20

 

 

 

 

Cuando Adriel despertó, Damien ya no estaba a su lado. No lo había oído levantarse. Apresó el móvil de la mesilla de noche y miró la hora, eran casi las nueve de la mañana, así que comprendió que Lake, seguramente, ya se había ido a trabajar. Desbloqueó su teléfono, buscó su número y, al segundo timbre, él contestó.

—Hola, preciosa.

—Hola. Acabo de despertarme; soy una plasta en tu cama. ¿Por qué no me llamaste?

Él se rio, escandaloso. Estaba en una reunión y se había apartado lo suficiente como para que no lo escucharan.

—Dudo mucho de que seas una plasta, eres hermosa hasta cuando duermes; lo he corroborado esta mañana mientras me vestía. —Recordó cuando, por la mañana, se había quedado extasiado viéndola dormir en su cama—. Claro que estuve tentado de despertarte, pero para follarte. Aun así, tuve compasión de ti y te dejé dormir.

—La próxima vez no te compadezcas de mí, y recuerda que me debes uno rapidito.

—Lo anotaré en asuntos pendientes; pronto lo solucionaré, lo prometo.

—¡Dios! —ella gritó y él se alarmó.

—¿Qué sucede?

—La plasta se levantó de tu cama y está mirándose en el espejo de tu baño; estoy desastrosa. Tras una noche de follada intensa, mi pelo es un perfecto caos.

—No exageres; hoy, cuando me fui, y no hace tanto de eso, no lucías tan mal.

—Damien, créeme que, si no quieres volver a verme despertar, ni durmiendo a tu lado, lo entenderé perfectamente.

—Eres sexy hasta cuando duermes, lo prometo. Lo único que tengo para reprocharte es que anoche me quitaste varias veces las almohadas.

—Lo siento —dijo ella con una pena excesiva en la voz—; es una costumbre que tengo desde pequeña. Mi madre me rodeaba de almohadas para que no tuviera pesadillas; de esa forma sentía que no estaba sola en la cama. Ahora no puedo quitarme el hábito de dormir aferrada a ellas.

—Eso tiene solución: compraremos más almohadas para que no me quites la mía.

—Me haces sentir mal, las compraré yo.

—¡Ni se te ocurra! Adriel, nena, de verdad lo siento, pero... tengo que dejarte, estoy en una reunión.

—Oh, sí, disculpa; no he querido molestarte.

—No me molestas, nena. Ahora pillaré el día con más ganas, tu voz es estimulante. No te vayas de casa, prometo llegar temprano. Me dijiste que hoy no trabajabas, ¿cierto?

—No tengo ropa aquí, Damien. El vestido que llevaba anoche es demasiado elegante para el día y todo el tiempo en négligé... Costance creerá que soy una holgazana.

Él se rio, divertido.

—Costance jamás pensaría eso, créeme, pero, si lo prefieres, coge ropa de mi vestidor... no sé, un short, alguna camiseta. No te vayas, quiero llegar y encontrarte en mi casa; déjame fantasear con eso el resto del día.

—Está bien —contestó complaciente—, veré cómo me arreglo.

—Perfecto, te mando un beso y... puedes llamarme cuando tengas ganas; nunca eres una molestia; me gusta que lo hagas, Adriel.

—Bien, también te mando un beso.

A todos les extrañó que Damien se apartara para hablar por teléfono, ya que, si era una llamada personal, nunca lo hacía porque sólo lo llamaban sus familiares; el resto eran sólo llamadas laborales. Por eso era raro, pues todos conocían sus reglas: una noche, una follada, nada de llamadas telefónicas, nada de compromisos. Así que esa actitud y esa sonrisa mientras hablaba eran, en verdad, desconcertantes para todos los que lo conocían. Damien jamás mostraba sus emociones en público. Si bien todos sabían que tenía una vida sexual muy activa y que a lo largo de la semana la variedad de coños que podía conseguir era realmente asombrosa, jamás lo habían visto en plan íntimo.

El único que no se extrañó fue Richard; lo miró de soslayo y pensó que «hasta el más hábil cazador cae en su propia trampa».

Intuyó con quién hablaba; esperaba realmente que fuera con Adriel.

