en otra etapa. —Damien cambió de marcha y luego agarró su mano y la apartó de su bragueta.

—Eres asistente del fiscal y sigues siendo un reconocido y exitoso abogado, aunque estés en un proceso de recesión en la actividad privada, ¿o estoy equivocada y te has dedicado al celibato?

—Estoy dedicado a mi carrera.

 

 

El tiempo transcurría profano; ya hacía una semana que estaba instalada en casa de Amber y aún no había encontrado un apartamento que la convenciera para mudarse. Iba en el autobús, admirando el cambio de color en el follaje de los árboles con la llegada del otoño y observando asimismo cómo las calles de Manhattan se preparaban para el gran desfile, que se celebraba cada año en la Quinta Avenida y que era conocido mundialmente como el Columbus Day, un día de respeto a la diversidad cultural y que celebraba la herencia hispana. Continuó el viaje ensimismada en el paisaje.

Muy próxima a su destino, percibió la vibración de su teléfono en el bolsillo de su abrigo y, después de mirar la pantalla, atendió la llamada de su amiga.

—¿Por qué eres tan orgullosa? No entiendo por qué no utilizas mi camioneta para ir a trabajar.

—Precisamente porque me conoces; no sé para qué te empeñas en discutir conmigo cada día. Te he dicho que viajo bien en el autobús, ¿por qué no dejas de insistir?

—No sé de qué me asombro, eres tan testaruda...

—Tengo que colgar, Amber, ya debo bajar. Nos vemos por la noche.

—Adiós, cariño, que tengas un buen día; cuídate.

—Gracias, igualmente.

 

 

Entretanto, Lake estaba arrepentido de no haber buscado una excusa para no tener que soportarla. Deseó que, de una vez por todas, Jane Hart comprendiera que los cuestionamientos no iban con él. Se lo había dicho miles de veces, pero ella no quería entenderlo. En el fondo él era el único culpable, pues la había acostumbrado a dejarla satisfecha accediendo a revolcarse con ella, y ahora, simplemente, no se conformaba con el rechazo.

El asfalto estaba resbaladizo porque la lluvia había caído copiosa durante toda la mañana. La tradicional marea amarilla de taxis en Nueva York, como de costumbre, inundaba las calles de Manhattan, ralentizándolo todo. Harto de escuchar una conversación que no le interesaba lo más mínimo, se distrajo con una cabellera rubia que le recordó a la de Adriel y casi se pasa un semáforo en rojo.

 

 

Adriel continuó sosteniendo su móvil en la mano y volvió a colocarse los auriculares del iPod que asomaban de su bolso; últimamente le había dado por escuchar canciones que acentuaban aún más la melancolía que por esos días arrastraba. Cuando bajó del autobús, se ajustó la bufanda, también la chaqueta de cachemir, y se encasquetó más el gorro de lana que llevaba puesto. Caminaba distraída, enfrascada en la letra de la canción de Jesse & Joy, La de la mala suerte.[32] Llegó a la intersección de las calles Spruce y Gold, donde se detuvo a esperar en el paso de peatones. En cuanto el semáforo le anunció que podía avanzar, cruzó la calle.

Un fuerte chirrido de neumáticos la sacó de su abstracción y el efecto sorpresa le quitó todo poder de reacción. El conductor se había distraído con el cambio de luces y había tenido que frenar de golpe para no atropellarla. Debido a que el pavimento aún se encontraba muy resbaladizo, el coche no se paró de inmediato, y provocó un agudo chillido de las ruedas que fue absorbido por el alarido que emitió Adriel. El pecho se le insufló, y el corazón le latía tan fuerte que le retumbaba en los oídos.

Estremecida, muerta de miedo por lo que pudo haberle pasado, se frenó de golpe y miró hacia el coche que casi la había atropellado.

