21
De camino a casa de Damien, después de haber almorzado con Amber, Adriel no había podido resistir la tentación de parar en Magnolia Bakery y comprar cupcakes; tenía debilidad por los de caramelo y los Red Velvet. Lamentó no tener el teléfono de Costance para preguntarle si Damien tenía alguno preferido, así que decidió llevar otra caja con un surtido de ellos, pero hizo énfasis para que predominaran los de chocolate, y los de canela; le pareció que ésos podían ser de su agrado, ya que, cuando fueron a La Colombe, ésa había sido su elección en pastelería. Hizo una anotación mental: por la noche le preguntaría acerca de eso; averiguaría cuáles eran sus gustos favoritos en cuanto a la comida.
Llegó al edificio de Riverside Boulevard y el encargado, muy amablemente, se hizo cargo de su coche. Cuando llegó al piso veintiuno, entró en el salón y se encontró allí con una anciana que por el brillo en su mirada supo de inmediato que algo tenía que ver con Damien, ya que tenía la misma expresión en la mirada que él, aunque sus ojos fueran del celeste más nítido que jamás había visto.
—Eh, humm... buenas tardes —saludó sin poder evitar mostrarse cohibida.
—Hola, querida, soy Maisha, la abuela de Damien. ¿Tú eres?
Adriel no sabía qué contestar a esa simple pregunta. No esperaba encontrarse con nadie y se preguntó si Damien sabía que ella vendría y por eso había insistido en que se quedara. En ese instante se preguntó también qué era ella de Damien. Consciente de que no podía seguir permaneciendo muda, buscó una fácil respuesta en su mente.
—Soy amiga de Damien; un placer, señora, no se imagina lo mucho que Damien me ha hablado de usted, y créame que estaba muy intrigada por conocerla.
Al instante se arrepintió de todo cuanto había dicho; no sabía si Damien estaría de acuerdo con la información que había dado.
—Bueno, espero que mi nieto no me haya hecho quedar mal ante tus ojos.
—Noooo, nada de eso; al contrario, él siempre habla con mucho cariño de usted.
—¿Él siempre habla? Debo asumir, entonces, que lo hace seguido contigo.
Ella aún permanecía de pie en la sala, con su mochila al hombro y, en la mano, las cajas de cupcakes que había comprado, además de su bolso. Costance advirtió las voces y se aproximó, salvándola de contestar.
—Señorita Adriel, déjeme ayudarla con todo lo que trae.
—Gracias, Costance. Esto va al refrigerador, y esto... ¿puedes llevarlo arriba, por favor?
—Desde luego, yo me encargo.
—Adriel, así que ése es tu nombre.
—Oh, sí, disculpe. No me he presentado ni la he saludado como corresponde, soy una maleducada.
La joven médica se acercó a la anciana y se inclinó para darle un beso.
—Mi nombre es Adriel Alcázar.
—Encantada. Ven, siéntate a mi lado.
—Claro.
Maisha la cogió de una mano para que las dejase quietas; ella se las estaba retorciendo, así es que se quedó estudiándola durante unos instantes. Realmente le pareció que esa niña era un ángel con mucha luz interior; se sentía muy emocionada porque esa chica estuviera allí, con Damien; si estaba en su casa, eso quería decir que era alguien que había capturado el corazón de su nieto. Se ilusionó con eso, y la amó en el instante que la vio entrar. Había una esperanza, pensó, y le palmeó la mano sin decir nada.
—Ay, Dios, Maisha... necesito pedirle a mi nieto que instale un ascensor, porque no podré venir más a su casa a visitarlo si no lo hace; estoy demasiado viejo para subir escaleras cada vez que quiero ir al baño. Estas casas modernas en las que no ponen baños abajo... quizá podríamos pasarle el dato de la empresa que instaló en casa el nuestro.
—No seas grosero, Lake, que hay visitas.
—Oh, lo siento, no lo sabía. Encantado, tesoro; soy el abuelo Abott.
—Hola, señor; mi nombre es Adriel.
Adriel se puso en pie para saludarlo. En verdad el hombre parecía cansado, así que lo ayudó a sentarse. Miró sus manos y supo en seguida que sus huesos tenían artrosis, por la deformidad en sus falanges, un detalle que no le pasó desapercibido, y que la hizo entender de inmediato su queja.
