16
El reloj interno de Damien lo despertó antes de que sonara la alarma de su móvil. Adriel dormía profundamente, aferrada a su pecho, con la cabeza apoyada en el hueco que formaba el colchón y su barbilla. Le gustó despertarse así, envolviendo con sus brazos la fragilidad de aquel cuerpo; el momento parecía demasiado perfecto, demasiado irreal. No deseaba despertarla, ansiaba que ella siguiera durmiendo en su cama, donde se veía serena y reposada; no obstante, era imprescindible moverse para iniciar su día y luego irse a trabajar.
Con una suavidad extrema, fue deslizándose en la cama hasta apartarse de ella. La habitación permanecía en penumbras, ya que las cortinas eran lo suficientemente gruesas como para no dejar que los primeros rayos del sol irrumpieran en ella. Damien caminó a tientas, demostrando conocer casi a ciegas su habitación. Se dirigió antes que nada al baño e, inmediatamente después de salir de allí, se internó en el vestidor, donde se colocó un pantalón corto de chándal, una camiseta sin mangas y zapatillas deportivas. Como cada día, antes que nada, iría a hacer su habitual rutina de ejercicios; obviamente que la ejecutaría teniendo en cuenta las recomendaciones de su doctora favorita. Por la tarde debía visitar al especialista y esperaba que ya pudiese retomar por completo su vida normal.
Pasó por la cocina. Costance, que conocía perfectamente sus costumbres, ya tenía su desayuno preparado. Tan pronto como lo terminó, sacó del refrigerador una botella de bebida isotónica y se marchó al gimnasio.
Estaba de regreso, duchado y cambiado. Se deslizaba por la habitación en perfecto silencio, intentando no perturbar su sueño. Adriel continuaba durmiendo y él estaba fascinado por tenerla en su cama. Se paró en el pasillo que comunicaba el baño y el vestidor, y desde allí, mientras se ajustaba unos gemelos de platino en los puños de su camisa, la admiró, absorto, mientras en silencio pensaba «¿qué estás haciendo conmigo, doctora? Estoy jugando con fuego a tu lado; no te merezco, estoy iniciando algo que sé que no tendrá un buen final. Adriel... sé perfectamente cuán egoísta estoy siendo; estoy fomentando en ti esperanzas de un futuro que sé que no puedo darte, pero... ¿cómo lo evito?, ¿cómo lo consigo, si desde que te conocí no hago otra cosa más que pensar en ti? He intentado arrancarte de mis pensamientos, pero no he podido; lo he intentado, Dios sabe que sí... y hasta me estás haciendo hablarle a Dios cuando hace tiempo que he dejado de creer en él. Sólo anhelo tenerte a mi lado, aunque sé que no puedo».
El abogado se pasó la mano por la nuca y emitió un hondo suspiro para, finalmente, retroceder en sus pasos y terminar de vestirse.
Minutos después, Costance recogía la cocina mientras Damien permanecía sentado en la barra del desayuno; estaba acabándose un licuado de proteínas, que no podía faltar en su dieta diaria después de la actividad física, con el único fin de recuperar la energía perdida durante el entrenamiento.
Apaciguado, hojeaba el periódico mientras sorbía la bebida. La sorpresa, de pronto, se abrió paso en su cuerpo al sentir las manos de Adriel, que lo agarraban por detrás aferrándose a su cintura; una sensación de bienestar se apoderó de él mientras ella apoyaba una mejilla en su espalda.
—Buenos días.
Damien se dio media vuelta con el fin de encontrarse con esos ojos aguamarina que consideraba un tributo cada vez que lo miraban; lo dominó el gesto y se sintió volátil como el viento.
—Buenos días, preciosa. —De inmediato le plantó un beso en los labios y otro en el cuello; sin poder aguantarse, la cogió con fuerza de la cintura. Luego la apartó para dejarla respirar y porque advirtió que ella se había ruborizado por ese gesto frente a su empleada.
—Buenos días. Usted debe de ser Costance.
—Buenos días, señorita, para servirla.
—Déjeme agradecerle la cena de anoche, todo estaba realmente exquisito —le expresó mientras se acomodaba en el taburete de al lado de Damien después de que él la soltara. Él la miraba empecinado mientras sonreía.
—Me halaga que le haya gustado. ¿Qué desea desayunar?
—Un café, y zumo de naranja si tiene.