Todo sucedió en escasos segundos, aunque todo pareció una verdadera eternidad. Lo reconoció de inmediato y lo primero que percibió fue una sequedad en la boca, sin lograr conseguir salir del estupor; impulsada por el desconcierto, permanecía de pie en medio de la calle, sin moverse. Él, por su parte, no había sido ajeno al pasmo que el momento le había producido; la había reconocido con tan sólo mirarle el cabello. Damien la estudiaba sin disimulo, era tan hermosa que su belleza lo devastaba. Prestó atención a lo desmejorado de su estado... sus piernas, en esos pantalones de piel marrón, se veían muy delgadas, y unas profusas ojeras se acentuaban alrededor de sus ojos, desluciendo el aguamarina de sus iris. Además, se había puesto tan pálida por el susto que hasta los labios habían perdido su tonalidad rosada, acentuándole más los círculos violáceos alrededor de sus enormes ojos. La culpa lo había dejado sin aliento. Por un instante temió que ella creyera que le había tirado el coche encima a propósito y hasta pensó en disculparse; se aferró al volante de su Cadillac CTS y la intensidad con que la miraba podía traspasarla.

Continuaron observándose en silencio, parecían incapaces de no seguir haciéndolo.

Sacándola del trance en el que se encontraba, sintió unas manos que la sostenían por la cintura y unos labios que se acercaban para dejarle un cálido beso en la parte de atrás del lóbulo de la oreja.

Greg había trotado unos metros cuando la divisó cruzando y se había apresurado para alcanzarla. El saludo la sacó por completo del hechizo en el que los ojos de Damien la habían sumergido, y fue entonces cuando vio con quién iba Lake de acompañante. Jane Hart le acariciaba la nuca. Un fuerte escozor invadió su estómago, a la vez que la cantante, como burlándose del momento, canturreaba en sus oídos.

Sin saber de dónde sacó fuerzas, ladeó la cabeza para que Damien no descubriera su desazón. Se centró en Greg, intentando empaparse de su mirada avellanada que le regalaba ternura y sosiego; se centró en su gran sonrisa y, haciendo un gran esfuerzo, le devolvió una bastante deslucida. Baker había tomado la decisión de empezar a caminar por los dos, conminándola a que continuara avanzando. Adriel se quitó los auriculares.

—Te vi mientras aparcaba el coche y me apresuré para alcanzarte.

—Hola, Greg; no sabía que hoy tenías este horario.

—En realidad, no lo tenía: cambié mi turno con un compañero que necesitaba la mañana —le explicó mientras seguían andando; cogió su mano y se la besó.

—Gracias por sacarme del medio de la calle; me había quedado allí clavada, sin capacidad de reacción. Siempre estás cuando te necesito, parece increíble.

—Podría estar de otra forma a tu lado, si me lo permitieras. Lo cierto es que pensé en increpar al tipo por su imprudencia, pero, cuando vi de quién se trataba, comprendí que no valía la pena, no quise que pasaras un mal rato.

—Yo también creo que ha sido lo mejor, gracias.

Greg se dio cuenta del momento en el que el tráfico se puso en marcha, así que, a propósito, se detuvo frente a ella y, cogiéndola con ambas manos del rostro, le dejó un beso en la mejilla; por supuesto que, desde la posición de Lake, era imposible ver dónde se lo había dado. Baker estaba convencido de que continuaba mirándolos.

 

 

Nada lo había preparado para el encuentro, nada le había advertido de que podrían cruzarse, y se vio, de pronto, invadido por un desbarajuste de emociones que casi lo hicieron saltar del coche, para sostenerla de los hombros y comprobar por sí mismo que en verdad estaba bien. De repente, revivieron en su cuerpo cada una de las sensaciones que tanto extrañaba, abriendo una herida profunda en su pecho que parecía que jamás iba a dejar de drenar, pero entonces había aparecido Greg Baker y se la había llevado, provocando en él un desafuero incontenible de sentimientos contradictorios. Habría querido poder reclamarla como suya, habría querido poder ser él quien la cobijara entre sus brazos y la tranquilizara; asimismo, saber que ella lo había apartado a un lado con tanta facilidad lo sumergía en un abismo de rencor y de dolor.

—¿Me estás oyendo, Damien?

—Perdona, estaba distraído.

—Estás muy tenso, déjame hacer algo por ti. —Jane continuaba acariciándole la nuca mientras le hablaba de forma sexy.

—Todavía me queda el resto del día por delante, y un sinfín de asuntos pendientes antes de llegar a casa y darme una ducha; eso, sin duda, es lo que necesito para relajarme de todas las tensiones.

Ella lo miró de lado, decidiendo que era tiempo de hacerle entender que, aunque nunca había hecho referencia a esa chica, sabía muy bien por qué se mostraba tan amargado.

—¿Cuándo vas a comprender que se terminó todo con ella? ¿Cuándo vas a enterarte de que ella no es tuya?

