19

 

 

 

 

Llegó puntualmente. Se encontraba frente al apartamento de Lake, así que cogió el móvil y lo llamó para avisarlo.

—Entra con tu automóvil en el garaje; dile tu nombre al encargado, que ya está avisado. Él se ocupará de aparcarlo.

—Perfecto.

—Sólo tienes que pulsar mi piso, y yo desbloquearé desde aquí el ascensor.

La doctora estaba ascendiendo. Sentía el corazón acelerado; codiciaba respirar con calma, pero era como si los pulmones se le quedaran sin aire. No obstante, como si fuera poca la ansiedad que experimentaba, percibía, además, que la actividad en su cerebro se había vuelto mucho más intensa. Miles de pensamientos se mezclaban con sus ilusiones, sin descanso. Nunca antes había sentido una necesidad tan aplastante como la que experimentaba en ese momento; quería llegar de una buena vez y fundirse en un abrazo con él, sentirse arropada por sus brazos. Lo había imaginado durante toda la tarde. Se miró en el espejo, desconociéndose; había dudado bastante si no era demasiado exagerado cómo se había arreglado, pero sólo pensaba en deslumbrarlo. Se acomodó la falda del vestido de encaje de color negro con transparencias en tul, y fijó atenta la vista en el indicador del elevador. Cuando advirtió que tan sólo le faltaban dos pisos por llegar, le resultó indudable que, si su corazón hubiese sido una bomba de relojería, ésta hubiese estado, sin duda, a punto de explotar.

Damien miraba incesante el indicador; la expectativa por verla era arrebatadora. La había extrañado como jamás pensó que podía extrañar a una persona y, aunque intentó por todos los medios olvidarla, todo cuanto probó fue en vano... finalmente había cedido y la había buscado. Ahora iban a reencontrarse por fin; el beso que se habían dado esa mañana lo había dejado con tantas ansias que el día se le había hecho interminable.

Adriel sintió que, de pronto, su nivel de adrenalina se acrecentaba, proporcionándole alas cuando la puerta se abrió y lo vio de pie, aguardándola, tan malditamente seductor, tan malditamente seguro de sí mismo.

Estaba tan nerviosa por el reencuentro que no era difícil notar que temblaba. Sin pensarlo, se sumergió en sus brazos, aferrándolo con toda la fuerza que poseía; clavó las uñas en su cintura y él la estrechó con el mismo arrebato contra su pecho mientras apoyaba el borde de su cadera, que presionaba contra la de ella. Adriel ahora le acariciaba la espalda, exigiendo con sus manos la misma respuesta.

Interpretando sus caricias, el abogado abandonó el fuerte agarre para deslizarse con sus manos en todas direcciones; con una le abarcaba toda la espalda, y con la otra bajaba por su costado para aferrarse a su cintura.

Damien enterró el rostro en su cuello y entonces sus cálidos labios buscaron el lóbulo de su oreja.

—Eres tan bonita... —le susurró al oído.

Se apartó para mirarla, movió las manos para sujetarla de las muñecas y le puso los brazos alrededor de su cuello. Adriel hundió los dedos en su cabello, aferrándose, demandante de él. Sus labios chocaron, y sus lenguas muy pronto comenzaron a acariciarse suavemente, hasta que Damien profundizó en su boca; ella lo imitó en su manera de proceder. Se besaron con más fuerza, desmedidos, hasta que empezaron a respirar entrecortados.

—Llévame a tu cama, por favor —le suplicó anhelante.

Damien la miró a los ojos.

—Doctora, ¿me estás pidiendo que deje de ser un caballero?

—No te burles, acabo de pedirte lo mismo que estás deseando tú.

La miró pareciendo reflexionar sobre cómo se habían invertido los papeles; ahora era ella la que suplicaba por sus caricias y sus besos. Le gustó, le dio seguridad; esos días sin ella habían sido tan condenadamente inseguros que ella no tenía ni idea.

