15
Mientras conducía hacia la casa de Adriel, pensaba en todo lo ocurrido. Jane tenía razón, él la había inducido a todo eso, pero, a pesar de todo, Damien nunca le había hecho promesas. Las ideas, ella, se las había forjado solita en su cabeza, ya que desde un principio él siempre había sido sincero. Por supuesto Lake no era tonto y sabía que esto no quedaría así: Jane no era de esas mujeres que se dan por vencidas fácilmente cuando se encaprichan de algo; además, estaba casi convencido de que todo eso le jugaría una mala pasada laboralmente, ya que ella buscaría la revancha poniendo a su padre en su contra. Pero también sabía que el juez era un hombre de firmes principios, por mucho que quisiera a su hija.
«El tiempo todo lo cura, ya se desencantará; seguro que conocerá a alguien muy pronto. Como dicen, un clavo saca otro clavo.»
Encendió el equipo de música. Maroon 5, junto a Christina Aguilera, comenzó a cantar Moves like Jagger;[24] quería desembarazarse del mal momento, no quería llegar contrariado a ver a Adriel.
Había tenido que desviarse del camino habitual porque había calles cortadas, así que se encontró con un tráfico caótico. Empezó a buscar algunas arterias alternativas hasta que finalmente llegó a casa de la doctora. Miró la hora, llevaba casi veinte minutos de retraso. Tocó el timbre y, con el humor un poco más templado, aguardó a que ella bajara; la esperaba calmado junto a su Ferrari.
Adriel apareció y estaba bellísima. Al verla, simplemente perdió toda perspectiva de sus pensamientos. Obviamente ella no lo sabía, pero tenía el poder de poner su mente en blanco y activar terminaciones nerviosas de su cuerpo que él desconocía que poseía; de igual modo había comprendido que, por mucho que se resistiera, así era, y por tal motivo había dejado de luchar, entregándose al placer que significaba disfrutarla. Su armonioso cuerpo emergió tras la puerta, cubierto por un vestido de punto superadherente en rojo furioso, con un escote bastante pronunciado en forma de uve; llevaba el pelo trenzado de manera informal, atado apenas con una insignificante goma de pelo. Se acercó muy segura a él, caminando sobre unas sandalias altísimas de color nude.
—Hola, ¿qué le ha pasado al lord inglés?
—Lo lamento. Cuando estaba saliendo, un amigo me llamó; me explicó que había bebido y me pidió que lo recogiera en un bar. Pensé en llamarte, pero no creí que iba a retrasarme tanto; luego me encontré varias calles cortadas... todo en mi contra.
Se moría de ganas de decirle lo hermosa que estaba, pero se contuvo.
—No hay problema.
Se dieron un suave beso y luego él abrió la puerta del coche para que ella entrara. Olía exquisito; su perfume era evocador, una fragancia floral y afrutada con notas de almizcle. Damien no podía distinguir si olía a magnolias o a peonías, o tal vez a ambas flores mezcladas; conocía esos aromas del jardín de su abuela Maisha, lo que lo llevó a concluir que tal vez por eso oler a Adriel le resultaba como encontrarse en puerto seguro.
La luna comenzaba a despuntar en el cielo, y estaba parcialmente cubierta por nubes que eran empujadas por el viento; todo hacía suponer que llovería. Adriel miraba por la ventanilla mientras el deportivo de Damien atravesaba las calles de Manhattan.
—¿Todo bien?
—Sí, un poco cansada. Hoy ha sido una guardia bastante pérfida.
—Te gusta lo que haces, ¿verdad?
—Mucho, Damien. La medicina es mi modo de vida, y el hospital es mi segundo hogar. Saber que puedo ayudar de alguna forma con lo que hago, es algo que no cambiaría por nada.
—¿Qué perfumes usas, Adriel?
—¿Tienes pensado regalarme un frasco?
—Tal vez, pero en realidad quiero saber a qué hueles... es que, te reirás, pero hueles al jardín de mi abuela.
—Puede que sea así, es un perfume floral: Bright Crystal Absolu, de Versace.
—Me encanta, tu olor me apacigua.
Ella estiró la mano y le acarició a contrapelo la mejilla; llevaba una sombra de barba.
—Te cuesta creer lo que te digo, ¿verdad? A veces noto en tu mirada que estudias mis gestos, y no te culpo; sé que no te di una buena impresión cuando nos conocimos y, además, seguramente tu amiga no te habrá hablado muy bien de mí.
—Pues tu fama no es la de un hombre que sea muy de fiar, no quiero mentirte, pero también quiero darte un voto de confianza... aunque a veces no sé si estoy pisando en tierra firme, y eso me pone freno.
—¿Qué te ha dicho Amber de mí?, ¿qué te ha contado?
—No mucho. Sólo que eres un mujeriego insensible y, según ella, nunca cambiarás. No tiene una buena opinión de ti, pero eso no es un secreto, lo sabes muy bien.
—¿Sabe de nosotros? ¿Ya se ha puesto en contra? Apuesto a que está llenándote la cabeza de imágenes indignas.
—Tú y yo estamos apenas intentando conocernos un poco más, para ver si funcionamos juntos, todo es muy reciente. Creo que esto sólo nos incumbe a nosotros mismos. Por otra parte, soy mayor de edad y eso significa que no tengo que pedirle autorización a nadie. De todas formas, aún no he visto a Amber, y no, no le he comentado nada de nosotros. Ella es mi amiga, pero no siempre le cuento mis intimidades; soy bastante reservada con eso.
—Pero del seco sí tenía conocimiento, lo invitó a su cumpleaños.
—No lo llames así, se llama Greg, y te he dicho que sólo es un compañero de trabajo. Amber lo que no quiere es verme sola.
