PRESENTACIÓN
El duodécimo volumen de la colección Frontera agrupa dos novelas distintas: Huido a Texas y La ruta de venganza de Josey Wales. Los dos títulos, distanciados tres años en cuanto a fecha de publicación, figuran en la cubierta. Pero, debido al tono en el que están escritas ambas, bien hubiera podido titularse unitariamente el volumen: el Cantar de Gesta, el Romance o La balada de Josey Wales… Dependiendo, claro está, de la centuria en que ambas obras hubieran sido compuestas.
Para los norteamericanos, como para cualquier pueblo, hay momentos de la historia propia especialmente legendarios. No necesariamente son determinantes o significativos para el devenir del país, pero calan hondo en la población y perviven en la memoria colectiva a lo largo del tiempo. Esa pervivencia mítica y quizá injustificada acaba haciendo que el hecho poco relevante adquiera a veces una transcendencia mayor que la que cabía suponerle incluso en un principio. Un caso paradigmático es quizá el de la «Guerrilla de Quantrill». Como en todas las guerras, y muy particularmente en las guerras civiles, junto a los ejércitos que pudiéramos llamar «oficiales», se crean multitud de guerrillas de irregulares alentadas y consentidas, o no, por las autoridades de los bandos en conflicto. A veces, tras su actividad durante la contienda, han mantenido la llama de las causas que defendían una vez derrotado el bando propio. Corsarios, paramilitares, resistencia francesa, maquis, chetniks, partisanos, chuanes… Distintos tipos, distintas épocas, distintas ideologías… y siempre aplaudidos o disculpados por unos y odiados y aborrecidos por los contrarios. Durante la Guerra de Secesión norteamericana, también actuaron irregulares de uno y otro bando atacando las propiedades y vidas de los partidarios de la Unión o de la Confederación. Uno de los escenarios donde esta lucha resultó más intensa era el de las regiones fronterizas de los Estados de Kansas y Missouri. El primero simpatizante e interviniente de la causa del Norte. El segundo inclinado, y luego participando mayoritariamente, por la Confederación. Las unidades, o bandas, llámeselas como se quiera, unionistas y confederadas eran de caballería ligera. De entre los guerrilleros nordistas fueron los «polainas rojas» los más conocidos y temidos. Recibieron este nombre cuando su jefe, Charles Jennison, asaltó una fábrica de calzado en Misuri y se hicieron con una gran partida de badana roja utilizada para adornar botas de montar. A partir de ese momento sus irregulares la utilizaron como distintivo. Sin duda sus rivales más caracterizados en el bando confederado fueron Quantrill y sus jinetes. Y William Clarke Quantrill entró en la leyenda.
Desde luego, Quantrill no fue el único líder guerrillero que conquistó la fama. Jim Lane entre los unionistas o Bill «el Sanguinario» Anderson por la parte confederada también adquirieron una notoria y terrible reputación, pero Quantrill fue el paradigma de todos ellos, y además en su banda cabalgó gente como Frank y Jesse James, lo cual, andando el tiempo, vendría a acumular otras leyendas a la suya propia. Parece ser que Quantrill luchó con valor, como voluntario, en el ejército de la Confederación, y que ya antes había jugado a dos barajas en los conflictos previos a la guerra que tuvieron lugar entre Kansas y Misuri. No caben demasiadas dudas sobre su habilidad como líder guerrillero y su intrepidez como combatiente, y estas virtudes algo deben de tener que ver con que el proceso de mitificación en torno a su persona, para bien y para mal, se iniciara pronto. La prensa de Kansas y la nordista en general lo consideran un monstruo de crueldad indescriptible, capaz de todas las maldades. Para los misurianos, Quantrill y sus jinetes eran los únicos capaces de responder, pagando en la misma moneda, a la devastación sembrada por la guerrilla nordista. El aura de Quantrill siguió creciendo y la descripción detallada de sus características fisiognómicas se manejaba como si en estas fueran implícitas su crueldad o su heroísmo. Según Paul I. Wellman en su libro sobre los «Fuera de la ley», el comandante Edwards describe a Quantrill como un rubio Apolo, con ojos azules suaves y atractivos; astuto, hábil, extremadamente cruel y de un valor sin igual. La señora Roxey Troxel Roberts, que le conoció personalmente, refleja su acicalado vestir, sus ojos azules, la intranquilizadora impasibilidad de la que hacía gala y su mirar avieso; Connelly, tras volver a redundar en su acicalamiento y el azul de sus ojos, hace de nuevo hincapié en su crueldad señalando que de niño gozaba torturando pequeños animales. Bien es cierto que Connelly solo se guía por testimonios indirectos y jamás llegó a