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Llegaron al apartamento de Adriel; durante todo el camino, la médica no había podido dejar de pensar en el encuentro con Damien y en lo irreverente que él había sido. Tenía grabada a fuego en su mente la media sonrisa diabólica que él le había destinado, una sonrisa que dejaba entrever sus más bajos instintos.
«Pero ¿qué se cree? ¿Cómo es posible que haya pensado que iba a acceder a dejarlo avanzar? Es un desvergonzado, y encima estaba acompañado. Amber tiene razón, las mujeres son una simple diversión para él, pero... no sé qué estoy dilucidando, si eso mismo lo he comprobado por mí misma. ¿Es que acaso nadie le ha plantado cara nunca?»
Greg estacionó el coche. Sus intenciones eran más que claras, ya que, durante el trayecto, varias veces había acariciado el brazo de Adriel, así como su rostro y su cuello. Dicha acción había devuelto a la joven a la realidad por momentos, sacándola de la estupefacción en la que Lake la había sumido. Baker se apresuró a bajar para abrirle la puerta del vehículo y, tendiéndole la mano, la ayudó a salir. Cuando la médica bajó, él rápidamente cerró el coche y accionó la alarma; luego se aproximó, alcanzando a Adriel, que buscaba la llave en su bolso de mano, la tomó por la cintura y le encajó un beso que hubiese dejado sin aliento a cualquiera. Ella, insegura, se lo devolvió. Era muy diferente al que se habían dado en la azotea del hospital; éste era vehemente, urgido, pero no le había quitado el aliento, porque no podía dejar de pensar en Lake. Mientras besaba a Greg, una y otra vez se repetían en su cabeza las imágenes en el restaurante; aún podía oler el perfume del abogado y sentir la caricia de su aliento cuando le habló de tan cerca.
—¿Me invitas a pasar?
—Claro —contestó vacilante, pero aun así accedió a que la noche no terminara.
Adriel abrió la puerta del edificio en el barrio de TriBeCa y, de la mano, se dirigieron al ascensor. Quería darle y darse una oportunidad con él; Greg era un buen hombre y a su lado se sentía cómoda; de todas formas, no sabía cuánto iba a dejarlo avanzar.
—Bonito apartamento —comentó el doctor apenas entraron.
—Muy grande para mí, pero mi madre se empecinó en la elección.
Greg avanzó hacia ella y se detuvo muy cerca, más cerca de lo que ella ansiaba, desencadenando de inmediato una señal de aviso en su cerebro. Miró a Baker a los ojos, y en ellos advirtió un destello apasionado que confirmó lo que suponía. No sabía cómo iba a frenar eso; tampoco sabía si en verdad quería hacerlo. Lo único que sabía era que Damien Lake la había dejado sin pensamientos claros y, en consecuencia, sólo pensaba en él una y otra vez. Se encontró de pronto con que estaba siendo besada; cuando reaccionó y tomó consciencia del momento que se avecinaba, alcanzó a oír contra su pecho los rápidos latidos del corazón de Greg, que tronaban en el silencio del apartamento. El médico había metido una mano en su cabello, enredando sus dedos entre los mechones de su pelo, y con la otra mano la tenía pegada a él. Debía tomar una decisión: debía decidir si lo dejaba que siguiera avanzando... o lo detenía.
—Greg, por favor —le rogó con un hilo de voz, separando levemente su boca de la de él.
—¿Qué sucede?
—Deseo ir despacio. Hasta ayer eras solamente mi compañero de trabajo; me gusta estar contigo, pero... déjame acostumbrarme a verte como hombre.
—Yo hace tiempo que te veo como mujer; no necesito tiempo, y creí que tú tampoco, pensaba que el sentimiento era recíproco. Adriel, si no quieres tener nada conmigo, dímelo ahora y dejemos todo esto aquí.
—No, Greg, lo que pasa es que mis tiempos no son como los tuyos. Todo está bien... me agrada estar contigo, me gustan tus besos, tu compañía me parece excelente —le dio un beso corto en los labios—, pero vayamos despacio, dejemos que las cosas surjan de manera natural; quiero estar segura del próximo paso, conozcámonos.