Volvió a besarla, deslizó de nuevo la lengua en su boca y repitió el mismo escrutinio; pasó su lengua por su paladar, por sus dientes, por sus costados, no dejó nada sin palpar.

De pronto se apartó jadeante y la cogió de la mano para llevarla hasta su dormitorio.

—Cierra las cortinas; hoy no deseo ningún fisgón entre nosotros.

—Tampoco yo; te quiero en exclusiva, y te quiero en mi cama.

Damien buscó el mando a distancia que les daría privacidad y cerró las cortinas.

—¿Qué hago con las luces? —Ella miró los focos y luego su mano, que esperaba una respuesta para regularlas. Finalmente, clavó su mirada en sus ojos y en su boca mientras le decía:

—Todo lo intensas que se pueda; quiero apreciarte y que me aprecies muy bien.

Lake asintió con la cabeza, mientras una sonrisa triunfante tocaba sus labios. Le encantaba el desenfado que Adriel mostraba ese día; se veía necesitada de él, y le maravillaba, pues él también la necesitaba.

La asió de una mano y se apartó de ella. Tensó la mandíbula casi de manera imperceptible al dirigirle una mirada que la recorrió de punta a punta; indagó cada detalle de su vestido y le encantaron las pulseras de sus zapatos, que rodeaban sus tobillos. La soltó por algunos instantes y, con un ademán de su dedo índice, le indicó que se girara, mientras que con una pronunciación perezosa le dijo:

—Lento, por favor.

Por supuesto que ella no lo contradijo en nada; quería complacerlo y buscar en eso su propio goce.

—Quédate de espaldas; así, estás perfecta.

Damien se acercó por detrás, la agarró por los hombros y le habló al oído. Una estela cálida y húmeda le estimuló la piel.

—Me perteneces, eres mía; no lo intentes más, nunca más, me oyes. No puedes escaparte de mí, no intentes alejarte, porque eso, sencillamente, es imposible.

Adriel no contestó; en lugar de eso, se dio la vuelta y desplazó su mirada hacia Damien, pudiendo ver la clara advertencia en sus ojos. Tragó saliva.

—Vuelve a ponerte de espaldas, no he dicho que podías darte la vuelta. —Ella quiso hablar y él levantó una ceja—. De espaldas.

Adriel volvió a girarse.

—Aunque hoy te dije que lo entendía, no es tan fácil. Me heriste; tu desprecio me molestó, y voy a mostrarte lo que mereces por haberme ignorado, y luego por haberme apartado de tu vida.

En sus estándares no existía la posibilidad de ser rechazado, así que pretendía dejárselo muy claro.

Se acercó a ella, le acarició el brazo desnudo y ella tembló y gimió. Damien le pasó las manos por las costillas, las dejó descansando en su cintura, sobre la tela del vestido, y, con las palmas abiertas, le repasó las nalgas; las notó duras, macizas. Cogió el extremo de la prenda y la levantó para acariciar su piel; pasó la punta de los dedos por sus muslos, sintiendo cómo ella se estremecía con su tacto. Se acercó un poco más, pegando su cuerpo al de ella, y le apoyó su erección sobre las nalgas; deseaba que lo sintiera, quería enseñarle su necesidad.

—¿Así que pasas de mí, doctora? ¿Así que te crees con derecho a deshacerte de mí como si fuera un objeto? Pues lo pasé muy mal, ¿sabes?

La revelación que había salido de su boca sin pensar los dejó a ambos conteniendo el aliento.

Ella cerró los ojos, absorbiendo sus palabras, y asintió con la cabeza. Temblaba con el calor del aliento depositado en su cuello; el roce de sus dedos estaba diluyéndola internamente. Su respiración era audible e intermitente, y sus pezones estaban erectos y le dolían.

—Lo siento; yo también lo pasé muy mal —se animó a confesar, de forma entrecortada por las caricias de él, que la dejaban sin respiración.