—Gracias, querida; la artrosis me está matando.
El anciano acababa de corroborar su sospecha.
Maisha se levantó y le puso unos cojines en la espalda a su esposo.
—Adriel es amiga de nuestro nieto, Abott.
Aunque la abuela creyó disimular, Adriel vio claramente que le guiñaba un ojo pensando que ella no la veía.
—Vaya, sabía que nuestro nieto no jugaba en el bando contrario, pero nunca había conocido a ninguna de sus amigas.
Adriel no pudo ocultar la carcajada que el abuelo hizo que se le escapara.
—Este esposo mío y sus ocurrencias; por supuesto que no es gay, mi nieto.
—Claro que no soy gay, ¿de dónde habéis sacado eso?
Damien entró en ese instante en la sala, que estaba invadida por sus abuelos y Adriel junto a ellos. Verlos a todos allí fue impactante, pero intentaba disimular; él siempre escondía muy bien sus sentimientos.
—¡Pero si ha llegado mi muchacho!
—No es que sea tonta ni esté senil, pero sigue creyendo que es un niño y lo trata como tal —le dijo Abott a Adriel en tono cómplice, y a la médica le provocó mucha ternura ver cómo Damien envolvía con sus brazos y sus grandes manos a su abuela y la cubría de besos. Por fin estaba comprobando en vivo la devoción que él sentía por ella.
—Vaya, qué sorpresa. ¿Cuándo habéis llegado?
—Hace un rato —contestó el abuelo—. Fuimos a ver a tu padre, pero resulta que está en Barcelona; últimamente se pasa todo el tiempo viajando a España, y aquí estamos, todo porque tu abuela se empecinó en no avisar de que veníamos.
—Hola, abuelo; pareces agotado —le dijo mientras le daba un beso en la cabeza.
—No te equivocas, estoy muy cansado.
Damien se acercó a Adriel y le dejó un sutil beso mariposa en los labios, mientras la sujetaba por la cintura, acercándola más a su cuerpo.
—Veo que ya habéis conocido a Adriel.
—Todos acabamos de llegar —aclaró Maisha—, nos estábamos empezando a conocer.
—Buenas tardes, señor; qué temprano.
—Buenas tardes, Costance. Sí, hoy ha sido un día tranquilo. Toma mi maletín y llévalo a mi despacho, por favor, y llévate también mi chaqueta. —Hizo un ademán con los hombros para que se le deslizara, y Adriel, que estaba a su lado, lo ayudó a quitársela.
La abuela de Damien no perdía detalle y estaba atenta a cómo esos dos se trataban. Le gustó ver cuán atenta era ella con su nieto, y le encantó que él, cuando llegó, la saludó con un beso en los labios a pesar de estar ellos allí. Sus ojos iban de su nieto a su esposo, que estaba igual de feliz que ella.
—Lamento esta invasión, nena —le susurró Damien al oído.
—No hay problema; si para ti no lo hay, para mí mucho menos. ¿Tal vez preferirías que yo no estuviera aquí? —le susurró ella también.
—Shhh, no digas nada más. —Le guiñó un ojo y continuó hablando—. Bueno, ¿y qué os trae por Nueva York? Es raro que hayáis venido, y más sin previo aviso.
—Conseguimos visita con un médico que nos recomendaron por la artrosis de tu abuelo, mañana debemos visitarlo.
—¿A qué hora? —se interesó él.
—A las nueve.
—Mañana os llevo. No os preocupéis, aplazaré una reunión que tengo a primera hora; ahora llamo a Karina para que reorganice mi agenda.
—No te preocupes, hijo, cogeremos un taxi. Tú tienes siempre mucho trabajo en el despacho, y no queremos ser una molestia para ti.
—Yo entro a trabajar por la tarde. Si quieres, los puedo llevar yo.
—Pero qué niña tan amable —dijo Maisha mientras le acariciaba el mentón—. ¿Dónde trabajas, Adriel?
—Adriel es médica de Urgencias.
—Déjala que hable; no voy a comérmela y, además, sé que ella se puede expresar perfectamente. Antes de que llegaras, nos estábamos entendiendo a la perfección.