 

 

Tras darse una ducha, bajó del dormitorio envuelta en una bata de seda en color rosa con ribetes negros. Llovía torrencialmente en Nueva York, era el verano más lluvioso que creía recordar. En esa caja de cristal que era el apartamento de Damien, la ciudad lucía melancólica, pero ella sentía que estaba en el sitio ideal para desconectar de la vida diaria. Miró al sur; el piso estaba ubicado en una esquina estratégica, era el último edificio de la calle y desde allí se podía apreciar la terminal de cruceros de Manhattan, con los buques atracados en la orilla del Hudson. Al frente se encontraba, en el horizonte, Union City, en Nueva Jersey, que se descubría tenebroso por la lluvia esa mañana; de todas formas podía observarse en la otra orilla la silueta de la terminal del ferri Port Imperial. Miró también al norte; el majestuoso puente George Washington se elevaba sobre el Hudson a lo lejos en el río. Perdida en las maravillosas vistas que le ofrecía el paisaje, comprendió de pronto que estaba en casa de él, y su corazón batió dentro de su pecho como si fuera un ave y estuviera aleteando de contento. Templada, feliz por estar allí y sabiendo que nunca otra mujer había invadido así su intimidad, caminó mientras admiraba todo el lugar, ahora con más detenimiento del utilizado antes. Entró en la cocina y allí se encontró con el ama de llaves.

—Buenos días, Costance.

—Buenos días, señorita Adriel, ¡qué gusto volver a verla por aquí!

Simultáneamente a su saludo, la médica miró la encimera y divisó que sobre ella había una jarra de café recién preparado; el intenso olor le acarició el sentido del olfato.

—Voy a servirme una taza de café, si me indica dónde puedo conseguir una para hacerlo —informó con una amplia y sincera sonrisa en los labios.

—Oh, no, de ninguna manera. Siéntese, que yo se la sirvo, y dígame qué más quiere para desayunar.

—De verdad que no es necesario.

—¿Quiere que pierda mi empleo? Si el señor Lake se entera de que no la he atendido, se enojará.

—¿Tan mal genio tiene Damien?

—Claro que no —la empleada moderó su gesto y sonrió ampliamente para tranquilizarla—, sólo he exagerado para que me permitiera atenderla. Él realmente es una muy buena persona y un excelente patrón; es muy considerado y respetuoso.

Adriel sonrió y se colocó a su lado; pasándole una mano por el brazo, le dijo:

—Preparemos el desayuno juntas, si no, no sabría en qué ocupar mi tiempo libre, por favor.

—Como quiera.

—Yo me sirvo el café y usted me prepara un zumo de naranja como el del otro día, y... ¿puedo pedirle unos hotcakes? Me he despertado con mucho apetito.

—Con mucho gusto, señorita. ¿Le parece bien que sean de sirope de arce, arándanos y frambuesas?

Costance abrió un anaquel para mostrarle dónde estaban las tazas.

—Me parece perfecto. Gracias.

Adriel se estiró para alcanzar una mientras conversaban.

—Por cierto, me acaba de llamar el señor y me ha dicho que se quedará en la casa. ¿Por qué no me dice qué le gustaría almorzar? Así le preparo lo que quiera con tiempo.

—Lo que a ti te parezca, Costance. No soy de mucho comer, y tampoco quiero ser una molestia en esta casa, es sólo que Damien se empecinó en que me quedara aquí y, la verdad, viendo cómo está el día fuera, no dan ganas de salir ni para ir a buscar ropa a mi apartamento. Pero creo que después de almorzar iré, no puedo ir todo el día vestida así.

—Es fantástico tenerla aquí; esta casa es tan grande... La mayor parte del tiempo estoy sola en ella; a veces es limpiar sobre limpio, porque raramente se ensucia. El señor es muy ordenado, además.

—Me dijo Damien que vives aquí, en el ala izquierda de la planta superior.

—Sí, así es, justo aquí arriba —la empleada miró hacia el techo mientras batía la mezcla para las tortitas—; tengo una pequeña cocina, una sala de estar y un dormitorio; allí también está el cuarto de lavado.

—¿Puedo ser indiscreta y preguntarte si tienes hijos?

—No los tengo, señorita; nunca me he casado... bueno, aunque no es necesario casarse para tenerlos.

La mujer estaba fascinada con Adriel; la joven se mostraba muy cordial con ella. De pronto la médica, que estaba con su trasero apoyado contra la encimera y cruzada de brazos, advirtió que buscaba algo.

—Dime, ¿qué te falta? Yo te lo alcanzo.

