29

 

 

 

 

Pasó como propulsada por una energía sobrenatural; sin siquiera detenerse, tiró sobre la mesa del conserje la tarjeta que le había dado éste para que entrara. Empujó la pesada puerta y salió del edificio; necesitaba escapar de ese lugar, necesitaba dejarlo todo atrás.

El viento de la calle la golpeó en la cara, pero no fue suficiente para evaporar sus lágrimas; las había estado aguantando demasiado durante todo el encuentro, hasta que por fin, en el ascensor, se había roto en llanto. Un ya familiar dolor en el pecho le hizo recordar que Damien lo había provocado.

Amber la alcanzó nada más verla salir por la puerta; no estaba sola, Margaret también se había unido a ella, esperándola. Ambas sabían que iba a salir destruida y que necesitaría el apoyo de sus amigas. Se abrazaron las tres con ímpetu, transformándose en una sola persona.

—No llores; nos tienes a nosotras, no estás sola.

—Ha sido destructivo, lapidario, implacable. Me odia, me odia... —sollozaba sin consuelo.

—Te dije la primera vez que lo miraste que era tóxico, sólo que no quisiste comprenderlo.

—Por favor, Amber, lo que menos necesito ahora es que me recuerdes lo estúpida que he sido por creer en su rostro perfecto y en su sonrisa seductora.

—Tranquila, cariño, todo pasará —la alentó Margaret mientras la cogía de la mano.

—He visto entrar a Jane Hart; he querido avisarte para que su presencia no te cogiera desprevenida, pero no me cogiste el teléfono.

—Es una zorra buscona. He tenido ganas de vomitar cuando la he visto entrar; se me ha revuelto el estómago, Amber.

—Me siento tan mal; yo te alenté para que salieras con él.

Adriel intentó reconfortar a Margaret mientras sorbía su nariz.

—No es culpa tuya. Sólo eres una soñadora, como yo; creímos que tu hermosa historia podía repetirse, pero no tuvimos en cuenta quién es Damien Lake.

»Vayámonos ahora, por favor. No quiero permanecer un segundo más aquí, porque estaban a punto de salir; no quiero que me encuentre aquí llorando como una tonta, demasiado humillada me he sentido por hoy.

Caminaban hacia el aparcamiento; ambas la abrazaban, una a cada lado, construyendo entre las dos una pared que hacía de sostén.

—Vámonos a cenar, pasemos un buen rato de chicas.

—No tengo ganas de ir a ninguna parte, Amber. Sé que no quieres oír esto, pero no se trata simplemente de mi carrera; lo sabes, duele mucho saber lo poco que todo significó para él.

Kipling no le contestó, pero miró al cielo, demostrándole que la hastiaba diciendo eso.

—Propongo que vayamos a tu casa y yo cocino para las tres.

—¿Y tu bebé? Hoy es el día de descanso de Jensen.

—No te preocupes, Adriel. Jey se ha quedado con su padre; le advertí de que mi amiga hoy me necesitaba y le dije que hiciera planes con el niño.

 

 

No le quedaba ánimo para nada. Tan pronto como llegó, fue directa a ponerse un pijama. De camino habían comprado la cena en una tienda de comida para llevar, para que Margaret no tuviera que cocinar. Las tres se encontraban sentadas en el salón y Adriel hacía un esfuerzo por comer, pero no había bocado que le pasara por la garganta. Las palabras de Damien todavía resonaban en su cabeza. Miró a su alrededor y comprendió que tal vez se trataba de los últimos días que pasaba en su casa; la extrañaría, y también extrañaría su coche.

«Siempre tengo que abandonar los sitios donde alguna vez me he sentido cobijada y he sido feliz», consideró, desolada.

Lo cierto era que hubiera querido estar sola y poder llorar hasta quedarse sin lágrimas. De todas formas, agradecía que sus amigas estuvieran con ella intentando animarla, pero su mente esa noche le estaba jugando una mala pasada... visualizaba en silencio el resto del encuentro y no podía dejar de intuir que probablemente, en ese mismo momento, Damien y esa odiosa mujer estarían juntos. Los imaginó besándose, a él acariciándola; recordó incluso sus gemidos de placer, y no pudo más que imaginarlo cerrando los ojos, en el momento de correrse dentro de ella. Quiso deshacerse de esos pensamientos, pero, maldición, parecía imposible no pensar en él. No tardó en comenzar a sudar frío; de inmediato se puso pálida, encogiéndose mientras lo imaginaba todo. Negó con la cabeza y una arcada la invadió, así que salió corriendo hacia el baño, donde cayó de rodillas frente al váter, hasta que sacó toda la bilis que su estómago contenía. Pronto Margaret estuvo junto a ella, sosteniéndole el pelo y masajeándole la espalda. Amber no era buena para eso; si intentaba entrar, terminaría vomitando junto a ella. Cuando Adriel detuvo las arcadas, Marge, como ella la llamaba, mojó una toalla y se la entregó. La médica permanecía sentada en el suelo mientras apoyaba la cabeza contra la pared; se sentía tan débil que su cuerpo temblaba producto de los espasmos.