—Sí, soy médica de Urgencias, como ha dicho Damien.
—Ay, tesoro, te ves tan frágil para hacerte cargo de las emergencias hospitalarias; nunca me hubiera imaginado esa profesión para ti.
—Adriel no es nada frágil, babushka, ya la conocerás más a fondo.
—Oh, desde luego, me encantará. ¿Qué quieres que te cocine, hijo?
—Deja a Costance que prepare la cena, seguro que estás cansada por el vuelo.
—Sabes que me gusta consentirte y no lo puedo hacer muy a menudo. Prepararé unas bulbyaniki[28] rellenas y unos goluptsi.[29]
—Déjala, Damien, no tiene sentido; hará lo que le venga en gana. Yo tardé cincuenta y tres años en asimilarlo, pero al final lo conseguí.
—Me habré contagiado de ti —le contestó Maisha a su esposo.
—No te preocupes —le explicó Damien a Adriel—: siempre están discutiendo, pero no pueden pasar el uno sin el otro. Ya lo han convertido en una costumbre, es algo así como un cliché entre ellos.
También le explicó qué contenían las recetas de los platos que había mencionado su abuela, y que eran tradicionales de la cultura de ella.
—Yo me iré a ver un poco la televisión —dijo el abuelo, y Damien lo ayudó a levantarse.
El abuelo se retiró pausadamente y Maisha se fue a la cocina.
—¿En verdad no te molesta que esté aquí? Pueden malinterpretar nuestra relación.
Él la miró a los ojos cogiéndola por los hombros, le dio un beso en la frente y luego, con un dedo, sostuvo su barbilla para que lo mirara.
—¿Qué es lo que pueden malinterpretar? ¿Acaso no es cierto que me tienes loco? —Ella le sonrió con cierta timidez—. Pensaba tenerte sólo para mí; lamento que hayan llegado sin aviso, pero no lamento que estés aquí. Vayamos arriba a tomar un baño antes de que esté lista la cena.
—Tal vez tu abuela necesite ayuda en la cocina.
—Te aseguro que no, ni siquiera le permitirá a Costance que le eche una mano. Cuando la abuela se adueña de la cocina, no quiere a nadie revoloteando por ahí. Ven, vamos, aprovechemos que he podido venir temprano.
Damien había llenado la bañera de hidromasaje y se habían metido en ella.
—¿Cómo fue el almuerzo con Amber?
—Bien.
—¿Sólo bien?
—Limamos asperezas. Comprendió que no tiene sentido no apoyarme; nos queremos como hermanas.
Adriel le lavaba los brazos con un paño, haciendo suaves pasadas; estaba sentada detrás de él.
—¿Hace mucho que la conoces?
—Desde los cinco años. Vivíamos muy cerca, y asistíamos a la misma escuela primaria. Cuando yo no estaba en su casa, ella estaba en la mía. Muchos se extrañaron cuando tomamos caminos separados para asistir a la universidad; todos creían que en verdad éramos inseparables y se asombraron mucho. Amber siempre fue muy protectora conmigo; ella lo sabe todo de mí, siempre ha sido mi sostén desde que tuvo edad para serlo. Junto a mi madre, son las personas que más me han ayudado a superarlo todo.
—¿A superarlo todo? —Esas palabras encendieron una luz de advertencia en Damien y, sin saber por qué, la abrazó, acercándola más.
—Te contaré algo —Adriel realizó una fuerte inspiración—; muy pocos lo saben, porque no me gusta que tengan lástima de mí. —Él giró el cuello y ella lo miró a los ojos—. Quiero compartirlo contigo; entre los que conocen la historia se encuentra Amber, mi madre, por supuesto, sus padres, mi terapeuta y algunos ex empleados de la casa, y también algunos amigos cercanos de mi madre y mi padre. —Damien entrecerró los ojos—. Vi morir a mi padre.
Damien seguía sin entender. Ella le había contado que él tenía un tumor en el cerebro; era más que obvio que había tenido que lidiar con su muerte. Adriel tragó el nudo que tenía en la garganta; su cuerpo estaba en tensión y él lo notó de inmediato. Lake se había dado la vuelta y ahora la enfrentaba; necesitaba ver sus ojos cuando le contara esa historia, y Adriel esperaba que él no actuase teniéndole compasión, no lo soportaría. Damien la acercó a él, le acarició la espalda y la miró a los ojos, esperando paciente la explicación.