—El polvo de hornear. Está en ese compartimento —le dijo señalando a su izquierda—. Gracias. —Adriel había vertido en la mezcla dos cucharadas—. Suficiente.

—Bien.

—¿Así que es médica? Y encima es la doctora que atendió al señor cuando el otro día se golpeó. ¡Qué susto nos dio, por Dios!

—Sí, soy médica, pero no nos conocimos entonces. ¿Damien te lo contó?

—Sí, vagamente, no vaya a creer que ando husmeando. —Él la había usado como paño de lágrimas cuando ellos se habían peleado, pero eso no se lo pensaba explicar; Costance nunca lo había visto así por nadie—. Me dijo que es hija de una eminencia en cirugía.

—Mamá es muy buena en lo que hace, sí. —Se quedó pensando y luego agregó—: Papá también era muy bueno.

—¿Era? Uy, disculpe; se me escapó, no tiene por qué contestarme.

—No hay problema. Papá murió cuando yo era una niña, él también era cirujano.

—Lo siento mucho.

—Gracias. ¿Damien es hablador? Digo, ¿él habla contigo?

—El señor es muy reservado, no es muy hablador.

—Como me dijiste que te había contado de mí, pensé que quizá...

—Fue sólo un comentario; lo hizo cuando me pidió que preparara la cena.

—Ah, y... ¿trae a menudo a chicas a cenar? —Costance le sonrió, pero no le contestó—. No tienes que contestarme nada, sé que estoy poniéndote en un aprieto. Por favor, discúlpame y olvida la pregunta tonta que acabo de hacerte. Damien me dijo que no, sólo que no sé por qué quise corroborarlo... eso es feo por mi parte, ¿no?

La empleada seguía sonriendo sin decir nada.

Adriel ya estaba sentada comiendo su desayuno, mientras Costance ponía orden en la cocina.

—Humm, ¡esto está riquísimo! —dijo mientras saboreaba exageradamente un bocado de sus tortitas.

La mujer sonrió gustosa ante el gesto excesivo.

—Nunca trajo a nadie a cenar —le espetó de pronto sin que Adriel esperase ya esa respuesta.

En aquel momento sonó el timbre y la empleada se limpió las manos, pues las tenía mojadas, para atender el telefonillo.

—Suba, por favor; lo estábamos esperando.

—Estoy bastante indecente así vestida. ¿Quién es? —preguntó Adriel preocupada mientras se cerraba la bata.

—No creo que tarde mucho; es el señor que viene a afinar el piano. Desde ahí no se ve la cocina, así que no se preocupe: usted siga desayunando tranquila, que yo me ocupo.

—¿Damien mandó afinar el piano?

—Sí, su secretaria me avisó hoy de que vendrían, y el señor, cuando llamó hace un rato, me lo recordó también. Dijo que a usted, seguramente, le gustaría tocarlo.

Adriel llenó sus pulmones, hinchada de orgullo; tenía una mueca de ensoñación en el rostro y, por añadidura, se sentía maravillosamente sabiendo que él estaba cuidando de ella de esa forma. Era muy bonito sentir que quería consentirla con lo que sabía que le gustaba.

Cogió su móvil y tecleó un mensaje.

 

Adriel: ¡Gracias por mandar a alguien para afinar el piano! ¿Te he dicho que eres un cielo? Te mando muchos muchos muchos besos. Mejor no, me los guardo para cuando llegues y así te los doy en persona, saben mucho mejor. Tu boca es muy dulce, y me pierde.

 

Damien leyó el mensaje y sonrió, abstrayéndose de todo cuanto acontecía a su alrededor.

 

Damien: Perfecto, reclamaré mis besos cuando llegue. Me alegra que eso te haya puesto contenta. No soy muy bueno con los detalles, pero espero aprender a tu lado. Tu boca también es muy dulce, y también me pierde.

Adriel: Eres increíble, Damien.

 

—¿Te parece bien, entonces?

Lake levantó la cabeza de la pantalla de su móvil y miró a Richard sin saber qué contestarle. No tenía ni idea de qué estaba hablándole, porque no había oído ni media palabra de lo que le había dicho.

—Lo siento, no te estaba prestando atención.

—Ya me he dado cuenta; estás bastante distraído hoy.

Damien golpeó sus labios con el teléfono y se echó hacia atrás en su sillón, miró a su amigo fijamente y le dijo:

—He arreglado las cosas con Adriel.

