22

 

 

 

 

Esa noche, tras cenar, estaban en la habitación de Damien quitándose la ropa para meterse en la cama. El abogado había permanecido demasiado callado después de que Adriel le contara su historia; era como si no pudiera regresar a la realidad y se hubiera quedado estancado en el relato.

—¿Ocurre algo?

—No —le contestó escueto, mientras tiraba de su camiseta por encima de su cabeza.

—No quiero que me trates diferente por lo que te he contado. Durante muchos años me sentí distinta a todos; por favor, no lo hagas.

Adriel desanudaba el vestido de piqué blanco que llevaba puesto, que se ataba en la nuca.

—No creo que seas diferente, o tal vez sí, porque no es tan fácil superar lo que tú viviste. Tal vez necesite darte cuidados especiales esta noche —él le guiñó un ojo mientras se quitaba los pantalones—. Déjame asimilarlo, tampoco puedes pedirme que actúe como si no supiera nada.

Adriel asintió. Estaba en ropa interior y tuvo la intensión de ir hacia el vestidor a buscar ropa para acostarse. Él se quedó ahí de pie, mirándola como si ella fuera la cosa más fascinante que jamás hubiera visto.

—No te pongas nada, quítate el sujetador también. Supongo que debe ser un tanto incómodo dormir con él.

Había una expresión animal en sus ojos; había sido como un interruptor cuando ella desnudó su cuerpo. No tenía intenciones de dejarla dormir, al menos no por el momento.

Se metieron en la cama y se abrazaron; antes, Damien atenuó las luces y la presionó contra su pecho mientras enredaban las piernas.

—¿Te gusta que esté aquí contigo?

—¿Tú qué crees? Acaso no he sido yo quien te ha pedido que te quedaras.

Había algo en su mirada que ella no podía descifrar. Empezó a preguntarle nuevamente qué le pasaba, pero su boca cubrió con un beso la suya y su lengua se abrió paso sin dejarla pensar más.

Adriel movió las manos a su pecho, y con los dedos recorrió cada ondulación, suspirando de placer en su boca. Él, con las manos, acariciaba sus muslos mientras apretaba su dolorosa erección contra su cuerpo. La médica levantó más su pierna a la altura de su muslo, abriéndola más; ahora ella, activada por los besos, también tenía una dolorosa necesidad que frotaba contra él. Damien bajó la mano y recorrió la humedad de sus bragas; se sentía mareada con él rozándola de esa forma.

—Mierda, estás tan húmeda... Quiero hacer esto lento hoy, quiero cuidarte, pero no sé si podré controlarme.

—De cualquier forma que decidas hacerlo, será perfecto.

—Estoy arruinado, doctora, me has arruinado, ¿sabes? Tu cuerpo dulce y pequeño me ha arruinado; me tiene cautivo y sólo pienso en tenerlo bajo el mío todo el rato; me descontrolas.

Adriel pasó la lengua por su boca y mordisqueó entonces muy gentil su labio inferior, arrancándole un gruñido de la garganta.

—Es donde lo quiero todo el tiempo también.

—Así no podré ir despacio. Tu cuerpo y tu boca deberían tener tatuado un aviso que dijese «peligro». Me has dicho muchas veces que yo huelo a peligro; entérate, Adriel, que ésa eres tú. No eres buena para la cordura de nadie.

Una sonrisa tiró de sus labios, mientras él apartaba sus bragas para acariciar su hendidura; regresó posesivamente a su boca y mordió sus labios.

—Definitivamente, no será lento.

Damien le quitó las bragas y también se quitó el bóxer. Trabajaba con sus manos sin dejar de besarla; su lengua se ligaba con cada meneo de la suya y se permitió esa noche pensar que la necesitaba. Dejó que el sexo entre ellos se convirtiera en algo más que sexo, y supo que haría cualquier cosa para evitar lastimarla, porque ella no merecía sufrir más de lo que había sufrido.

Continuó probándola; con su lengua recorrió todo su cuerpo.

—No te detengas, Damien, por favor.

—Quiero estar dentro de ti, déjame ponerme un condón —le dijo mientras levantaba la cabeza de entre sus piernas.

Lo hizo rápido y entonces la dura punta de su erección presionó firmemente contra su necesidad. De inmediato comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás, mientras sus brazos se tensaban a cada lado de su cuerpo. Adriel acariciaba su cuello; levantó las piernas sobre sus caderas y las envolvió con firmeza alrededor de él. Se miraban a los ojos, abrumados por el intenso momento. Volvieron a besarse, se movieron uno contra el otro sin pausa, gimieron y recitaron sus nombres hasta que algo empezó a construirse dentro de ellos.

—Estoy muy cerca.

—También yo, nena.

Inmediatamente ambos se tensaron; ella se sostuvo fuerte de él mientras olas de placer comenzaron a estallar en su cuerpo. Damien se sacudió y dejó que se escapara un ronquido profundo de su garganta antes de permitir salir su liberación.

Abrazados, al tiempo que el sonido de la lluvia acompañaba los resabios del orgasmo, permanecieron en silencio. Él le besó el hombro y luego le acarició el rostro; ella le besó la punta de la nariz.

—Gracias por sanar todos los malos recuerdos de esta noche.

—De nada, ha sido un gran placer hacerlo. —Adriel se movió debajo de él; Damien aún permanecía dentro de su cuerpo—. No te muevas si pretendes dormir.

—Voy a confesarte algo: eres un gran amante, no tengo mucho para comparar, pero...