Damien apartó sus bragas y le pasó los dedos por su hendidura; enterró un dedo en su sexo. Estaba empapada; eso lo excitó y provocó que su sexo palpitara y se endureciera más. Movió el dedo que había introducido en círculos, luego lo metió y lo sacó varias veces, hasta que la oyó gemir casi inconsciente. Sacó los dedos y los pasó por la boca de ella.

—Esto no significa precisamente que pases de mí, más bien es todo lo contrario. Pruébate.

Ella abrió la boca y chupó sus dedos con fuerza, y él notó cómo su cuerpo perdía consistencia. Por tal motivo, decidió continuar con su acompasada intromisión, así que la sostuvo con más fuerza, pegando más sus caderas contra sus mullidas nalgas mientras volvía a follarla con sus dedos. Cogiéndola por sorpresa, se detuvo, la cogió por los hombros y la giró. Le besó la nariz y se apartó, mirándola, mientras se cogía la barbilla y luego la cogía a ella de una mano.

—Vamos a cenar. Tendrás que esperar un poco más para lo que anhelas.

—¿Qué?

—Vamos a cenar —informó de nuevo mientras enarcaba una ceja—. Costance seguro que debe de estar esperándonos para servir la cena, le pedí que nos atendiera esta noche.

—No puedes.

—Por supuesto que puedo, tengo mucho apetito. Vamos al comedor.

Tironeó de ella para salir del dormitorio, pero Adriel interpuso su fuerza; de inmediato se pegó a su cuerpo y repasó su bragueta con la mano.

—Adriel, no hagas eso. Vayamos a cenar, por favor. Hoy no he almorzado más que un sándwich de pollo; tuve una application[26] y la audiencia se demoró hasta pasadas las tres de la tarde, horario en que el juez nos pudo atender.

Ella agitó la cabeza, negando.

—No voy a esperar ni un minuto más para que me hagas tuya. Durante dos semanas he esperado este momento, dos tortuosas semanas —le dijo con una vocecita antojadiza.

—Fue tu decisión, ¿debo recordártelo?

Adriel lo soltó, llevó sus manos a la cremallera del vestido para desabrochárselo y deslizarlo por su cuerpo, y se quedó en ropa interior frente a él. Llevaba un diminuto conjunto de color negro, con transparencias sobre un fondo blanco. Damien entrecerró los ojos y la estudió con atención.

—¿Qué pasa, abogado? ¿Acaso estás perdiendo tu deseo sexual? —le lanzó, provocándolo.

—Mi apetito sexual sigue tan íntegro como siempre, voy a demostrártelo. Sólo espero que tengas energía suficiente para el ritmo que te imponga.

«A la mierda con la cena, joder, tampoco quiero esperar más.»

Damien se quitó la camiseta negra que llevaba puesta y la arrojó al suelo; acto seguido, la vista de Adriel se posó sobre su estómago. El abogado tenía una tableta de chocolate en su vientre y una uve se empezaba a formar allí, perdiéndose en la cintura del pantalón. Consciente de lo que le estaba provocando, Lake desabrochó el botón y bajó el cierre para que el vaquero se le precipitara en la cadera.

—¿Qué pasa, te gusta la vista? Me atrevo a asegurar por tu expresión que la estás disfrutando —soltó con un tono muy juguetón.

La médica levantó la mirada y se encontró con una sonrisa jactanciosa que elevaba apenas la comisura de sus labios; había levantado una ceja y entre ambas se le había formado una arruga sumamente sexy.

Damien tenía un cuerpo perfecto; fácilmente podría trabajar como modelo para catálogos masculinos.

La mirada del abogado no se quedó quieta; él, por su parte, se ocupó de desmantelar su cuerpo, recorriéndolo lentamente. Fue como si le quitara las bragas y el sujetador sin siquiera tocarla. Caminó hacia ella; era sexy como el infierno, pues su andar era demoledor y su mirada aniquilaba. La sujetó por la cintura, enroscando un brazo a su alrededor, y con la otra mano le apartó el pelo y se lo trabó detrás de la oreja.

