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Damien condujo hasta su casa en Lincoln Square, se adentró con su automóvil en el garaje y luego cogió el ascensor hasta su apartamento, en el piso veintiuno. Nada más entrar, traspasó el recibidor y llegó a la espaciosa sala; dejó de cualquier forma la chaqueta sobre uno de los sofás color verde oliva, de estilo Chester, y se dirigió a la cocina, donde cogió del refrigerador un agua Poland Spring;[6] bebió unos tragos y, ensimismado en sus pensamientos, salió rumbo a la escalera para llegar a su dormitorio.
Había estado incómodo durante toda la noche; a pesar de haber logrado introducirse en el círculo social donde siempre había querido entrar, no se sentía bien.
A tirones y con cierta desidia, deshizo el nudo de su pajarita, para luego dejar el corbatín colgando de su cuello mientras se desabotonaba los dos primeros botones de la camisa. El sensor de infrarrojos detectó el paso por la puerta y la luz de su dormitorio se encendió en el instante en el que él entró; fue directo al baño. Como un acto reflejo, se apoyó contra la pared de mármol mientras orinaba, y fue en aquel momento cuando la médica Adriel Alcázar inundó cada una de sus neuronas, colándose de nuevo en sus pensamientos.
Malhumorado por no poder quitársela de la mente, accionó de un manotazo el sistema de descarga del váter y, con el mismo incordio del que parecía no ser capaz de deshacerse, se lavó las manos y salió despojándose de su camisa y tirándola ofuscado contra una banqueta que allí había. Adusto, se sentó en el borde de la cama, se desanudó los zapatos y se los quitó, también los calcetines. Su contrariedad ahora derivaba en un enorme fastidio, haciendo que de inmediato odiara su vida. Esas consideraciones lo irritaron aún más, ya que estaba sintiendo demasiado a menudo esa sensación de vacío. Miró a su alrededor, observando el lujo reinante en semejante habitación y, a diferencia de lo que normalmente pensaba, todo lo que allí había le pareció demasiado excesivo. Inspiró con fuerza, intentando deshacerse de esos pensamientos, y se quedó durante algunos minutos con los codos apoyados en las piernas mientras se sostenía la cabeza. Estaba cansado. Recordó de pronto que había quedado con su padre para almorzar el domingo, así que consideró que lo mejor sería que se acostara para descansar al menos unas pocas horas.
Volvió a suspirar, agobiado por el encuentro del día siguiente. Si bien le gustaba estar con Christopher, sabía que sería casi imposible evitar sacar el tema de su madre, puesto que, indefectiblemente, su padre y él pensaban de forma muy diferente. Se puso de pie y se desabrochó el pantalón; antes de quitárselo, sacó su móvil del bolsillo y lo colocó sobre la mesita de noche; a continuación se quitó la prenda con movimientos toscos, para luego, de forma brusca, abrir la cama y meterse en ella. Aplaudió para que las luces inteligentes de su habitación se apagaran y se aferró a la almohada, cerrando con fuerza los ojos, preparado para dormir; su día había finalizado.
Apenas terminó de acomodarse, el sonido de una notificación llegó a su móvil; por el sonido supo que era un WhatsApp.
En penumbras, lo cogió para ver de quién se trataba; debido a la hora que era conjeturó que sería Jane. Refunfuñó mientras desbloqueaba el aparato con su huella, pero el asombro al ver quién era hizo que se sentara contra el respaldo. Leyó rápidamente:
Adriel: Pero a mí no me interesa compartir una comida con usted. Alcázar.
Releyó el mensaje. Adriel figuraba en línea, así que pensó que seguramente estaba esperando para ver que él hubiese leído el WhatsApp y se pusieran las dos marcas azules. Le causó gracia que también hubiese firmado con su apellido, tal como había hecho él.
Pero, más allá de eso, ella había dejado muy claras sus intenciones, y eso lo sacó de quicio más de la cuenta.
Damien: Puede que digas que no... AHORA, pero tarde o temprano accederás, y no sólo a cenar conmigo, sino a todo lo que yo desee.
Las marcas se pusieron azules, ella continuaba ahí.
«Pero ¿quién se cree que es? Ya te vale, Adriel. ¿Quién te mandaba a ti contestarle? Tú solita le has dado pie a que te refriegue por la cara su egocentrismo.»
Adriel: No entiendo cómo consiguió mi número PRIVADO. —Hizo énfasis en que era un dato personal al que no todo el mundo tenía acceso—. Sería muy bueno que lo eliminara, ya que no tengo intención de mantener ningún contacto con usted; no quisiera tener que bloquearlo para que deje de molestarme.
Damien: ¿Sabes qué creo? Que lo que deseas es precisamente lo opuesto: te mueres por tener contacto conmigo. Contéstame, en caso contrario, ¿por qué te quedaste espiando en el baño del Ink48?, ¿te gustó escuchar cómo me la follaba? Apuesto a que te calentó mucho oírnos. Si quieres, puedo contarte todo lo que le hice. Estoy seguro de que hasta deseaste ser tú quien me estaba recibiendo. Dime, Adriel, ¿qué cosas te imaginaste? Debes saber que, tarde o temprano, siempre consigo lo que me propongo. Sería mejor que no te resistieras, porque, cuando me empecino, suelo no tener piedad.