—¿Y tú cuándo vas a enterarte de que no quiero nada contigo?

—No seas tonto, D; soy la única que soporta tus desprecios sin quejarse. Si me dieras la oportunidad, podría demostrarte que mi amor es tan grande que puede ser suficiente para los dos. Seguiré esperando hasta que te des cuenta de que estamos hechos el uno para el otro.

Él se rio, sarcástico.

«Tú y yo no tenemos nada en común, ni siquiera la cama que de vez en cuando compartíamos.»

—Ya hemos llegado a tu destino, Jane.

Ella desprendió su cinturón de seguridad y, antes de bajarse, se dio la vuelta; cogiéndolo por sorpresa de la nuca, lo besó; lo tentó con sus labios y su lengua, pero él permaneció inmutable aferrado al volante, sin darle paso a su boca. Hart se apartó, lo miró y le dijo antes de bajar:

—Ella ya eligió, y no te eligió a ti.

—Eso a ti no te incumbe.

—Te equivocas, todo lo que tiene que ver contigo me incumbe.

—¿Puedes bajarte de mi coche, Jane? Tengo prisa y ya me has hecho desviar lo suficiente de mi camino.

Cuando Damien desapareció de su campo visual, paró un taxi y regresó a los juzgados. Ir a la oficina del comisionado sólo había sido una treta para llevar a Damien hasta allí. Durante el trayecto, sacó su móvil para hacer una llamada.

—¿Por qué has tardado tanto? Casi no nos cruzamos —le reprochó—; te avisé en el momento en que me informaron de que ella bajaba del autobús y te hice sonar el teléfono cuando cogimos esa calle.

—¿Puedes calmarte, Hart? Todo ha salido mucho mejor de lo planeado. Lake frenó su coche a escasa distancia de ella y no tuviste que esmerarte para que nos viera... y, lo que es aún mejor, ella también os ha visto juntos. Ha sido como para grabarlo, como se le cayó la mandíbula a Lake cuando me vio aparecer y sujetarla por la cintura.

—Podrías haber sido más convincente con los besos, Baker.

—¿Qué querías?, ¿que Adriel me diera una bofetada y se arruinara todo? Además, en medio de la calle y en movimiento, no había mucho más por hacer.

—Lo que tienes que conseguir es que ella te vuelva a aceptar.

—Socia, eso es lo mismo que tienes que hacer tú con él.

—Te llamo durante la semana para planear el siguiente encuentro.

—Estaré esperando tu llamada.

 

 

—¿Qué te pasa, Adriel? Has estado todo el día muy callada.

Margaret y la doctora caminaban para ir a coger el autobús; estaban abandonando el hospital al terminar el día.

—Mi vida es una continua montaña rusa. No vas a creer lo que me ha pasado esta mañana cuando cruzaba la calle.

—¿Qué te ha ocurrido?

—He bajado del bus y, cuando el semáforo me ha dado paso, he cruzado... y un coche ha frenado a punto de atropellarme; cuando he mirado para encarar al que conducía y soltarle una retahíla de insultos, he visto que era Damien.

—Vaya casualidad... ¿Te ha tirado el coche encima?

—No, no puedo ni siquiera pensar eso. Él estaba tan impactado como yo, pude advertirlo en su rostro; creo que se distrajo y no vio el cambio de luz.

—¿Habéis hablado?

—Muy oportunamente llegó Greg, que es un santo y siempre está cuando lo necesito. ¿A que no sabes con quién iba Damien de acompañante?

—No me lo digas, no hace falta —chasqueó la lengua—: esa harpía.

Adriel luchó contra las ganas de llorar casi hasta conseguirlo, pero las lágrimas, extraordinariamente, cobraron vigor en el nudo que había tenido durante todo el día en la garganta. Se odiaba por seguir albergando sentimientos por él, cuando era más que obvio que él nunca había sentido nada. Mientras intentaba reprimir las ganas de llorar, su cuerpo comenzó a temblar, hasta que por fin la vista se le aguó y su resistencia se derrumbó. Margaret la abrazó para consolarla, la sostuvo con paciencia y luego le propuso:

—Vayamos a mi casa. Si pierdo el bus, llegaré tarde y, en consecuencia, Jensen llegará tarde a su trabajo.

—No te preocupes, te juro que estaré bien.

—No estás bien Adriel, ¿a quién quieres engañar?