—Sé lo que te propuse, pero a tu lado resulta difícil ir despacio. Además, nos conocemos hace tiempo, Adriel. No entiendo qué está mal...
—Nos conocemos, pero sólo como compañeros de trabajo; conozcámonos más íntimamente. Sé que somos adultos. Tal vez te parezco un poco anticuada y lamento darte esa impresión, pero, al menos, antes de que pase algo más importante entre nosotros, salgamos algunas veces más; veamos si podemos llevarnos tan bien en la intimidad como lo hacemos como colegas que somos.
»Hoy lo he pasado muy bien contigo.
—¿Me estás echando? ¿Estás dando por terminada la noche?
—No, no es eso, lo que he querido decir... de hecho, estaba por decirte si querías que tomáramos un café.
—A ti quiero beberte; me traes loco, Adriel.
Ella lo abrazó con agradecimiento por sus palabras, y él inspiró el aroma de su perfume en su cuello mientras le acariciaba la espalda.
—Lo siento, te pido disculpas, no quiero que te vayas aún, pero por ahora es lo que puedo ofrecerte. ¿Te parezco muy tonta? Amber siempre dice que no soy una persona normal.
—Tranquila, lo comprendo, no te preocupes. ¿Quién es Amber?
—Ves, esto es a lo que me refiero: no sabemos nada el uno del otro más allá de nuestros logros profesionales. —Le acunó el rostro—. Amber es mi mejor amiga, me encantaría que la conocieras.
—Me encantará hacerlo, pero déjame conocerte por entero a ti, a ti es a quien me muero de ganas de conocer.
Recomenzaron los besos. Greg no estaba dispuesto a no conseguir lo que anhelaba, pero Adriel se sentía oprimida, obligada, y no le estaba gustando demasiado sentirse así. En realidad, quería que pasara algo más, pero no como estaba sucediendo. Él la besaba desaforado y ella retrotraía la lengua sin darse cuenta. Su cabeza estaba enmarañada por las sensaciones que Lake le había provocado acercándose a ella en el restaurante, y era imposible no comparar con las sensaciones que ahora Baker le despertaba. Se sintió hipócrita, se sintió estúpida también, porque era más que evidente que el abogado sólo ansiaba un revolcón con ella; aun así, no podía obviar que ese hombre la atraía mucho. Desde que lo había visto en la fiesta de MacQuoid, se había sentido obnubilada por él. Pero tenía que ser sensata... Greg era el candidato ideal, un hombre honesto, y por lo que sabía siempre había entablado relaciones firmes con sus anteriores parejas; además, compartían la misma profesión, ambos eran médicos, así que sería muy fácil entenderse a la hora de mitigar la ausencia del otro, por las extensas guardias.
Caviló que tal vez debía dejar sus pensamientos a un lado y dejarse llevar. Greg era un hombre muy atractivo, eso era innegable, así que se preguntó por qué no darse una licencia y dejar de actuar como una autómata con preceptos preestablecidos.
De pronto Baker se apartó, la miró a los ojos y le habló mientras inspiraba con vehemencia:
—Tomemos ese café que me has ofrecido. —Él carraspeó, estaba sorprendido por su falta de comprensión y, aunque quería ocultarlo, también estaba muy contrariado.
Adriel se lo estaba poniendo difícil; nada estaba saliendo como él lo había planeado.
Damien Lake estaba en el baño de su lujosísimo apartamento de dos plantas, en el edificio One Riverside Park, en Lincoln Square. Se había quitado el condón y acababa de arrojarlo al cesto de la basura. Permanecía de pie frente al lavabo, apoyado con las manos sobre el mármol y mirándose tozudamente al espejo. Se sentía irascible; no quería dormir junto a Jane, pero la abogada no tenía intenciones de marcharse.
—¿Qué mierda me pasa? —se preguntó, furibundo.
Hasta él se sentía asombrado por su agobio. Damien siempre era muy práctico en sus relaciones y lograba desembarazarse de todo en el momento de la cópula, pero, esa noche, mientras se enterraba en Jane, no había podido dejar de pensar en el rostro angelical de Adriel, en su rechazo, en el hombre que la acompañaba y en lo que ahora seguramente estaría haciendo con él. Su sonrisa disimulada y su mirada bondadosa se habían vuelto enloquecedoras; tenía su imagen nítida en su recuerdo y se sentía descolocado por lo mucho que lo había sorprendido esa mujer.
