7

La cadena de acontecimientos que llevaría a Harrison a Maggie Mae se inició ese mismo día.

Matt Gerritsen se presentó en la comisaría con su padre. Harrison supo que no sería una mañana precisamente tranquila y evocó un dicho característico de su madre, según el cual no podía esperarse nada bueno de un abogado, en especial si sonreía todo el tiempo.

Y Ted Gerritsen sonreía todo el tiempo.

Cuando padre e hijo se sentaron en uno de los extremos de la sala de reuniones, Harrison observó el parecido que existía entre ellos: el mismo rostro amplio, ojos celestes rectangulares y cejas gruesas. Matt llevaba el cabello más largo que su padre y el rostro más bronceado, pero nada más.

A unos metros de los Gerritsen, ocupando la cabecera de la mesa, el agente McAllen apoyaba el mentón sobre sus puños mientras clavaba en los recién llegados una mirada de desconfianza.

Fue Ted Gerritsen quien habló primero.

—Creo haber sido claro por teléfono respecto a la situación de Matt —dijo—. Mi hijo se siente sumamente perturbado por lo que ha ocurrido, pero aun así ha aceptado colaborar con ustedes. Espero que sepan entender esta situación…

McAllen lo estudió durante un buen rato.

—Lo entendemos perfectamente —dijo el agente de la DEA.

Matt mantenía la vista baja.

—¿Café? —McAllen se inclinó sobre la mesa en dirección a una jarra de café humeante.

—No, gracias.

—¿Tú, Matt?

—No.

McAllen sirvió dos tazas y le entregó una a Harrison.

—Matt, dinos qué deseas contarnos… —dijo McAllen mientras probaba su café.

El joven no alzó la vista. A su lado, Ted exhibía la mirada de un perro de caza.

—Mi primo Randy me pidió que hiciera una remodelación en su furgoneta. Tengo cierta habilidad para eso.

—¿Qué clase de remodelación? —quiso saber McAllen.

—Un doble fondo en la parte trasera.

—¿Te dijo para qué lo quería?

McAllen lanzaba sus preguntas sin pausa. Harrison, que no había pronunciado palabra y no tenía intención de hacerlo, supo de inmediato que el muchacho mentiría…

—No me lo dijo —aseguró Matt.

—¿Y tú no se lo preguntaste?

—No.

—¿Por qué no? Resulta extraño que…

Ted Gerritsen alzó una mano.

—Agente McAllen. —La voz de Ted Gerritsen conservaba la misma cadencia musical que al principio—. Quisiera que nuestra reunión fuera lo más breve posible. ¿No le parece conveniente que Matt le diga primero todo lo que ha venido a decirle?

En circunstancias normales, McAllen hubiera reaccionado ante un comentario semejante. Para él, al igual que para la madre de Harrison, los abogados sonrientes no eran precisamente una tribu que le despertara simpatía. No obstante, decidió guardar silencio y seguir escuchando. Tenía suficientes pruebas contra Gerritsen y su primo como para incriminarlos en media docena de cargos, pero ya habría tiempo para eso. Algo le decía que podía llegar un poco más lejos que inculpar a un par de niños malcriados.

—Adelante —dijo McAllen.

Matt habló con voz pausada.

—Como le he dicho, Randy me pidió que hiciera algunas modificaciones en su furgoneta. Me prestó la casa de su abuela y me dijo que el asunto era confidencial. Cuando le pregunté de qué se trataba, simplemente me respondió que no podía decírmelo, que probablemente más tarde lo hiciera, pero lo cierto es que nunca lo hizo. Un par de días después, Randy me pidió que lo acompañara a ver a unas personas; tampoco me dijo de qué se trataba esa visita, aunque para ese entonces comencé a sospechar que se trataba de algo ilegal…

Matt hizo una pausa. McAllen, agazapado en el extremo de la mesa con la expresión de un lobo que espera el más mínimo desliz por parte de su posible presa, fingía interés.

—Randy me llevó a una gasolinera a tres kilómetros de la ciudad —continuó Matt—. Apenas hablamos durante el trayecto y al llegar al lugar se apeó del coche y se dirigió a una máquina expendedora de refrescos. Sin saber qué hacer, lo seguí. Una muchacha se nos acercó. Era joven, delgada y de poca estatura; no pude verla bien. Nos entregó una bolsa y se fue.

