25
Entrada la madrugada, por fin consiguió dormirse. Había llorado durante todo el trayecto de regreso a su casa y así había continuado durante horas. Además, y como si fuera poco el sufrimiento que sentía, las pesadillas habían regresado esa noche. Nada parecía funcionar para alejar tantos malos momentos; por más que estaba abrazada a las almohadas que tantas veces le habían servido de compañía, como si fueran una tabla de madera flotando en el mar de sus sufrimientos, continuaba sintiéndose insegura, acechada, desvalida.
Se levantó de la cama y por el camino fue encendiendo una a una las luces a medida que avanzaba. El temor nuevamente se había apoderado de ella, y el miedo por los sueños tan nítidos que había tenido no la abandonaba. Su cuerpo temblaba como si fuera una rama a la que mecía un fuerte ventarrón.
Odiaba que sus inseguridades regresaran, odiaba no tener dominio de su mente. Fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua que bebió sin parar.
«No merezco tanto dolor, no merezco tanta desconsideración por tu parte. ¿Por qué, al menos, si te cansaste de mí, no terminaste las cosas como correspondía? Es obvio que has vuelto a ser quien eras, o tal vez nunca has dejado de serlo. Te di mi corazón, Damien, compartí contigo mis más aterradores secretos, te entregué mi alma y puse en tus manos mis sentimientos.»
—No puedo creer lo que me has hecho —expresó sin aliento, cerrando el hilo de sus agobiantes pensamientos.
No durmió casi nada; sin embargo, sabía que no podía seguir tumbada en la cama lamentándose, debía moverse y empezar a actuar en consecuencia a todo lo que debería enfrentar. Se vistió sencilla, con un vestido largo de tirillas con un estampado muy veraniego de flores, se puso unas gafas oscuras, tomó la copia de la hoja de anamnesis, también la copia de la solicitud formal que había cursado el estudio de abogados de Damien, y salió a coger el toro por los cuernos.
Al llegar a la casa de Amber, tocó el timbre varias veces hasta que su amiga, adormilada, contestó.
—So-s-s-soy A-a-a-adriel.
—Oh, Dios, ¿qué te pasa? Sube.
En cuanto Kipling le abrió la puerta, se lanzó a ella en busca de un abrazo.
—¿Qué ocurre, Adriel? Tranquilízate, respiremos juntas y céntrate en las palabras, no hay razón suficiente que te vuelva a hacer tartamudear.
—N-n-n-no. P-p-pero t-t-t-tenías razón; debí escucharte, debí hacerlo.
—Mierda, ¡te lo dije! ¿Qué te ha hecho? Mejor no me lo digas, porque no respondo de mí. ¡Aaah, ese malnacido...! Mejor cuéntamelo, Adriel, quiero saberlo todo. ¿Qué cojones te ha hecho? Ven conmigo, entremos. —Amber se ajustó la bata de seda que le cubría hasta la mitad de los muslos y continuó diciéndole—: Tranquilízate; vamos a la cocina, así bebes un poco de agua y te calmas. Mira cómo estás, tienes los ojos hinchados y enrojecidos, apuesto a que has llorado durante toda la noche. ¿Por qué no me llamaste?
—N-n-n-necesitaba llorar mucho, y t-t-t-tú no me lo ibas a permitir.
Entraron abrazadas; Amber la acogía, pegándola a su cuerpo, y le besaba el pelo. Adriel no podía dejar de llorar; había perdido el dominio que la había llevado hasta allí y ahora estaba desconsolada de nuevo.
Se sentaron en la mesa de la cocina. Su amiga, paciente, le dio tiempo para que se desahogara; dejó que se relajara y la ayudó a respirar con el diafragma. Cuando estuvo apenas más calmada, comenzó a interrogarla.
—Tranquila, visualiza las palabras antes de hablar; tú puedes hacerlo, nada puede impedírtelo.
Adriel había dejado de tartamudear y entonces buscó en su bolso y le entregó la documentación; Amber leyó rápidamente, entendiéndolo todo.