—Hoy no voy a ser condescendiente contigo, no voy a tenerte respeto. Creo que es eso lo que buscas, así que prepárate, porque voy a follarte ahora muy duro, y luego... luego lo haré también durante toda la noche. Voy a tomar de ti todo lo que me privaste durante estas dos semanas.

Adriel lo miraba fijamente; seguía sus palabras sin perder de vista el movimiento de sus labios. Creía todo lo que decía, y ansiaba, además, todo lo que decía.

—¿Estás excitada, doctora? ¿Qué pasa, no puedes respirar? Humm, esto acaba de empezar. Respira, Adriel, llena tus pulmones de oxígeno y guárdalo, porque te aseguro que lo vas a necesitar.

Nunca le había hablado así; su voz fría, plana y dura la había excitado demasiado.

Damien mordió sus labios, le acarició el costado de sus costillas y bajó por su trasero, apretándolo con fuerza; sus nalgas eran duras, rosadas, y se enrojecían con facilidad.

Levantó la mano recorriendo su espalda, mientras saqueaba su boca introduciendo su lengua en ella. Desprendió el sujetador con facilidad; esa facilidad a ella siempre la sorprendía, y también le molestaba... resultaba obvio que era una acción muchas veces practicada. Con un movimiento fugaz, se apartó para quitárselo.

—Esto sobra, quiero sentir tu piel contra la mía.

No quería pensar en eso, no quería imaginar a cuántas mujeres antes que a ella se lo había hecho, no deseaba estropear el momento. Adriel cerró los ojos y se dedicó a sentir.

Damien la recorrió con la vista; sus bragas ya estaban mojadas, se notaba porque se habían oscurecido. Sonrió malicioso al comprenderlo. Se sintió un cavernícola y tuvo ganas de gritar dándose palmadas en el pecho por conseguirlo sólo con sus besos y algunas palabras obscenas. Cuando la había tocado por primera vez ese día, ella ya estaba realmente húmeda.

—Damien, por favor, no seas cruel.

Él sonrió. Posó su mirada en los pezones, que ya estaban erectos, y los acarició, provocando que se pusieran más tiesos, y luego se inclinó para lamerlos y morderlos.

Los perdía en su boca y los volvía a soltar, los succionaba con fuerza y luego se quedaba con ellos entre los dientes, mientras la miraba por entre la fila de espesas pestañas marrones que enmarcaban sus ojos.

—Tus tetas son perfectas, adoro hacerte esto.

Adriel estaba aferrada a sus bíceps, respiraba con más dificultad que antes y le hundía las uñas en la carne con cada succión de su boca. Damien bajó una mano y acarició el interior de sus muslos; pasó la punta de sus dedos por encima de sus bragas, sintiendo la humedad de su excitación a través de la tela. Apartó el diminuto tanga y acarició su vagina; continuaba muy resbaladiza y más empapada, por lo que su dedo se deslizó con facilidad en su interior. La intrusión le arrancó a Adriel otro gemido incontrolable, y con su dedo pulgar le acarició el clítoris y lo movió, rotándolo sobre él.

—Damien, por favor, esto es casi doloroso.

Él levantó su vista sin dejar de tocarla como lo estaba haciendo.

—Quiero que no olvides mis caricias, para que nunca más se te ocurra escribir un estúpido mensaje diciendo que me quieres lejos de ti.

Él quería creer que eso podía ser posible, lo necesitaba en ese momento.

Sus dedos ahora entraban y salían de ella, y su rostro estaba transfigurado de ira y de deseo. Adriel permanecía laxa, intentando asimilar cada roce, jadeando, gritando su nombre, frotándose contra su mano y entregada al placer que él le facilitaba.