—Eso lo explica todo; estás en una nube, entonces. Ahora entiendo la cara de tonto que tenías cuando te alejaste en la reunión... pero me alegra saber que lo hayáis solucionado.

—No sé cómo va a seguir esto, no sé si hay un futuro estimable para nosotros; pienso que no, sabes que soy pesimista al respecto, pero me he vuelto egoísta de pronto y, además, estoy hecho un verdadero idiota. Tienes razón, Adriel me tiene mal, muy mal, amigo; mi corazón, sin ella, me duele como si estuviera enfermo —confesó casi sin darse cuenta de lo que decía.

 

 

—Se acaba de ir el afinador.

Adriel estaba terminando de recoger la cocina cuando entró Costance para avisarla.

—¿Qué ha hecho?

—No te preocupes, Costance, ya puse todos los cacharros en el lavaplatos y recogí la encimera. Estoy acostumbrada a hacerlo, en casa no tengo personal que me atienda. Ahora, ven conmigo.

La cogió de una mano y la llevó hacia el salón con ella; la mujer la seguía sin tener otra opción, porque ella casi la arrastraba.

—Siéntate aquí. —La cogió por los hombros y la colocó en una banqueta que arrimó junto al piano—. Tocaré para ti; espero no haber perdido la mano y recordar todas las notas; hace mucho que no practico, porque mi piano está en casa de mamá; tal vez debería trasladarlo a la mía.

—Ahora tiene éste para practicar.

Adriel asintió con la cabeza y se preparó para empezar.

La empleada la escuchó muy atenta durante largos minutos; cuando terminó, la aplaudió entusiasmada.

—Toca usted muy bien, señorita. ¡Bravo!, ¡bravo!

—Eres muy amable, Costance. De todas formas, debo confesarte que la pifié en muchas notas —acompañó la afirmación con la cabeza—; tengo los dedos entumecidos porque hace mucho que no practico.

—¿Qué era lo que tocaba? Disculpe mi ignorancia.

—Era la Polonesa heroica, de Chopin; éste es el Opus 53.[27] No sabes el empeño que puse en aprenderlo, porque mi madre me había contado que era una de las obras preferidas de mi padre. Pero no nos pongamos tristes.

—No, claro que no.

Adriel se puso de pie, la empleada también, y ella la cogió por los hombros, se acercó y le preguntó casi en secreto:

—Si quieres, no me contestes. ¿Es guapa la secretaria de Damien?

Costance la miró pícaramente, le sujetó el mentón y, con voz juguetona, le dijo:

—Mucho —bajando el tono más aún, como si alguien pudiera escucharla, le confesó—: pero está felizmente casada desde hace diez años y tiene dos hermosas hijas; la más pequeña es un sol, es una cría adorable a la que dan ganas de morderle los cachetes de tan bonita, y la mayor, Belu, es una niña prodigio que tiene un pico que madre mía; parece una adulta en el cuerpo de una niña. Le aseguro que no tiene de qué preocuparse con ella.

Ambas rieron, cómplices.

El móvil de Adriel sonó. El sonido procedía de la cocina, por lo que ella se apresuró a sortear la distancia y acudir en su búsqueda.

—Hola, Adriel.

—Amber.

Se saludaron en un tono frío, y de la misma forma continuaron con la conversación.

—¿Estás trabajando?

—No, es mi día libre.

—En ese caso... ¿te parece que almorcemos juntas?

—Está bien, ¿qué hora es?

—Son casi las once.

—¿Dónde nos encontramos?

—Me viene bien en Joseph’s, pero, si prefieres, vamos a otro lado.

—No, está bien. Creo que puedo llegar a las doce y media. Paso por casa a cambiarme y voy para allá.

—¿Dónde estás?

—Ehh...

—Olvida mi pregunta, no hace falta que me lo digas.

—Nos vemos en un rato.

 

 

La vibración de su móvil interrumpió la charla.

—Permíteme. —Damien se disculpó mientras desbloqueaba su móvil para leer.

 

Adriel: Soy yo otra vez, ahora para avisarte de que almorzaré en Joseph’s con Amber. Pasaré por casa a cambiarme y así cogeré algo de ropa; luego regresaré a tu apartamento. Para cuando llegues, estaré aquí de nuevo, como te prometí.

Damien: Me alegra que arregléis las cosas; sé cuánto la quieres. Gracias por avisarme. Le diré a Richard de almorzar en otro sitio, así no os incomodaremos.