Adriel abrió los ojos como platos mientras leía el extenso mensaje que Damien le había escrito. Sintió claramente cómo sus mejillas se le encendían cuando comprobó que él sabía que ella estaba en el baño de al lado oyéndolo todo. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y una punzada desconocida se instaló en su vientre; a pesar de sentirse totalmente insegura, intentó reflejar en sus palabras que ella no se amedrentaba con ninguna de las suyas, ni mucho menos con sus insinuaciones.
Adriel: Atrevido; debería darte vergüenza que me haya visto involucrada en esa situación tan incómoda y que no haya sabido cómo reaccionar ante tu desfachatez.
Era tanta la indignación que sentía que ni siquiera se percató de que lo estaba tuteando. Damien sonrió por las explicaciones; sabía que nada de eso era cierto y se lo hizo saber.
Damien: Eres una mentirosa, doctora. Luego te quedaste en la barra, esperando a que saliera. Apuesto a que tu ropa interior estaba empapada. Cómo me hubiese gustado tocarte y oler tus bragas. No seas tonta, puedo cumplir cada una de tus fantasías, y más también.
Adriel: Eres un andromaníaco; hazte tratar, porque estoy segura de que sufres de satiriasis.
Damien: Deja de lado tu profesión y resuelve más fácilmente. No soy nada de eso que me estás diciendo, simplemente soy un hombre sano al que le gusta disfrutar del buen sexo. Puedo asegurarte que soy muy bueno en la cama. ¿Cuál es tu fantasía conmigo, Adriel? ¿Quieres que te lo haga contra la pared? ¿Te imaginas en mi cama, o tal vez en la tuya? Nooo, ya sé, tal vez quieras que te lo haga en un baño y repitamos la escena que escuchaste y no viste, pero que estoy convencido de que te estás imaginando protagonizar.
Esperó en vano una respuesta que nunca llegó; más aún, ella ni siquiera había leído su último mensaje, porque las marcas seguían grises, lo que seguramente significaba que había apagado su móvil.
—Estúpida; se hace la friki y se moja como todas con mis insinuaciones. Apuesto a que, cuando leyó mis mensajes, se le instalaron varias imágenes obscenas en su cabeza.
Se arrebujó en la cama después de dejar su teléfono sobre la mesilla, y le pegó un puñetazo a la almohada mientras la acomodaba antes de apoyar su cabeza en ella. Ahora estaba doblemente cabreado, y no soportaba no poder quitarse a la médica de sus pensamientos.
Mientras tanto, Adriel, en su casa, se había levantado de la cama y caminaba de un lado a otro de su dormitorio, con la clara certeza de que, si no paraba, haría un surco en el suelo. Se sentía sumamente avergonzada y estúpida.
«¿Cómo he podido permitir que me humillara así?, ¿en qué momento he accedido a entrar en su juego?», pensó mientras volvía a encender el móvil. Ella no era una idiota ni una simplona que no sabía enfrentar situaciones; esa etapa la había dejado atrás hacía mucho tiempo, así que lo mejor era continuar con su vida sin permitirle una sola intromisión más a Damien Lake. Cuando terminó de encenderse, saltaron dos WhatsApps; uno era de Damien y el otro, de Greg.
—Joder, sólo me faltaba esto.
Abrió el de Lake. Greg no sabía que ella finalmente había repuesto el móvil, así que decidió ignorarlo.
Leyó la parrafada de barbaridades que el abogado le había escrito, que la dejaron sin aire y meditando. No entendía por qué ella parecía tan vulnerable a sus insinuaciones, pero decidió que era mejor no contestarle. Simplemente lo ignoraría; después de todo, consideraba que el silencio era la mayor bofetada que podía dársele a un chulo como Lake.
«¡Que te den, Lake! Aprende que alguien puede rechazarte; ni que fueras el único hombre sobre la faz de la tierra.»
Volvió a meterse en la cama y apagó la luz. Iba a costarle conciliar el sueño; eso no era nada extraño teniendo en cuenta que, más allá de su enfado y de sentirse humillada, Damien había conseguido poner miles de imágenes pecaminosas en su cabeza.
Pataleó en la cama mientras cambiaba de posición y se ponía boca arriba, mirando el techo.
«Estoy actuando como una estúpida, no puedo estar pensando en el presuntuoso y maleducado de Lake, y tener un mensaje de Greg sin leer. Esta tarde me acosté con él, lo dejé entrar en mi intimidad, en mi cama, en mi cuerpo; se supone que estoy colada por él... si no, ¿cómo se explica que hayamos mantenido relaciones sexuales?»
—Pero lo cierto es que no sentí ni siento nada especial por Greg; me obligué a mantener relaciones para complacer a Amber y no sentirme tan friki. Dios, ¿seré acaso un bicho raro? Apuesto a que otras mujeres sólo se limitan a disfrutar el momento y no le dan tantas vueltas al asunto en su cabeza. Después de todo, tuve un orgasmo, aunque no fue una explosión de colores ni nada que tenga ganas de repetir con imperiosa necesidad.
»Creo que eso es lo que debo preguntarme, si quiero repetir con Greg.
»Basta Adriel, son las tantas de la madrugada y tú, aquí, hablándole a la oscuridad, sola, como una loca.
A sabiendas de que no estaba haciendo bien las cosas con Baker, no se preocupó siquiera de leer su WhatsApp; se puso de lado, se abrazó a la almohada y se obligó a dormir.