—¿Qué posibilidades hay de que se pueda desestimar esta posible demanda? —le preguntó Kipling.
—Ninguna. Me salté protocolos, tomé malas decisiones, apoyé un tratamiento que no era el correcto... Estaba agotada; ese día hice doble turno porque faltó mi reemplazo. Sé que no es justificación... me apenó mucho no haber podido salvarlo, sabes lo que me cuesta aceptar la muerte de cualquier persona.
—Puta mierda, nena. Basta, no te mortifiques más. Sé que no existió premeditación alguna, pero... estoy que me lleva el diablo. Lake es un maldito hijo de puta... ¡Te lo dije!, ¡te lo advertí! Si me hubieras hecho caso, ahora el sufrimiento sería menor. ¿Tu seguro de trabajo?
—No lo he pagado; tenía que pasar mis números de cuenta cuando vencieron mis tarjetas y me olvidé de hacerlo.
Se puso en pie, estaba enajenada.
—¡Me va a escuchar ahora mismo!
—¿Adónde vas?
Adriel abrió mucho los ojos.
—Richard me va a oír; ese idiota también es parte de ese bufete de abogados, quiero que ya mismo se vaya de esta casa.
—Amber, Richard no tiene la culpa de lo que hace Damien.
—Sí, por supuesto que sí; por lo visto se ha convertido en un buitre, igual que él.
Amber no la escuchó siquiera y Adriel supo que detenerla sería imposible, así que la dejó ir. Estaba furiosa. La abogada subió la escalera y entró en su dormitorio pegando gritos.
—Vete ahora mismo de mi casa, mueve tu culo de mi cama.
—¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? Todavía tienes el descaro de preguntármelo. ¿En serio preguntas qué mierda me pasa?
—A menos que te hayas vuelto loca, no sé lo que te ocurre.
—Me pasa que apestas tanto como tu amiguito. Por lo visto entrar como socio en ese despacho de buitres te ha convertido en uno tan falto de escrúpulos y tan ambicioso como él. Me pasa que eres un maldito sin principios, al igual que Lake. Joder, Richard, ¡qué desilusión!
—¿Puedes calmarte y explicarme a qué viene esto? Porque, sinceramente, no tengo ni la más putísima idea de lo que estás hablando.
Richard se había sentado en la cama y estaba poniéndose el bóxer; luego se dedicó a recoger el resto de su ropa para vestirse.
—Esto es lo que me pasa; ¿a quién quieres hacerle creer que no lo sabías?
Le entregó la documentación, estampándosela en el pecho.
MacQuoid pasó la mano por su pelo intentando ordenarlo. De inmediato advirtió el membrete de Lake & Associates y comenzó a leer; entonces lo comprendió todo.
—Si quieres creerme, bien, y si no, también... pero te aseguro que no sabía nada de esto. No controlo todos los casos que llegan al despacho.
—Pero la firma de tu amigo está ahí. —Amber, furiosa, golpeó las hojas que él sostenía.
—¿Por qué tengo que ser yo el culpable de lo que Damien haya hecho? No sé, se habrá vuelto loco. No sé qué motivos tiene para actuar así. ¿Tal vez se ha peleado con Adriel?
—Es una alimaña. Adriel está abajo, destrozada. Ha sido un golpe muy bajo lo que ha hecho, una puñalada trapera por la espalda. Lo que pasa es que seguramente, cuando el caso llegó, imaginó de inmediato su nombre en las portadas de los periódicos, por ser Adriel la hija de Hilarie Dampsey. No te hagas el que no sabes cómo piensa tu amigo; sé de sobra que os conocéis de toda la vida, así que no me tomes por estúpida.
»¡Quiero que te vayas, Richard! Antes de que me enajene más y no responda de mí.
—Te estás equivocando y lo lamentarás.
—Puede que sí, pero, si le hacen algo a Adriel, también me lo hacen a mí. Fuera de mi casa ya mismo.