—¿Qué había en la bolsa?

—Randy me confió al día siguiente que se trataba de droga. Heroína. Me dijo también que debía hacerme cargo de una parte; que debía guardarla. Le dije que no lo haría, que no tenía por qué hacerlo, pero entonces me amenazó diciéndome que ya había hecho suficiente como para tener que hacerlo.

—¿Por qué no recurriste a tus padres, o a la policía, Matt? —McAllen miró a Harrison cuando se refirió a la policía.

Por primera vez, Matt clavó sus ojos en McAllen. Esta vez fue el joven quien ensayó una mirada desafiante. Ted Gerritsen pareció a punto de abrir la boca para decir algo, pero no lo hizo.

—No lo hablé con nadie porque creía que no era el momento —dijo Matt—. Estaba asustado y no supe cómo reaccionar. Pensaba hacerlo, pero todo sucedió muy rápido.

—¿Dónde guardaste la droga?

Ted Gerritsen alzó una de sus manos como un pacificador, y otra vez la sonrisa de abogado sabelotodo se estampó en su rostro. No tan rápido, amiguito

—Agente McAllen, ya llegaremos a eso.

—Randy me habló de alguien detrás de la operación —dijo Matt—. Alguien llamado el Zorro.

—¿El Zorro? —Los ojos de McAllen se abrieron como platos.

—No me dijo mucho acerca de él, pero hace dos días, mientras trabajaba en la furgoneta, el Zorro se presentó en la casa de la abuela de Randy…

McAllen se movió, intranquilo. El relato del joven hasta ese momento era tal cual lo había esperado… Sin embargo, la inclusión del Zorro era totalmente sorprendente. Se preguntó si podía ser un truco del abogado, pero su instinto le dijo que no… Siguió escuchando, ahora con verdadero interés.

—Estaba trabajando en el jardín trasero de la casa cuando un sujeto apareció de la nada y me dio un susto de muerte. Me dijo que alguien me esperaba dentro y, en efecto, encontré a un hombre en la cocina, esperándome. Randy me había hablado del Zorro y supe de inmediato que era él.

McAllen se puso en pie. Dio una vuelta en torno a la silla en la que había estado sentado mientras se masajeaba el cabello.

Ted Gerritsen sonreía.

—Matt, háblanos de esa persona —pidió McAllen—. ¿Ese sujeto se presentó como el Zorro?

—Yo supe que se trataba de él apenas lo vi. Tenía el rostro más frío que he visto en mi vida. Sus ojos parecían mirar más allá de donde yo estaba aunque los tenía fijos en mí.

—¿Lo habías visto antes?

—No, jamás.

—¿Y qué fue lo que dijo?

—Estaba preocupado por la droga que Randy me había dado. Sabía dónde la había escondido. Supuse que Randy se lo había dicho.

—¿Pero qué era lo que quería exactamente? —McAllen torció su cabeza en dirección al padre de Matt—. Señor Gerritsen, no necesito decirle que toda esta historia me resulta sumamente inverosímil.

—Agente McAllen, lo que Matt está diciendo es totalmente cierto. El objeto de esta conversación es que usted disponga de los hechos tal cual ocurrieron. Lo que haga con ellos será asunto suyo.

—Caballeros, tomemos las cosas con calma. —Harrison habló por segunda vez. La primera había sido para agradecer la taza de café—. Matt, dinos exactamente qué quería de ti el Zorro.

—Quería que me asegurara de que la droga estaba en el sitio en el que la había dejado.

—Y supongo que eso fue lo que hiciste, ¿verdad? —McAllen esbozó una sonrisa. Otra vez se dirigió a Ted—. Ésta es la historia más descabellada que he oído. Hace media hora que estamos reunidos aquí y no nos hemos acercado siquiera a dilucidar qué hacía su hijo ayer por la noche en donde se suponía que tendría lugar una operación con drogas…

—Suponía.

—Lo que sea. Lo único que he escuchado es una historia inverosímil acerca de un encuentro con un personaje que ni siquiera existe.

—Existe, agente McAllen —lo interrumpió Ted Gerritsen—. Usted lo sabe. Y creo que mi hijo es la única persona que puede conducirlo a él rápidamente. Matt podrá ofrecer su colaboración para dar una descripción exacta de ese sujeto. Adicionalmente, creo que tiene delante a la única persona que puede brindarle información acerca de esta operación y, desde luego, guiarlo hacia la droga. Es eso lo que quiere, ¿verdad? Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo beneficioso para todos, ¿no le parece, oficial McAllen?