—Recién exprimido, Costance; Adriel toma zumo natural —acotó él.
—Perfecto. ¿Prefiere unos panqueques, tostadas o cruasanes?
—Tostadas está bien. —Dirigió la vista hacia él—. ¿Te has despertado temprano? No te he oído —dijo la joven doctora, volcando toda la atención en Damien, que no dejaba de acariciarle el brazo sin dejar de mirarla.
—A la hora de siempre, a las seis. Madrugo para poder hacer mi rutina de ejercicios; me levanté muy despacio porque no quería despertarte. ¿Has descansado bien?
—Fabulosamente bien. Te despiertas muy temprano; luego dices que yo no duermo suficiente. —Adriel cogió el vaso del que Damien bebía para probar un sorbo del licuado; a simple vista se veía apetitoso—. ¡Qué asco! ¿Qué tomas?
—Licuado de proteínas, plátano, claras de huevo, nueces y un suplemento dietético.
—Es una porquería, ¿cómo puedes bebértelo?
Damien sonrió y se encogió de hombros mientras lo sorbía; ella no dejaba de hacer muecas.
—Estoy acostumbrado, no me parece tan malo.
—¿Quiere un licuado normal, señorita?
—No, está bien, Costance; con el desayuno que me estás preparando será más que suficiente.
Cuando Costance les dio la espalda, Lake enganchó el dedo índice al escote del vestido de Adriel, y lo apartó para corroborar que ella iba sin sujetador.
La médica abrió los ojos y le dijo, empleando un tono muy bajo:
—Es culpa tuya; lo rompiste, ¿recuerdas?
—Lo siento —hizo un mohín mientras también le hablaba casi en secreto—, aunque en este momento no lo lamento... —clavó su vista en el escote, y con su índice le tocó el pezón—... o sí. Lo siento, pero tengo que marcharme.
Adriel se mordió los labios y negó con la cabeza mientras se reía con complicidad; sus pezones habían reaccionado de inmediato, poniéndose erectos.
—Debo irme, en serio. Tengo asamblea de socios.
—Entonces salgo contigo, espera que busco mi bolso.
—De ninguna manera. Quédate a desayunar, Costance luego te conseguirá un taxi. ¿Puedes encargarte, Costance?
—Sí, por supuesto, señor.
—Es un abuso que te vayas y yo me quede.
—Harás que me enfade. Desayuna tranquila y luego, cuando lo creas conveniente, te vas. Siéntete como en tu casa; puedes darte una ducha antes de irte, si lo deseas. —Ambos rieron cómplices al recordar esas palabras que Adriel le había dicho la primera vez que habían estado juntos. Damien se puso de pie y la abrazó para susurrarle al oído—: Me encanta tenerte aquí. —Se apartó y con su dedo índice atrajo su barbilla, obligándola a que lo mirase—. Te dije que te quiero en mi vida, ¿debo recordártelo?
Costance, que continuaba de espaldas, no pudo dejar de sonreír; jamás había visto a Damien tan entusiasmado con una chica y, además, si ésta se había quedado en su casa a cenar y a dormir, sin duda se trataba de alguien muy importante; incluso ahora la dejaba sola en el apartamento con ella. Jamás nadie desayunaba allí; él siempre se encargaba de que se fueran bien temprano para no interferir en su rutina.
Ajenos a las cavilaciones de la empleada, ellos estaban sumergidos en su propio universo. Adriel le sonrió con mucha dulzura, y él le dispensó otra sonrisa verdaderamente franca. No resultaba una novedad que ella se lo quisiera comer a besos en ese instante, pero, tras recordar que no estaban solos, miró hacia Costance, sintiéndose intimidada por su presencia, así que prefirió contenerse.
—Voy por mis cosas y me marcho, ¿me acompañas? Mientras tanto Costance te preparará tu desayuno.
—Claro.
Nada más salir de la cocina, Damien devoró sus labios. Parecía que no podían apartarse. Luego fueron juntos hasta el despacho, donde él preparó todo lo que debía llevarse en su maletín. Ella lo miraba abstraída, y él se mostraba seguro y muy profesional, concentrado en la tarea de no olvidarse nada.
—Listo.
—¿Y tu chaqueta?
—Está en el salón.