conocer a Quantrill personalmente… Era una época donde la hipérbole era continua y, como recoge Hans von Hentig en su estudio de la figura del «desperado», refiriéndose a la fiabilidad de los periodistas: «Había manga ancha para fechas y hechos. Por todas partes se nota la tendencia a inventar. Se gozaba con historias noveladas y se añadían los chillones colores que faltaban». Quizá las noticias no sean demasiado fiables… Pero un hecho cierto catapulta a Quantrill y sus jinetes a la fama: la llamada «Masacre de Lawrence». El 21 de agosto de 1863 Quantrill, al mando de 448 jinetes, asaltó, incendió y desvalijó la población de Lawrence, en Kansas. Alrededor de 200 habitantes varones de la población fueron asesinados. Solo un guerrillero resultó muerto. A partir de aquí Quantrill es odiado por todo nordista que se precie de serlo e incluso las autoridades militares del Sur, horrorizadas, le repudian en vez de reconocerle grados militares tal y como él esperaba. Consecuencia de todo ello es que las autoridades militares del Norte, el general Ewing en concreto, promulgue la llamada orden n° 11, que servirá para que una gran extensión de Misuri sea destruida por las tropas unionistas en un esfuerzo por acabar con el apoyo local a los guerrilleros. Las casas incendiadas y la población forzada a abandonar sus hogares son la consecuencia. Cuando, incluso hoy en día, se toca el tema en un debate histórico, puede comprobarse que el resentimiento en estos condados de Misuri hacia La Unión por esta orden n° 11 aún perdura en algunas de sus gentes. Pero, historia bélica de los Estados Unidos aparte, lo atractivo literariamente del asunto Quantrill es el influjo que esta partida de guerrilleros confederados va a tener para la historia del bandidaje y del pistolerismo norteamericano. Buena parte del «modo de hacer» de las razzias de Quantrill sobre los territorios enemigos se incorporará al «modus operandi» de los maleantes del Oeste americano de la segunda mitad del siglo XIX. Lo pondrán en práctica Jesse James, la banda de los Dalton y muchos otros célebres bandoleros. El «vitoreo», la entrada de los jinetes disparando en las calles principales del pueblo para mantener a los vecinos del mismo resguardados en sus casas y asaltar el banco de la localidad; la toma de la estación de tren para asaltar el convoy cuando llega al andén y desvalijar a los viajeros; el asalto a las diligencias… casi todo ello parece haber sido diseñado en el ámbito Quantrill. A medida que el Sur va perdiendo la guerra, estas partidas se deslizaban hacia el bandidaje y se atomizaban. Surge la banda de Bill «el Sanguinario» Anderson; la de Fletch Taylor; la de George Todd; la de Cole Younger… Frank y Jesse James comandan otra. Cuando muere Quantrill al final de la Guerra parece que todo el bandidaje de buena parte de los Estados Unidos ha pasado por la «Academia Quantrill». Frank y Jesse James se convierten en mitos. Sus primos, los Younger, en compañía de los James o en solitario, mantienen una frenética actividad. Los Dalton, emparentados con los James, asaltan intentando muy conscientemente emular y superar las hazañas de los hermanos James, que para entonces son verdaderos mitos, y en el Sur casi una gloria nacional. Cuando a Frank James se le juzga tras un buen número de crímenes, el propio General confederado Jo Shelby, todo un personaje inmensamente respetado, habla de su «querido compañero de armas» Frank James y de la «Causa»… La Causa siempre está referida a la Causa del Sur, la de los perdedores maltratados por los especuladores sin escrúpulos procedentes del Norte. A todo este romántico bandidaje siguen uniéndose nombres como el de Belle Starr, «la reina de los pistoleros», amante de Cole Younger, también exguerrillero de Quantrill y, más tarde, emparejada con otro famoso bandido, Cherokee Bill y luego con Bill Doolin, otro «fuera de la ley» de renombre. También pasó por el refugio de Belle Starr, situado en territorio cheroqui, uno de los hermanos James. Los propios Butch Cassiddy y Sundance Kid, dan comienzo a su carrera de bandidaje con Bill, Tom y George McCarthy, el primero de los cuales había sido miembro de la banda de Jesse James. Y la lista puede hacerse, con un poco de dedicación a la tarea, bastante más larga. Tenemos pues aquí a lo más florido del pistolerismo y bandidaje histórico del western en un árbol de relaciones personales en cuya cúspide se asienta Quantrill. La teoría de Paul I. Wellman, expuesta en su libro sobre los «fuera de la ley» es la de que se puede trazar una línea de continuidad, casi una dinastía de bandoleros, que va desde Quantrill en 1860 hasta Frank Nash y la matanza de la Estación de Kansas en 1933, debida a Pretty Boy Floyd.