—Sí, claro... la otra noche no parecía sólo un compañero de trabajo, y si no hubiese llegado a tiempo... ya no sabías cómo pedirle que se alejara.
Adriel ladeó la cabeza, tomando en consideración lo dicho por Damien. Miró la calzada y permaneció en silencio.
—De todas formas, sé positivamente que tu amiga preferiría verte sola antes que conmigo. No me interesa saber nada —aseveró él, cortando la conversación. Eso no era cierto, por supuesto; en realidad quería saberlo todo, pero tampoco se iba a seguir exponiendo a que ella pensara que lo tenía muerto de celos. Su orgullo era monumental, y no iba a demostrarle más de la cuenta.
—No hay nada que debas saber. Después de todo, tú también has tenido tus cosas. Ayer decidimos empezar de cero e intentar otro tipo de trato, se supone que lo anterior no cuenta para ninguno de los dos.
Él frunció los labios, haciendo subsistir el silencio; no obstante, sus pensamientos continuaron sin intervalo.
«Más le vale al seco ese hacerse a un lado; espero que haya entendido muy bien que no hay lugar para ambos junto a ti.»
—Hemos llegado.
Maniobró el coche y lo metió en el garaje privado.
—¡El edificio es enorme! Ya me estoy imaginando lo que es tu apartamento.
Damien le guiñó un ojo antes de contestar.
—Es sólo un apartamento. Me gusta vivir con comodidades, trabajo duro para tener todo lo que me apetece.
Adriel se quitó el cinturón.
—Espera, déjame ser quien te abra la puerta.
El abogado se apresuró y la ayudó a salir; cogiéndola de la mano, la condujo hasta el ascensor y allí apretó la tecla con el número veintiuno, y luego un código; de inmediato, el elevador ascendió casi en un profundo silencio.
Damien no se había despojado en ningún momento de su mano; sus dedos de uñas cuadradas eran muy largos, y su mano envolvía casi por completo la diminuta mano de Adriel. Le gustaba la sensación que le producía su contacto en un momento en que no buscaba tocarla por lujuria. La médica, de pronto, advirtió que tenía una cicatriz en el dorso, casi junto al tendón extensor de los dedos. La luz del ascensor, confabulada, se empeñaba claramente en resaltarla; en aquel momento estuvo tentada de indagar cómo se la había hecho, pero se aguantó. Se veía de color blanca y un poco fibrosa, aunque enrojecida en los bordes, así que concluyó que hacía varios años que la tenía. Le pasó el pulgar por encima en silencio y notó la rugosidad; comprendió que había necesitado sutura. Los ojos del abogado, entonces, recorrieron el camino del pulgar de Adriel; al sentir su mirada, ella volvió la cabeza. En silencio, él levantó su mano sin soltarla y se la besó antes de darle una explicación.
—Me la hice cuando era muy pequeño, fue con el cristal de una ventana. —Abrió la mano y le mostró la palma, tenía unas cuantas más. Levantó la otra mano y también se la enseñó—. En esta también tengo. Ahora no se notan tanto.
—Es normal; las cicatrices se encogen y se vuelven menos evidentes a medida que pasa el tiempo. No las había advertido hasta ahora, acabo de descubrir esa que te estaba palpando.
—Es la más grande.
—Es una cicatriz con características de hipertrófica, por eso se nota más —le explicó con calma—. Generalmente se forman en zonas en las que la piel es más gruesa; eso sucede porque, en esos sitios, hay un nivel de vascularización muy alto. En una cicatrización normal, siempre hay un equilibrio entre la producción de colágeno y su degradación; cuando no existe ese equilibrio, se producen este tipo de cicatrices. De todas formas no es tan grande, las he visto peores. Si te molesta, puedes atenuarla con láser.
—No me molesta.
—En realidad, casi no se nota.
Las puertas del ascensor se abrieron y Damien la invitó a que saliera primero. Emergieron a un enorme recibidor con una mesa baja que contenía un jarrón lleno de lirios y rosas de color naranja; también había un juego de sillones, un gran mural en tonos bergamota y tierra, que ocupaba casi toda la pared, y, en el ventanal, la tela de las cortinas imitaba el motivo del tapiz del muro. Él la guio por la cintura y entraron, a través de unas gigantes puertas de madera robusta, a una estancia formidable, cuyas paredes exteriores eran todas de vidrio. Exuberantes, las luces de la ciudad, que se reflejaban sobre las aguas del río Hudson, se presentaban como un chisporroteo inacabable ante sus ojos.
—Permíteme. —Damien cogió su bolso de mano y lo dejó encima de uno de los sillones Chesterfield en color verde oliva.
—Tu casa es inmensa, Damien. No me extraña, es tal cual como me la imaginaba. Tienes una vista preciosa de la ciudad y del río.
Adriel no pareció muy impactada por la vista, pero ella era siempre muy mesurada en sus comentarios.
Se giró, escudriñándolo todo, hasta que sus ojos se posaron sobre un piano de cola que estaba emplazado en una de las esquinas.
—¿Tocas el piano?
—Ni una sola nota; no sé diferenciar un do de un re, pero la decoradora dijo que quedaba bien ahí, y le di el visto bueno para que lo pusiera.
—¿Puedo?
—¿Sabes tocarlo?
—Clases de equitación, piano, español, natación y ballet clásico signaron mi infancia, además de la enseñanza básica del colegio.
—¿Tenías tiempo para respirar?
Una risa espontánea escapó de ambos.
—Aunque parezca increíble, sí, y también para jugar. Sabes... a pesar de todo y de que estaba sola y trabajaba mucho, mi madre siempre se ocupó de que mi infancia fuera mágica; también para que tuviera una educación muy rica.
»En tu infancia, ¿hiciste alguna actividad extraescolar?
