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Matt Gerritsen y Danna Green serían trasladados a la comisaría para ser interrogados. La mujer, esposada, era conducida fuera de la casa, presa de un completo desconcierto ante el movimiento originado fuera. De la furgoneta de reparto de pizza salía un individuo bajo y gesticulador con la camisa remangada. Las luces azuladas de los coches patrulla resaltaban una decena de rostros asomados en algunas de las casas.
Danna vio a Harrison cerca de la furgoneta, andando con paso decidido. Hablaba por radio manteniendo la vista fija en el pavimento. De repente, dejó caer el brazo con el que sostenía la radio y miró al cielo; luego se encaminó hacia la furgoneta. Abrió la portezuela trasera de un tirón y se dirigió a alguien que estaba en el interior, probablemente al sujeto de la camisa remangada. Entonces Danna se detuvo en seco. Robert salió de la parte trasera y avanzó un par de pasos con la cabeza gacha y los brazos pegados al cuerpo. En ese instante levantó la mirada, seguramente atraído por el ajetreo en la acera de enfrente, y entonces sus ojos se encontraron con los de Danna. Harrison advirtió lo que sucedía.
—¡Eh, Timbert! ¡Pedí que se me avisara cuando la sacaran! —explotó el comisario.
—¡Lo han hecho sin mi consentimiento! —se defendió el oficial.
Harrison se volvió hacia McAllen, vociferando cosas que Danna apenas escuchó. Los oficiales la introdujeron en el vehículo policial y le hicieron algunas preguntas, que ella no respondió. Su mente estaba en blanco. El último pensamiento racional que recordaba era que todo aquello tenía que ver con drogas. Matt había mencionado algo de drogas, y las inscripciones de la DEA en las chaquetas de los agentes eran más que elocuentes. Pero aunque había razonado aquello apenas diez minutos antes, ya lo había olvidado. En su mente no quedaba espacio para reflexionar. Los acontecimientos recientes lo oscurecían todo, como una nube negra encapotando el cielo antes de una tormenta.
Mentalmente, Danna se vio frente a Gerritsen, sosteniendo el abrecartas y, de pronto, aquellos hombres entrando a la habitación; tres de ellos, con sus vestimentas negras, cascos de motociclistas y armas con mira láser. Los rodearon como arañas, desplazándose con presteza, mirando en todas direcciones al mismo tiempo, respondiendo por sus intercomunicadores a las voces electrónicas que de ellos surgían.
Recordó haber dejado caer el abrecartas y haber girado sobre sus pies con la lentitud de un sueño, pensando que lo que estaba ocurriendo era descabellado. Jamás en su vida había experimentado la sensación de un arma apuntándole, y menos por partida triple. Vio tres círculos rojos bailoteando en su pecho, ascendiendo y luego viajando como por arte de magia al cuerpo de Matt.
Aquello debía de ser un error. No podía ser de otra manera.
Pero no había error. Les ordenaron que colocaran las manos delante, una junto a la otra, y los esposaron para conducirlos a la sala, donde había más de aquellos individuos de película. Uno de ellos habló articulando palabras memorizadas dirigiéndose a ellos (aunque sin mirarlos) y luego al micrófono instalado en su casco. Danna no dijo absolutamente nada. Ni una palabra. Permaneció en silencio, con la garganta seca.