Adriel: Por mí no hay problema, no te he avisado por eso; ella tendrá que entenderlo.

Damien: Gracias, pero prefiero que no.

Adriel: Como quieras. Igualmente, si Amber quiere conservar mi amistad, tendrá que ir gestionando su fobia hacia ti, y también tendrá que hacerlo por Richard; debe dejar de comportarse como una caprichosa y madurar.

Damien: No soy quién para opinar. Sólo espero que arregléis vuestros asuntos.

Adriel: Gracias. Te extraño. Aaah, el piano ha quedado perfecto, ya lo he tocado. Besos.

Damien: Me alegra que me extrañes; me está costando mucho concentrarme y no salir disparado a casa sabiendo que estás allí. Me gusta pensar que estás en mi apartamento.

 

Cuando Damien volvió a prestarle atención, Richard continuó hablándole; no tenía pensado dejar de lado el tema.

—Te has enamorado, Damien, admítelo. Es eso lo que te ocurre; cuando el amor entra en escena, no se puede pasar de él. Por mucho que lo intentes, por mucho plan de contingencia que tengas, él toma todo el control. Acepto que creí que nunca llegaría este momento, en verdad jamás pensé que te vería corriendo tras una mujer, pero me alegro de que así sea. Realmente me alegra mucho saber que no vas a sentarte a ver cómo pasa tu vida de largo. —Damien entrecerró los ojos y puso su boca en una fina línea; lo escuchaba sin emitir juicio alguno—. Uno puede ser muy exitoso en todo, pero, cuando no hay con quién compartir esos logros, como también las pequeñas cosas, la vida se vuelve muy cuesta arriba. Vivimos en un mundo, particularmente en una ciudad, donde estamos obligados a adaptarnos a su ritmo, por eso es necesario tener una toma de tierra. Creo que Adriel es eso, tu oportunidad para ver la vida diferente, tu oportunidad para formar una familia.

—Vas muy rápido, Richard. Mi mente puede volar a gran velocidad, pero jamás llegaría a ese sitio, amigo. Ella sólo es alguien con quien compartir, tú lo has dicho, es... es simplemente una compañía. Tal vez estoy un poco cansado de correr y sólo se trata de un alto, de un período de calma.

—Se puede pensar más rápido, Damien, sabes que se puede; que tú no quieras ceder es diferente, pero es inútil que me mientas a mí: lidié con tu culo borracho la otra noche.

—Tú lo has dicho, estaba borracho. Lo cierto es que sólo aspiro a sentirme bien a su lado y que ella se sienta bien conmigo; por ahora sólo es eso. No sé lo que pasará mañana, no sé si esto seguirá creciendo entre nosotros ni cómo terminará finalmente, o tal vez sí lo sé... soy consciente de que, en algún momento, tendré que hacerme a un lado, pero por el momento prefiero ser egoísta y no pensar en eso. Mientras tanto, voy a disfrutar de lo que la vida me quiera dar; tal vez ella se canse de mí y me deje, eso también puede ocurrir.

—¿Por qué haces las cosas tan difíciles? Damien, son más sencillas, créeme.

—Tú sabes bien que mi vida ha sido siempre difícil; no soy tan iluso como para creer que ahora las cosas pueden ser diferentes. Tú y yo sabemos que mi destino está maldito.

—Siempre te has esforzado por torcer ese destino, ¿ahora vas a darte por vencido?

—Hay cosas en la vida que uno puede torcer, pero jamás se llegan a enderezar del todo; ése es mi caso.

—No lo creo así. El hombre ha conseguido cambiar el cauce de los ríos, tú también puedes cambiar tu cauce.

—¿Sabes? Yo siempre soy práctico con mis relaciones, pero con Adriel todo fue diferente desde un principio. Nunca creí que la dejaría entrar en mi vida, pero lo hice. Todo comenzó por molestar a Kipling, lo admito —Richard negó con la cabeza, desaprobando esa rivalidad— y porque, obviamente, sé reconocer cuándo una mujer envía señales cuando le atraigo; soy bueno observándolas y, por supuesto, Adriel las enviaba... y, ya me conoces, jamás dejo pasar una oportunidad con una fémina.