Cuando Damien la sintió tensarse, retiró los dedos, dejándola necesitada y con unas ansias locas de que volviera a tocarla como lo estaba haciendo. Pero ella no iba a rogarle, sabía que era lo que él esperaba y, aunque se moría porque así fuera, aún le quedaba un poco de orgullo.

Sintiéndose indefensa y en desventaja, la médica consideró que él tenía aún demasiada ropa cubriendo su cuerpo, así que, intentando equilibrar la balanza, llevó las manos a su cintura mientras las enterraba bajo la goma del bóxer. Le apretó las nalgas y Damien gimió ronco; luego bajó su pantalón junto con su calzoncillo, liberando su erección. El abogado se despojó rápidamente de los vaqueros, que habían quedado atascados en sus tobillos, se sacó sin dificultad las zapatillas y, cuando levantó la vista, comprobó que Adriel también se había quitado su tanga. Ambos estaban desnudos; se admiraron ambiciosos. Luego él la cogió de una mano y la llevó hacia la cama. Apartó las sábanas y la colcha de un manotazo, la tomó en sus brazos y la tiró sobre el colchón.

—Te dije que te quería en mi cama, no voy a tomarte en otro lado.

—No quiero estar en ninguna otra parte más que en tu cama.

Damien gateó y se posicionó sobre ella, rozando con su erección su entrepierna, que estaba ardiente y muy sensible.

—Eres perfecta, preciosa; me encanta la tonalidad de tu piel, la tersura, el olor que desprende.

Le acarició el rostro mientras se lo decía. A ratos quería ser tierno, y otros deseaba ser muy rudo. Ella le resiguió las facciones con la punta de los dedos.

—Te he extrañado mucho; nunca creí que dejarías un vacío tan grande, siento mucho lo que provoqué.

—Adriel, voy a hacer todo lo posible para no fallarte. Lo que sea que hayas hecho conmigo, doctora, me tiene totalmente necesitado de ti.

La besó con desespero; tomó sus labios, perdiéndolos en su boca, e internó en ella su lengua, deseosa, para embriagarse con su sabor; mientras tanto, se movía sobre ella, frotando su erección sobre su piel. Adriel estaba aferrada a su espalda; levantó las piernas y las abrió para que él pudiera situar su cuerpo entre ellas. Damien se detuvo; la tentación era grande, sabía a lo que lo estaba invitando, pero no cedería... él nunca lo hacía sin condón. Ella le había dicho que tomaba la píldora, pero, aun así, no iba a arriesgarse. Además, todavía quería mucho más de su cuerpo antes de pensar en enterrarse en ella.

Se apartó. Deslizándose por su cuello, le dejó lengüetazos en él, eternizando los besos, y bajó por el valle de sus senos; descendiendo un poco más, le recorrió el vientre con la lengua, hasta que al final llegó a su monte de Venus. Allí, se detuvo unos instantes; levantó los ojos y resultó evidente el deseo en ellos, pero, antes de bajar con su boca a ese lugar donde quería perderse, le dijo:

—Sólo quiero que no me apartes de ti de nuevo, por favor. —De pronto se encontró rogando; sus palabras salían sin que él las pudiera detener. Sabía que no era lo planeado, pero no podía evitarlo.

—Nunca más; no tendría fuerzas para hacerlo, ahora sé lo que se siente lejos de ti.

—De acuerdo.

Sus dientes mordieron su labio inferior; ella se había erguido, apoyada con los codos, viendo su camino de besos, un reguero de éxtasis que quemaba sobre su tersa y cremosa piel.

Damien llevó la mano a la parte interna de sus muslos, la acarició y, cediendo a su control, bajó la cabeza, enterrándola en ese hueco que formaban sus piernas para dedicarse a probarla. Le lamió los pliegues, y luego movió su lengua, dirigiéndola a su clítoris, y comenzó a rodearlo con la punta rígida. Ella comenzó a gritar su nombre; se aferraba a las sábanas, gemía, se encorvaba... su cuerpo no tenía dominio, las caricias la hacían sacudirse, y él no tenía intención de parar. Permanecía impasible chupando, mordiendo, jalando, sorbiendo de nuevo... no podía detenerse.