Le señaló la salida. Él terminó de ponerse la camiseta, reunió sus pertenencias, que descansaban sobre la mesilla de noche, y se marchó. La puerta del apartamento bramó cuando el abogado la cerró aventándola con todas sus fuerzas, haciendo que todos los cristales del lugar temblaran.
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque él es parte de esto también, Adriel.
—Te dijo claramente que no sabía nada, lo oí.
—A otro con ese cuento, esos dos se lo cuentan todo.
Sonó el timbre en casa de Lake. Se había quedado dormido en su despacho y tenía el cuello contracturado por la mala postura. Se levantó de su sillón para enterarse de quién era el que llamaba un sábado por la mañana a su puerta, y el conserje del edificio le anunció que Richard estaba subiendo. Por supuesto él tenía el código de su ascensor, y el encargado del edificio tenía orden de dejarlo pasar siempre.
En el momento en que Damien oyó el sonido de la puerta del elevador, le gritó desde la cocina, indicándole dónde se encontraba; estaba a punto de servirse un café.
—¿Ya has desayunado? —lo interrogó mientras se giraba.
De inmediato se encontró con el puño de su amigo estampado en la cara.
Damien no se defendió. Richard estaba enajenado; en el simple intento de frenarlo, Lake lo abrazó, ya que no tenía motivos para pegarle a su amigo, así que no iba a hacerlo.
—Joder, tío, ¿te has vuelto loco? Pero... ¿qué te pasa?
—¡Te advertí que no la dañaras! ¡¿Era necesario desengañarla de esa maldita forma?! Por tu culpa Amber está fuera de sí y me ha echado de su vida.
—No sé de qué carajo hablas.
—De Adriel, del juicio por negligencia médica que piensas iniciarle, de la orden que nuestro estudio envió al hospital solicitando la historia clínica de un paciente suyo que falleció y que tú mismo firmaste. ¡Es una verdadera putada lo que has hecho! ¿Cómo has podido? ¿Cómo has sido tan maquiavélico para alejarla de ti de esa manera tan cruel? Pero... es que todo este tiempo compartido con ella, ¿para ti no ha significado nada? Mierda... mierda... eres un comemierda; definitivamente no tienes corazón.
—Aaah, era eso —dijo sin un atisbo de emoción.
Lo cierto era que él se estaba enterando en ese mismo instante de por qué Adriel se había echado en los brazos del medicucho. Seguían forcejeando.
—Es muy bajo utilizar esa oportunidad para apartarla de ti. Te pedí que no la lastimaras. ¡¿Qué mierda tienes en la cabeza?! ¿Cómo has podido?
—No quiero discutir contigo. No voy a golpearte, así que voy a soltarte. Si quieres continuar pegándome, hazlo, yo no me defenderé.
Lake lo soltó y Richard le dio un puñetazo en el hígado que lo dejó doblado y sin aire; como le había dicho, él no se iba a defender.
—Defiéndete, cobarde, demuéstrame al menos a mí lo hombre que eres.
—No lo haré; continúa si quieres, no me importa nada.
Con los ánimos más calmados, se sentaron en la barra de desayuno frente a frente. Lake tenía una bolsa de guisantes congelados en el pómulo derecho, pero no hablaba. Sólo reunía los hechos en su atormentada cabeza; ahora entendía el mensaje de Adriel, ahora todo cobraba sentido.
«No creyó en mí y salió corriendo a sus brazos. Nunca dejó de creer que yo era una escoria, nunca confió en mí... pues que se vaya a la mierda también. Mejor así; después de todo, tarde o temprano se hubiese desilusionado. Esto no es más que adelantar el final. Mejor que me odie, será todo más fácil», especulaba en silencio.
—Cuando vi tu firma en la orden, no podía creerlo —le narraba Richard sin poder salir de su pasmo mientras se pasaba la mano por la frente.