La relación entre las guerrillas de la Guerra de Secesión y los inicios del pistolerismo clásico en Estados Unidos —ese de sheriffs, atracos a diligencias, asalto a trenes y bancos, «desperados», etc— es capítulo habitual en cualquier historia del Oeste americano. Quantrill y los hermanos James, los Younger, los Dalton, Belle Starr… ellos y otros pueblan las novelas, películas y series de televisión. Todo ello conforma ese ambiente histórico-legendario en el que se inscribe el personaje de Josey Wales. Hans von Hentig en sus estudios de psicología criminal habla de que el término inicial de raíz hispánica «desperado» —que acabará siendo sustituido por el casi equivalente de «outlaw»— hace mención a seres que se apartan voluntariamente de la sociedad, que la propia sociedad acaba alejando de sí y que no tienen nada que perder. En cierto sentido gentes que tampoco dan un excesivo valor a la propia vida. Las matizaciones del profesor de la universidad de Bonn inciden mucho en la comparación de este término intrínsecamente norteamericano con otras figuras criminales de otros ámbitos, anglosajones o no, y encuentra paralelismos en otras culturas, pero esos «outlaws», y antes «desperados», necesitan ese alejamiento social que solo permiten las grandes regiones aún no colonizadas o, cuanto menos, escasamente pobladas. Señala el profesor alemán ese ámbito específico de euforia social, desorganización y legalidad primarias, junto con la búsqueda de la notoriedad a cualquier precio y la desmesura, como ambientes propicios para ese fenómeno delictivo que se dio en la Frontera norteamericana durante el siglo XIX. Y también constata la dificultad de recoger información para comprender este fenómeno: «parece como si se hubieran juramentado todos para que jamás dos testigos presenciales estuviesen de acuerdo sobre las circunstancias esenciales de algún hecho» (Frank C. Loockwood – Pioneer Days in Arizona). En este universo donde todo es posible, donde los forajidos buscan el dinero, pero no en menor medida que la fama y la gloria, se desenvuelve Josey Wales.