La sintió tensarse; sabía que estaba cerca de conseguir el orgasmo, sabía que la había llevado al filo de un abismo donde caería y luego emergería viendo colores a su alrededor, pero no iba a complacerla, aún no.

Levantó la cabeza y la miró, se sentó sobre sus pies y la contempló frustrada.

—No, no, ¿qué haces?, continúa.

Él negó con la cabeza. Se estiró sobre su cuerpo y atrapó sus labios; le depositó un beso, saboreándola una vez más.

—Tranquila, te doy mi palabra de que será aún mejor... junta ansias, júntalas todas para cuando deje que te corras.

Ella, sin aliento, asentía. Las imágenes que él creaba con la dureza de sus palabras eran muy excitantes. Gimió y dijo su nombre mientras abría los ojos, mirándolo a través de sus pestañas; lo agarró de la nuca y apresó sus labios, enredando a la vez sus piernas en su cintura; su boca sabía a ella, a su necesidad por él.

—No hagas eso —le rogó Damien.

—Te quiero dentro de mí, te quiero con desesperación, Damien.

Bajó una mano para enterrar la polla en su interior.

—No, Adriel, espera que me ponga un condón —imploró, porque supo que, apenas se enterrara en ella, se correría.

—Tomo precauciones, no hay problema.

—No, nena, lo sé, pero el condón es una regla inquebrantable para mí, tan sólo me llevará unos segundos.

—Quiero sentirte, quiero que me sientas sin barreras. Ambos estamos sanos. Tú me has dicho que nunca lo haces sin condón y yo, por mi trabajo, me hago pruebas regulares y, además, nunca lo he hecho sin condón tampoco.

Era demasiado tentador lo que le ofrecía. Nunca había estado tan caliente en toda su vida. No obstante, Damien negó con la cabeza; ya había estirado un brazo y había cogido un preservativo. Lo abrió con los dientes y se lo enseñó.

—Es más seguro, ¿para qué arriesgarnos?

Se sentó sobre sus talones e hizo rodar el preservativo sobre su miembro tieso con una rapidez que abrumaba. Luego la acomodó cogiéndola de las piernas y, como ahora sabía que la médica era muy flexible, empujó para abrirla aún más. La visión era realmente alucinante; se enterró lentamente en ella.

Sus caderas se movían hacia delante y hacia atrás sin pausa, y el sudor brillaba en su pecho de manera incandescente bajo la luz. Damien bramaba con cada envestida; ella también gemía, sin preocuparse por cuánto lo hacía... ambos estaban conferidos a obtener lo que sus cuerpos perseguían.

—Siento tu cuerpo de una forma increíble debajo de mí, quiero tenerte siempre así.

El abogado movió sus caderas más rápido, codicioso, imperante, hasta que decidió detenerse; salió de ella y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.

—Súbete aquí arriba; vamos, quiero que me cabalgues.

Adriel lo hizo. Él la tenía sujeta por las caderas y ella metió la mano, guiando la erección en su interior. Comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás primero; luego movió las piernas y se sentó apoyada sobre sus pies para poder moverse arriba y abajo. Sus pechos danzaban; la visión era irreal, sus pezones estaban erectos y enrojecidos por los chupetones que el abogado le había dado, y también por cómo los había apretado con sus manos; en el derecho se notaban las marcas de sus dedos con claridad.

—Oh, Dios, esto es lo único que necesito —gritó la médica sin importarle nada.

—Mierda, deja de hablar así o me voy a correr —gritó Damien mientras empujaba él también para salir a su encuentro.

En aquel momento, Lake la detuvo y la aferró con fuerza de las caderas, rogándole que parara para serenarse.