»Tomo lo que puedo, jamás desaprovecho un buen momento; lo que nunca calculé fue que ella me iba a fascinar tanto con su sencillez, Adriel podría ser la persona más egocéntrica de esta tierra, utilizar su apellido, el de su madre en realidad, y vivir mucho mejor de lo que vive, pero, en cambio, decidió hacerlo austeramente y obteniendo cada cosa que pueda conseguir por sus propios logros. La admiro por su tesón, me gusta que sea orgullosa como es, me gusta que sea aguerrida, que le plante cara a la vida con sus propias armas; no es conformista, tampoco cómoda, y sí agradecida, madura, profesional. Siempre he conocido a mujeres cómodas, superficiales; ella es distinta a todas. Creo que estoy un poco obnubilado —se dio cuenta de su vehemencia y agitó la cabeza—, pero ya pasará. Simplemente estoy probando otras cosas, pero seguramente pronto me aburriré. —Sonó más como un ruego esperanzador para que así fuera—. Mientras pueda estar a su lado, lo estaré. He aprendido a coger de la vida lo que sea que la vida quiera darme, y así seguirá siendo. Además, no me quedan dudas de que, cuando sepa toda la verdad, no querrá seguir a mi lado, pero, si se le ocurriera hacerlo, también sé que no lo permitiría. No voy a arrastrarla en mi mierda personal. Por eso no quiero ilusionarme con más, aunque a veces cuesta.

—Suenas tan frío, ambos tenéis sentimientos. ¿No has pensado en eso?

—Sí, por supuesto que lo he pensado. Cuando todo se complique más, cuando ella anhele otras cosas que no puedo darle, me alejaré. Soy hábil para atraer a las personas, también poseo habilidad para alejarlas. Es sencillo: hay que aceptar que, en la vida, siempre hay cosas que perder. Prefiero que me odie a que me tenga lástima.

—No me parece noble. Vas a lastimarla. Preferiría que no me lo hubieras dicho, al final tendré que darle la razón a Amber. Adriel es una buena chica y no es justo por tu parte que estés pensando así. De todas formas, voy a decirte algo: no es tan fácil como lo estás planteando, Damien Christopher Lake; estás hasta las trancas de esa chica. Por si no te has dado cuenta, tus nuevos tatuajes están en tus bolas: en una dice «Adriel» y, en la otra, «Alcázar»; tú también sufrirás en ese caso. Ya has cedido, ya has corrido tras ella una vez porque no soportabas su ausencia. Piensa en eso y decídete, creo que, en el fondo, sólo te estás engañando a ti mismo.

»Continúa escuchando tu corazón, amigo, porque, como ya te he dicho muchas veces, tú también tienes uno en el pecho, no lo olvides. Sé todo de tu vida, pero también sé que nadie puede vivir condenado para siempre como tú pretendes. Sincérate con ella, pero hazlo ahora; dale la oportunidad de elegir. Sé valiente y deja de refugiarte en tus traumas.

El golpeteo en la puerta y Karina asomada a ella los interrumpió.

—Damien, ¿necesitas algo más o puedo irme a almorzar?

—Puedes irte, nosotros también nos vamos.

Damien apagó su ordenador y se puso de pie, quería poner fin a la conversación.

—Vamos a Joseph’s.

—Preferiría ir a otro sitio, allí estarán Amber y Adriel almorzando.

—¿Cómo lo sabes?

—Me acaba de avisar Adriel de que pensaban comer allí. Aunque me dijo que no le importaba que fuera, sé que no es así. Te lo acabo de decir: cojo de la vida lo que puedo, así que, si ella no me quiere ahí, hay miles de lugares donde almorzar.

Richard sonrió sin que él lo notara; comprendió que él estaba cediendo de nuevo, aunque no lo quería admitir.

—Amber tendrá que acostumbrarse; me gusta comer en Joseph’s. Hoy accedo porque ellas tienen que hablar y arreglar las cosas —le advirtió Richard.

 

 

Adriel llegó a Joseph’s. Amber aún no lo había hecho, pero no tardó demasiado.

—Hola —se saludaron sin ninguna efusividad, ambas se estaban midiendo.

—¿Ya has pedido?

—He llegado hace un momento y te estaba esperando.

—¿Te parece que bebamos algo antes?

—Prefiero algo sin alcohol, debo conducir de regreso.

—¿Cómo estás, Adriel?

—Bien, ¿y tú?

—Vayamos al grano, Adriel. No voy a dejar de pensar como pienso, pero puedo ignorar el tema y continuar con nuestra amistad.