Damien no iba a decirle lo mucho que Adriel lo había humillado volviendo a los brazos de Baker; aún le quedaba algo de amor propio y no iba a exponerse ante nadie. Prefería que todos siguieran creyendo que era el frío, desalmado y cruel abogado; esa imagen le servía para abastecerse de nuevo de las armas necesarias que le hacían falta para que su corazón volviese a ser la roca que había sido antes de conocer a Adriel. Por esa razón, cambió el discurso y le dijo:
—Los negocios siempre son los negocios; si ella hizo algo fuera de la ley y llegaron a nuestro bufete requiriendo de nuestra representación, no podemos dejar de lado un caso que, sin duda, sumará prestigio a nuestro nombre.
—¿Qué estás diciendo? Dime que esto es una broma, por favor. A mí no me expliques ningún cuento, yo sé cuáles son los putos motivos que tuviste. No estamos obligados a aceptar todos los casos que llegan. ¿Te olvidas de con quién estás hablando? No puedo creer que seas tan cobarde, que pienses que ella va a dejar de quererte porque...
—¡No quiero hablar más! Basta, nada me va a hacer cambiar de parecer. Ya tomé una decisión; le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese, esto es lo mejor.
—Eres un egoísta hijo de puta que sólo piensa en sí mismo. No tienes agallas suficientes como para vivir un gran amor y ser feliz. Te crees el puto amo del cielo y decides por ti y por ella. ¿Sabes qué? Realmente no la mereces; tienes razón, eres una mierda, mucha mierda para esa mujer. Por hoy he tenido demasiado de ti. Vete al mismísimo infierno, Damien. Creo que te has vuelto loco.
Lake se quedó en silencio; no le contestó, pero sus pensamientos no tenían descanso.
«No, ahora estoy siendo muy cuerdo. Loco estaba cuando la dejé entrar en mi vida con esa carita angelical, y resulta que no es más que una embaucadora que se divirtió conmigo mientras seguramente se revolcaba también con el otro. Siempre supe que era peligrosa, sólo que me dejé obnubilar por su candidez. No necesito escuchar ni una mentira más de su dulce boca.»
Richard se fue, dejándolo solo, sin saber que la ira y los celos se habían adueñado de su razón y no lo dejaban pensar con claridad, consumiéndolo hasta el punto de bloquear su discernimiento.
«Me siento el más idiota del universo; bajé la guardia y pensé que podía confiar, pero hoy me doy cuenta de que tarde o temprano todos se convierten en mis enemigos. Eliminaré para siempre la palabra confianza de mi vocabulario; no volveré a confiar en nadie más, sólo en mí.
»¡Maldición!, intento fingir que soy fuerte, y ni yo mismo consigo engañarme. Lo único cierto es que me siento destruido, y que este dolor tan profundo que siento en mi pecho nunca desaparecerá.»
Después de que Amber la obligara a comer un suculento desayuno, casi le exigió a Adriel que se recostara en el cuarto de invitados. Por el aspecto que tenía, estaba segura de que no había descansado durante toda la noche. Como Adriel sabía que Amber era una cabezota y además estaba rendida, finalmente le hizo caso.
—Ve, descansa; yo me dedicaré a hacer algunas averiguaciones. Luego, cuando te despiertes y estés más relajada, y con la cabeza menos embotada, conversaremos de los hechos de esa noche en el hospital; empezaremos a preparar tu defensa.
Kipling estaba con su Mac trabajando en la supuesta demanda de negligencia médica en la que muy pronto se vería involucrada su amiga. No iba a esperar a que llegara la demanda formal, no iba a dejar que Lake la cogiera desprevenida. Buscaba jurisprudencia, investigaba una figura legal que la eximiera de todo, pero no hallaba nada; por el contrario, todo parecía estar en su contra.
Cuando Adriel entró por la puerta con dos sándwiches de atún y sendos refrescos a base de soja, era mediodía. Amber continuaba sumergida en su ordenador, rodeada de textos jurídicos.
—No te oí levantarte. Gracias, estaba muerta de hambre.
—Gracias a ti por estar siempre a mi lado cuando te necesito; no lo merezco, me lo advertiste.
—Cambia esa carita, no quiero verte triste. Ese malnacido no merece tu angustia.
—Dame tiempo, Amber. Sé que conseguiré quitármelo de la piel, pero dame tiempo.