—Siempre me gustaron los deportes: las artes marciales, la natación, el fútbol... De pequeño era hiperactivo, así que me enviaban a practicar deporte para cansarme; es que mis abuelos y mi niñera no daban abasto conmigo. Mi padre trabajaba durante todo el día y regresaba por la noche; entonces, cenábamos siempre juntos y luego, como un ritual, él era quien me arropaba. Después me contaba alguna historia o leíamos historietas hasta que finalmente me dormía.
Adriel sonrió al imaginar a Damien como un niño muy travieso.
—Supongo que eso explica por qué te lastimaste con la ventana; seguramente no te quedabas quieto ni un segundo.
Él la miró fijamente, tomó una honda bocanada de aire y luego le contestó.
—Exactamente, eso fue lo que ocurrió, una travesura de crío.
A continuación, la médica abrió la tapa del piano y, sin sentarse, primero acarició las teclas de marfil sintético, luego tocó una escala y, después, un grupo de armonías.
—Se nota que nadie lo usa. Qué sacrilegio es tener un auténtico Steinway[25] totalmente desafinado.
Desistió de la idea de tocarlo y volvió a bajar la tapa que cubría las teclas.
Él se encogió de hombros, la sujetó por la cintura y le besó por encima del hueso temporal.
—Ven, vayamos a por una copa, luego te enseñaré la casa.
Lake la aferró de la mano y luego se acercaron hasta la barra.
—¿Qué te apetece beber?
—Algo no muy fuerte, ya sabes.
—Tomaremos un Coconut Cooler.
Adriel se sentó en una de las banquetas altas, expectante ante los movimientos de Damien. Él, por su parte, diligente, seguro y casi deslizándose sobre sus pies, rodeó la barra para quedar frente a ella, cogió dos vasos altos y los llenó con hielo; luego echó la leche de coco, se mojó el dedo con lo que había quedado en el borde de la botella y se lo pasó por los labios a Adriel. Ella abrió la boca y chupó su dedo; él le sonrió y quitó su dedo de la boca para llevarlo a la suya.
—No has dejado nada para que lo probara —se quejó, y de inmediato se estiró para atrapar su boca e introducir su lengua en la de ella para hacerse con su sabor. Cuando la abandonó, le dijo:
—Humm, sabrosísima.
—Tramposo.
Con una sonrisa dibujada en los labios, le guiñó un ojo y continuó con la preparación del cóctel. Le entregó el vaso y se quedó mirándola mientras ella bebía.
—Humm, exquisito —manifestó Adriel. Fue en ese momento cuando se percató de que él aún no había bebido del suyo porque estaba observándola obnubilado.
Damien volvió a estirarse por encima de la barra y la besó profundamente; tiró de sus labios y los apresó con la boca, perdiéndolos en la de él.
—Eres hermosa —le hizo saber en el momento en que apartó sus labios de los de ella.
—Y tú, un gran halagador.
El abogado dio un sorbo a su bebida y luego salió de detrás de la barra. Después, agarrándola por la cintura, sin mayor esfuerzo, la bajó de la banqueta donde ella permanecía sentada.
—Coge tu copa y vayamos a hacer un recorrido por la casa.
Le dio un beso en el pómulo y la tomó por la cintura para conducirla. Con los cuerpos muy juntos, salieron a la terraza, donde había una mesa exterior con varias sillas, sombrillas y una piscina escénicamente iluminada. Se acercaron a la barandilla de la terraza y admiraron el paisaje; los truenos y los rayos daban a entender que no tardaría en llover, por lo que no se estuvieron mucho fuera.
—La ciudad se ve fantástica desde aquí arriba.
—Tengo buenas vistas, tienes razón.
Se besaron nuevamente bajo el cielo de Manhattan, que se iluminaba por los destellos de los relámpagos. Adriel se aferraba a su cuello mientras él, con su brazo libre, la oprimía contra su cuerpo.
Volvieron al salón, pasaron por detrás de la chimenea y entraron en el comedor, donde la mesa ya estaba preparada para que luego cenaran.
—¿Recibes a mucha gente en casa?
Adriel había contado rápidamente las doce sillas.
—No, a nadie.
—¿Para qué una mesa tan larga, entonces? —Él frunció la boca y se encogió de hombros—. Ya sé, la decoradora dijo que quedaba bien. —Ambos se rieron, ruidosos, mientras se ciñeron más aún de la cintura—. Ahora me pregunto, ¿por qué una decoradora y no un decorador?
Damien tensó los labios.
—¿De verdad quieres saberlo?
—No es necesario; supongo que conseguiste un muy buen descuento.
Él la miró con picardía, pero no contestó; entonces Adriel le pegó un pellizquito.
—Yo no he dicho nada, lo has dicho tú.
—No tienes remedio. Continúa enseñándome tu casa.
Una gran arcada comunicaba con la inmensa cocina, donde también había una mesa extensa, pero con seis sillas. El sitio estaba equipado con distintos armarios de laca blanca pulida, encimeras de mármol también blanco y una pared posterior de baldosas y acero. La barra del desayuno era espaciosa, con capacidad para que cuatro personas se sentasen en los altos taburetes que estaban dispuestos alrededor. La mirada de Adriel reparó en las fuentes con comida fría que estaban preparadas y dispuestas ahí, seguramente esperando a que ellos luego las degustaran.
—Mi empleada se ha encargado de todo lo que ves aquí, para que podamos disfrutar de una exquisita cena.
—Lo imaginé, me confesaste esta mañana que no cocinas.
—Hemos tenido suerte de que Costance estuviera en casa, verás lo bien que cocina.
—¿Ella está aquí?
—Vive justo encima.