—Ahora se me pasa. Quiero llegar a casa de Amber, darme un baño, comer algo y acostarme. Voy a estar bien, de verdad: sólo necesitaba desahogarme y, como sabes, con Amber no puedo... siempre te uso de paño de lágrimas, perdona.

—No seas tonta, sabes que te adoro.

 

 

La planta que ocupaba Lake & Associates estaba casi en silencio. Presentía que todos, o casi todos, ya se habían ido. Como aún no tenía intenciones de regresar a su casa, se quitó la corbata, se desabrochó el chaleco, arremangó las mangas de su camisa y se sirvió un vodka. Luego apagó todas las luces y se repantingó en el sofá de su despacho, apoyando los pies en la mesa baja. Estaba agotado, con tantos problemas y cosas que atender. El remate de ese día lo había constituido la llamada de su padre anunciándole que quería presentarle a la mujer que estaba con él. Intentó hacer memoria de cómo se llamaba, pero no pudo; en realidad ni siquiera recordaba si Christopher se lo había dicho. Lo cierto era que, cuando habían hablado, tenía tantas cosas en la cabeza que lo había escuchado a medias; lo único que recordaba era que la semana próxima deberían almorzar todos juntos en casa de esa mujer. No estaba de humor para eso, pero cómo negarse, si su padre nunca había vuelto a casarse y era la primera vez que le pedía presentarle a alguien. Él tenía derecho a ser feliz, tenía derecho a dejarlo todo atrás; es más, hacía tiempo que debería haberlo hecho. Entre lo que recordaba que habían hablado, su padre le había manifestado que por fin había llegado la mujer adecuada que se había encargado de sanar su corazón y que, aunque estaba mayor, a su lado se sentía de nuevo como un adolescente, que el amor de ella lo había rejuvenecido. Damien sonrió; se sintió feliz por él; no podía ser egoísta, aunque su vida fuera un completo caos.

Miró a su alrededor y no supo qué hacía allí. Ningún lugar parecía ser el adecuado para él, pero necesitaba un poco de paz; por consiguiente, ir a su apartamento no representaba una buena opción para hallarla, pues en él los recuerdos terminarían por invadir su resquebrajado humor y estaba seguro de que se sentiría más agobiado todavía. Decidió quedarse un rato más, tomó el mando a distancia y encendió el equipo de sonido. Escuchaba Take me away,[33] de Lifehouse. La letra de la canción lo hizo recordar los sucesos de la mañana, desde la expresión de Adriel al descubrirlo dentro del coche hasta cuando vio quién estaba a su lado; también rememoró la mano de Baker reclamándola como suya y apretándola contra su cuerpo; lo envidió tanto...

Respiró hondo y rebuscó en su mente la sonrisa de Adriel cuando ellos eran felices juntos. Sin poder contenerse, cogió su móvil, buscó su número y la llamó.

—Hola... hola... —se conformaba con escuchar su voz para aquietar su alma—. Greg, ¿eres tú, Greg?

Escuchar ese nombre lo ahondó más en su pésimo estado de ánimo. Se puso de pie y lo apagó todo, se echó al hombro su chaqueta y cogió su maletín. Dispuesto a salir de su despacho, abrió la puerta y se detuvo de pronto cuando se encontró de frente con Richard, que estaba por golpear allí. Se estudiaron en franco desconcierto; aunque trabajaban juntos, en el último tiempo casi no se hablaban, al menos no con la familiaridad y la complicidad con que solían hacerlo antes. Al parecer algo se había roto entre ellos, y ahora tan sólo lo hacían por asuntos de trabajo.

—¿Ya te vas?

—Estaba por hacerlo, pero pasa... tomemos algo, no sabía que aún estabas aquí.

—Yo también estaba a punto de irme, pero oí que había música en tu despacho; no te hacía oyendo canciones tan melodiosas.

—Intentaba encontrar un poco de paz y relajarme.

—Esa canción era más bien para darte de cabezazos contra la pared.

Damien se encogió de hombros; ambos abrigaron la intención de recuperar el tiempo perdido entre ellos.

—¿Qué quieres tomar?

—Sírveme un whisky.

Él también se sirvió uno, y se sentaron ambos en el sofá.

—No te ves bien.

—Tú tampoco. Lamento haberte jodido la vida como lo hice; te juro que no fue mi intención, Rich.