Fueron hacia allá. Lake dejó su maletín sobre la mesa baja y acomodó el nudo de su corbata; mientras tanto, Adriel ya estaba con su americana en la mano para que se la pusiera. Él vestía un traje a medida de color azul marino, camisa blanca con cuello italiano, unos gemelos de platino, chaleco y una corbata con un entramado de color gris y azul.
—Gracias.
—Déjame enderezarte la corbata. —Con aire de concentración, situó bien el nudo y luego alcanzó sus labios, plantándole un beso—. Ahora sí, estás perfecto.
—Ahora dame un buen beso; quiero llevarme conmigo tu sabor, aunque sea por un rato.
Adriel se aferró a su cuello al instante y él envolvió sus manos alrededor de su cintura, tirando de ella contra su cuerpo. Se dieron uno de esos besos que cortan el aliento. Sus lenguas se acariciaron de manera agónica una y otra vez, hasta que finalmente ella se apartó.
—Se te hará tarde.
—Lo sé, pero me cuesta abandonar tus labios. Anoche me porté demasiado bien y ahora estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano; cinco minutos me tomaría echarte un polvo. ¿En qué me estás convirtiendo? ¿En quién me estoy convirtiendo?
—En alguien que intenta mantener una relación normal, aunque confieso que tu ofrecimiento es demasiado tentador... el rapidito de ayer me tuvo pensando todo el tiempo, tal como me prometiste.
—No me digas eso, porque te arrastro ya mismo a mi despacho y te poseo sobre mi escritorio. —Sonó su teléfono—. ¡Maldición! —Había reconocido el tono de la llamada, era su secretaria.
—Karina.
—Te llamo para recordarte que hay reunión de socios, e informarte de que algunos ya están en la sala.
—Lo sé, Karina, lo sé. ¿Cuándo olvido yo una reunión?
—Jamás, pero me ha extrañado que aún no hubieses llegado, es por eso.
—Estoy saliendo ahora mismo. —Miró su reloj y vio que verdaderamente iba con retraso, colgó la llamada y, apenado, le dijo a la médica—: Lo siento, debo irme. Era mi secretaria; al parecer tendremos que reprimir las ganas, pero prometo compensarte cuando vuelva a verte.
—También te compensaré. Verás que también es bueno echarse de menos.
Damien volvió a enganchar su dedo en el escote, espiando sus pechos sin sujetador.
—¡Qué tortura! Bien, experimentemos extrañarnos... si tú dices que es así como funciona una relación normal. No soy partidario de quedarse con las ganas, pero no soy experto en monogamia.
Estrelló sus labios contra los de ella y, sin más tardanza, cogió su maletín y se marchó.
Adriel ya estaba en su casa. Se había metido en la bañera para darse un buen baño. Hacía rato que estaba sumergida en el agua, porque su cuerpo necesitaba relajarse; le dolían los abductores y todos los músculos isquiotibiales, debido al encuentro sexual con su abogado. Había transcurrido un tiempo sustancial y el agua se había enfriado bastante; sin embargo, quería seguir disfrutando de su descanso. No tenía ganas de salir, así que se estiró y abrió el grifo para añadir más agua. Por consiguiente, volvió a relajarse mientras cerraba los ojos y repasaba todo lo que habían hecho la noche anterior con Damien. En aquel momento, como una clara interrupción de sus recuerdos, que iban aparejados con millones de fantasías e ilusiones, su teléfono comenzó a sonar. Alcanzó rápidamente una toalla para secarse las manos y cogió la llamada; supo que era Amber nada más mirar la pantalla.
—Cariño, ¿cómo estás?
—Si yo no te llamo, no te dignas a enviarme ni un miserable mensaje siquiera. ¿Estás enfadada conmigo acaso?
—¿Por qué debería estarlo?
—Por lo del doctor... creí que te habías disgustado y que por eso no me habías llamado en todo el fin de semana.
Adriel ya ni se acordaba de Greg, ella sólo tenía pensamientos para Damien.
—No, ¡cómo piensas eso! Con decirte que ya ni me acordaba... De todas formas, ahora que lo has traído a mi memoria, déjame decirte que realmente me hiciste pasar un mal rato. ¿Cómo pudiste invitarlo sin mi consentimiento?
—Lo siento; sólo quise hacer el bien, pero, como de costumbre, metí la pata. ¿Almorzamos juntas? ¿Puedes?