Josey no es un personaje histórico, o al menos no es uno de los guerrilleros de Quantrill conocidos por su propio nombre. Cuando su familia es asesinada en una incursión de los polainas rojas, se une a la partida de Bill «el Sanguinario» Anderson. Junto a él hará buena parte de la Guerra de Secesión, pero una vez perdida esta, Josey no acepta el perdón del bando vencedor e inicia su carrera de «fuera de la ley». Ha perdido a su familia y su hogar. Según el código montañés de sus ancestros, no puede reanudar su vida como si tal cosa. Durante las doscientas y pico páginas de Huido a Texas, Wales va a pasar por muchas de las vicisitudes que conocieron, durante la Guerra y después de ella, estos irregulares que en buena parte abandonaron la lucha pero que también, en no menguado número, siguieron una carrera de bandidaje. La huida intentando llegar a territorio cheroqui es algo que ya hemos leído en biografías de Quantrill o Jesse James; el refugio entre los indios, sobre todo entre los cheroquis, muchos de los cuales lucharon por la Confederación, también es un tema presente en las películas, novelas y biografías sobre Belle Starr o los Dalton. Los duelos, tiroteos, huidas y asaltos de guerrilleros o exguerrilleros están presentes en películas como Forajidos de leyenda (The Long Riders, 1980); El último forajido (The Last Outlaw, 1993); Sombra de horca (Woman They Almont Lynched 1953); Belle Starr, 1941… Y en un buen número de escritores como Todhunter Ballard, Shirreffs y especialmente en Frank Gruber —Fuera de la Ley (Outlaw, 1941), The Bushwhackersen 1959 y otras muchas—, para el cual el ambiente post guerra de Secesión fue un escenario habitual. En el caso de Huido a Texas son el poder evocador, la prosa precisa y escueta, la acumulación de hechos posibles y habilidades creíbles en la vida de un outlaw, pero que raramente podrían tener lugar en la vida de uno solo de ellos, lo que convierten a esta novela en un romance, en una memorable balada épica. El lenguaje es, además, conscientemente tendente hacia la leyenda. Frases como: «Y los hombres contarían su hazaña de esa noche alrededor de las hogueras de la ruta», o «Habían sido acusados de muchas cosas y eran culpables de la mayoría de ellas», son directamente apelaciones a la pervivencia en la memoria, a la eternidad de la leyenda… Sin duda Huido a Texas es una gran novela. Tras su publicación en 1973 y el renombre que le proporciona su conversión en película de la mano de Clint Eastwood como El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976), una secuela viene a sumarse a esta primera novela: La ruta de venganza de Josey Wales (The Vengeance Trail of Josey Wales, 1976), otro excelente western donde continúan las andanzas del exguerrillero, pero que queda un poco por debajo de los logros de su primera novela… O quizá es que el factor sorpresa de la primera obra de Forrest Carter ya no lo es tanto.
En opinión de Joe R. Lansdale, escritor y teórico del western, «aunque Forrest Carter es solo autor de cuatro libros —y solo tres de ellos son western— su consideración como un excepcional escritor de western estaría asegurada solo con haber firmado Huido a Texas». Y finaliza su pequeño ensayo sobre el autor afirmando que «con solo cuatro libros —murió poco después del cuarto— es muy posiblemente el mejor escritor de western de todos los surgidos en la década de los setenta. Todas sus obras son altamente recomendables».
FORREST CARTER
¿Quién es Forrest Carter? Bien, en esta presentación, hasta ahora se ha hablado poco, o más bien nada, sobre el creador literario de Josey Wales. Según el propio Forrest Carter afirmaba, había nacido en Tennessee en 1925, tenía parte de sangre india —cheroqui en concreto—, y se había criado huérfano con sus abuelos. Su formación era autodidacta y fue «Storyteller in Concil of Cherokee Nation», sea esto lo que sea —aunque se intuye por dónde va el asunto—. En 1973, con su primera novela The Rebel Outlaw, Josey Wales, aparecida un par de años más tarde como Huido a Texas (Gone to Texas), logra el éxito al primer intento, aunque mucho tuvo que ver en ello el que Clint Eastwood la vertiera a imágenes en su película El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976). Ese mismo año de 1976, acompaña a la versión fílmica una secuela de ese primer relato de las andanzas de Josey: La ruta de venganza de Josey Wales (The Vengeance Trail of Josey Wales). Un año antes de morir —fallece en 1979— publica un tercer gran western Watch for Me on the Mountain (1978). En este caso un relato biográfico sobre el caudillo apache Gerónimo, en donde se mezclan