McAllen escuchó sin inmutarse, con sus ojos congelados. El aire dentro de la sala de reuniones podía cortarse con un cuchillo. De repente, la puerta se abrió. Dean Timbert asomó la cabeza y todos se volvieron hacia él.

—Siento interrumpir —dijo el policía—. Harrison, es necesario que hable contigo ahora.

Harrison se disculpó diciendo que en un momento estaría de regreso y se marchó. Se encaminó hacia su oficina escoltado por Dean Timbert. Algo en el rostro del policía le dijo inmediatamente que lo que tenía que darle no eran precisamente buenas noticias.

El comisario se sentó tras su escritorio y lo barrió con la vista. Tres o cuatro expedientes esperaban ser atendidos. Observó el desorden mientras se reclinaba y se balanceaba en su silla giratoria. Vio una taza de café a medio tomar, papeles antiguos que ni siquiera reconocía, una pila de expedientes sucios y amontonados conformando una figura poco estable… Harrison debía reconocer que una figura femenina en la comisaría ayudaría a mantener las cosas en orden. Ni siquiera era necesario que fuera una secretaria, quizás alguien que realizara otra tarea y que estuviera permanentemente allí.

—Dean, dispara. ¿Qué ha ocurrido?

—Han sido en realidad dos cosas —dijo Timbert—. Hace un momento hemos recibido una llamada extraña. Unos pescadores nos han informado de un hallazgo en Union Lake, donde desapareció el chico Green. No fueron muy específicos en cuanto a qué hallaron…

—Dios mío. ¿Has enviado a alguien?

—Sí, Randy y George han salido hacia allí. Aún no me han llamado, supongo que no habrán llegado. Esto sucedió hace apenas veinte minutos.

—Mantenme informado. ¿Hay algo más?

—Sí. Hemos recibido una llamada de la policía de Manchester. Danna Green está muerta. Aparentemente se ha suicidado, pero el detective con el que acabo de hablar tenía ciertas dudas al respecto.

Harrison se sintió mareado. Intentó ponerse en pie, pero sin lograrlo al principio; su cuerpo permaneció clavado a su asiento mientras luchaba contra el peso de la noticia que acababa de recibir. Danna Green muerta. Pensó en Robert, e inmediatamente lo asaltó la imagen de su amigo el día anterior, abatido al observar a través de los monitores de la furgoneta de reparto de pizza lo que ocurría entre su esposa y Matt…

Se puso en pie abruptamente.

—¿Harrison, ocurre algo?

—Sí, aunque no logro comprender exactamente qué. Dean, ponte en contacto con ese detective en Manchester. Quiero los detalles. Además comunícate con Randy y con George, quiero saber qué es exactamente lo que han encontrado esas personas en Union Lake.

—Entendido.

Sin añadir nada más, Harrison atravesó la comisaría a la velocidad de la luz. Regresó a la sala de reuniones y entró intempestivamente… Tan pronto franqueó la puerta, tanto los Gerritsen como el oficial McAllen guardaron silencio. Este último debió de advertir en el rostro del comisario que algo no iba bien, porque su expresión cambió de inmediato.

—Ha ocurrido algo —dijo Harrison sin esperar respuesta.

Matt, que estaba de espaldas a la puerta, giró sobre sí mismo para poder observar al comisario, y al hacerlo se encontró de frente a la pared detrás de él. Ante la sorpresa de todos los presentes, el muchacho se puso en pie y señaló hacia la pared al tiempo que lanzaba un grito ensordecedor:

—¡ES ÉL! ¡ÉL ES QUIEN ME VISITÓ ESA TARDE! ¡ÉL ES EL ZORRO!

Todos se volvieron en dirección a la pared. Allí había una serie de recortes, calendarios y carteles, pero el que Matt señalaba con insistencia era aquel que mostraba a los ciudadanos que cooperaban con la policía. En él había una docena de rostros.

Gracias a estas personas que colaboran con la policía podemos ofrecerle un mejor servicio.

Matt apuntaba específicamente a uno de los rostros del centro.

Al rostro sonriente de Mike Dawson.

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