Adriel, tentada, picoteó de la fuente un trozo de pollo, y al instante se chupó los dedos. Damien tuvo que cerrar los ojos ante esa visión y, afectado, tragó saliva con dificultad, pues había sido realmente muy erótico verla hacer eso; ella, en cambio, parecía no notarlo.
— Costance cocina maravillosamente; todo tiene muy buena pinta.
—¿Tienes hambre?
—Bastante, hoy casi no he podido almorzar.
—Terminemos rápido de recorrer la casa entonces, y así cenamos.
Fueron a la biblioteca, luego a la sala de vídeo, pasaron por un salón de juegos y también por su despacho. Como el apartamento era un dúplex, ascendieron por una escalera que llevaba a un pasillo donde se encontraban los dormitorios; el último era el de Damien. Entraron y las luces se encendieron sin que él accionase nada; el lugar lucía extravagante, como él. Damien Lake era un hombre extravagante, esa palabra lo definía muy bien. La cama estaba asentada sobre una base, y las cortinas permanecían abiertas, dando la sensación de estar rodeados por todas las luces de la ciudad. El dormitorio ocupaba una esquina completa del piso superior, y los muebles eran de líneas depuradas y simples, precisamente para que lo que realmente destacara fuera el paisaje exterior.
Como Adriel entendió que era una habitación inteligente, aplaudió para que las luces se apagaran. La había invadido una indómita tentación por admirar en penumbras el parpadear de las luces de la ciudad. Obnubilada por el panorama desde esa esquina del edificio, caminó en línea recta y se acercó a la pared de vidrio, donde se quedó extasiada mirando hacia la lejanía. Había comenzado a llover; las gotas de agua se deslizaban por los cristales y otras borboteaban contra ellos, zigzagueando bajo la brisa y uniéndose unas con otras para emprender el viaje hacia el suelo. Manhattan lucía mágica desde esa ubicación, y la hacía más mágica aún el estar compartiendo ese momento con él. Damien la cogió por detrás, adhiriendo su cuerpo al de ella, le acarició la cintura y bajó hasta sus caderas. Con ternura, le besó el cuello, pasándole la lengua por la piel; luego, empleando una voz muy seductora, le preguntó:
—¿Te gusta mi casa?
—Mucho.
—Quiero follarte contra esta pared, así, a oscuras, con las cortinas abiertas para que quedes expuesta a todos; quiero hacerlo de manera que sintamos que somos observados por la ciudad entera. ¿Qué me dices?
—¿Por qué me pides permiso? Hazlo —contestó, incapaz de ocultar la ansiedad que sus palabras habían desatado.
—Creí que tenías hambre.
—Eso puede esperar.
Damien levantó el bajo de su vestido y le acarició el muslo, peregrinando por su sedosa piel con sus dedos; mientras tanto, le mordió el lóbulo de la oreja y la aprisionó más contra el cristal.
—He estado todo el día pensando en esto; sólo esperaba que me dijeras que sí. Creo que la lluvia tendrá un papel importante, porque velará nuestros cuerpos y propiciará que todo sea más íntimo.
—No hables más y ponte a trabajar.
Ella miró hacia atrás y le mordió el labio.
—No estaba seguro de que aceptaras.
—Ya ves, yo también puedo sorprenderte.
Adriel se dio la vuelta y tomó el bajo de su camiseta para quitársela por encima de la cabeza. Luego le acarició el torso desnudo, resiguiendo con sus dedos cada músculo. Damien la cogió por las nalgas y la elevó hasta la altura de su cintura, apoyándola contra el cristal, y ella lo rodeó con las piernas mientras se aferraba a su cuello. Respiraban con dificultad y el corazón les batallaba en el pecho, desbocado.
—Será un polvo inolvidable, te lo prometo.
Había hablado mientras le succionaba los labios con furia.
—También te lo prometo —le advirtió ella muy tenaz. Estaba claramente convencida de que también podía trazar una diferencia, y le tironeaba del pelo mientras le mordía la barbilla.
Damien la dejó por unos instantes en el suelo, levantó su vestido y se lo quitó, arrojándolo bien lejos de ellos para evitar que se enredaran con la prenda. Acarició sus hombros y le bajó los tirantes del sujetador mientras deambulaba con sus labios en un recorrido impertérrito por todo su cuello. Adriel no tenía intención de estarse quieta; no iba a ponerse simplemente a esperar a que él le diera placer, aunque ya gemía. Resuelta, llevó sus manos a la bragueta de Lake y le bajó la cremallera, metió una mano y, abriéndose paso a través de la goma del bóxer, le acarició su miembro hinchado; luego lo sacó fuera. Estaba dispuesta a conseguir su propio placer y también darle lo propio a él.
—Adriel, eres lo más dulce y lo más sensual que he probado.
—Me alegra saber que puedes encontrar una originalidad en mí.
Cautivo de la lujuria que su caricia había provocado sobre su piel, le arrancó el sujetador, separando ambas copas de un solo tirón, cogiéndola por sorpresa. Satisfecho por cómo habían danzado sus pechos al descubrirlos, devoró ambos pezones con sólo mirarlos.
—No te imaginas cuánto deseo estar dentro de ti.
—No te demores más.
—Aún no, antes voy a hacerte muchas cosas, todas las que me he estado imaginando a lo largo del día, porque no he dejado de pensar en todo lo que te haría cuando te tuviese aquí.
Le acarició ambos senos; los apretó entre sus manos, ahuecándolos, y luego los repasó con la lengua, recorriéndole la areola y dejando fuertes chupetones a su alrededor. Perdió cada uno dentro de su boca; también los mordió.
—No te pongas más esos escotes, si no quieres que te deje marcas. He anhelado esto desde que te he visto salir de tu casa.
Despiadadamente, Damien le apretaba los pechos, los lamía y le mordía los pezones, todo en sincronía y a tempo.