—Eres perfecta, necesito esto, necesito a cada momento de ti. Nunca nadie será tan jodidamente perfecto como lo eres tú.

Siguieron moviéndose hasta que, de pronto, él comenzó a implorar.

—Espera, nena, vas a hacerme correr.

—Es lo que quiero.

—Aún no; detente, por favor, ponte boca abajo.

Adriel accedió. Se acostó plana, pero él la acomodó como quería: levantó su trasero, haciéndole flexionar las piernas, y, cuando la tuvo exactamente como ansiaba, volvió a penetrarla lentamente. Se recostó sobre su espalda y le habló al oído.

—¿Me sientes?

—Sí, Damien, te siento perfectamente. —Lo que en verdad hubiera querido decirle es que ahora se sentía en paz.

—¿Te gusta así?

—Mucho.

Se movió más rápido, más hondo, más despiadado, sin pausa; se enterró sin piedad una y otra vez.

—Damien, voy a correrme.

—Déjate ir, hazlo. ¡Mierda! Eres tan malditamente hermosa. Esto duele, nena, lo que me haces sentir duele.

La necesitad crecía entre ambos. Ella gritó mientras caía en el maravilloso deleite que él le ofrecía con su cuerpo. Damien bombeó cruelmente dos veces más en ella y él también gritó su nombre; un ronquido lo acompañó, desmadejando todas sus entrañas. Esa mujer iba a matarlo de placer.

Ella ya no tenía más fuerzas, él la había agotado. Aflojó el agarre de las sábanas y se dio cuenta de que estaba apretando demasiado las mandíbulas. Jamás había experimentado un orgasmo tan letal como el que Damien le había regalado. Nunca la había follado tan fuerte como acababa de hacerlo en ese momento, ni siquiera la vez que había adoptado la posición de split había sido tan rudo. Apretó los ojos con fuerza; tenía ganas de llorar de tanto placer. Ahora sabía que existía, y que el placer absoluto estaba a su lado. Ambos aflojaron sus piernas y, como él no quería caer con todo su peso sobre ella, rodó a su lado. Adriel lo lamentó; sintió un vacío enorme cuando él salió de su interior.

La doctora, entonces, haciendo un gran esfuerzo, se movió para mirarlo. Los dos aún jadeaban en busca de aire y sus miradas se encontraron; continuaron sin decir nada hasta que ambos se tranquilizaron.

Adriel supo que lo amaba, que jamás había sentido un sentimiento así por nadie, que, aunque no lo admitiera, así era, que ese hombre se había adueñado de todos sus sentimientos. Él, por su parte, supo que sería muy difícil alejarse de ella, que hiciera lo que hiciese ella viviría bajo su piel. Se acariciaron el rostro. Damien apartó unos mechones que estaban pegados a su cara por el sudor, y ella le resiguió los labios; luego acarició su barba a contrapelo y le peinó el flequillo, pero ninguno de los dos dijo nada.

 

 

Se habían dado una ducha y acababan de secarse.

—Ven conmigo.

Ambos tenían una toalla enroscada cubriendo sus partes. Damien la guio hasta su vestidor y tiró de uno de los cajones. Allí había ropa interior y unos négligés para ella, también algunos picardías.

—¿Y esto?

—Los había comprado para ti; hoy le pedí a Costance que volviera a hacer un hueco para ti en mi vestidor; seguramente querrás ponerte ropa limpia.

Adriel pasó la mano, acariciando cada prenda con suma delicadeza; estaban ordenados por colores. Se sintió feliz y horrible a la vez; ella había actuado estúpidamente, provocando que no estuvieran juntos durante dos semanas, y él sólo tenía detalles hermosos con ella.

Damien cogió uno de los sujetadores que descansaban allí, y ella lo reconoció en seguida.

—Toma, éste es como el que arruiné la otra vez.

—No era necesario que lo repusieras, lo rompimos juntos.