la guerrilla, la aventura y una cierta visión mística de la actividad bélica. Pero también en 1976 publica una corta historia titulada The Education of Little Tree, que al principio tiene un éxito relativo, pero que al ser reeditada por la Universidad de Nuevo México en los años ochenta se convierte en un auténtico fenómeno literario y alcanza la cima de las listas de ventas en la categoría de «no ficción». Es premiada por la Asociación americana de libreros, recomendada por la influyente periodista Oprah Winfrey y vertida también al cine. Todo un fenómeno editorial alabado como ejemplo de pluriculturalidad, indigenismo, tolerancia, interracialidad positiva y amor a la Naturaleza. Casi una biblia para los movimientos de espiritualidad y New Age. Se lee como recomendación en los colegios y en ellos se fundan asociaciones «Little Tree». The Education of Little Tree es presentada por su autor, Forrest Carter, como una autobiografía novelada de sus años infantiles de orfandad, en la que es acogido por su abuelo cheroqui y recibe sus enseñanzas de vida en armonía con la naturaleza. Como decíamos: el libro arrasa. Hasta aquí la cuestión es relativamente normal. El escándalo tiene lugar cuando en un artículo aparecido en 1991 en el New York Times, Dan T. Carter desvela que bajo el nombre de Forrest Carter se esconde el activista político Asa Earl Carter. Ni medio cheroqui, ni huérfano, ni educado con el abuelo. Todo falso. Asa Earl Carter es un famoso segregacionista, miembro del Ku Klux Klan, supremacista blanco, que crea su propia escisión del Klan, llamada «La Confederación», en la que hábitos y capuchas son de tono gris. Aunque Asa no aparece implicado personalmente en ello, a su grupo se le responsabiliza de proporcionar una paliza al cantante Nat King Cole, e incluso de secuestrar y asesinar a un ciudadano negro. También hay un turbio asunto con dos muertos de por medio, dentro de la propia organización. Hay que añadir a lo anterior que Asa Earl Carter ha dirigido el periódico racista El Sureño y que se le considera el autor en la sombra de los furibundos discursos segregacionistas del gobernador de Alabama George Wallace. Se le atribuye también la autoría de la famosa frase que este utilizaba como eslogan: «Segregación hoy, segregación mañana, y segregación siempre». Ante sus excesos verbales y la petición por parte del gobernador de que bajase el tono, Asa se desilusiona, se siente traicionado y se presenta él mismo a las elecciones para gobernador. Desmoralizado, ya que apenas recibe un 1,5% de los votos y queda el quinto de entre cinco candidatos, desaparece de la vida pública y cambia de localidad. Y se reinventa como escritor. Adelgaza, se broncea, deja sus ropas de ciudad y se viste con un sombrero texano y se dedica a escribir. Además, tampoco era —ya se señaló que su autobiografía de huérfano cheroqui es falsa— un hombre autodidacta y sin cultura. Se había licenciado en periodismo en la Universidad de Colorado. Bien, parece ser que se autoinventa como escritor, se divorcia, pasa a llamar «sobrinos» a sus hijos, y aquí tenemos a Asa Earl Carter, segregacionista blanco y «negro» para los discursos de un gobernador ultraderechista, convertido en escritor cowboy de ascendencia cheroqui. El resto de su carrera de éxito en el western y su conversión en apóstol de la New Age progresista con The Education of Little Tree ya la conocemos. Y puestos a cargar las tintas, sus detractores cuentan que murió borracho, ahogado en su propio vómito tras mantener una pelea a golpes con uno de sus propios hijos. Para los interesados en el tema comentar que existe un extenso reportaje televisivo The Reconstruction of Asa Carter de casi una hora de duración que se puede rastrear y está colgado en Internet. El caso de «Forrest Carter / Asa Earl Carter» provocó un escándalo tan considerable que aún genera polémica. En principio, esta versión de la conversión de Asa en Forrest aparece como bastante admitida pero sigue habiendo puntos oscuros. Ya en vida de Forrest Carter, en 1976, durante su aparición en un programa televisivo, empezó a llamar al programa gente que reconocía en él al activista de ultraderecha Asa Carter. Pero Forrest negó ser la misma persona e incluso escribió un artículo en el New York Times en el que clamaba que él no era Asa Carter. El gobernador George Wallace negó sistemáticamente, hasta el día de su muerte, que Asa Earl Carter hubiera escrito sus discursos. Hay al menos dos personas que se atribuyen como propia la creación de la frase «Segregación hoy, segregación mañana y segregación siempre». Cuando se relata esa muerte durante una pelea a puñetazos con su hijo, borracho y ahogado en su propio vómito, otras fuentes hablan simplemente de que murió de un infarto mientras comía. Pero, con matizaciones o sin ellas, parecen sólidas las pruebas que apoyan la tesis de que Forrest Carter era Asa Earl Carter. Y eso pone sobre el tapete multitud de cuestiones…