—Maldición, si me hubieras escuchado cuando te lo dije...
—No quiero hablar de Damien. Dime, ¿qué has podido sacar en claro?
—Quisiera ser más optimista, pero está difícil. —La cogió de las manos—. Necesito que, tranquila, me lo expliques todo, que hagas memoria y te transportes a ese día y no omitas ningún detalle de lo que ocurrió. Cuéntame desde que tu paciente llegó hasta que falleció; intenta recordar con calma cada cosa que sucedió. Cualquier detalle, por nimio que pueda parecerte, puede ser importante. Igualmente, no te sientas presionada porque tenemos tiempo.
Mientras comían, Adriel le narró todo lo que recordaba. Por suerte se había logrado centrar y no había vuelto a tartamudear. Avanzaba, volvía para atrás cuando recordaba algo, volvía a explicarlo... Amber le hizo preguntas que ella contestó; algunas eran simples, otras más técnicas. Así permanecieron, recordándolo todo, durante más de dos horas. La abogada tomó notas de todo cuanto Adriel le refirió; además, grabó todos los hechos expuestos.
—Voy a explicarte cómo seguirá esto. —Adriel asintió con la cabeza—. Cuando el estudio de abogados de la lacra esa tenga en su poder la hoja de anamnesis, la hará evaluar por peritos médicos. Será muy pronto, ya que es un despacho con una estructura muy organizada y tiene gente disponible para resolver cualquier caso con presteza.
—Lo sé; sé que su bufete cuenta con los mejores especialistas, él mismo me lo dijo.
—Pues bien, los expertos serán los que determinarán si en verdad hubo o no una negligencia que justifique iniciar una demanda. Tú y yo sabemos que sí, y por supuesto ellos también lo descubrirán de inmediato. Entonces, los asesores legales del bufete evaluarán las posibilidades que tendrán de ganar el litigio y empezarán a preparar la demanda en tu contra. Seguro que también contra el hospital, y además contra el residente. Pero nosotros nos centraremos en ti.
»Lo primero que harán será notificarte a ti, al hospital y al resto de los que en su evaluación consideren partícipes de la negligencia, su acción legal. Llegará la Notificación de Intención, que es lo que se llama una predemanda. El experto de su parte presentará una declaración bajo juramento junto con el documento que se expedirá; no obstante, después de esto, tendremos algún tiempo para llevar a cabo nuestra investigación y tratar de refutar los cargos que pretenderán imputarte junto a sus reclamaciones. Durante ese tiempo podremos pedir, tanto nosotros como ellos, declaraciones que no estarán bajo juramento; es lo que en abogacía llamamos la indagatoria del caso. Bien, cuando todo esto esté dispuesto, podremos darle resolución al proceso aceptando responsabilidades; si ellos las admiten y llegamos a un acuerdo, ahí terminará todo. Pero, si su intención no es llegar a un acuerdo, porque lo que pretenden es obtener la totalidad de cada punto expuesto en la predemanda, no tengas dudas de que estarán muy preparados para afrontar un juicio.
—¿Tienen posibilidades de ganarlo?
—Oye, lo intentaré todo, tenemos un atenuante: estabas sobrecargada de horas de trabajo, así que intentaremos probar que fue un error debido al cansancio, pero entonces eso nos llevará a ponernos en contra al hospital. Y esto significará que la lucha pasará a ser nuestra.
—Me lo imaginé.
—Tampoco debemos olvidar que está el atenuante de que tu paciente ocultó el consumo de drogas. Por más que te salteaste protocolos, intentaremos demostrar que no podías esperar los resultados. Necesitaremos los testimonios del personal que te asistió esa noche. Prepararemos su declaración para que nada nos pille desprevenidas. El tiempo que tarde en llegar la notificación formal en tu contra, nos servirá para adelantarnos, preparándolo todo.
»Antes de llegar a juicio, también podremos pedir una mediación al Estado; allí se expondrá el caso ante un mediador, que el tribunal nos asignará; eso si no aceptan el acuerdo inicial, pero intentaremos por todos los medios no llegar a la instancia del juicio. Ahora bien, si no nos ponemos de acuerdo, entonces inevitablemente llegaremos a él. En ese caso, los cargos que se te imputarán serán los de muerte por negligencia y homicidio culposo.
