Capítulo 24
Aparecieron una semana más tarde; Ten Spot, Rose y Kelly. Llevaron con ellos al padre, a un violinista, dos vaqueros extra, uno de ellos con su guitarra, y tres señoritas de ojos de azabache que habían llegado «justo a tiempo» del otro lado del río. Llegaron cargados con regalos de Texas, como un par de botas para Laura Lee, botellas de whisky barato, barriles de cerveza y un lazo para el pelo de la abuela Sarah. Llegaron vitoreando y armando jaleo, al estilo de Texas… preparados para una boda, y se encontraron con dos; Josey con Laura Lee y Lone con Pequeño Rayo de Luna.
Rose estaba resplandeciente como dama de honor ataviada con un vestido dorado con lentejuelas que reflejaban la luz cuando andaba. El padre frunció el ceño ligeramente al ver la barriga de Pequeño Rayo de Luna, pero suspiró y se resignó; así eran las cosas en Texas. Pequeño Rayo de Luna disfrutaba inmensamente la ceremonia del hombre blanco y, como le habían dicho, gritó «¡Claro!» cuando le preguntaron si quería ser la esposa de Lone.
La celebración duró varios días, siguiendo la tradición texana, hasta que las manos del violinista se pusieron demasiado rígidas para poder sujetar el arco… y el licor se agotó.
Aún no había transcurrido un periodo de tiempo decente desde la boda cuando llegó al mundo la pequeña de ojos almendrados concebida por Pequeño Rayo de Luna… y por Lone. La abuela Sarah mimaba al bebé y dedicaba sermones y oraciones a Laura Lee y Josey para que tal circunstancia contara con la aprobación del Señor.
Los otoños y las primaveras llegaron y marcharon y Diez Osos descansaba y hacía medicina con su gente de camino a su destino. Hasta el otoño en el que Diez Osos y los comanches dejaron de aparecer. Su palabra de hierro había sido verdadera. Y Josey pensó en ello… lo que podría haber ocurrido… si hombres como el ranger hubieran parlamentado con Diez Osos… como él lo había hecho. Aquel pensamiento le asaltaba principalmente durante la calima turbadora y humeante del veranillo de septiembre… cada otoño, cuando el oro y el rojo coloreaban el valle, en recuerdo de los comanches.
El primogénito de Josey y Laura Lee fue un niño; de ojos azules y rubio, y ahora la abuela Sarah se relajó para envejecer con la satisfacción de que la semilla había sido sembrada en la tierra. No le pusieron al bebé el nombre del padre de Josey, por insistencia de Josey Wales. Y, así pues, le llamaron Jamie.