Por apuntar alguna, de momento trae hasta la mesa el debate sobre el viejo asunto de la independencia de la obra respecto de su autor. Por otra parte, para los fascinados por la filosofía New Age de Little Tree está pendiente la cuestión de que, toda su perspicacia, toda su comunión sensible y vital con las enseñanzas del libro, no les libró de ser seducidos por la prosa de un líder ultraderechista del Ku Klux Klan. Qué decir ya de los que admiran el indigenismo en Little Tree y luego son conscientes de que tanta integración cultural y tanto saber tradicional está en la inventiva de un racista que de cheroqui no tiene más que una simpatía por esa tribu que apoyó a la Confederación. También está presente la cuestión de ser conscientes, de asumir que algunos valores universales, como la Naturaleza o la camaradería, son tan susceptibles de ser apreciados por un hippie, un ecologista, o alguien de la New Age, como por las propias «juventudes hitlerianas», que también hacían campamentos al aire libre en armonía con la Naturaleza. El Bien y el Mal no vienen en lotes uniformes. En la realidad vienen entremezclados. También puede sacarse a colación el carácter peculiar del racismo anglosajón. Según un intelectual indio norteamericano, del cual lamento ahora no recordar el nombre, para un racista norteamericano anglosajón, enamorado de un pasado mítico de salvajes guerreros celtas, no es particularmente problemático incorporar a su estirpe la sangre de intrépidos y aristocráticos guerreros piel roja. Sobre todo si la sangre viene por parte materna. Otra cuestión es la de asumir una ascendencia negra… Como se ve, un entorno de valoración y discusión sobre Forrest Carter puede dar para mucho. Oprah Winfrey, por ejemplo, acabó sacando de su lista de recomendaciones para la juventud The Education of Little Tree. Sin embargo el libro se sigue vendiendo, reeditando y recomendando incansablemente en los Estados Unidos… Es ya un eterno clásico juvenil y, generalmente, se sigue editando bajo la autoría de Forrest Carter y sin explicaciones sobre un tal Asa Earl Carter en las solapas del libro. Para los devotos de The Education of Little Tree o los amigos de Forrest Carter que ignoraban su pasado y acabaron conociéndolo y apreciándolo, la solución suele ser, bien separar al autor de la obra, o bien recordar a Saulo cayendo del caballo en el camino a Damasco y viendo la Luz de la Verdad. Para ellos la espiritualidad, la tolerancia y el pluriculturalismo que asoman en las páginas de The Education of Little Tree demuestran que Carter había cambiado drásticamente y que ya no era el viejo Asa Earl Carter, sino una persona totalmente diferente[*].
En cuanto a Huido a Texas y La ruta de venganza de Josey Wales, ciertamente la crítica se ha esforzado en conciliar al autor con su obra. Aunque suele existir una cierta perplejidad entre el canto a la libertad y a la individualidad que se enseñorea de la novela, así como el trato a indígenas y mujeres, que se tiene por paradójico respecto a una ideología ultraderechista, tampoco hay extrañezas insalvables. Para algunos teóricos la lucha contra el Estado no es precisamente ajena al reaccionarismo. Otros tratadistas han señalado que la simpatía por las tribus indias demostrada en sus novelas por el creador de Josey Wales se basa en una identificación geográfica con la tierra, con el país, lo que le lleva a confraternizar con sus primitivos habitantes; y en que se hace una identificación solapada entre el exterminio por parte de la Unión de estas culturas y el aplastamiento de la forma de vivir tradicional de los estados sureños, que también realizó la Unión. Para quien se prepare a disfrutar de estas dos novelas de Forrest Carter o Asa Earl Carter no tiene sentido ahora seguir pasando revista a la peculiaridad de las mismas. Tampoco es el momento de seguir dando vueltas en torno a la fascinante controversia montada en torno a su autor. Como dijo Joe Lansdale, como creo que opinará cualquiera que lea este par de novelas y sea aficionado al western, Forrest Carter es un narrador excepcional y Huido a Texas una obra maestra del western épico. Recogiendo una frase que sobre él acuñó el crítico francés Xavier Daverat, cerremos esta presentación con un: «No le perdonen. Léanlo».
Alfredo Lara