Un gemido escapó de la garganta de Adriel; sentía pánico, y se tapó la boca.
—Tranquila, sé que esto que acabo de decirte asusta, por eso quiero explicarte todo el proceso, para que nada te coja por sorpresa. Por lo general, en la ciudad de Nueva York, dentro de las veinticuatro horas una vez se produce el arresto...
—¿Me arrestarán? —Adriel abrió los ojos como platos, sin poder evitar el pánico y el asombro.
—Lo siento, si llegamos a juicio, será inevitable, así funcionan las cosas. Se fijará una audiencia; el plazo máximo que se pueden demorar es de cinco días, pero no estarás sola, yo estaré contigo. Serás llevada ante un juez. —Adriel se cubrió la cara; cinco días sonaban como una eternidad. Amber le acarició la espalda—. Tranquilízate, yo creo que nada de esto ocurrirá, estoy casi segura de que llegaremos antes a un acuerdo, pero, si ocurre, debes saber a lo que te enfrentarás. ¿Estás bien?
—Sí, continúa. —Ella se tocó la garganta.
—Como te decía, por lo general, si no hay muchos casos, las audiencias son el mismo día. Cuando el juez nos reciba, podremos pedir que nos fije una fianza, que obviamente pagaremos y saldrás en libertad. Eso no será un problema, seguramente se te impedirá salir del país y deberás presentarte con periodicidad; es todo un formalismo, Adriel: no eres una persona que implique un riesgo para el Estado, no hay motivo para preocuparse por eso. En verdad no debes temer a esto que te explico, sé que suena muy fuerte.
—Quiero que sea una pesadilla.
—Pero no lo es, y tú eres capaz de sortearlo todo. Escúchame, no te aflijas —la agarró de una mano—: si llegamos a juicio, no quedarás arrestada, ni tampoco perderás la licencia por esto. Es tu primera falta y la reclamación se basará puramente en un resarcimiento económico a la familia de la víctima. De todas maneras, lo que determinará la instancia del proceso al que lleguemos dependerá de las complicaciones que surjan, de sus pretensiones y de cuánto estemos nosotros dispuestos a ceder.
—Damien no puede estar haciéndome esto. No es posible, dime que es una pesadilla, por favor. No fue mi intención que nadie muriese; el chico me ocultó lo que consumía, su amigo también... les preguntamos miles de veces, él empeoró y yo... Dios. —Se cubrió la cara con ambas manos.
Adriel comenzó a llorar; Amber se levantó de su sillón, rodeó su escritorio y la abrazó, conteniéndola.
—Olvídate de Lake, olvida que él es el abogado. Tal vez no lo sea, no lo sabemos aún. Su estudio es muy grande y quizá no llegue a tanto y ponga a otro litigante a cargo. En cuanto a lo que ocurrió, no debes convencerme de nada. Te creo, Adriel, sé cuán importante es una vida humana para ti.
—No es posible, yo... lo amaba, Amber. —Era la primera vez que reconocía sus sentimientos—. No puede estar haciéndome esto, no entra en mi cabeza; aunque él no sea el litigante, es su bufete... y todo pasa por él; sé que es así, él lo controla todo.
—Basta, Adriel, por favor, ¡ya basta! Deja de decir que tienes sentimientos por ese desalmado; no quiero decirte que te lo advertí y no me escuchaste.
—Lo sé, lo sé...
—Además, hay que esperar. Quizá acepten un acuerdo y nada de esto suceda.
—No quiero que mi madre se entere. Óyeme bien: te prohíbo que mi madre se entere, estoy dispuesta a ceder en todo lo que me pidan con tal de que esto no salga a la luz y no se dañe su buena reputación. No le daré el gusto a Damien de ensuciar el nombre de mi madre a cambio de enaltecer el suyo.
—Tranquila, de eso me encargaré yo.