—Olvídalo. Sin duda yo no era tan importante para ella; si no, en algún momento me hubiera escuchado.

—Hoy la vi.

—¿A Amber?

—No, a Adriel; sale con Baker. —Richard frunció la boca—. Sabes, yo... nunca te lo he comentado, pero esa orden la firmé sin saber lo que firmaba; fue la semana que regresé después de mi accidente. Confié en Karina; me dijo que lo había revisado todo. No la culpo, pues ella en ese momento no sabía de mi relación con Adriel; estaba hasta arriba de papeles y sólo quería terminar con todo cuanto antes, no había dejado de pensar en ella durante todo el día. —Se rio sin ganas—. ¿Qué ironía, no?

—¿Y por qué seguiste adelante con todo?

—Por orgullo, por celos, para castigarla por no creer en mí. Sé que puedo confiar en ti —hizo una pausa y continuó—. Ese día fui a verla para aclararlo todo, ésa fue mi primera intención, pero la encontré en sus brazos: Baker la besaba y ella se dejaba; lo abrazaba y se refugiaba en él.

—Mierda, ¿me estás vacilando? ¿Estás seguro de lo que viste?

—A la semana fui a su casa de nuevo y él llegó; cargaba unos paquetes, se notaba que había pasado por una tienda de comida para llevar y pensaba cenar con ella.

—No puedo creerlo.

—Es como te digo. Esta mañana volví a verlos juntos; es obvio que continúan su relación; la cogió por la cintura en actitud protectora, luego enmarcó su rostro y también se besaron.

—Siento mucho haberte juzgado mal; yo... no sé qué decirte. Te pido disculpas.

—No te preocupes —se encogió de hombros—. Tal vez fue mejor así; sabes que, de todas formas, no hubiésemos podido continuar. Pero, si te dijese que no me afectó lo que pasó, te mentiría. Creo que sentía algo importante por ella, y me cogió con la guardia baja, pero, al menos, de esta manera, no me siento tan hijo de mala madre.

—Exento de culpa y cargo.

—Algo así, aunque no del todo. Me arrepiento de haberla despojado de la totalidad de sus bienes; no le dejé opción, la acorralé. Estaba muy cabreado y simplemente pensaba en vengarme; no podía tolerar que me hubiese cambiado por el idiota ese... Sé que no fue ético lo que hice, que me aproveché de su situación, pero no pude evitarlo.

—A veces uno se deja llevar por el rencor y se ofusca. ¿La sigues queriendo?

—Sí, Richard.

MacQuoid silbó ante la categórica afirmación de su amigo.

—Nunca creí que lo reconocerías.

—Sé que nunca va a ser igual que con ella. He tenido muchas mujeres, pero ninguna se metió bajo mi piel como Adriel.

—Te entiendo perfectamente.

—¿Extrañas a Kipling?

—Muchísimo, pero, como te dije, evidentemente no sentíamos lo mismo.

—Llámala, recupérala; tú puedes hacerlo.

—Me he cansado de intentarlo. Hablar con ella es como chocarte de frente contra un muro de contención; es casi tan obstinada como tú.

Ambos se rieron.

—Somos tu karma, amigo.

—Tengo una suerte, yo...

—Tal vez pueda echarte una mano.

—Nooo, ni lo sueñes. Tú mejor no intervengas; sencillamente, si tú intercedes, me hundiré en el fondo del océano.

—Lo que estoy pensando tiene que ver con devolverle la casa y el coche a Adriel, pero solo no puedo hacerlo.

—¿No fue ese el pago por la demanda? ¿Cómo piensas recuperarlos?

—Yo le he dado el efectivo a la familia Artenton; la casa y el coche están en mi poder.

—¡No jodas!

Lake asintió con la cabeza.

—¿Vas a ayudarme?

—¿Cómo se supone que puedo hacerlo? Jamás aceptará que se los devuelvas.

—A mí no me los aceptará, pero... ¿qué tal si quien se los devuelve eres tú?

Richard se acomodó en el sillón y se aflojó la corbata para estar más cómodo, mientras Damien le explicaba el plan.

—¿Estás seguro de que quieres hacer eso?

—Totalmente seguro. Además, sería una buena forma para que limpiaras tu imagen con Kipling; déjame arreglar eso también.

—Te ayudaré, pero lo haré por ti.

Chocaron las manos, sellando el trato.