—Sí, puedo. ¿Vamos adonde fuimos la otra vez? Sé que te queda cerca de la oficina y yo no trabajo hasta esta noche.
—Me parece estupendo ese sitio.
—Bien, a las doce y media, ¿te va bien?
—Perfecto.
Era casi la hora del almuerzo. Damien por fin tenía un respiro, ya que, después de tantos días sin ir al bufete, se había encontrado con miles de asuntos pendientes que necesitaban de su atención, así que, en cuanto tuvo oportunidad, llamó a su empleada.
—Costance, tengo que pedirte un favor.
—Dígame, señor, ¿qué necesita?
—Necesito que vayas a la tienda y compres un artículo de Victoria’s Secret, es un sujetador, toma nota.
—Sí, dígame.
Damien le dictó lo que había obtenido del sujetador roto de Adriel.
—¿Y de qué talla, señor?
—Mierda, no anoté eso.
De pronto se vio haciendo señas con una mano, como si en ella tuviera un seno del tamaño del de Adriel. Se sintió sumamente ridículo de repente.
—¿Para quién es, señor? Tal vez, si conozco a la dama, pueda ayudarlo.
—Es para Adriel.
—Ah, de acuerdo; creo saber más o menos la talla que usa.
—Perfecto, Costance, sabía que eras la indicada para esto. También necesito que compres prendas para dormir.
—Négligés, pijamas, picardías... ¿Qué quiere que compre?
—No sé, Costance, lo que sea que las mujeres usen para dormir. No me dedico a vestirlas, sino a desvestirlas, por eso te pido ayuda. Algo sexy; no creo que Adriel use camisones de franela como los de mi abuela Maisha.
—Creo que no, señor, no me la imagino con los camisones que usa ella. —La empleada tuvo que contener la risa—. ¿Algún color en especial?
—Trae variedad de colores y modelos —Damien asintió con la cabeza—; que no falte el rosa.
—Perfecto, señor, déjelo en mis manos, yo me encargo.
—Compra algunos conjuntos de ropa interior de su talla. Cuando uno se da un baño, por lo general, le gusta ponerse ropa limpia, así que ocúpate de eso también —reflexionó en voz alta mientras se lo indicaba.
—Perfecto, despreocúpese.
—Gracias. Sé que es algo que no te toca hacer, pero no sabía a quién recurrir, y, como tú la has conocido esta mañana, seguramente observaste su estilo. A decir verdad, no tengo ni idea de qué adquirir si voy yo, y sé que terminarían vendiéndome la tienda entera.
—No es ninguna molestia.
—Adiós, Costance, nos vemos más tarde. Aguarda, no cuelgues, me olvidaba de algo más.
—Usted dirá.
—Compra también una botella de Bright Crystal Absolu, de Versace.
—Listo, ya lo he apuntado.
—Ahora sí, adiós.
—Adiós, señor.
—¿Qué estás planeando? ¿Qué diablos estás haciendo? Ahora, de pronto, también quieres su ropa en tu vestidor. ¿Luego qué sigue? ¿Su presencia en tu casa día y noche? Sabes que esto no tiene futuro, ¿por qué te empeñas en agradarle si tarde o temprano tendrás que dejarla? —se preguntó en voz alta tras cortar la llamada.
Karina entró en ese instante y lo encontró hablando solo.
—¿Pasa algo para que me mires de esa forma? ¿Acaso nunca hablas con la voz de tu conciencia?
—Pero no en voz alta. Bah, creo que no; bueno, la verdad es que no sé... si lo he hecho, no me he dado cuenta.
—Pues yo hablo en voz alta, me escucho mejor. Dime, ¿qué necesitas?
—¡Qué humor te traes! Fírmame estos escritos, ya hemos aplicado las correcciones que solicitaste.
—¿Los has revisado?
—Todo comprobado.
—Perfecto. Déjamelos, luego lo hago. —La mujer se quedó mirándolo—. Vete, vete —él hizo un ademán con una mano, desestimándola—, no los firmaré ahora.
—Estás insoportable.
—¿Qué pretendes? Unos días sin venir y esto es un caos.
—Deja de exagerar, que no es para tanto. Te quejas de que las cosas están atrasadas, pero insistes en leerlo todo. ¿Crees que no sé por qué no los firmas? Delega algo, te estoy diciendo que lo comprobé todo.