—Esto no es normal, éste no soy yo —se dijo mientras se restregaba la cara.
Fastidiado, continuó pensando.
«¿Cómo es posible que una mujer tan insignificante me esté enmarañando la cabeza de esta forma? Aunque esta noche estaba verdaderamente hermosa con ese vestido. Confieso que me asombraron las formas de su cuerpo. Bueno, Lake, eso ya lo habías notado en la fiesta de Richard, no era la primera vez que la veías. Basta, jamás me detengo a pensar en una mujer, tengo a muchas dispuestas a todo como para estar perdiendo el tiempo en ella.»
Cuando regresó a la cama, por suerte Jane ya se había dormido. Se colocó el albornoz y bajó a la planta principal de su casa; allí fue directo a servirse un vodka ruso Kauffman, en un pequeño vaso al que se lo denomina riumka. Desparramó el trago espirituoso por toda su boca antes de que se lo escanciara por la garganta; luego se sirvió otro vodka y posó el vaso helado en su frente mientras emitía un suspiro que demostraba su hastío. No tenía ánimos para regresar a su dormitorio, así que fue hacia su estudio, donde se dejó caer en el sillón tras el escritorio, dio un trago con el que terminó la bebida y encendió el ordenador; se pondría con algunos casos pendientes.
Esa noche, finalmente Greg se había ido contrariado; aunque había intentado disimularlo, Adriel se había dado cuenta de que su humor había cambiado.
Pensativa, salía del baño mientras se despojaba del vestido y los tacones. Se sentó en la orilla de la cama y se estiró para coger una goma para el pelo que estaba sobre la mesilla de noche y recogerse con ella el cabello. Fastidiada, inspiró y espiró con fuerza mientras llevaba sus manos al sujetador para desprenderlo; luego caminó semidesnuda hasta el vestidor, donde buscó un ligero pijama de lunares blanco y negro, y de regreso a la cama echó el cobertor hacia un costado. Lake, definitivamente, había estropeado sus planes de pasar una noche diferente. Perturbada, lo maldijo en silencio por meterse en sus pensamientos, por aparecer en el restaurante y haber osado tentarla. Ese hombre parecía ejercer un claro dominio de la insensatez, y le enojaba saber que ella había caído en ese dominio irreverente que él irradiaba. Se metió en la cama y con una de las almohadas cubrió su rostro mientras gritaba de forma aguda, amortiguando su explosión; después se quitó la almohada de la cara y continuó pensando en voz alta.
—Maldición, yo aquí estancada en él, y él seguramente revolcándose con esa mujer que lo acompañaba.
»Soy una estúpida. ¿Qué tengo en la cabeza? Hacía tiempo que no salía con alguien y, ahora que encuentro un hombre decente con quien hacerlo, lo rechazo. Tendría que haber derribado mis propias barreras y estar disfrutando de una noche de sexo con Greg.
Golpeó con ímpetu el colchón y se acomodó en decúbito lateral. Estiró una mano para apagar la luz de la lámpara de la mesilla de noche y se abrazó a la almohada extra; necesitaba dormir, necesitaba dejar atrás la noche.
La llegada del nuevo día lo halló despierto; el tiempo había pasado sin que se hubiese dado cuenta mientras permanecía ensimismado preparando escritos. El cansancio estaba empezando a sentirse en su cuerpo y también en su vista; era necesario que se recostara unas horas a descansar. Damien se apretó los ojos con el pulgar y el índice, acto seguido estiró su musculatura y luego lo apagó todo y se dirigió a su dormitorio. Allí se sintió nuevamente fastidiado al ver su cama ocupada; no le gustaba dormir acompañado, pero con Jane eso se estaba complicando cada vez más. Caminó de puntillas para no despertarla. La luz que entraba vagamente por uno de los extremos del ventanal le servía como única iluminación. Cogió del suelo su bóxer y se lo colocó; a continuación, deslizándose en la cama, se acostó a su lado con mucho sigilo, puso los brazos tras su nuca y muy pronto Morfeo se apoderó de toda su persona.