—Si esto será lo que reciba, voy a seguir poniéndomelos entonces.
—¿Vas a llevarme la contraria en todo?
—Siempre; me encanta la carita que pones cuando lo hago.
—Pues iré ensayando otra para no darte el gusto.
—A que no puedes.
—Shhh, cállate ya, no quiero hablar más.
Se arrancaron la ropa que les quedaba puesta, a tirones; la urgencia los había asaltado. De pronto se habían convertido en dos cuerpos insaciables que sólo aspiraban a friccionarse el uno contra el otro, con el fin de calmar la llama que surgía en su interior. Él le devoró la boca, y sintió al contacto con su lengua, que quemaba como cuando uno come el queso caliente de la pizza.
Resuelto, impetuoso, y preso de un deseo voraz, Damien la giró, aplastando sus senos y su cara contra el cristal.
—Quiero imaginar que todos están viendo lo que estoy haciéndote, quiero que te sientas muy expuesta.
Estaba siendo despiadado, pero no podía detenerse. Adriel lo transformaba en un ser incivilizado que no tenía modales a la hora de amarla, y que sólo ansiaba hacerle sentir que su cuerpo era suyo para lo que le satisficiera. Pasó su mano por entre medio de sus nalgas y bajó hasta su hendidura; sus dedos intrusos parecían fuego, y se habían vuelto imprescindibles. La estimuló con ellos, advirtiendo lo rápido que se impregnaron con sus fluidos. Si la médica hubiese sido un alimento, se podría decir que estaba al dente. Por supuesto, él también lo estaba, pues su erección era punzante y ya no bastaba con frotarla contra su piel... quería y necesitaba con urgencia enterrarse en ella.
—Busca un condón —lo instó Adriel—. Tomo anticonceptivos, pero jamás me arriesgo —lo informó.
—Tampoco yo, jamás lo hago sin preservativo.
Damien se alejó un momento, dejándola sumamente necesitada. Ella se dio la vuelta para verlo alejarse; por nada iba a perderse el espectáculo de su cuerpo desnudo, rubricado por las sombras y los claroscuros de la habitación. Su silueta era perfecta de cualquier forma. Lake fue hasta la mesilla de noche y sacó de ella un preservativo, cuyo envoltorio abrió con los dientes. Regresó rápido y entró en un vórtice de lujuria mientras se lo colocaba.
—Date la vuelta.
Adriel asintió, apoyó las manos contra el cristal que estaba nublado por un manto de agua y se inclinó lo suficiente como para poder abrir sus piernas con el fin de ofrecerle su vulva. Damien pretendía hacer un paréntesis en esa carrera loca que habían emprendido, así que, por tal motivo, acarició su espalda. Luego delimitó la torsión de su cintura mientras ella, expuesta para él, lo esperaba ansiosa.
—Por favor, Damien, te necesito dentro de mí.
—¿Estás muy necesitada?
Ella se incorporó y, girándose, le ofreció una mirada ardiente mientras asentía con la cabeza.
—Vuelve a ponerte como estabas.
Adriel obedeció y él le acarició las nalgas, extasiado, hasta que por fin apuntó su sexo sobre el de ella y la penetró. La agarró con ambas manos por los muslos y comenzó a realizar una danza cruel que iba hasta los confines de su cuerpo y que tentaba con salir de él cuando iba en retirada. Se movió probando varios ritmos... rápido, pausado, más espaciado; rotó sus caderas y luego comenzó a introducirse y quedarse quieto, empujándola al borde de la desesperación. Ella gemía, y él emitía sonidos roncos sin dejar por ningún momento de llevar el control. La tenía sujeta por la trenza, mientras que con cada vaivén probaba a enterrarse más profundo en ella. Sorprendiéndolo, Adriel se apartó, sacándolo por completo de ella.
—Voy a demostrarte otra de mis habilidades.
Él la miró sin entender.
Sin mayor esfuerzo, la médica levantó la pierna y la apoyó sobre el hombro de Damien, quedando de esa manera con sus dos piernas en línea recta, una en dirección al techo y la otra al suelo. Fascinado, y respirando con muchísima dificultad, Damien pasó su mano por la entrada de su vagina; estaba idiotizado con la visión de ella en esa postura.
—¿Ballet clásico, has dicho? —Enarcó sus cejas mientras introducía dos de sus dedos en su sexo—. Pues dale las gracias a tu madre de mi parte por haberte hecho asistir a esas clases.
Sin más tardanza, sacó los dedos y volvió a enterrar su pene en su vagina, sintiendo que iba a agonizar en cualquier momento. Adriel le acarició el rostro; le encantó verlo sumido en ese éxtasis hipnótico mientras se meneaba dentro y fuera de ella. Los tendones de su cuello estaban en completa rigidez, y cada músculo de su cuerpo resaltaba de manera asombrosa por la tesitura que empleaba para poder controlarse. Damien estaba absolutamente perdido.
—Voy a morir de un infarto aquí mismo.
—No te preocupes, sé algunos trucos médicos para reanimarte; no permitiré que te mueras, quiero más de esto, mucho más.