—Tú también estás insoportable. —Cogió su bolígrafo y firmó sin leer; era la primera vez que hacía algo así—. Si hay algún error, cortaré tu cabeza.
—Qué pena, no tendrás el gusto.
Golpearon a su puerta. Karina abrió para ver de quién se trataba.
—Pasa, Richard —lo animó Damien nada más verlo.
—Voy a seguir con lo mío, ¿desean tomar algo? —preguntó cordialmente la mujer antes de marcharse.
—No, ya nos vamos, puedes irte a comer también —contestó Lake—. Siéntate, dame unos segundos, que ya termino con estos correos electrónicos que tendría que haber enviado el viernes.
—Tranquilo, no hay prisa.
—¿Te ha parecido cómodo tu despacho? Si necesitas o quieres cambiar algo, pídeselo a Karina. Hasta que tengas tu propia secretaria, ella te asistirá por el momento, ya lo he hablado con ella.
—No te preocupes, hombre, todo está bien, y Karina ya se ha encargado de ponerse a mi disposición. Ya la conocía de cuando venía a verte, pero me ha parecido mucho más agradable hoy.
—Es muy fácil trabajar con ella. Pero no le digas que la he adulado; me gusta hacerla enfadar y, si sabe lo que pienso de ella, me torturará.
—Eres perverso.
—Hago una llamada y nos vamos. Necesito dejarle unos encargos a mi asistente legal para que busque antecedentes en los archivos del juzgado; los preciso como base para un argumento que preparo.
Lake y MacQuoid iban cruzando la calle; en el restaurante los esperaban otros dos socios de la firma: Needell, del área procesal y arbitraje internacional, y Kaufman, abogado del área de fusiones, adquisiciones y asuntos corporativos.
—Ya le pedí a Karina que se ocupase de llamar a profesionales que siempre tenemos reservados en nuestra base de datos, para que puedas comenzar a crear tu equipo. Como te dije hoy en la reunión, quiero que trabajes cómodo y confiado; si quieres a alguien en especial que tú conozcas, sólo tienes que proponérselo; trabaja a tu libre albedrío, Rich.
—Agradezco la soltura con que me están permitiendo conformar mi equipo. Tengo algunos nombres en mente que me gustaría tantear para que se unieran a mí, pero me parece un poco desleal sacarlos de donde están.
—Ahora eres socio de este bufete, no lo olvides. Queremos excelencia y no nos importa nada más que Lake & Associates.
—Lo sé, déjame acostumbrarme al cambio.
—Te acostumbrarás muy pronto cuando veas los resultados favorables que aquí obtenemos en casi un noventa y cinco por ciento de los casos. Te aseguro que no querrás que esa cifra cambie si no es para que suba. Tu cuenta bancaria así te lo demostrará también. Sé que muy pronto te pondrás nuestra camiseta.
Damien le palmeó la espalda mientras entraban en el cálido recinto de Joseph’s, donde los conocían a la perfección. Era un lugar sencillo y tranquilo, en el cual se comía muy bien. Se dirigieron a la barra, donde se encontraban los otros abogados, esperándolos. Lake pidió una gaseosa baja en calorías y Richard lo imitó; aún quedaban muchas horas de trabajo. Se sentaron en unos taburetes mientras les preparaban la mesa. Damien miró hacia el recinto del comedor, y de inmediato su vista se centró en una cabellera de color dorado y unos ojos aguamarina que no le quitaban la mirada de encima y que le cortaban la respiración.
—Ahí están Amber y Adriel, almorzando —informó a su amigo. Richard no se había percatado de la presencia de las mujeres—. ¿Tú sabías que vendrían?
—No, no tenía ni idea.
Frente a esto, se disculparon por unos minutos con sus compañeros para acercarse a saludarlas.
Richard tomó la delantera, y Lake lo siguió por detrás.
—Feliz coincidencia nuevamente. Hola Adriel, Amber...
MacQuoid y la abogada se saludaron con un beso en los labios, y Damien, decidido a poner las cartas sobre la mesa, buscó también la boca de la joven médica, pero ella ladeó la cara para que la besase en la mejilla.
Su rostro estaba forzado por el enfado. Se quedó mirándola durante unos segundos, intentando contener sus emociones. Tenía el ceño fruncido, sin poder evitarlo; hubiese querido recriminarle en ese mismo instante por qué quería ocultar su incipiente relación, cuando lo único que él ansiaba era que todos supieran que ella le pertenecía. Le importaban un cuerno Amber, Richard y todos los allí presentes. La incomodidad de Adriel, por otra parte, resultaba más que evidente.