—¿Estás mejor?

—Un poco, creo que tantos nervios han hecho estragos en mi estómago.

Con Amber en su casa no podía desahogarse, pero ya no aguantaba más, así que, quebrada, se abrazó a Margaret intentando amortiguar el llanto, y ella la cobijó en su abrazo sin importarle que le mojara toda la pechera.

—Tranquilízate; después de todo, él no merece que estés así.

—Lo sé, pero mi corazón no entiende que tengo que dejar de amarlo; todo duele jodidamente tanto... necesito tiempo para sacármelo de dentro.

—¿Todo va bien? —preguntó Amber desde fuera.

—Sí, ya pasó el malestar, está refrescándose —contestó Margaret mientras oprimía la descarga del váter y Adriel intentaba recomponerse.

Después de que la médica se aseara, salieron del baño y regresaron al salón.

—Debes comer algo; si no te alimentas, seguirás enferma.

—Comeré, pero ahora mismo no me lo pidas: tengo el estómago cerrado, Amber.

—No debí dejarte entrar sola —concluyó la abogada—; no hiciste nada de lo que te aconsejé, no puedo creer que le hayas entregado todo lo que tienes.

—Quiero que esto termine cuanto antes. Se lo ofrecí todo precisamente para que lo tome y me deje en paz.

—Adriel, ¿por qué no me escuchas cuando te hablo? Te dije que, con el setenta por ciento de esta propiedad, era un muy buen arreglo. Estoy segura de que hubieran aceptado, pero eres tan cabezota que se lo ofreciste todo. ¿En qué estabas pensando?

—No quise tomar riesgos, quiero que se largue de mi vida. Quiero que todo esto acabe de una vez. ¡Dios, pronto no tendré siquiera dónde vivir! Le he fallado a todo el mundo, a mí misma también. Mi madre estaba tan orgullosa de mí... ¡Mirad lo que he hecho con mi carrera!

—No seas fatalista, Adriel. Hoy lo ves todo negro, pero pronto saldrás adelante. Ahora no quieres que Hilarie se entere, pero déjame informarte de que tarde o temprano lo hará. ¿Crees que te dejará en la calle?

—Eso es precisamente lo que no quiero, por eso debo resolver esto antes de que ella regrese, Amber. De todo lo que dijo Damien hoy, rescato que debo asumir las consecuencias por mi error.

—Tu vida no termina en esto, Adriel —la informó con sinceridad y cautela Margaret—, sólo es un tropezón. No debes bajar los brazos; ahora es todo doloroso porque tus sentimientos están heridos en todos los aspectos, pero pronto te darás cuenta de que esto que hoy te pasa también te servirá para ganar más experiencia en el futuro.

La doctora respiró cansina y sonoramente.

—Maldición, debí suponerlo, todo era demasiado perfecto a su lado; él es demasiado perfecto.

—¿Puedes dejar de pensar en ese idiota? Y, sobre todo, de decir que es perfecto. Ahora mismo debe de estar revolcándose con ésa, sin siquiera tener remordimientos por cómo te trató.

Margaret le hizo una mueca a Amber, para que no fuera tan dura.

 

 

Estaba recostado en su cama con los brazos tras la nuca. Jane dormía a su lado; la miró de refilón y sintió ganas de levantarse, de salir de allí, de marcharse muy lejos. Se sentía hastiado. Ya no era divertido follársela; en varias ocasiones en que estuvo enterrado en ella, tuvo que abrir los ojos para poder comprobar con quién estaba, ya que el rostro de Adriel se metía en sus pensamientos una y otra vez. La médica lo había dañado y él se preguntaba, dolorido, si algún día volvería a disfrutar del sexo como lo hacía con ella. Del Damien Lake de antes de Adriel quedaba muy poco; por mucho que no quisiera admitirlo, estaba enamorado de esa mujer, y él pensaba que ella ya no lo quería.

Se suponía que debía estar mejor; por fin estaba consiguiendo vengarse de Adriel, estaba a punto de despojarla de todo. Un cincuenta y seis por ciento de lo reclamado era un muy buen acuerdo; él hubiera aceptado mucho menos, pero ella le puso todo lo que tenía en bandeja. De todas formas, eso no lo contentaba. Lo cierto era que estaba perdido y se negaba a entender la verdadera razón de por qué se sentía de esa forma. Empujó muy lejos el temor que llegó con el convencimiento: ella lo poseía, se había metido bajo su piel y no podía quitársela. Eso lo enojaba, quería olvidarla. Pero no sabía cómo lograrlo. Aunque lo negase, aunque se empeñara en que no fuera así, la verdad era que, junto a Adriel, había sentido algo real, algo verdaderamente diferente; sin embargo, había sido un sueño en todos los aspectos, algo que nunca podría haber sido real, y él le había restado importancia.