Lake continuó moviéndose, denodado; ya no era posible ralentizar nada. Los gemidos de él, cada vez que se enterraba, eran estruendosos, y la tormenta exterior no era capaz de acallarlos. La estaba invadiendo con furia, con desesperación; entraba y salía de ella con potencia, a empujones. Era doloroso pero era un dolor que la transportaba, era un dolor que le hacía entender que él estaba ahí, dentro de su cuerpo. Así siguió Damien, frenético, arrebatado, y ella era feliz, muy feliz viendo cómo lo hacía gozar. Adriel también gemía, gritaba y se mantenía estoica en esa posición que a él lo había enloquecido. Con cada gemido de ella, parecía que él perdía más la razón, y entonces más fuerte se enterraba. Continuaron en esa tesitura hasta que ambos consiguieron el gozo anhelado, hasta que ambos sintieron que sus piernas ya no los podrían sostener, porque el orgasmo los había invadido, despojándolos de todo equilibrio. Damien se enterró una, dos, tres veces más, mientras vaciaba todo su néctar en ella. Acabaron juntos. Adriel le mantuvo la mirada mientras chillaba su nombre, jadeando a su vez con cada acometida final; él la traspasaba con los ojos, hasta que, entregado, dejó caer su cabeza hacia atrás.
La doctora se mantenía aferrada a sus bíceps, y entonces, con todo el cuidado que hasta ese instante no había tenido, Lake salió de ella. Ambos exhibían una respiración intensamente exacerbada.
Considerado, le bajó la pierna para aliviarla de esa pose y la atrajo hacia él. Su cuerpo se perdió entre sus brazos. Todavía sin poder hablar, faltos de aliento, comprendieron que ambos estaban realmente debilitados, hasta tal punto que sintieron que las piernas realmente se les aflojaban. Por ese motivo, probaron a deslizarse por el cristal y se sentaron en el suelo. Damien la colocó en su regazo, cobijándola entre sus brazos mientras le besaba la base de la cabeza, y, entregada, ella se aferró a su torso desnudo y fornido mientras le depositaba besos en el pecho y le acariciaba el cuello. Envueltos en un mutismo que era horadado por las tiernas caricias que ambos se ofrecían, obtenían bocanadas de oxígeno, conteniéndose mutuamente hasta que los dos se calmaron.
—¿Satisfecho? Le has mostrado mi culo y mis tetas a todo Manhattan.
—Desde aquí no pueden vernos, sólo ha sido una fantasía en nuestro cerebro.
—Lo sé, por eso te lo he permitido.
—Jamás dejaría que nadie viera ese culo y esas tetas. De pronto me he vuelto miserable, las atesoro tan sólo para mí. Por cierto, quiero volver a probar muy pronto tu flexibilidad muscular, nunca lo había hecho en esa pose.
—Yo tampoco.
Adriel se asombraba de sí misma por no sentir un ápice de vergüenza. Ella siempre había sido muy básica en esos menesteres, pero, con él, pretendía probarlo todo. Complacerlo era su única meta, y diferenciarse del resto de las mujeres era su única voluntad.
—Humm, me encanta haber sido el primero.
Damien le acariciaba la espalda; mientras sus cuerpos terminaban de calmarse, con los dedos le recorría toda la columna vertebral.
—Creo que mañana me dolerá todo; hacía mucho que no probaba a hacer un split.
Lake le friccionó las piernas, mientras le dejaba besos en el cuello.
—Supongo que así se llama la postura que acabas de adoptar.
—Sí. Es una posición de ballet que se consigue con ejercicios que estiran poco a poco los músculos isquiotibiales hasta su total apertura.
—Doy fe de que, a pesar de no ejercitar tus músculos isquiotibiales desde hace tiempo, éstos se encuentran en muy buena forma. Inmejorables, diría yo. —No podían parar de reír—. Vayamos a ducharnos y luego a cenar.
Él se levantó primero y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Antes de caminar, volvieron a abrazarse; se mantuvieron así durante algunos minutos, impregnándose del contacto de sus pieles desnudas. Parecía que no podían separarse ni siquiera para echar a andar a la par.
—Vamos —la instó él al rato, y la condujo hasta la enorme ducha, donde se refrescaron.
Inmediatamente después de cerrar los grifos, Damien buscó toallas suaves y perfumadas y también sacó un albornoz para cada uno. El cuerpo de ella se perdía dentro de la bata de él. Adriel dobló varias veces los puños de las mangas, ajustó el lazo en su cintura y, a continuación, se aproximó a uno de los lavabos; sobre el mármol encontró un peine, que utilizó para desenredarse el pelo.
Bajo la inquebrantable mirada del abogado, que se secaba su cabello con una toalla, peinó su melena hacia atrás, dejando despejado su rostro. Se sentía despreocupada y muy cómoda junto a él. Como un acto habitual, se miró al espejo; se le había corrido el maquillaje.
—¿Tienes alguna crema? Cualquiera me vendrá bien para arreglar este desastre en mis ojos.
Damien abrió un armario y rebuscó; finalmente le alcanzó un bote.
—Toma.
Ella leyó en la etiqueta «crema limpiadora» y acto seguido se lo quedó mirando.
—¿Cuál es el problema? El cuidado de la piel no es sólo un tema femenino, los hombres también debemos hacerlo.
—Eres terriblemente vanidoso, Damien Lake, pero me encanta.
Adriel se acercó y le mordió el mentón. Al instante, se dio la vuelta y se pasó la crema por el contorno de los ojos; luego, con una toalla de papel que él le alcanzó, se quitó el excedente.
—¿Listo? Vayamos a comer.
—Por favor, estoy muerta de hambre.
Tras la cena, ella quiso recoger las cosas de la mesa, pero él no se lo permitió.
—No me cuesta nada, estoy acostumbrada a hacerlo.
—Hoy no; ven, vayamos al salón, o tal vez prefieres comer antes algo de postre. Seguro que hay algo dulce en el refrigerador. Costance siempre hace tartas y también debe de haber helado, ¿o mejor un chocolate?
—Estoy satisfecha. Felicita de mi parte a Costance —él asintió con la cabeza—, cocina espectacularmente bien.
—Le haré llegar tu mensaje. ¿Otra copa de vino?
Ella agitó la cabeza, negando, mientras se acomodaban en uno de los sillones del salón.