—Shhh, no quiero saber cuánto tienes para comparar. No quiero imaginarte con otro, me gusta pensarte sólo así conmigo. Antes... nunca me importó, pero contigo, Adriel, me siento un primate territorial, me vuelves un jodido posesivo.

Adriel le mordió los labios, luego él salió de ella y se quitó el preservativo.

No obstante, la doctora no tenía intenciones de dormir, no aún, así que se subió a horcajadas encima de él mientras dejaba que su pelo cayera todo hacia un lado; sus senos danzaron y Damien no pudo dejar de admirar su oscilación. La cogió por la cintura y ella frotó su humedad en su cuerpo.

—Estás muy traviesa hoy.

—Te deseo, me siento trasgresora a tu lado. Quiero ser tu necesidad, quiero que no necesites nada más que mi cuerpo; tú también me pones territorial.

Damien ahora tenía sus manos ahuecando sus senos.

—No lo desees más, lo conseguiste hace tiempo. Te lo dije hace un rato: estoy dañado, estoy jodidamente dañado, Adriel; nunca, jamás, me había sentido como me siento a tu lado.

—No hables más, fóllame de nuevo.

Él se movió y volvió a dejarla bajo su cuerpo.

«Yo no te follo, Adriel, a ti te hago el amor.» Ahogó sus pensamientos con un beso desquiciado y la penetró nuevamente como un loco.

Después de volver a hacer el amor, ambos estaban extenuados. Se abrazaron muy fuerte para dormir, y Damien le besó el pelo y la cobijó entre sus brazos. Era perfecto estar así con ella. Comenzó a sentir cómo Adriel, poco a poco, empezaba a respirar rítmicamente sobre su pecho, estaba durmiéndose. Le acarició la espalda desnuda; no la había dejado ponerse nada cuando regresaron del baño de asearse, pues quería dormir con ella sintiendo su piel contra la suya.

«Ojalá te canses de mí, ojalá seas tú la que me deje, porque creo que yo no seré capaz de alejarme de ti. No quiero que me odies, no quiero decepcionarte, no quiero defraudarte, pero sé que tarde o temprano lo haré. Nunca creí en Dios, pero hoy en verdad quisiera que existiera uno y que hiciera un milagro para que esto que siento pueda ser siempre así, para que nunca me faltes, para que nunca tenga que dejarte ir.»

—Te amo, Adriel. Te amo, mi vida.

 

 

Por la mañana, todos estaban listos para salir a enfrentar el día. En Nueva York continuaba lloviendo. Adriel finalmente iría a llevar a los abuelos de Damien al médico, pues los había podido convencer de que, para ella, no era ninguna molestia hacerlo.

Bajaron los cuatro al garaje y Lake ayudó a sus abuelos a que subieran en el Bentley de Adriel, cerró las puertas y luego se acercó a ella antes de que se montara. Se despidieron tímidamente con un corto beso, aunque antes de bajar los veintiún pisos, y al resguardo de la curiosidad de los ancianos, lo habían hecho como ansiaban.

—Toma, no quiero que tengas que avisar más sobre cuándo llegas a mi casa. —Le puso un mando a distancia en la mano—. Con esto entras en el garaje y estacionas aquí en mi espacio. La clave del ascensor es 23742663, recuérdala. —Pensó en decirle el nombre que representaban esos números para que le fuera más fácil, pero se abstuvo.

—No es necesario.

—Sí lo es, guárdalo. —Cerró su mano, obligándola a que sostuviera el mando a distancia—. Repíteme la clave.

—2374...

—2663. —Se la repitió completa—: 23742663.

—Bien, no la olvido, 23742663.

—Te veo mañana.

—Sí, te llamo igualmente en cuanto pueda, o te mando mensajitos.

—Yo también.

 

 

—Hacen tan buena pareja... ¿no crees, Abott?

—Ella es muy bonita, pero además parece una buena chica.

—Creí que Damien nunca superaría lo que tanto lo atormenta; me alegra de que alguien le haya hecho replantearse las cosas.

—Siempre supe que llegaría el momento, Maisha; siempre estuve seguro de que todos sus preceptos serían desechados. Mujer, nunca tuve dudas de eso. Cuando uno se enamora, se olvida de todo lo que una vez sostuvo y nada importa; uno se pone tonto y deja de pensar cuando el amor llega. Aún recuerdo cuando te conocí: nada importaba más que tú. Sólo es necesario que llegue la persona indicada.

—Sí, tienes razón, pero él es tan terco, y además tiene tanta fuerza de voluntad. Quiero verlo feliz, Abott, es lo único que deseo antes de dejar este mundo.

Maisha le tocó el hombro a su esposo, que estaba sentado en el asiento del copiloto, y él le palmeó la mano.

—Lo verás, mujer; ya lo estás viendo.

—Quiero verlo feliz con una familia, con una verdadera familia.

—Todo a su tiempo, no te desesperes. Estoy seguro de que esta chica es la indicada, y que poco a poco irá rompiendo ese cascarón. Sabes que a él no le gusta que le impongan las cosas; se dará cuenta solo, finalmente entenderá que no puede luchar contra lo que siente. No te preocupes, mi nieto es inteligente y tarde o temprano se dará cuenta de todo.

 

 

Era casi mediodía y Adriel ya estaba de regreso con los abuelos. Los estaba ayudando a bajar de su automóvil. La cita con el especialista había sido muy prometedora; le habían practicado una resonancia magnética y pruebas de laboratorio para confirmar, con su normalidad, el diagnóstico de artrosis, y así poder descartar otras enfermedades reumáticas que sí producen algunas alteraciones en los análisis de sangre. Cuando estuvieran los resultados, le elaborarían un plan de tratamiento con fármacos y fisioterapia.