—Se suponía que ese día yo tenía clase de natación, así que mi niñera y el chófer me llevaron. Mi madre estaba trabajando y mi padre, que antes siempre me acompañaba cuando mi madre no podía, en ese momento no lo hacía porque sufría de fuertes dolores de cabeza debido al tumor cerebral que tenía, el cual seguía creciendo sin control. La mayor parte del día se lo pasaba encerrado en su despacho escuchando música muy bajita, a oscuras; eso lo relajaba, además de las altas dosis de morfina que se aplicaba. No es que eso lo recordase, mi madre me lo tuvo que contar cuando ya pude comprenderlo, para entender por qué hizo lo que hizo. —Adriel efectuó una honda inspiración para poder continuar—. Ese día, cuando llegamos a natación, nos enteramos de que no había clases, porque había un caso de meningitis entre el alumnado. Por ese motivo, la piscina estaba cerrada, para tomar medidas sanitarias en el lugar. Regresamos y yo corrí al encuentro de mi padre. Cuando me veía, siempre sonreía. Me encantaba sentarme en su regazo y dormitar junto a él escuchando esa música que a él tanto lo extasiaba. No comprendía muy bien lo que ocurría, pero sabía que él estaba enfermo, y me gustaba hacerle compañía. Él decía que mi presencia lo aliviaba, y yo así lo creía, por eso intentaba pasar mucho tiempo con él, eso lo recuerdo. Además, hay grabaciones donde él lo dice; generalmente, cuando le hacían quimioterapia, yo me recostaba a su lado. Cuando se enteraron de que él estaba enfermo, mi madre y mi padre empezaron a hacer muchas grabaciones. En casa se grababan hasta las meriendas, todo para que yo tuviera muchos recuerdos de él cuando creciera. Creo que ambos, por ser médicos, sabían que no superaría el cáncer. En casa la medicina siempre fue un tema muy corriente, y todo se hablaba delante de mí, salvo el hecho de que él podía morir a causa de su enfermedad.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Estás bien, quieres parar? No es necesario que me lo cuentes todo ahora.
—Sí, estoy bien; quiero hacerlo, quiero compartirlo contigo.
Él barrió con su pulgar una lágrima que se le había escapado, y le plantó un beso en los labios. Ella se aferró de su cuello durante algunos instantes, luego se apartó para continuar.
—Entré corriendo en el despacho, y lo vi desplomarse en el momento en que apretaba el gatillo del arma que tenía en la boca. —Volvió a tragar un gran nudo alojado en su garganta, pero no lloraba—. Vi el momento exacto cuando se voló la cabeza de un tiro.
Damien cerró los ojos imaginando su dolor, y la asió con fuerza contra su pecho. De inmediato los abrió, la apartó y, sin decir nada, la miró fijamente; quería que comprendiera que entendía muy bien su dolor, también el terror que seguramente debió de experimentar. Él respiraba desacompasado, pero Adriel avistó en sus ojos esa fuerza que él le daba y entonces supo que podía seguir.
—Había mucha sangre, ¿la sangre tiene olor, sabes? —Él tragó saliva y asintió; no quería pensar demasiado en la sangre—. Aún recuerdo el olor de la sangre mezclado con el olor de la pólvora, incluso yo estaba salpicada con ella. —Damien cerró los ojos y luego los volvió a abrir; respiraba con dificultad, pero Adriel también estaba agitada, así que no se percató de ello—. Mi padre no me vio entrar porque estaba de espaldas a la puerta, y todo fue al unísono. A pesar de mi corta edad, sabía lo que había ocurrido, lo entendía perfectamente. Mi niñera y los demás empleados acudieron de inmediato al oír el disparo; me encontraron tendida a su lado, abrazada a su cuerpo. Él me decía siempre que yo lo aliviaba cuando lo abrazaba, y yo sabía que estaba lastimado, por eso me tiré a su lado y me apoyé en su pecho, para que dejara de dolerle. Cuando entraron, todo eran gritos, llantos... Me arrancaron de sus brazos, y yo luchaba para que no me apartaran de él; yo tenía que aliviarlo, nadie lo comprendía.