—Quise hacerlo.

—Gracias.

—Espero que sean de tu talla, no sabía muy bien...

Adriel miró la etiqueta.

—Me van perfectos. Me has sorprendido.

—Hay algunos que abrochan por delante; creo que son buenos para no tentarme y arrancártelos de nuevo. —Ambos sonrieron, distendidos, y ella, poniéndose de puntillas, le plantó un beso en los labios. Él, sin poder detenerse, la envolvió entre sus brazos y la apretó contra su macizo cuerpo—. Si quieres traer ropa extra para cuando te quedes en casa, puedo pedirle a Costance que haga más sitio en mi guardarropa.

Adriel se apartó, lo miró a él por unos instantes y luego miró la cantidad de ropa que él tenía. Todo estaba minuciosamente organizado por colores y texturas. Desarmada por lo que estaba proponiéndole, lo cogió por la nuca y lo besó colgándose de su cuello.

—Es un gesto muy bonito que no me esperaba, y que tampoco merecía; me porté como una estúpida.

—Shhh, eso ya quedó atrás. Ambos nos comportamos como estúpidos. Me alegra que esto te guste, no estaba seguro de ello.

La médica dio un salto y trepó a su cintura, ajustando sus piernas alrededor de sus caderas. Él la sujetó de inmediato de las nalgas.

—No sigas, debemos alimentarnos.

—Lo sé, lo sé, pero quiero abrazarte muy fuerte; abrázame, por favor.

—Eres mi ángel de la muerte; tu mirada inocente y tu carita ingenua van a matarme, doctora. No es sensato lo que estás causando en mí.

 

 

Habían cenado, habían vuelto a tener sexo loco y escandaloso, y ahora se preparaban para dormir; bueno, Damien ya casi lo estaba, después de haber descansado mal durante dos semanas, luchando contra sus ansias de buscarla. Ahora se había relajado y su cuerpo sentía el cansancio; a diferencia de éste, Adriel estaba turbada por todo lo acontecido. El reencuentro había sido mejor de lo que había imaginado y estaba claramente desvelada. Damien era un hombre muy demandante, pero también era muy tierno; ese día había sido todo eso y ella no podía creer cuántas atenciones le daba. Se acostó a su lado después de ir a colocarse uno de los picardías que él había comprado para ella.

—¿Duermes?

—Humm... aún no, pero casi.

Ella lo estaba escudriñando. Ya había notado la cicatriz en el hospital; ahora la reseguía con sus dedos.

—Fractura de clavícula —aseveró sin temor a equivocarse.

—Ajá.

—¿Jugando al fútbol?

—Sí. —Damien hablaba con la voz pesada por el sueño.

—Y no escarmentaste.

—Me gusta jugar al fútbol, me ayuda a desconectar de la rutina.

Adriel le acariciaba con la punta de los dedos los pectorales, sus tetillas y otras cicatrices que también tenía por todo el pecho.

—¿Qué te ocurrió aquí? Parece la cicatriz que deja un tubo torácico debido a un neumotórax.

Adriel le acarició la marca que tenía a la altura del segundo espacio intercostal. Él abrió los ojos con dificultad y se quedó observándola.

—Duerme, que es muy tarde. Mañana te lo cuento; hoy he tenido un día muy largo en los tribunales y luego tú me has reclamado mucho. Tengo más cicatrices, prometo que mañana te las enseño, veo que te interesan.

—¿Yo, reclamarte? Pues a mí me ha parecido todo lo contrario; de ser así, tú estabas muy predispuesto, no te has quejado, si mal no recuerdo.

—Cómo negarme. Duerme ahora; apaga la luz, te juro que estoy muerto de cansancio, Adriel.

Le besó la punta de la nariz, ella chasqueó las manos y la luz se apagó. Luego se dio la vuelta y Damien la aferró con fuerza, enredando sus brazos a su cuerpo y acoplándose a ella.