—Hola, Kipling. Buen provecho. —El disgusto en su voz no le pasó por alto a Adriel. Un repentino calor en las mejillas la inundó y tuvo que tragar el nudo que tenía aprisionado en la garganta.
Damien regresó a la barra con sus colegas.
—¡Menos mal que se ha ido! No puedo soportarlo, es un maldito imbécil.
—Pues tendrás que hacer el esfuerzo. Ya te dije que hoy firmaba mi contrato societario en su bufete. Ya soy oficialmente socio de Lake & Associates.
—¡Felicidades, cariño! Sé que es un gran progreso en tu carrera, pero no me pidas que aguante a ese indeseable.
Adriel, después de felicitar a Richard, bebió de su copa de agua. Se sentía apenada por haberlo rechazado, y mucho más por no tener el valor de hacer callar a Amber cada vez que lo insultaba, pero todavía no había hablado con ella y no quería que se enterase de esa forma de lo que ocurría entre ellos.
Lake, en la barra, estaba furioso y, aunque quería centrarse en la conversación con sus colegas, no lograba conseguirlo. Sintió vibrar su teléfono en el bolsillo y lo sacó para ver el mensaje que le había llegado.
Adriel: No te enfades; lo siento, es que aún no le he contado nada a Amber.
Ni siquiera pensó en contestarle el WhatsApp; en ese instante él se consideraba un verdadero estúpido y no iba a seguir siéndolo. Después de leerlo, guardó su móvil en el bolsillo y ni siquiera se dio la vuelta para buscar su mirada. Quería que sintiera la misma frustración que él había sentido minutos antes. Les avisaron de que la mesa ya estaba lista, así que, prescindiendo de ella en todo momento, entró en el recinto caminando altivo y se acomodó en un sitio donde le daba la espalda; así no iba a tener la tentación de posar sus ojos en Adriel ni siquiera unos segundos.
Había pasado un tiempo sustancial cuando su móvil volvió a vibrar.
Adriel: Me siento mal y quiero remediar esto. Soy una tonta, no debería importarme lo que piense Amber.
«Es tu problema», pensó él mientras leía. De todas formas, haciendo caso omiso a su arrepentimiento, continuó sin responderle. Estaba realmente cabreado.
Habían terminado de almorzar y se preparaban para regresar al bufete. Richard se disculpó con sus acompañantes para poder despedirse de Amber y de Adriel. En lo que se demoró, los otros tres hombres se pusieron de pie y comenzaron a caminar hacia la salida, pero, contra todo pronóstico, Damien dio media vuelta y se acercó a la mesa de las chicas. Cogió a Adriel del mentón y le plantó un beso bastante lascivo; se encargó de recorrer con la lengua sus labios y también de mordérselos. Su ego jamás sería aplastado, como ella pretendía.
—Te llamo más tarde, antes de que te vayas al trabajo. Hoy entras a las ocho, ¿verdad?
—Sí —contestó ella tímidamente, incapaz de apartar la mirada de sus ojos.
Kipling no daba crédito a lo que veía, y Richard observaba la situación sin entender nada tampoco.
«Ella es mía, y me importa una verdadera mierda lo que Kipling piense de mí; quiero que todos sepan que ella me pertenece.»
Mientras salían, Damien le advirtió a su amigo:
—No me preguntes nada, ahora no tengo ganas de dar explicaciones; por otra parte, no se las debo a nadie más que a mí mismo. Adriel y yo somos adultos y hacemos lo que nos da la gana.
—No iba a pedirte explicaciones. Sólo te diré que espero que sepas valorar a esa mujer y que no la tomes solamente con el fin de saciar tu placer.
—¿Y quién te ha dicho que sólo busco placer junto a ella?
Richard lo miró sin creerse lo que acababa de escuchar, y luego entrecerró los ojos.
—Pues cuesta imaginar que busques otra cosa, creo conocerte lo suficiente.
—Déjame decirte que es muy interesante tu opinión; ahora resulta que sabes más de mí que yo mismo.
—Pero ¿tú te has vuelto loca? Dime que estoy equivocada y que no es como lo estoy pensando; dime, por favor, que todo esto no es más que un atrevimiento de ese comemierda.
