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Allison aparcó el Saab de Mike en la entrada privada de su casa. La idea no le gustaba, pero en su garaje no había espacio suficiente para dos coches.
Entró en la casa diciéndose que sería conveniente dormir. Como era casi medianoche, tal cosa no representaría un gran esfuerzo en circunstancias normales.
Pero resultaba evidente que éstas no lo eran.
Al encender la luz, la sensación que la embargó fue la de hallarse en un lugar extraño. Resultaba una estupidez mayúscula; había vivido allí durante años. Esa casa la había visto casarse, tener a su hijo, perder a su esposo… Sin embargo, la sensación de vacío estaba allí. Imposible negarla.
Colgó las llaves en el soporte junto a la puerta. Dejó su bolso en uno de los sillones y sus ojos se toparon con el reproductor y las cintas con la sesión de hipnosis de Robert. Costaba creer que las habían escuchado apenas unas horas antes. Mientras las observaba, se sintió como después de una fiesta, en la que la alegre multitud se ha marchado y el anfitrión observa los restos de comida y la vajilla desparramada por todas partes.
En la cocina, experimentó algo similar al ver las tazas vacías sobre la mesa. Sin proponérselo, las llenó de agua fría y las dejó en el fregadero.
Se desplazó por la casa sin poder despojarse de la sensación de extrañeza. Como tenía por costumbre antes de dormirse, comprobó que las ventanas y puertas estuvieran cerradas. En el segundo piso, se detuvo frente al pasillo oscuro y estiró su brazo para encender la luz. Antes, la oscuridad le regaló una postal efímera de Rosalía, con la horrenda perforación en el estómago y sus órganos colgantes.
Allison había contemplado el cadáver apenas un segundo…, lo suficiente para que se le marcara a fuego en la memoria.
No pienses…
Sabía que si quería pasar esa noche sola en la casa debería mantener alejados los incidentes de las últimas horas. Si permitía que se alzaran en torno a ella, sería poco lo que podría hacer.
Cuando entró en su habitación, se convenció de que una ducha no sería una mala idea. Se desnudó, dobló la ropa en una silla y se encaminó hacia el pequeño baño. Mientras sus pies sentían el acogedor contacto de la alfombra, nuevamente la embargó la sensación de extrañeza, aunque esta vez hubo algo más. Desnuda, quieta y a la espera de algún ruido, comprendió que la sensación que realmente la invadía no tenía nada que ver con la de sentirse en un lugar extraño. Era peor: era la de ser observada.
Se encaminó con celeridad al baño y se encerró dentro. Dio dos vueltas de llave y sólo entonces logró recuperar en cierta medida la calma.
El agua caliente golpeando en la espalda, luego en su rostro, ciertamente fue efectiva a la hora de librarla de los acontecimientos del día. El golpeteo rítmico contra la bañera y el vapor humedeciendo el ambiente hicieron que sus músculos se relajaran. Cerró los ojos. En ese momento creyó que quizás sí podría descansar un poco esa noche después de todo.
Cuando salió del baño, procuró desplazarse rápidamente hacia la habitación. Mantenerse en movimiento era una manera efectiva de no pensar. Se introdujo en la cama y se tapó hasta la barbilla, ignorando las sombras que se alzaron en torno a ella, describiendo contornos que debían resultarle conocidos, pero que sin embargo…
Alguien te observa.
Giró sobre sí misma y reemplazó las sombras de la habitación por la oscuridad que le proporcionaba la almohada. La sensación de estar boca abajo la hizo sentirse indefensa, pero luchó contra el impulso de regresar a la posición anterior. Todo era cuestión de relajarse y pensar en cualquier cosa…
El cadáver de Rosalía, por ejemplo.
Aquí lo tiene, claro que sí. Si desea algo más, ya sabe cómo llamarme, no tiene más que chasquear los dedos. Estoy para servirle. ¿Quiere que lo destape por usted? Permítame…
La mirada de la mujer asesinada había sido de completo horror. ¿Es eso lo que sucede al morir? ¿Se queda la última expresión de nuestro rostro fija para siempre? Debía de ser eso. En las pompas fúnebres debían encargarse especialmente de fingir esas facciones de tranquilidad. Rosalía, en cambio, no había tenido esa suerte. Ella…
¿Me ha llamado, señora?
No. Lárguese.
Puedo recomendarle esto. Mire el pecho. El orificio es lo suficientemente grande como para introducir la mano dentro. ¿No es asombroso? Casi todos los órganos se han salido por ahí. ¿Diámetro? Hummm…, yo diría que unos diez centímetros, aunque no es un círculo exacto. Vea los cortes. Se parece más a una estrella de muchas puntas, o al menos ésa es mi visión. Resulta increíble que semejante herida haya sido causada por…
¡SI-LEN-CIO!
¿Hay algo que le molesta? ¿Desea fumar? Puedo trasladarla a otro sector si lo desea… Decía que cuesta creer que sea la obra de un niño. Uno creería que se necesita fuerza para hacer una cosa así, mucha fuerza. Y la mujer parece vigorosa, debe de haber ofrecido cierta resistencia. No sé. Fíjese que no hay heridas en el corazón, o en la cabeza, lo que hubiese causado una muerte rápida. No es que yo sea un experto, pero sí sé cuáles son los órganos fundamentales de nuestro cuerpo. He ido a la escuela. Salvo el corte vertical, que no parece muy profundo, la única herida es ese orificio, y no creo sinceramente que uno muera por eso en un abrir y cerrar de ojos. Debe de haber sido lento, no cabe duda.
—Ben no lo hizo —musitó Allison.
¿Con quién hablaba?
No lo considere una impertinencia, pero si lo analiza con cierta lógica… Usted y el señor Dawson fueron a buscar a Ben. Creyeron que lo encontrarían en el desván de la casa…, fueron con eso en mente, ¿no es así? Claro que sí. Hasta encontraron su nombre escrito en la pared, con sangre. Sangre fresca. Y luego, luego esto. Yo creo, si me lo permite, que es muy factible que Ben lo haya hecho… Quiero decir, no es que uno sea adivino, es simplemente que basta con analizar…
¡Lárguese!
Como usted ordene, señora. Le sugeriría que descanse. Quizás mañana vea las cosas… desde otra perspectiva. Y por todo esto… no se preocupe. Cortesía de la casa.