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Danna no tenía la costumbre de ducharse en el gimnasio. Era lo primero que hacía tan pronto llegaba a casa, y esta vez no sería la excepción. Se dirigió a su habitación en busca de algo de ropa para cambiarse: eligió un vaquero holgado y una camiseta blanca. Algo cómodo, se dijo. Dio media vuelta para marcharse cuando algo llamó su atención. Aquél era el día libre de Rosalía; la cama debía estar deshecha y, sin embargo…
Alguien la había estirado.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Retrocedió inconscientemente sin medir la distancia que la separaba del mueble a sus espaldas. Chocó con él, pero no le importó; ni siquiera se dio cuenta de ello. La ropa cayó al suelo, aterrizando en silencio. Su rostro se deformó, pero no gritó.
Lo que vio sobre la cama la desencajó. Fueron instantes de incertidumbre y horror. Dispuestas en abanico había una serie de cartas; diez en total, aunque no las contó. Eran antiguas. Cada una mostraba un conejo sonriente y una letra diferente. El mensaje se formó en su cabeza sacudiéndola con fuerza: D SALLINGER.