—No tengo por qué darte explicaciones. Damien me gusta y hemos salido unas cuantas veces. No considero que sea una persona tan indeseable como lo pintas. Conmigo no es así, y... ¡deja ya de insultarlo!, ¿quieres?
—Dios, Adriel, te creía más inteligente. Ya te ha lavado el cerebro. Es obvio que te acostaste con él, no voy siquiera a preguntártelo.
—Estamos conociéndonos; voy a darle una oportunidad, creo en él.
—¿Crees en él?... —Se rio, mofándome—. ¡Qué estúpida eres! Creer en la palabra de Damien Lake es lo mismo que creer en Santa Claus.
Lake y Richard caminaban con las manos en los bolsillos; estaban a punto de abandonar el comedor cuando se encontraron con Jane Hart. La abogada abordó a Damien de inmediato.
—Necesito que hablemos; supuse que te encontraría aquí, ya que, cuando llamé al despacho, tu secretaria me dijo que habías salido a almorzar. Por lo visto no me he equivocado. —La rubia lo había aferrado de un brazo y le hablaba de modo sugerente, muy cerca; Richard había seguido caminando.
—Lo siento, ahora no tengo tiempo.
—¡Damien! O hablas conmigo o monto un escándalo.
—¡Ten mucho cuidado! —La miró, aniquilándola—. ¿Aún no te has dado cuenta de que de esta forma conseguirás menos de mí?
—Es que no sé qué hacer; no me atiendes, no me quieres ver.
—Dejarme en paz, eso es lo que tienes que hacer.
—Ah, pero si tengo razón... ves, ésa es otra de sus amantes. Es la hija del juez Trevor Hart; dicen que anda con ella para conseguir un puesto en la Corte Suprema.
Adriel tenía un nudo en la garganta. Presenciaba la escena y se sentía una tonta; en aquel momento vio cómo la mujer alargaba el brazo, pero él rápidamente la apartó y se fue. La tranquilizó saber que Damien la había dejado allí plantada, pero de todas formas era una situación muy incómoda.
—Así será siempre; a cada paso que des junto a él, te toparás con una que se revolcó en su cama. ¿Eso es lo que quieres? ¿Ésa es la relación que anhelas? ¿Una relación sin respeto, junto a un hombre que no tiene principios para con las mujeres? Parece que lo hubiera parido un animal, a ese desalmado.
Amber la estaba confrontando en un mal momento, y Adriel estalló.
—¡Basta, no hables así de su madre muerta! No quiero oírte más. ¿Por qué eres tan cruel conmigo?, ¿por qué no puedes apoyarme, como yo siempre te apoyo con todo lo que emprendes, ya sea en tu vida profesional como en tu vida personal? Jamás he criticado a ninguno de los tipos con quien te has acostado, y mira que te has topado con cada espécimen... No sabes nada de Damien, sólo lo que ves. Su vida no ha sido fácil. Déjame decirte algo: para mí tu amistad vale mucho, pero, si no me apoyas en esto, no voy a dejar de salir con él sólo porque a ti no te cae bien. Soy adulta, sé tomar mis propias decisiones; aunque siempre me trates como a una mojigata que sólo vive rodeada de libros, sé firmemente lo que quiero para mí. Por supuesto que no tendré la experiencia que tienes tú en la cama —soltó con sorna—, pero no me hace falta para reconocer a un hombre con buenos sentimientos. Y, hasta ahora, él se ha comportado exquisitamente conmigo. Si debo alejarme de Damien, será porque deje de actuar como lo ha hecho hasta el momento y, entonces, y no antes, yo consideraré alguna de tus palabras.
A la médica se le llenaron los ojos de lágrimas, pero las contuvo, a punto del desbordamiento. Jamás le había hablado así, de forma tan cruda; ella siempre era la amiga sumisa que todo lo aceptaba, pero ya no pensaba hacerlo más.
—Adriel, no quiero perder tu amistad, yo te quiero.
—Pues no lo parece. Y ahora, me voy. —Sacó dinero de su billetera—. Deja de entrometerte en mi vida; arregla primero la tuya y cuida al hombre que tienes al lado, porque no encontrarás otro como ése. Te haces cruces y te llenas la boca hablando mal de Damien, pero tú eres igual, pero en versión femenina, así que no sé de qué te asustas.