«Nunca fue una buena idea, lo supe incluso antes de su traición.»

Chasqueó la lengua ambicionando deshacerse de sus melancólicos pensamientos, y pretendió convencerse de que ahora mismo debería estar muy feliz. Jane le había dado una gran noticia: su padre lo llamaría para invitarlo a cenar en el hotel Mandarin Oriental y darle la primicia, pero, como ella quería tener el honor de ser la primera en informarlo, no se había aguantado y se lo había contado todo.

Despojado de emociones, por más que intentaba sentirlas, recordó lo sucedido durante la cena:

—Levanta tu copa y brindemos.

—No hay motivos para hacer un brindis esta noche, Jane —le había indicado Damien sin mayores ganas de seguirle el juego.

—Te aseguro que, cuando te lo cuente, este brindis pasará a ser de los más memorables de tu vida —replicó la abogada con una sonrisa chispeante.

Recordó que había levantado su copa de champán de mala gana y tan sólo por seguirle la corriente; él la escuchaba con desidia, pues sus pensamientos esa noche se habían quedado anclados en el encuentro con Adriel, en su rostro, en su dolor. Había querido acunarla varias veces entre sus brazos, mientras veía la angustia en sus ojos. No había disfrutado haciéndola sufrir, pero no se había podido detener; su orgullo, sus celos devastadores y su hombría no se lo habían permitido.

—Mi padre ha movido los hilos a tu favor y ha logrado meterte en la Fiscalía del Condado de Nueva York.

Continuó recordando.

—No me jodas. No me salgas con ninguna estupidez, que hoy no estoy para bromas.

—¿Te parece que puedo hacer una broma con algo así? Felicidades, mi querido abogado: serás uno de los asistentes del fiscal del condado de Manhattan.

Damien estaba abrumado; no había esperado una noticia como la que Jane le había dado. La buena nueva lo había pillado totalmente desprevenido.

—¿Me das un beso?

—Sabes que no me gusta hacer demostraciones de afecto en público.

—No seas malo, hoy me lo merezco. Demuéstrame lo feliz que estás, lo feliz que mi noticia te ha hecho.

Insistente, Jane posó su delicado dedo con manicura francesa en sus labios, señalándole dónde quería el beso. Damien se estiró sobre la mesa y, sin más remedio, atendió su demanda, pero lo depositó en su mejilla.

—Qué agarrado estás con los besos. Espero que, cuando nos vayamos de aquí, no me los niegues. —Él enarcó una ceja, mientras ella, con un tono entusiasta, continuó hablando—. ¿Sabes? Cuando mi padre se enteró de la vacante, te propuso de inmediato, incluso habló con la jueza Mac Niall. Recordó que tú y su hijo erais amigos y le pareció que podría querer darte su apoyo también. Por supuesto que no se equivocó, así que, recomendado por dos jueces de la Corte Suprema, la decisión fue casi unánime, y no me extraña: eres de los abogados más cotizados entre los mejores del área de Nueva York, cariño. No tendrás que obtener ni rellenar ningún formulario para el puesto.

Lake le había regalado una sonrisa forzada.

—Demonios, Damien. Te estoy dando una de las noticias más importante de tu carrera y... ¿no vas a decir nada?

Lake intentó mantener la sonrisa en la cara, cogió su mano, se la besó y expresó una disculpa muy chapucera. No era con ella con quien le hubiese gustado compartir una noticia así.

—Me has dejado sin palabras, de eso se trata. Simplemente estoy muy sorprendido porque no me lo esperaba.

 

 

De inmediato pensó en el favor que le debería también a Sara. Cerró los ojos. Antes sólo hubiera sido un trámite para él, ahora era un esfuerzo sobrehumano estar con otra mujer que no fuera Adriel, no se sentía bien. Estaba seguro de que a primera hora recibiría una llamada de la jueza; sin duda sería otra cosa con la que tendría que lidiar, incluso se sorprendió de que aún no lo hubiera hecho.

Damien respiró lánguido. No lo estaba disfrutando como correspondía; cualquiera en su lugar, en ese instante, estaría sintiendo que estaba a punto de tocar el cielo con los dedos, pero, en cambio, él se sentía hundido en su cama junto a una mujer que no ansiaba, sabiendo, además, que ese puesto significaba unir de momento su vida junto a ella, porque ahora Jane sería una garrapata muy molesta.

En el momento que menos lo ansiaba, lo había conseguido. Ascendía un escalón más en el poder judicial de Nueva York, y eso era lo que siempre había anhelado en su carrera, pero, increíblemente, eso estaba muy lejos de hacerlo feliz.