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Un mes después...

 

Damien Lake, mediante una notificación de correo, había informado que sus clientes aceptaban el acuerdo propuesto por ella. Su amiga abogada se había hecho cargo de todas las negociaciones finales, y no había dejado que ella tratara más con Lake, y él parecía bastante desinteresado. Amber había redactado un escrito en donde estipulaba lo que quería que se incluyera en el convenio, y la ultimación de los detalles para la firma la habían manejado con la intermediación de Karina, la secretaria de Lake.

La verdad era que Damien no quería verla más; la razón era que él también estaba sufriendo. Quería arrancarla de su alma, quería olvidarse de ella y continuar con su vida como pudiera. A pesar de sus esfuerzos por intentar conseguirlo, y a pesar de que cada día sumaba un nuevo éxito en su carrera, ya nada tenía sentido para él. Lejos de ella, sabía que no iba a lograr jamás quitarla de su piel, pero seguir con esto era peor y era demasiado tortuoso, y definitivamente no lo ayudaba.

El acuerdo al que finalmente habían llegado detallaba los bienes y la suma de dinero que se entregaría, como resarcimiento, a los familiares de Adam Artenton por daños y perjuicios ocasionados por la pérdida de su vida, hecho que se desprendía de la mala práctica de la medicina ejercida por la doctora Adriel Alcázar, con matrícula del estado de Nueva York 258767. El acuerdo también pactaba que, recibido este pago, los demandantes renunciaban a toda posible reclamación futura y que con esto el caso quedaba fuera de todo proceso legal. Por otra parte, los demandantes estaban obligados a no hacer pública la acusación, como así tampoco a revelar la identidad de la médica involucrada. Tampoco podían mencionar, bajo ningún concepto, el nombre de su madre. Si esto ocurría y el parentesco de ella con la doctora Hilarie Dampsey era aludido en referencia a este caso, tomando estado público, deberían asumir las consecuencias de dicha fisura en el acuerdo, y entonces el pacto adquiriría nulidad.

Increíblemente, Lake no había objetado ninguna de las exigencias de la parte imputada. Kipling decía que ahora, con su inminente actividad en la fiscalía, había perdido interés en usar su nombre para sobresalir, ya que conseguía buena prensa con su nombramiento. A estas alturas, y considerando todo lo sucedido, Adriel la creía; después de todo, su amiga se había encargado de demostrarle que, de todo cuanto le había advertido, había tenido razón.

 

 

Era la última caja por cerrar y con eso terminaban de empaquetarlo todo. Margaret la estaba ayudando, porque Amber tenía una semana complicada con audiencias y le era imposible estar a su lado. Se estaba mudando a casa de su amiga hasta que consiguiera arrendar un apartamento; mientras tanto, dejaría sus cosas en un almacén y sólo se llevaría lo necesario.

Greg también había aparecido para echar una mano.

—Gracias, Greg, pero te dije que todo estaba bajo control. No es justo que pierdas todo tu día de descanso en mi mudanza; habíamos quedado en que vendrías más tarde para ayudarnos a cargar las cosas.

—Aunque todo esté empaquetado, lo que no era justo es que no viniera siquiera para daros de comer.

Greg había pasado por una tienda de comida para llevar y había comprado el almuerzo; los tres comían sentados en el sofá que estaba forrado con un plástico, que se parecía al de la madre de Fine, la niñera de la recordada serie de televisión. Margaret había hecho la sugerencia y, ante la ocurrencia, los tres habían reído sin parar, hasta dolerles el estómago recordando los desternillantes capítulos de esa serie.

Por la tarde, Jensen apareció con el pequeño Júnior, al que llamaban Jey para diferenciar su nombre del de su padre. Jensen y Greg ayudaban a cargar el camión que debía llevar las cosas al almacén.

—Gracias por vuestra ayuda; la verdad es que sois unos amigos increíbles, no sé qué hubiera hecho sin vosotros.

—No te preocupes, ya buscaremos la forma de cobrarnos el favor —sugirió Jensen en broma—. Cuando tengas tu nuevo apartamento, nos invitas a comer a todos.

—Por supuesto. Espero que sea muy pronto, para no importunar demasiado a Amber.

Todos se habían hecho casi inseparables, unidos por la solidaridad que sentían por la situación de Adriel y, entre los cuatro, cinco contando al pequeño Jey, y seis con Amber, conformaban un grupo muy heterogéneo.

Después de que los hombres se marcharan, las chicas se hicieron cargo del niño y también se ocuparon de recoger las cosas personales de Adriel y la ropa que pensaba llevarse a casa de Amber. La abogada le había prestado su camioneta para que pudiera hacerlo.