—¿Hace mucho que vives aquí?
—Casi cuatro años. Antes vivía en otro piso más pequeño, en Mindtown, bastante cerca de aquí. Fue al salir de la universidad cuando me independicé y comencé a vivir solo. Tú, por lo que me has contado, eres más precoz que yo en cuanto a la independencia.
—Creo que un poco tuvo que ver que, cuando entré en la universidad, mi madre se fue a vivir a España. Intentó convencerme para que la siguiera, pero ése era su sueño... bueno, en realidad era el sueño de mi padre; sin embargo, ella quiso cumplírselo. Viene cada tanto a Nueva York, así que aún conserva la casa que ocupábamos cuando vivíamos juntas.
—¿Y por qué te mudaste si la casa se quedaba vacía?
—Esa casa es enorme, y no me sentía a gusto estando ahí sola; ya me pierdo en mi apartamento, así que imagínate. Además, queda en Water Mill, por lo que está bastante alejada. Hoy, cuando entré en tu apartamento, la vista del Hudson me hizo recordarla. Allí tenemos una visión impresionante de Mecox Bay. Mi madre, cuando nos mudamos desde California, buscó una vista lo más parecida al lugar donde vivíamos para que no fuera tan traumático para mí; de todas formas, no hay punto de comparación entre un paisaje y el otro.
—¿En qué sitio de California vivías?
—En Santa Bárbara. Nos vinimos de allí porque no pudimos superar la ausencia de mi padre en la casa, eran demasiados recuerdos buenos, y también malos. Nuestra vida se reinventó después de su muerte. Yo era muy pequeña, pero dice mi madre que estaba muy apegada a él. No pasa ni un día en que no lo extrañe; aún guardo muy nítidos los pocos recuerdos que tengo de él, y a menudo pongo vídeos para no olvidarlo. No deseo borrar su voz y quiero tener presente siempre los buenos recuerdos. Supongo que sabes de lo que hablo; sin tu madre debes de haberlo pasado mal también.
—No me gusta recordar, Adriel; espero que me disculpes.
—Claro, no hay problema; discúlpame tú a mí, entonces. No todos, hablando, nos sentimos bien. Charlemos de otra cosa, no quiero que te pongas mal.
Ella le acarició la barba a contrapelo.
—Entiendo que, para conocernos, es parte del proceso hablar de nuestras vidas, pero no me siento cómodo con ese tema.
—Te he dicho que lo entiendo, Damien; de verdad, no te agobies. Yo hago mi duelo hablando y tú, guardándote tus sentimientos; no es necesario que hables de algo que no deseas, hay muchas otras cosas de las que podemos conversar. —Adriel cogió su rostro con ambas manos y lo besó—. Ey, que no se arruine el momento, por favor.
—Gracias por comprenderme. ¿Mañana trabajas? —El abogado cambió de tema radicalmente.
—Sí, pero entro por la noche, tengo guardia nocturna.
—¿Cómo puedes con esos horarios tan cambiantes? Duermes muy poco. Perdón, en verdad no soy quién para decirte eso —reflexionó al instante—. Yo duermo poco también. Soy de los que se trae el trabajo a casa.
—Un poco obsesivo, señor abogado.
—Perfeccionista.
—¿En serio nunca has tenido una pareja estable?
—¿Tú qué crees?
—Humm, que no.
—¿Tan obvia es la respuesta?
—Digamos que la he deducido gracias a las referencias que tengo de ti —estrellaron sus labios de forma sonora—, pero me cuesta creer que nunca haya habido nadie trascendental.
—No ha habido nunca nadie. ¿Y tú?
—He salido con algunos hombres, pero nada demasiado significativo. La relación más larga que tuve fue con un chico de la universidad, pero en realidad sólo éramos muy buenos compañeros de estudio. Nos separamos cuando nos titulamos; él se fue a Miami, además. Amber dice que, por mi carrera, me olvidé de vivir.
—¿Y es así?
—Tal vez tenga un poco de razón. Licenciarme como médica ha sido mi prioridad; era una promesa que le había hecho a mi padre.
—Pero tu madre también es médica. ¿Por qué por él, y no por ella?
—Pues supongo que porque a mi madre le hubiese importado poco si yo hubiese elegido otra carrera; en cambio, sé que eso era lo que soñaba mi padre. De todas formas, también lo hice por mí. Los admiro a ambos; mis padres son mi gran orgullo y siempre he querido ser como ellos.
»Cuéntame, ¿es verdad que eres tan despiadado en los tribunales?
—Como te dije, soy perfeccionista. Los clientes que pueda conseguir se basan en los resultados obtenidos; es simple, si la estadística dijese que no soy capaz de ganar la mayoría de los casos, dejarían de buscarme.
—¿Y qué tipo de casos lleváis en la firma?
—Tenemos un amplio equipo de profesionales, desde estudiantes a expertos abogados, y están forjados para trabajar en casi todas las áreas en que es aplicable el derecho. Pero, además, como la firma por suerte se ha expandido mucho, ya no se trata de un simple bufete de abogados. La dimensión de las cuentas y los casos que llevamos nos han convertido, en los últimos años, en una empresa de servicios; por eso ha sido necesario crear otras áreas, donde también se lleva a cabo la parte administrativa. En Lake & Associates hay todos los departamentos que encuentras en una empresa común.
—¿Y todo eso lo diriges tú?