—Adriel, preciosa, lo siento tanto...
Lake la imaginó indefensa, con su pelito rubio platino y su rostro en forma de corazón, aterrada, sin entender del todo, porque a esa edad es muy difícil comprenderlo cuando el miedo da paso a lo desconocido.
—Ahora duele, pero ya no me aterra. Bueno, a veces, por las noches, cuando tengo pesadillas, sí es aterrador. —Damien le apartó el pelo de la cara y le acarició el rostro; ahora sí había derramado algunas lágrimas. Adriel era una mujer muy fuerte, siempre lo había sabido; ahora lo corroboraba—. Por eso las almohadas a mi alrededor, por eso mi madre me acostumbró a dormir rodeada de almohadas —le explicó para que supiera por qué durante la noche le había quitado las almohadas, y él se sintió vulnerable, un poco culpable también por el reclamo que le había hecho, porque supuso que quizá por la noche había tenido una pesadilla y él, encima, se había quejado—. A medida que crecía, los sueños eran peores, porque lo comprendía todo mucho mejor, pero ahora hace mucho que no los tengo —lo informó, tranquilizándolo. Él tenía que contenerla, pero era ella quien contenía su angustia.
—Imagino por lo que has pasado, anoche... ¿tuviste una pesadilla?
—¿Lo dices por la almohada que te quité? No, quédate tranquilo; hace tiempo que no las sufro. Como ya te he dicho, me acostumbré a dormir así.
«Qué suerte tienes», pensó él.
—A partir de ese terrible hecho, siempre fui una niña muy miedosa. Me convertí en una cría muy introvertida, me costaba relacionarme con la gente, no me gustaba vincularme con nadie porque tenía miedo de que me abandonaran, la casa me aterraba, no podía pasar siquiera por la puerta del despacho donde todo había ocurrido, me orinaba por las noches, me despertaba gritando... Por eso nos mudamos a Nueva York.
Damien la escuchaba en silencio mientras acariciaba su espalda. Él sabía muy bien de lo que estaba hablando, lo comprendía perfectamente; aunque no estaba dispuesto a decirlo, entendía sus terrores quizá como nadie podía hacerlo.
—Cambiar de casa fue un gran alivio. Luego conocí a Amber, y su seguridad me ayudó mucho. La admiraba, ella nunca tenía miedo a nada y jamás se burlaba de mis miedos como otros niños; por el contrario, me ayudaba a superarlos y a enfrentarlos. Incluso me ayudó mucho con mi trastorno del habla; yo era tartamuda, Damien, los músculos de mi rostro y cuello se tensionaban cuando quería hablar y no había manera de que pudiera emitir una palabra fluida. Pero, cuando conocí a Amber, ella no se mofó de mi incapacidad; al revés, me hacía ejercitar, practicábamos para que pudiera hablar bien... tuvo siempre conmigo tanta paciencia, y así fue cómo empezamos a hacerlo todo juntas. No intento justificarla, pero ahora podrás entender un poco más por qué es tan sobreprotectora conmigo.
«Por eso, y por otra cosa que no sabes, aunque sé que nunca te enterarás, porque prometimos no decirlo jamás a nadie y, si no lo ha hecho hasta ahora para alejarte de mí, no lo hará», pensó rápidamente él y continuó con la línea de conversación.
—Lamento mucho por todo lo que tuviste que pasar; lamento cada uno de los malos recuerdos que anidan en tu pecho. Lo siento, Adriel, lo siento tanto...
—Separarnos en la universidad también fue un gran desafío para mí. Mi madre, y también mi terapeuta, creen que yo no acepto ayuda porque, cuando comprendí que podía separarme de Amber y hacer las cosas por mi cuenta, supe que podía lograr todo lo que me propusiera.
—Mi gran luchadora —la besó tiernamente en los labios—; te admiro, Adriel.
La abrazó sin contener el gran impulso que se apoderó de él. Quería borrar todo el sufrimiento que hubiera sido capaz de sentir, y que con él se fueran todos los malos recuerdos.