—Pues a mí me gustaría no ignorar el tema. Tal vez el otro día no era el momento idóneo para hablar de ello, ni tampoco la forma, pero sigo opinando más o menos lo mismo. Siempre te he apoyado y me gustaría que tú también lo hicieras.

—Yo también sigo opinando más o menos lo mismo.

—Entonces creo que, encontrarnos hoy, ha sido un error.

—¿Tan poco vale nuestra amistad para ti? Hace veintitrés años que nos conocemos.

—¿Tan poco vale nuestra amistad para ti? Hace veintitrés años que nos conocemos. —Adriel le repitió la misma frase.

—Lo siento, tienes razón. Aunque no esté de acuerdo, es mi obligación apoyarte; aquí estaré siempre, incluso cuando él te deje.

—No seas cruel, Amber, me duele lo que dices. No sé si esto con Damien llegará a algo más. Por ahora lo pasamos bien juntos, me gusta y mucho. No te niego que me hago ilusiones, porque nunca antes sentí esto que estoy sintiendo con él. Con Damien por fin he podido sentir las mariposas, los pájaros aleteando y las abejas revoloteando en mi interior. Me trae de cabeza, me deja sin aliento, me quita el sentido, me hace temblar las rodillas y todas esas cosas que recogen las frases que normalmente uno usa para decir que está crónicamente pillado por alguien. Te aseguro que, con él, casan a la perfección. Tampoco sé cuánto más crecerá lo que tenemos. Pero te juro que él se está esforzando por ser diferente, intenta ser atento, está pendiente de mí.

—No quiero saber más, basta.

—Amber... por favor, ansío compartir contigo todo esto que me está pasando. Me siento feliz, como nunca me he sentido con nadie.

—Es que tú no lo conoces. Es un gran cínico, te está engatusando; se aburrirá y te dejará tirada.

—¿Por qué hablas así? ¿Qué es lo que sabes para estar tan segura de lo que dices?

—Lo que todos conocen: que usa a las mujeres para su propia satisfacción; que no tiene, no tuvo ni tendrá una relación seria con nadie, porque no le interesa más que follar por deporte. Ninguna mujer es suficiente para él, es impredecible y carece de sentimientos.

—Conmigo es distinto... Me llevó a su casa —le contó con orgullo—, incluso tengo ropa en su vestidor. Intenta agradarme y consentirme. Me ha contado cosas de su vida. Me ha dicho que quiere intentarlo junto a mí, no está saliendo con nadie más que conmigo.

Amber contuvo una risotada. Realmente no creía que Lake pudiera serle fiel a alguien; para disimular, bebió un trago de su copa.

—No quiero que sufras, Adriel, de eso se trata.

—¿Por qué siempre intentas protegerme más de la cuenta? Desde que nos conocemos que te has sentido como mi protectora; muchas veces me has dicho que tomabas el rol de hermana mayor y te lo agradezco, pero las hermanas no se asfixian, se dan espacio; tú, en cambio, a veces me tratas como si yo fuera tonta, como si fuera una persona sin discernimiento.

—No pienso eso, pero debes aceptar que eres bastante inexperta en este tema y mucho más débil que yo, y por eso siempre me he mostrado protectora contigo. ¿Olvidas que yo lo sé todo de tu vida? Sé por todo lo que has pasado, cómo has luchado para vencer cada uno de tus miedos, cómo te has superado a ti misma. Te admiro por eso, sé que eres fuerte, pero también sé cuán frágil puedes llegar a ser, y no quiero que nadie te lastime. Adriel, tú eres la hermana que yo nunca he tenido, sólo quiero que seas feliz.

—Damien me hace feliz.

Se quedaron mirando.

—Yo misma te instigué a que abrieras tu corazón, a que dejaras entrar el amor de un hombre, pero...

—Pero ¿qué, Amber?

—Está bien —dijo frustrada y conmovida por la súplica de sus ojos—. Te voy a apoyar. Voy a darle un poco de crédito, tal como me pides. —Amber no creía ni una pizca en Lake, pero haría el esfuerzo de mostrarse conforme con la relación, aunque siguiera sin estar de acuerdo. Se cogieron de la mano con mucha fuerza—. Sólo te digo una cosa: si te hace algo, yo misma le voy a arrancar los ojos y le voy a patear el trasero.

Estallaron en risas.