—Tengo mis colaboradores, pero digamos que todo pasa por mí en cierto modo. Soy el socio mayoritario y tengo el puesto de director general. Pero somos un gran equipo en Lake & Associates. Allí hay abogados júnior y sénior; abogados especializados en sociedades; otros que se encargan del área de contratos; abogados penales, civiles y comerciales; también nos ocupamos de formalizar fusiones, adquisiciones, y tenemos expertos en asuntos corporativos. Hay abogados litigantes, asesores legales... Poseemos también un amplio equipo de investigadores y peritos expertos, y además empleamos a estudiantes. En fin, son muchas áreas; me pasaría toda la noche recitándotelas. Entre todos hacemos que el bufete funcione; al frente de la firma, somos cuatro socios, y ahora está a punto de incorporarse Richard, así que seremos cinco.
—¡No sabía nada de lo de Richard!
—Mañana firmamos el contrato.
—Tal vez por eso no has tenido una pareja estable, ¿no te has puesto a pensarlo?
—¿Cómo? —Damien agitó la cabeza y frunció el entrecejo.
—Digo que no puedes darte un respiro con tanto trabajo. Me da esa impresión.
—¿Me parece a mí, o te gusta analizarlo todo?
—Me gusta entender a las personas. Supongo que tu dedicación al trabajo te ha vuelto un poco autómata en tus relaciones.
Damien sonrió ante la conclusión, pero no dijo nada.
—Ya no crees que sea un... maníaco; creo que era algo así el término que utilizaste.
—Andromaníaco.
—Eso mismo. —Lake recordó que, el día que recibido ese mensaje, intrigado, se puso a buscar en Google para saber de qué se trataba.
—Bueno, en verdad aún no podría afirmarlo. El tiempo dirá cuánto puedes involucrarte en una relación y si realmente te basta con una sola.
—Siempre he buscado diversión, sólo se trataba de eso. No es un deseo incontrolable lo que me llevaba a tener sexo, así que, doctora, creo que su diagnóstico ha sido erróneo.
—Me alegra haberme equivocado, entonces. Veo que estás familiarizado con el significado del término.
—Pues... san Google me sacó de mis dudas cuando me enviaste ese mensaje. —Ambos rieron y se besaron—. Pareces cansada. —Damien le acarició la frente y el contorno de los ojos.
—Estoy bastante cansada, no te equivocas. La charla está muy interesante y en realidad quisiera seguirla, pero me estoy dando cuenta de que se me están cerrando los ojos. Anoche dormimos muy poco. ¿Qué tal si me visto y me llevas a casa?
—Quédate a dormir conmigo. Prometo dejarte descansar.
Se quedaron mirando, y sus miradas buscaron en cada uno un indicio de lo que estaban sintiendo en ese momento. Adriel se aferró a su cuello y hundió su cara en él, buscando cobijo; el abogado no se demoró en dárselo, tiró de ella contra su pecho y le besó el pelo.
—Está bien, acepto.
Lake la apartó para mirarla a la cara y le regaló una sonrisa de agradecimiento.
Subieron al dormitorio y ella fue hacia el baño; mientras tanto, Lake se encargó de cerrar las cortinas y también se ocupó de regular la intensidad de las luces. Cuando Adriel entró en el baño, halló sobre la encimera del lavabo un cepillo de dientes en su respectivo envase y no pudo dejar de sonreír por el detalle, ya que era obvio que en algún momento había planeado él por anticipado que ella lo necesitaría. Le encantó saber que Damien lo había previsto todo de antemano. Se lavó los dientes y, al terminar, aunque se tratara de un acto tan simple como ése, abrigó en su corazón unas cosquillas desconocidas al poner su cepillo de dientes junto al de él. Era la primera vez que tenía un cepillo de dientes en casa de un hombre. Inspiró con fuerza, cerró los ojos capturando el instante y, cuando los abrió, estudió su reflejo en el espejo, corroborando que efectivamente era ella la que estaba allí. Volvió a bajar la vista hacia donde descansaban ambos cepillos de dientes y no pudo evitar sonreír esperanzada.
Regresó al dormitorio. Iba haciéndose un moño improvisado cuando se cruzó con Damien, que en aquel instante salía del vestidor.
—Toma. Sé que te quedará grande, pero creo que te irá bien para dormir.
Le había entregado una camiseta suya de color blanco.
—Gracias —se estiró y le dio un beso en la nariz—. Por el cepillo de dientes también.
—Lo dejé hoy cuando subí al baño; no sabía si aceptarías quedarte, pero, por las dudas, ahí lo puse.
Caminaron juntos hasta el dormitorio.
Sin quitarle la vista de encima, Damien se metió en la cama vestido simplemente con un bóxer. Adriel estaba de pie junto al diván; buscaba sus bragas, que aún permanecían tiradas en el suelo. Se las colocó, luego se quitó la bata de espaldas a él, ya que de pronto se había sentido invadida por un pudor inexplicable, seguramente porque era consciente de que él estaba atento, escaneándola, se colocó la camiseta y, al darse la vuelta, comprobó que no se equivocaba: el abogado la miraba con una media sonrisa que apenas si se esbozaba de sus labios, pero con una concentración que hacía que se sintiera intimidada. Aunque se esforzaba por no demostrarlo, su mirada casi siempre tenía ese poder. Cuando Damien sonreía de esa forma, los ojos se le achicaban notoriamente y se le formaban unas bolsitas en los párpados inferiores que lo hacían verse sumamente pícaro. Caminó hasta la cama y se acomodó junto a él. Lake, entonces, apagó las luces chasqueando los dedos y no tardó en cobijarla; ella se ensambló a su abrazo y él, encantado con su contacto, acopló perfectamente su cuerpo al de ella.
—Será la primera vez que duerma junto a alguien sin haber acabado de tener sexo. —Damien afianzó más su abrazo y se impregnó con el olor de su piel mientras le olisqueaba el cuello.
—Será mi primera vez también. Hasta mañana.
—Hasta mañana. —El abogado acompañó su saludo con un beso en el hombro; ella, a cambio, le besó la mano con la que él la aferraba.